El pasado día 11 de diciembre tuvo lugar una nueva sesión del Curso “Los sacramentos de la Iglesia”, del Instituto Diocesano de Estudios Teológicos para Seglares, esta vez a cargo de D. Ernesto Brotóns Tena, Director del Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón, con la ponencia «La Palabra se hizo carne: Cristo, sacramento del Padre, Humanidad nueva«.
El profesor Brotons inició su exposición con la retrospectiva de lo tratado en las sesiones anteriores. “Hoy nos vamos a centrar en Cristo, que es sacramento del Padre y Humanidad nueva. Vamos a partir nuestra reflexión del camino que se ha recorrido hasta ahora, en estos dos meses de curso. En ellos nos hemos ido acercando -señaló-, a ese misterio de la cercanía de DIos, primero a través de unos presupuestos básicos, hemos hablado de la mirada (cómo es necesario educar la mirada para ver, como decía el Principito, todo aquello que es invisible a los ojos de la cara y poder mirar con el corazón), es necesario educar la mirada para tener una mirada sacramental, que nos permita percibir y descubrir el rastro y el rostro de Dios en la vida. Hemos hablado de la palabra, de este Dios que habla, que no es mudo, que es diálogo, que es comunión. Los sacramentos están todos entrañados de palabra y Dios también habla, como veremos hoy, de muchas maneras. Es la palabra que va formando la comunidad y la comunidad va forjando la palabra. Es palabra que, en definitiva es nuestra alma y nuestra vida.”Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz de mi sendero. Se ha hablado también del cuerpo, esa realidad hermosa que nos permite relacionarnos, comunicarnos (nos comunicamos precisamente porque somos seres corpóreos). El cuerpo encierra un simbolismo genial, que nos ayuda también a descurbirr los sacramentos como esa realidad simbólica, a través de la cual también nos relacionamos, nos encontramos, unos con otros. Y también hemos ido adentrándonos, poco a poco en la hondura de la realidad para ver cómo Dios nos habla en la creación y cómo Dios nos habla también en la historia. La creación y la historia como sacramentos y como lugares de encuentro con Dios”.
Dios no es mudo. Cristo, Palabra eterna de Dios
“Todo ello nos va diciendo que Dios no es mudo, que no es extraño a nuestro mundo, ni es indiferente al mismo. Para empezar porque en él vivimos, nos movemos y existimos. Dios, como decía San Agustín, es ese ser interior (“intimo meo”), lo más interior a mi mismo, mi hondura más profunda, la ultimidad de lo real (en palabras de Zubiri), “aquello que me supera y me trasciende por todos los lados” (“et superior summo meo”) (S. Agustín)”. Por eso, la realidad nos habla constantemente de Dios, como su sacramento”, explicó Brotons.
“Y este camino que vamos recorriendo en el curso no es un capricho sino que responde a la esencia de lo real y a la pedagogía de Dios. Al modo del que Dios ha querido acercarse y hablarnos. Dios nos habla de muchas maneras. Nos sigue hablando y nos hablará de muchas maneras. La definitiva, en su Hijo, la Palabra hecha carne”, señaló.
“Tenemos que ver cómo los primeros cristianos intuyeron que todas las maneras a partir de las cuales Dios no está hablando, nos ha hablado y nos habla (la palabra, el cuerpo, la historia, la creación…) todo tenía que ver, de una manera o de otra, con Cristo. Porque “en el principio era la Palabra”. Porque los cristianos, enseguida, descubrieron a Jesús como la Palabra, esa «Palabra hecha carne”, donde Dios dice, donde Dios se dice a sí mismo, donde Dios nos dice”.
El ponente recordó el testimonio de San Justino. Explicó que los primeros cristianos se estaban jugando su credibilidad, debían ganarse la credibilidad de la gente ante el argumento de porqué Dios había hablado sólo a partir de Cristo, ¿es que antes de Jesucristo, Dios no tenía nada que decir? ¿Por qué Dios ha esperado tanto para dirigirse al hombre? Y los padres apologetas y, entre ellos, Justino, señalaron: “DIos ha hablado desde siempre y recordaron el principio de la Carta a los Hebreos: “Muchas veces y de mcuhas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres, por medio de los Profetas”. San Agustín decía: “Dios ha hablado siempre”, porque toda la realidad está impregnada de su Palabra y la Palabra ha hablado a través de los profetas, ha hablado a través de los filósofos, también de los griegos, de los Patriarcas. Cualquier cosa humana, ya ha sido pronunciada por la Palabra.”
“Y esa palabra es Cristo. Por eso, todas las formas en la que Dios nos ha hablado remiten, de una manera u otra a Cristo”. Señaló Brotons: “la sacramentalidad de la vida remite a Cristo”. “Más aún, tiene su condición de posibilidad en la mediación creadora del Verbo, de la Palabra.. No en vano, San Agustín, recogiendo los signos geniales del nuevo Testamento, decía como todo había sido creado en el principio, es decir, en la Palabra, en el seno de Dios. Y al ser creado mediante la Palabra y en la Palabra, todo nos sabe a Dios “. Recordó Brotons el famoso libro de Leonardo Boff, “Los sacramentos de la vida», donde habla del “sacramento de la colilla”, del “pan recién horneado”, todas esas cosas cotidianas que nos hablan, en la vida, de Dios. Pero precisamente, explicó el ponente, “porque la palabra se hace carne y viene de Dios, todo aquello que nos habla de Dios tiene que ver con Cristo Jesús”.
Hablar de Jesús…. Cristo, acontecimiento histórico, teológico, soteriológico
Dicho esto, -señaló Brotons-, «hablemos de Jesús». La sacramentalidad de la vida, en todo este itinerario que hemos visto, «encuentra su máxima densidad en Cristo, el sacramento primordial, original, el sacramento del encuentro con Dios».
Brotons previno del hecho de que, en muchas ocasiones, cuando hablamos de Jesús, nuestras ideas preconcebidas nos impiden descubrirle en toda su plenitud. “Puede que nos suene algo sabido”, señaló; “de Jesús hemos oido tantas cosas, se han escrito tantos libros, tantas películas que podemos llegar a acostumbrarnos”. “Como ocurrió con los coetáneos de Jesús en Nazaret: “si es el hijo de la María, que nos va a contar”. “Hemos dejado de sorprendernos”: muchas veces escuchamos las palabras de Jesús y nos toca la cabeza (“ya me lo sé”, pensamos rápidamente), pero no llega al corazón. “¿Nos damos cuenta verdaderamente de lo que estamos diciendo cuando decimos “ya me lo sé?”, planteó el ponente.
“Hemos dejado de sorprendernos”
Cuando oímos “Dios se hace hombre”, ahora reiteradamente recordado en la liturgia de Adviento y Navidad, “¿nos damos cuenta de lo que estamos diciendo?”. “Nos hemos acostumbrado, aunque es el misterio más grande, que nos desborda y nos rompe por todos los lados, que, si nos ponemos a pensarlo, es incomprensible”. “Un Dios que se hace humano, compartiendo los gozos, las alegrías, el sufrimiento, la muerte de los hombres”.
Tendríamos que remontarnos a los primeros siglos para darnos cuenta de las dificultades que tenían los cristianos. San Agustín lo cuenta en las Confesiones, explicó Brotons, a través de la anécdota de Mario Victoriano. Cuando San Agustín fue a Milán, San Ambrosio le recomendó que hablara con Simpliciano, hombre de fe, sabio, ya anciano. Cuando conoció a Agustín y advirtió su corazón, Simpliciano le dijo: “Te pasa lo que a Mario Victoriano, al que tú conoces bien”, erudito traductor de Plotino que frecuentemente le decía a Simpliciano que iba a bautizarse y a ir a la Eucaristía, pero no lo hacía. «¿Qué le pasaba a Mario Victorino?» “Que tenía vergüenza, miedo a perder el prestigio entre sus compañeros filósofos”. “¿Cómo va a ser posible que Dios se haga hombre?, ¿cómo Dios va a mancharse con nuestro barro?” En el fondo, a Agustín le pasaba lo mismo. Luego reconoce en las “Confesiones” que hasta que Mario Victorino no fue capaz de superar la vergüenza de la humildad de los sacramentos del Verbo, de la humildad de cómo Dios quiere acercarse a nosotros, no fue capaz de dar el salto”, explicó Brotons. “En el fondo, Agustín, aun hablando de Mario Victorino, estaba hablando también de sí mismo”.
“El peligro de acostumbrarnos es que cuando nos acostumbramos, nos quedamos ciegos para descubrir el misterio, para ahondar el misterio, para encontrarnos con ese Misterio, con mayúscula, para descubrir el rastro y rostro de Dios en la historia”. Podemos hablar mucho de Jesús, ya no sorprendernos y terminamos hablando de Jesús como hablamos de cualquier personaje histórico. «Por más que hablemos de Jesús, jamás vamos a agotar su misterio”, señaló.
“El peligro de acostumbrarnos es que cuando nos acostumbramos, nos quedamos ciegos para descubrir el misterio, para ahondar el misterio, para encontrarnos con ese Misterio, con mayúscula, para descubrir el rastro y rostro de Dios en la historia”.
Y para hablar de Jesús, nuestra mirada, explicó el ponente, se tiene que dirigir siempre en una triple dirección.
Por un lado, al pasado, «porque Jesús es un hecho histórico», no estamos hablando de un mito, ni de una proyección de lo divino, sino de un hecho real, un acontecimiento real, un hecho histórico que que acontece en la Palestina del siglo primero. En cuanto a hecho histórico, la vida de Jesús anclada en el tiempo y inserta en la historia de la salvación y hay que comprenderlo desde ahí, aunque tenga una significación universal. «Este dato histórico nos sumerge en el misterio de la encarnación, que es el modo en el que Dios ha querido salir a nuestro encuentro, históricamente, socialmente, corporalmente, como los sacramentos». «Dios se acerca de forma palpable, visible, a nosotros, aunque nos trascienda y aunque, también, a veces, de forma velada, (como recordara San Agustín, no penséis que los que convivieron con él lo tuvieron más fácil que nosotros, porque unos lo siguieron pero otros los crucificaron). «Pero Dios ha querido acercarse así, palpablemente, y la vida de la Iglesia, el anuncio, la catequesis, la liturgia, los sacramentos, la diaconía, jamás podrá obviar este hecho porque no hay anuncio real de Jesucristo al margen de lo que Jesucristo fue». Y esto es un criterio clave de discernimiento sin el cual “podemos caer en el peligro de doctrinas extrañas o en crearme un Cristo a mi imagen y semejanza”, previno Brotons. “Tenemos, por tanto, que ser fiel al modo en que se acercó Jesús y cómo es relatado en los Evangelios”. “Si quiero conformar mi vida cristiana con la de Cristo, no es con un Cristo que yo me pueda imaginar, ideal, utópico, o a la moda, sino con el Cristo de los Evangelios, con el Cristo real, el que vivió en Nazaret, Galilea, Jerusalén, el que se ciñó la toalla, el que se abajó para lavar los pies de los discípulos, el que murió en una cruz, dando la vida por todos, por nosotros, el que abrazaba a los últimos”. Y este es un criterio de discernimiento claro, “el Espíritu no nos va a conducir por caminos distintos por los que condujo a Jesús”. “Si nuestra litúrgica no nos remite a ese Jesús, si los sacramentos tal y como los celebramos y vivimos no nos remiten a ese Jesús, algo no funciona”.
«Es cierto que, por otro lado, Jesús no se agota en el pasado, – explicó- sino que es una presencia perenne y no solo porque sea actual, sino porque es contemporáneo, porque para nosotros Jesús no es “fundador difunto de una comunidad”, al cual recordamos con cariño, sino que es “el Señor, vivo y presente, en medio de la comunidad”. “Vivo y presente en la vida de la Iglesia, en la diaconía, en el anuncio de la Palabra, en la liturgia». “No ha habido un solo momento en la historia en el que no se haya hehco memoria viva, memorial de su nombre, de sus gestos, de su palabra, de su entrega, … ¿qué otra cosa son los sacramentos, qué otra cosa es la Eucaristía, que esta memoria viva en el que el Señor se hace presente”. “Presencia viva del Resucitado en medio de nosotros, por la acción del Espíritu, que es el que hace que Cristo sea contemporáneo en nuestras vida, a cada día, en cada historia, en cada momento” Y la comunidad cristiana, Cuerpo de Cristo, es el seno donde se hace posible este encuentro, este encuentro real con Él, donde se alumbra y madura la fe, la comunión con Cristo pasa por la comunión real con los creyentes.
Pero también, “mirar el futuro”, señaló Brotons, recordando que estamos en Adviento (“Ven, Señor, Jesús”). “Cristo, alfa y omega; Cristo, nuestro destino, el destino de la humanidad y la creación entera». “Cuando Él venga, nacerán los cielos y la tierra nueva, donde reinen la paz y la justicia. “Ya no habrá ni luto ni dolor”.
“Esta triple mirada nos recuerda a Jesús como un acontecimiento histórico (humano, entrañablemente humano), teológico (presencia de Dios con nosotros) y soteriológico (porque en Él descubrimos el camino de la verdadera vida). “No solo es el Salvador, sino que es la Salvación, porque no nos ofrece cosas ajenas al don de su propia persona, Jesús lo que nos trae es el don de su propia Persona y todo esto en la unidad de su Persona”.
“Esta triple mirada nos recuerda a Jesús como un acontecimiento histórico (humano, entrañablemente humano), teológico (presencia de Dios con nosotros) y soteriológico (porque en Él descubrimos el camino de la verdadera vida).
“Ha aparecido la gracia de Dios a los hombres” (Tit 2, 11; 3,4)
El ponente se centró seguidamente en el impacto que provocó Jesús, como señala James Dunn en su “Jesús recordado”. Jesús generó impacto, ya antes de la Pascua (tal fue el impacto que lo mataron). Pero tras la resurrección, habría también un impacto vital, que se resume genialmente en la Carta a Títo, leída en Nochebuena, recordó Brotons: “Ha aparecido la gracia de Dios a los hombres”, la bondad y el amor de Dios a los hombres. “Ese es el impacto”, enfatizó. “Mucha gente que se encontró con Jesús, especialmente tras el acontecimiento de la Pascua, pudo decir hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él”. “Jesús -señaló- es el sacramento del amor de Dios”. “Y si no que se lo pregunten a los pequeños, a los pobres, a los hambrientos de amor, de tristeza y de dolor, a todos aquellos de los que Jesús se hizo hermano y servidor, a todos aquellos que contemplaron en la cruz, no un fracaso, sino la mayor prueba de amor. Ellos experimentaron la graciosa irrupción de Dios en sus vidas. Un regalo, un acontecimiento , lleno de gracia, de vida y de vida en abundancia. “Tanto amó Dios al mundo que nos regaló a su hijo. Y de su plenitud hemos recibido todo, amor, gracia”.
Desde aquí hay cuatro aspectos que configuran este impacto de Jesús, explicó Brotons:
- La gozosa convicción de que en Jesús de Nazaret, Dios mismo ha visitado y hablado a su pueblo, porque, en definitiva, sólo Dios puede ser tan humano.
- La certeza que, en Jesús, Dios cumple sus promesas y lo ha hecho de forma sorprendente, paradójica, donde nadie le esperaba: en debilidad, en kénosis, en pobreza. “Este es camino de la sacramentalidad”, señaló Brotons. La pobreza, la sencillez, la humildad, la kénosis… “A veces, la ostentación, el lujo, incluso con la mejor voluntad, puede convertirse en un antisigno”. “Lo mejor para Dios no es lo más caro, sino la entrega de la propia vida”. “La sacramentalidad va unida a lo sencillo”.
- En Cristo, Dios mismo se ha hecho camino: “En Cristo, Dios mismo se ha hecho camino de vida, de verdadera vida. San Agustín decía: “Yendo por él, no nos perderemos jamás”. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y todo se juega, realmente, en encontrarle, encontrarme y encontrarnos comunitariamente con él”.
- Todo se juega en encontrar(me) y encontrar(nos con Él: Brotons recordó lo que señaló el Papa Benedicto, luego recogido también por Francisco, “uno no se hace cristiano por asumir una filosofía, una ética o una moral, sino por encontrarse con Jesús y por dejar que ese encuentro configure tu persona y toda su existencia”. “Al menos, debemos dejarnos encontrarnos por él. Recordó también a famosa frase de S. Agustín: “Nos buscaste aun cuando no te buscábamos”. “Él sale a nuestro encuentro”, señaló.
3.1. Jesús, epifanía del Reino de la vida y de la misericordia.
Ahondando en este acontecimiento, para contemplar a Jesús como la epifanía (quizás, de alguna manera, sinónimo de “sacramento”), epifanía del Reino, de la vida y la misericordia. “No podemos hablar de Jesús sin hablar del Reino de Dios”. “Nadie duda de que el Reino de Dios fue la pasión más propia de Jesús y una pasión muy propia. Es cierto que Jesús sabía muy bien la tradición de su pueblo cuando decía que Dios es Rey, sabía de lo que eso significaba, de las esperanzas que suscitaba la imagen de Reino de Dios, pero pensaba en un rey muy distinto de los reyes a los que ellos estaban acostumbrados. Conocía cómo entendían los fariseos el reinado, había oido hablar de Isaías… “Pero el modo de entender de Jesús el Reino de Dios es muy propio, muy suyo, porque nace de la experiencia que él tiene, eco de un amor eterno, del Padre, de Dios, nuestro Padre, de Dios, su Padre”.
“Y esto lo vemos muy claro en el Padre Nuestro, que tiene su raíz en una oración muy sencilla que fácilmente Jesús aprendería, desde pequeño,porque se solía rezar al final de los oficios de la sinagoga, llamado “kadish”, que decía: “Glorificado y santificado sel gran nombre en el mundo. Que se establezca su Reino en nuestros días y en los días de toda la casa de Israel”. “Pero Jesús introduce en dicha oración la palabra “Abba” (Padre) y así convierte esa oración en su oración. “Introduce esa originalidad de la que nos hace partícipes de esa intimidad y de esa familiaridad que él está viviendo con su Padre. Jesús sabe muy bien del amor y la misericordia del Padre, sabe que el Padre es vida, que el Padre su lógica tiene muy poco que ver con los autoritarismos, con las teocracias, sino que nos habla constantemente de vida, y de vida en abundancia”. “Habla de comensalidad abierta, sin exclusión, donde caben todos, de misericordia, de una oferta de perdón sin reservas, sin condiciones. Siempre primeras, siempre gratuita. Que nos habla de vida afirmada, frente a todo lo que la niega. Que nos habla de amor, Jesús vive esa relación filial desde el amor. .El Reino De Dios, ese compromiso amoroso De Dios en favor de los hombres. Vida afirmada frente a todo lo que la niega y, como Jesús supo intuir muy bien, vida reclamada por amor”.
Jesús sabe muy bien del amor y la misericordia del Padre, sabe que el Padre es vida, que el Padre su lógica tiene muy poco que ver con los autoritarismos, con las teocracias, sino que nos habla constantemente de vida, y de vida en abundancia”
“Y Jesús hizo suya esa pasión por el Reino de Dios, hasta convertirse en la “parábola viva del Reino de Dios, en sacramento vivo del Reino de Dios”. Orígenes hablaba de Jesús como la “autobasileia”, el “Reino en persona”. “No solo por su presencia física -dijo el ponente- sino por ese “obrar en el Espíritu”, el “Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”, decía Jesús. “Concentrar en Jesús el Reino, concentrar en Jesús el sacramento del amor de Dios”. Recordemos su acogida a los pecadores, y sus comidas con ellos, haciendo que cada uno de ellos se sintieran amados, valorados, hijos de DIos, restaurando su dignidad como personas. “También son hijos de Abraham”. Recordemos su oferta de salvación y de perdón a todos, sin reservas, sin condiciones, “porque Jesús no pedía que la gente se convirtiese para encontrarse con Él, era al contrario: la gente se convertía después de encontrarse con Él, y después de comer con Él”, señaló el ponente. “No nos acercamos a Jesús porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno.
“Y Jesús hizo suya esa pasión por el Reino de DIos, hasta convertirse en la “parábola viva del Reino de Dios, en sacramento vivo del Reino de Dios”.
Recordemos sus palabras, cómo se emocionaba cuando hablaba del Reino y al hablar de su Padre, “palabras sencillas, no secretas, que conocía todo el mundo, dichas con extrema sencillez, capaces de tocar el corazón, palabras dicha scon autoridad, del que se sabe Hijo amado y ungido del Padre, heraldo del Reino, palabras por las que nos enseñó que no hay más ley que el amor, que siempre es más exigente que el legalismo estéril”. Palabras que nos hablan de lo sencillo, del amor incondicional del Padre: “amaos como yo os he amado, sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. Felices los pobres, los que lloran, los perseguidos”.
Recordemos sus parábolas: el hijo pródigo, el buen samaritano, la perla y el tesoro escondido, que son mucho más que ejemplos, “no solo son ejemplos de un maestro, sino que sacados de la vida cotidiana, cuando tú las escuchabas y te introducías en la experiencia del Reino, empezabas a vivir, en cierta manera, lo que era el Reino de Dios, lo que es el Reino de Dios”.
Con sus palabras contemplamos el rostro de Jesús. «Todos los evangelios coinciden en mostrarnos cómo se le movía el corazón y las entrañas cuando se encontraba con la gente que sufría». “Se conmovía por completo y era incapaz de mirar a otro lado”. “De hecho, en la memoria de los primeros cristianos quedaban grabadas esas palabras, “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con Él”. “Jesús, al ver a la gente sufrir actuaba”. De ahí se comprenden sus milagros, sus curaciones, sus exhorcismos, su opción preferencial por los pobres y oprimidos, por los pequeños. Su trato cercano y su acogida a las mujeres y niños, que conminan a buscar en Jesús una dignidad nueva”. “Jesús fue consciente de esas relaciones nuevas y fraternas que el Reino genera, porque el proyecto del Reino no es un proyecto íntimo ni privado, sino comunitario y social. Se trata de transformar la realidad, la sociedad, para que se parezca al mundo que Dios soñó, más humano, más justo, más fraterno. “En la medida en que Dios reina, la vida se convierte en un ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos”. “Nos decía: “Sólo Dios es Señor” y desde allí denunciaba la idolatría del poder y de las riquezas”. “Sólo Dios es Padre, y “paternidad” dice “fraternidad”. “El Reino de DIos ha llegado a vosotros”. “Jesús sabía que Reino y Espíritu van de la mano, porque dice “comunión” y todo lo espiritual (y eso también lo tenemos que aplicar a los sacramentos -señaló-), tienen que con lo comulgante”.
“Con Jesús comienza esa batalla contra el mal, contra el sufrimiento, contra todo lo que niega la vida. Y ese “por vosotros” de Jesús, si lo contemplamos con los ojos de la fe, contemplaremos ese “por vosotros” de la Trinidad, el “por vosotros” de Dios. “Y así, lo definitivo, lo máximo es su entrega, la cruz, la entrega del Siervoy su triunfo final sobre la muerte, derramnado sobre todos nosotros el don del Espíritu”. “Recordemos la última cena, ese “por vosotros”, mi cuerpo entregado “por vosotros”, sangre derramada “por vosotros”, la toalla ceñida, pan, vino, la llamada urgente hasta dar la vida, un “vivir para” que se traduce en un “morir para”, que termina siendo fuente de vida. “Es la lógica del amor llevada hasta el extremo, capaz de sumergirse en aquello que más nos duele, porque si el Reino es “vida afirmada” eso exigía tomarse en serio aquello que amenaza la vida humana: el sufrimiento, el pecado y la muerte”. “Pero nadie puede vencer el sufrimiento, el pecado y la muerte sin mancharse las manos”, “se vencen desde dentro, como dirá Pablo, hasta hacerse pecado”. “Porque el otro es tan importante para mi que soy capaz de sufrir “por él” y “con él”.
«En Jesús, el Padre creador culmina su obra y se produce la inversión más radical de la muerte a la vida, del más degradado silencio al sí definitivo del Padre, y ese sí genera testigos”. “Jesús no nos dejó escritos, nos dejó testigos”. “Y ese sí genera vida, y la causa de Jesús continúa, pero continúa porque él está vivo”. “La resurrección es algo que acontece realmente a Jesús, no algo que acontece en la reflexión de la comunidad. “No es que Jesús está vivo por su causa continúa, sino, al revés, la causa continúa porque él está vivo”. “Y derrama sobre nosotros su espíritu y nos hace su cuerpo”. “Nos hace su cuerpo para que seamos presencia suya en medio del mundo, lo cual nos constituye también a nosotros en sacramento”.
«En Jesús, el Padre creador culmina su obra y se produce la inversión más radical de la muerte a la vida, del más degradado silencio al sí definitivo del Padre, y ese sí genera testigos»
3.2.. Solo Dios podía ser tan humano. Cristo, el Nuevo Adán. Humanidad nueva.
“Toda esa síntesis de la experiencia y el acontecimiento de Jesús permite ayudarnos a comprender cómo sólo Dios podía ser tan humano”, señaló Brotons. “Jesús se convierte en un sacramento genial del Reino de Dios, del amor de Dios, del Padre”. “Hemos conocido el moar que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). “En Jesús, hemos tocado el amor de Dios, qué otra cosa es un sacramento”, indicó el ponente. “En todos los sacramentos tocamos al amor de Dios, porque tocamos a Cristo”, “tocando a Cristo tocamos el amor de Dios”. “Tal fue la convicción cristiana que desde muy pronto se integra a Jesús en el culto y surge la devoción a Jesús y la gente empieza a adorar a Dios pero con Jesús a su lado, conscientes de que el Dios de Israel, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, quiere ser venerado así, junto a su Cristo, junto a su Mesías y se ora en el Señor y se parte el pan en nombre del Señor, y nos reunimos en el día del Señor”. “Esto fue aceptado sin dramatismos por la primera comunidad cristiana”. “Los judíos y los monoteístas estrictos lo rechazaban pero la comunidad cristiana lo vio como lo más natural: “vivir y morir por Cristo”.
“Jesús se convierte en un sacramento genial del Reino de Dios, del amor de Dios, del Padre”.
“Jesús no es solo sacramento del amor de Dios sino que es sacramento de la humanidad, de esa humanidad nueva, porque Jesús nos ama con amor divino y con amor humano, es verdadero Dios y verdadero hombre”. “A veces -reconoció Brotons-, nos olvidamos de esa dimensión ascendente, en la que Jesús también es el amor humano que se hace ofrenda al Padre y que se hace ofrenda a sus hermanos. En Jesús confluye un doble movimiento: de Dios hacia los hombres, pero también de los hombres hacia Dios y, por eso, la vida de Jesús, se convierte también en ofrenda, en liturgia, en doxología, acción de gracias y ofrenda al Padre en el Espíritu y que, hoy también, como nuestra liturgia, cuando nosotros, Cuerpo de Cristo, nos unimos a él y hacemos memoria viva de su nombre, de su palabra, no solo celebramos y recordamos ese amor o nos unidos a ese amor divino que nos alcanza sino también a su amor, como hombre verdadero que hace de su vida, también, una ofrenda a Dios y a los hermanos, participando de esa doble expropiación de uno mismo hacia Dios y a los hermanos. Ese amor humano y divino”.
“Jesús no es solo sacramento del amor de Dios sino que es sacramento de la humanidad, de esa humanidad nueva
“En Jesús reconocemos nuestra imagen, nuestra iconalidad divina restaurada. En Jesús reconocemos lo que significa verdaderamente imagen y semejanza de Dios. Todos nosotros estamos llamados a convertirnos en un sacramento vivo. Unidos a Jesús, gracias al Espíritu, cada uno de nosotros, personal y comunitariamente, como Iglesia, estamos llamados a convertirnos en un sacramento vivo del amor de Dios y lo que significa ser personas humanas, entrañablemente humanas, porque la vida cristiana y los sacramentos no es sino un proceso de cristificación. Cristificación no significa hacer cosas extrañas, sino vivir como Jesús, y Jesús fue humano, entrañable y auténticamente humano”.
“En Jesús reconocemos nuestra imagen, nuestra iconalidad divina restaurada. En Jesús reconocemos lo que significa verdaderamente imagen y semejanza de Dios. Todos nosotros estamos llamados a convertirnos en un sacramento vivo.
4. Cristo, origen, fuente y razón de ser de los sacramentos
“Por eso, hablamos de Jesús como el origen, la fuente y la razón de ser de los sacramentos. Los sacramentos pertenecen a ese misterio de Jesús y tienen en Cristo su fundamento y su fuente, como tienen en la Iglesia su hogar y su contexto vital”. En este sentido, dice Brotons, “no hay fundar tanto el momento fundacional de los sacramentos en la vida de Jesús, sino que tienen su fuente, su razón de ser, en todo el misterio de Cristo, en ese acontecimiento salvífico en Dios, uno y trino, en Cristo”. “Cristo que es el úno misterio, sacramento, como decían los Santos Padres. POr eso, “todos los sacramentos están referidos a Cristo, de una manera o de otra. Nos sumergen en Cristo”. En cierta medida, podríamos decir que “son Cristo mismo, actuante y operante”.
Los sacramentos pertenecen a ese misterio de Jesús y tienen en Cristo su fundamento y su fuente, como tienen en la Iglesia su hogar y su contexto vital
“Bautizarse, no significa participar de la divinidad, ni es un rito iniciático, sino sumergirte en la vida de Cristo, en su muerte, en su resurrección, nacer en Cristo”. “Confimarse es acoger su Espíritu, ungidos como Él, como siervos de Dios”. “Comer el banquete sagrado no es comulgar con una divinidad abstracta, sino comer el Cuerpo del Señor y participar en su entrega, en su existencia resucitada, convertirnos en ese cuerpo partido y entregado por todos para hacer de nuestra vida una auténtica Eucaristía. “Recibir el perdón es experimentar el gran abrazo del Padre en Jesús, que sana, reconcilia, levanta, restaura la vida”. “Casarse no significa simplifca simplemente la unión de DIos con los hombres sino la unión de Cristo con la humanidad “. “Ser sacerdote es configurarse con Cristo siervo y pastor”. “Ser ungido en la enfermedad es recibir el abrazo de quien carga sobre sus hombros nuestra debilidad”.
“Al creer en la existencia de la Iglesia, sacramento universal de salvación, Cristo quiso, no sólo la existencia de los sacramentos, sino también esa dinámica, esa estructura sacramental de la vida de la Iglesia, esa dinámica eclesial y comunitaria, porque ninguno de los sacramentos son actos privados, no son servicios religiosos a la carta”. “El gran peligro es convertir a los sacramentos en devociones privadas, incluso la Eucaristía, es la celebración de la comunidad, que parte el pan y se hace pan partido con Cristo”. “Los sacramentos se hacen, por tanto, a Cristo presente y actuante”.
“Los sacramentos se hacen, por tanto, a Cristo presente y actuante”.
“Cada uno de los siete sacramentos conecta a Cristo con situaciones y momentos muy especiales, muy vitales, de nuestra vida: el nacimiento, el amor, el alimento, la comida compartida, la enfermedad, la debilidad, el servicio como vocación, la experiencia del perdón. Son todas experiencias muy vitales, que se conectan con Cristo para que descubramos que la vida cristiana, personal y comunitaria, eclesial, es un proceso, es un itinerario, en el cual Cristo nos acompaña día tras día, es un proceso que no hacemos solos, sino en Cristo y con Cristo y, más aún, Cristo no solo nos acompaña sino que con su Espíritu, nos hace uno con Él”. “Nos hacemos parecidos a Él, nos configuramos con Él. Por eso, los sacramentos nos recuerdan que la vida cristiana, no es más que un proceso personal y comunitario de cristificación, de hacernos Cristo, celebrar y vivir los sacramentos comporta cristificar, es decir, hacernos Cristo, convertirnos en sacramento del Padre y también convertirnos en sacramento de nuestros hermanos. Restaurar nuestra iconalidad divina, ese ser imagen y semejanza de Dios, conscientes de que, al parecernos a Jesús, al unirnos a Él, somos, sencillamente, humanos, entrañablemente humanos”, concluyó.
Los sacramentos nos recuerdan que la vida cristiana, no es más que un proceso personal y comunitario de cristificación, de hacernos Cristo, celebrar y vivir los sacramentos comporta cristificar, es decir, hacernos Cristo, convertirnos en sacramento del Padre y también convertirnos en sacramento de nuestros hermanos.
La próxima sesión correrá a cargo de Dª. Dolores Ros de la Iglesia, el próximo lunes 20 de diciembre, bajo el título “»La Iglesia, Cuerpo y Sacramento de Cristo”.
Para más información sobre el curso 2021-2022 e inscripciones: https://centroberit.net/curso-2021-2022-del-instituto-diocesano-de-estudios-teologicos-para-seglares/
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