Lecturas

Exodo 34, 4b-6.8-9  –  Salmo : Daniel 3.  –  2ª Corinitos 13, 16-18

Juan 3, 16-18:  En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: —Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Comentario:

LA SANTÍSIMA TRINIDAD, 2020

            Concluido el tiempo pascual, centrado en la contemplación de la vida de Cristo y de sus misterios redentores, la Iglesia, como resumen y condensación de todo este misterio, y como principio y fin de cuanto somos y celebramos, nos propone una fiesta singular que, en su trasfondo es el gran marco de la vida y de la celebración de la fe cristiana en general. Esta fiesta es la de la Santísima Trinidad. Es un misterio profundo, pero ello se debe a la hondura y altura de la vocación cristiana que es compartir la vida misma de Dios tal como es en sí. Estamos destinados por Dios a participar y correalizar su propia vida. Quien no está abierto y comunicado en su vida con los demás, quien no ha desarrollado en su vida personal hábitos de relación y comunicación, quien está muy centrado en sí mismo, no podrá comprender bien este maravilloso y supremo acontecimiento, a no ser que Dios le abra el conocimiento y el corazón.

            Cristo vino a Palestina y vendrá también al final de los tiempos. Entre una venida y otra está la sucesión de venidas que él hace a cada uno de nosotros mediante el don cotidiano de la gracia y del Espíritu Santo. Se ordenan a la transformación de que gozaremos en el cielo cuando se revele del todo la presencia dinámica de Dios en nuestras vidas. La Santísima Trinidad es fuente, modelo y meta de nuestra vida cristiana. Solo conociendo a Dios podremos conocernos a nosotros mismos. La lejanía de Dios es también lejanía de nosotros mismos. Conociendo a Dios nos conocemos a nosotros mismos.

            Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Como Padre  es Ser Infinito, Fuente Absoluta, Hogar Radical. Como Hijo es Verdad Total, Conocimiento Absoluto, Revelación Suprema. Como Espíritu es Amor Infinito, Unión y Comunión Absolutas, Alegría sin fin. En Dios el Hijo nace y procede del Padre, y el Espíritu procede del Padre y del Hijo. Estos procesos son como infinitos desbordamientos del Ser, del Conocer y del Amor. Son comunicaciones Infinitas. No tenemos un Dios estático o solitario, sino un Dios Comunicación y Comunión infinita. Y Dios no ha querido vivir solo, sino comunicado con el hombre. Compartiéndose con él. Dios nos introduce en el misterio de su vida divina y nos hace correalizar su intimidad. Somos felices con la comunicación infinita de Dios a nosotros. Con el Padre somos Hogar, Fuente, Ser, Acogida, Intimidad compartida. Con el Hijo somos Verdad, Conocimiento, Revelación. Con el Espíritu somos Amor, Unión y Comunión, Paz, Alegría. Los procesos que hay dentro de Dios se desbordan en nosotros, tal como son en sí, y nos abarcan.

            Dios quiere ser una Presencia viva y experimentada en nosotros. Quiere no solo que vivamos,  pensemos y amemos por nuestra cuenta. Dios hace una presencia activa en nosotros de forma que no solo pensamos nosotros, somos iluminados; no solo actuamos nosotros, sino que somos movidos e impulsados por él. Es en él y con él donde somos, nos movemos y existimos, correalizando, conviviendo, compartiendo. “En él somos, nos movemos y existimos”. Su vida es la nuestra. Su conocer es el nuestro. Su amor es también el nuestro.

Nada quiere tanto Dios como que vivamos en él, nos dejemos amar por él, y amemos con él y en él. La acción directa e inmediata, personal, del Espíritu Santo en el interior de cada uno de nosotros, es el hecho más cierto y grande de la vida cristiana. Es la gran promesa y el testamento de Jesús.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

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