Lecturas:
Génesis 3,9-15.20 – Salmo97, 1-4 – Efesios1, 3-6.11-12
Lucas 1, 26-38:
En el sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»
María dijo al Angel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.»
Y el Angel se alejó.
Comentario
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA
8 de diciembre, 2020
La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María conmemora un rasgo bellísimo de la vida de María: la totalidad e integridad de la gracia de Dios en su vida ya desde sus inicios. Toda persona viene al mundo tomada ya desde siempre por la turbiedad de las relaciones con Dios. María está ya prevenida, dotada, agraciada por el amor de Dios desde su misma concepción. Al caer siempre esta fiesta dentro del tiempo del Adviento, nos recuerda, además, el papel sorprendente de María en la venida de Jesús al mundo. María no es solo cauce de la venida de Jesús, sino también modelo de acogida y de fidelidad.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María fue proclamado por el Papa Pío XI el 8 de diciembre de 1854. Afirma que es doctrina revelada que María estuvo exenta del pecado original porque fue justificada por Dios desde el instante mismo de su concepción. Esto es fácil de afirmar, pero difícil de explicar por muchas razones. Los temas teológicos de “pecado original, “justificación”, “inmaculada”, “gracia”, “elección” encierran una inmensa profundidad teológica. Además, algunos textos bíblicos de la liturgia de hoy tienen tres mil años, y otros más de dos mil. Y encierran un lenguaje muy distinto del que utilizamos ahora. La homilía es exhortación, pero no lugar adecuado para exponer una clase de alta exégesis.
EL MENSAJE CENTRAL
El mensaje principal de esta fiesta está contenido en la armónica conjunción de las tres lecturas que acabamos de escuchar. La primera pertenece al Génesis. Con un lenguaje figurado habla de la noche de la historia, de lo que desconocemos totalmente, pero cuyos resultados están ahí, ante los ojos de todos. El mal existe en el mundo desde sus mismos orígenes. Todos los hombres pecan. Y rompiendo su relación con Dios, rompen también su relación de unos con otros. Hombre y mujer dejan también de reconocerse respetuosa y mutuamente al pervertir aquel amor con el que Dios les dotó haciendo de ellos verdadera imagen de Dios. El pecado ha introducido la desarmonía estructural del hombre con Dios y de los hombres entre sí.
En el evangelio de Lucas vemos a Dios que quiere restaurar su proyecto original de amar al hombre y de hacerle compartir su propia vida y amistad. El primer hombre dijo “no” al diseño de Dios en la historia. Ahora una joven, María, dice “sí” al anuncio de redención y restauración que le hace el ángel de parte de Dios. María aparece como modelo de aceptación del plan de Dios sobre la humanidad. Y aflora aceptando, acogiendo la voluntad de Dios en una implicación total de su ser entero, cuerpo y alma. Esta totalidad representa una plenitud de respuesta, la integridad de una entrega ilimitada. Dios y María se han caído mutuamente en gracia de forma absoluta e infrangible. No se trata solo de ausencia de manchas morales, sino de una relación positiva total, convergente, en referencia al plan redentor del mundo, relación de fidelidad candente, mantenida siempre hasta el extremo.
La tercera lectura, segunda en el orden de proclamación, pertenece a la carta a los Efesios. Es una carta atribuida a Pablo, pero posiblemente redactada por alguno de sus discípulos, imbuido de su teología y de sus preocupaciones. Quizás el texto ha sido escogido por el uso del término “inmaculados”, o irreprochables, que expresa muy bien el sentido hondo del dogma de la fiesta de María. Cuando en el siglo XIX se definió este dogma mariano, al carecer de textos explícitos sobre el tema, se acudió a algunos textos bíblicos que de manera indirecta apoyan esta definición dogmática. Uno de ellos es este que alaba a Dios porque antes de la creación del mundo nos ha bendecido y santificado abundantemente en Cristo por medio de su gracia. Este texto destaca, primero, que la santidad, o limpieza inmaculada, la realiza el amor de Dios que nos hizo “santos e irreprochables ante él por el amor”. Se trata de aquel amor que Dios nos tiene y del amor con el que nosotros respondemos a Dios. En segundo lugar el texto nos dice también que esta santidad o limpieza nos viene enteramente por Cristo: “Nos ha bendecido en la persona de Cristo”, “nos eligió en la persona de Cristo”, “nos ha destinado en la persona de Cristo”. Como dice la Bula de definición de la Inmaculada: María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original no para su propio embellecimiento, sino “en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano”.
LLENA ERES DE GRACIA
María es una totalidad de armonía y de gracia, desde su concepción al final de su existencia. Vivió siempre en fidelidad plena. Nunca vivió para sí sino para Dios y su plan. No se sintió de ella y para ella, sino para Dios y para los hombres. Dios la amó del todo y Dios fue para ella su todo. María es una integridad y plenitud de respuesta al amor de Dios. María es verdaderamente un caso aparte. Para sus padres y para cuantos le trataron, para Juan cuando la recibió como madre, María fue como si la herencia maldita de los hombres, el mal, no hubiera rozado jamás su corazón. Fue la mujer siempre fiel. Siempre obediente. Siempre dependiente. La que hoy es aplaudida, enjoyada y coronada, y venerada en los altares, es la sierva del Señor, la mujer pequeña del pueblo humilde, la que encarna en sí las preferencias de Dios por los más humildes, pequeños y oprimidos. Y, por tanto, madre de los humildes. La grandeza de alma, la emoción de tener a Jesús, le inclinó, como él y con él, a los humildes sin búsqueda de compensaciones. Dios “ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava”. Y es que ella aparece siempre fiel a contracorriente del mundo entero, a pesar de las tentaciones del yo egoísta, a pesar de los embates del ambiente asfixiante, a pesar de las actitudes de fuga de los creyentes a medias. María fue llena de gracia, llena de respuesta fiel, mujer segura, de relación siembre plena. El Señor estuvo siempre con ella y ella estuvo siempre con el Señor. Vivió siempre por el Señor y para el Señor. Y, por tanto, por nosotros y para nosotros. Sin reservas ni retractaciones. Le dio su tiempo. Le dio su vida y su carne. La vida de María fue la vida de Jesús. Fueron dos personas, pero un mismo proyecto, una misma historia. Y esta dedicación total de Dios a ella y de ella a Dios es el fundamento de su ser inmaculada.
María está cerca de nosotros. Dios nos entregó al Hijo. Y María también nos dio a Jesús, al engendrarlo y al acompañarle en su vida y en su misma muerte. Dios le dio a ella una gracia extraordinaria. La misma que Dios nos reserva a todos. María “llena de gracia” es icono y profecía de aquello a lo que todos estamos llamados, pues en realidad, como dice la carta a los Efesios, “Dios nos ha bendecido a todos en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”. Estos bienes llevaron a María a darse. Y nos remiten también a nosotros a ser enteramente misericordiosos con los demás. Nuestro compromiso por la misión y el evangelio, nuestra entrega a los necesitados, a los que carecen y sufren, a los débiles y sin esperanza, es el mejor comprobante de que la gracia de Cristo está en nosotros y de que, como María, respondemos con fidelidad e integridad. La pureza evangélica se refiere siempre al amor. Amar de verdad es señal inequívoca de que hemos acogido en serio el amor de Dios. Tenemos y somos en la medida en que damos y nos damos. Quien ama está en Dios y Dios en él.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
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