El pasado día 8 de marzo, tuvo lugar la siguiente sesión del curso de teología del Instituto Diocesano de Estudios Teológicos para Seglares, a cargo de D. Emilio Aznar, profesor de teología, con el tema “La Trinidad discutida y profesada. La conciencia trinitaria de los Padres”, en el que se refirió a la reflexión trinitaria en los siglos II y III. 

Emilio Aznar realizó una breve introducción sobre el marco temporal, cultural, eclesial y teológico de los siglos II y III, marcado, como explíco el ponente, por una matriz religiosa judía, que contrasta con un contexto cultural helenístico-grecorromano, en el que aparece un cristianismo naciente que consolida un contexto más bien apologético como medio de defensa contra movimientos heréticos. En última instancia, se trata del fenómeno de la expansión del cristianismo en todo el mundo conocido. 

En este contexto, destaca la cuestión transversal del desarrollo doctrinal sobre la Trinidad: la de cómo, del dato bíblico revelado en la Escritura y de las primeras confesiones de fe, desde las más elementales y nucleares de la resurrección de Cristo hasta la más elaborada del Credo apostólico, se llega a una reflexión y propuesta doctrinal sobre el misterio de Dios, en definitiva, a una elaborada doctrina trinitaria. Se trata, explicó Aznar, de una cuestión a la que se presenta una dificultad inicial, debido a la distancia que existía entre la cultura smieta nativa donde acontece el hecho cristiano y la concepción filosófica del helenismo cultural, en la que esta fe va a expresarse. Por ello, necesita de un lenguaje apropiado que mantenga la fidelidad al origen, pero al mismo tiempo, ese mismo contenido pueda ser significativo, relevante, para el oyente. Cuestión, por lo demás, de gran actualidad a lo largo de toda la historia del cristianismo. Sin duda, es legítima tal pretensión, señaló Emilio Aznar, ya que hay que escapar del mero fideísmo, en tanto que la Trinidad no es, en sentido estricto, un misterio incomprensible, sino el misterio de Dios al que se accede por la fe y por la razón, sin renunciar ni a una ni a otra. 

Se trata, en última instancia, de un momento natalicio el de estos primeros siglos, cuyas reflexiones serían matizadas en los grandes concilios cristológicos posteriores (Nicea, Constantinopla…). Cuatro figuras resaltan en esta primera época: Justino, Ireneo, Tertuliano y Orígenes. 

Emilio Aznar explicó, por otra parte, las convicciones de fondo de esta reflexión trinitaria inicial. 

En primer lugar, la cristología como el núcleo germinal de la reflexión trinitaria. Los primeros siglos la cuestión principal se refiere al Hijo. La fórmula inicial “Jesús es el Cristo” o «Jesús es el Señor” es llevada a cabo dentro del nuevo testamento y supone un vuelco determinante hasta una reflexión teológica y escatológica de la persona de Jesus. Hasta entonces, en el mundo judío, el término “Señor” sólo se aplicaba a Yahvé. De ahí que se dé una identificación personal del Jesús terrestre que vivió y del Cristo viviente hoy. Del hombre Jesus que conocieron los apóstoles con el Hijo eterno de Dios. En este sentido, recordó que la cuestión principal para los judíos era cómo un hombre puede ser Dios. Si eso fuera posible, entonces que la afirmación de que Jesús es el Señor atentaría contra el monoteísmo judaico. Pero para el mundo helenista también comportaría una contradicción ya que cuestionaría la trascendencia divina que propugna. Esta es la primera cuestión que inicia este proceso intelectual. La comprensión de la naturaleza de Dios y de la persona de Cristo va a partir de este momento de forma conjunta. Ambas son el objeto principal de reflexión. El problema clave es cuál es la relación de Jesús confesado como Hijo y Verbo con el Dios de Israel, tal y como el monoteísmo había entendido siempre a Dios. Surgen las primeras respuestas, insuficientes, a tal paradoja: el adopcionismo (Jesús sería un hombre extraordinario que debido a lo excepcional de su vida fue adoptado por Dios como hijo, es hijo a partir de su manifestación histórica), el modalismo (Dios es uno, el hijo sería un modo del mismo Dios, pero sin una distinción personal), el subordinacionismo (Jesús es Dios, Hijo de Dios, pero no es Dios de la misma manera que lo es el Padre, hay una subordinación, una diferencia de grado en la que el Hijo y el Padre se predican de ello que es Dios). Todas estas respuestas, insuficientes, serán cerradas por el Concilio de Nicea , que señala que el Hijo está al lado del Dios, explica su naturaleza igual que la del Padre, sólo diferenciada porque procede de él y está vuelto a él.

En segundo lugar, Aznar se refirió a la soteriología como norma de la verdadera divinidad del Hijo y del Espíritu Santo. a soteriología ha actuado como norma de la verdadera divinidad del Hijo y del Espíritu Santo. En la misma dirección explicada, históricamente, la certeza de la salvación de Cristo es la que provocaría la elaboración de los dogmas trinitarios y criptológico. Lo que nunca se ha puesto en duda que Jesucristo es el salvador. En este sentido, la preocupación por la salvación fue guía para Nicea (Si Cristo no fuera Dios, no nos hubiera podido salvar) y Calcedonia (Si Cristo no es verdadero hombre, no cabe la salvación de la humanidad). De ahí toda la teología del intercambio salvífico en la que se señala que el Verbo se hace hombre para que el hombre se haga Hijo de Dios exige que solo puede divinizar al hombre aquel que es verdadero Dios.

Pero la norma de fe se torna como criterio último de la teología y su valoración en la conciencia de los Padres. Explica Aznar que estos padres  No son teólogos meramente especulativos, sino que parten de la vida de la Iglesia y del interés de cualquier cristiano de acertar en una evangelización, que no se hace con la moral práctica sino con la reflexión teológica. Por esta razón, en ellos es muy fuerte la conciencia de sentirse obligados por la Tradición. San Agustín tiene una frase: “En lo relativo al pecado original, yo no he inventado nada, es la fe de la Iglesia”. Los Padres hacen referencia necesaria a la regla de fe. Si bien existió un credo apostólico pero cada uno hace uno hace una recopilación de la regla de fe a su manera pero todos conservan una estructura trinitaria. Orígenes decía “quiero ser un hombre de Iglesia y no el fundador de una herejía”.

Mencionó Aznar finalmente, los hitos fundamentales en el desarrollo dogmático-trinitario de este periodo histórico. Un primer hito referido a la teología del Logos como la pretensión de la verdad del cristianismo en la cultura antigua; un segundo relativo a las primeras reflexiones sobre la generación del Logos (S. Justino). Frente al ateísmo, la racionalidad de la fe; frente al politeísmo, la fe en el Dios único (monoteísmo) y su interna pluralidad (trinitario). Tercer hito: Economía trinitaria y salvación en Jesucristo (Ireneo de Lion). Frente a las elucubraciones de los gnósticos, la sobriedad del dato bíblico y la afirmación del ser eterno del Hijo en relación con Dios. La relación en entre la trinidad inmanente y la economía de la salvación. Un cuarto hito: El camino hacia la Trinidad inmanente (Tertuliano). La narración de la economía de la salvación fundamentada en el ser mismo de Dios. Acuñación de lenguaje: una substantia común, tres hipóstasis diferenciadas y finalmente, un quinto hito: la consistencia de las tres hipóstasis divinas (Orígenes). Afirmación definitiva de lo que significa la generación eterna del Hijo. Una teología trinitaria que acentúa la Trinidad.

El próximo lunes, 15 de marzo, tendrá lugar una nueva sesión del curso, esta vez a cargo de Javier Pérez Más, profesor de Patrología en el Centro de Estudios Teológicos de Aragón, con el tema “La Trinidad discutida y profesada II: NIcea y Constantinopla”. 

Programa e inscripciones en el Curso 2020/2021, pulse aquí.

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