I. LAS TRES VENIDAS DE CRISTO
Adviento significa venida. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida del Señor. La venida de Cristo al mundo se realiza bajo un triple plan:
pasado: Cristo vino ayer al mundo (es su venida histórica narrada en los evangelios);
presente: Cristo viene hoy a la Iglesia (venida misteriosa, real, a través de la liturgia);
futuro: Cristo vendrá en el juicio final (venida visible y gloriosa).
Es el mismo acontecimiento hecho
ayer historia visible,
hoy sacramento o realidad oculta,
mañana manifestación gloriosa.
1. CRISTO VINO: LA VENIDA HISTÓRICA DE CRISTO A PALESTINA
El Antiguo Testamento es el gran tiempo de espera. Después de un largo adviento de siglos, Cristo vino al mundo, en Belén, para salvar a la humanidad. Aquella venida fue una verdadera historia. Y lo que tuvo de historia, de suceso temporal, ahora solemos actualizarlo como recuerdo.
2. CRISTO ESTÁ VINIENDO: EL MISTERIO DE LA LITURGIA
a) Cristo, nuestra Navidad
Cristo está viniendo hoy a la comunidad cristiana. Nuestro AdvientoNavidad ya no es sólo el recuerdo de «aquella» Navidad histórica en Belén. Nuestra fiesta actual de Navidad contiene la realidad misma que conmemora. Cristo viene ahora y no ya para estar junto a los hombres, con los hombres, de forma histórica y visible, como ayer en Palestina. Hoy viene como realidad misteriosa para establecerse en el interior del hombre, de cada hombre.
Todas las cosas caminan hacia su fin como a la propia plenitud. Pero en el cristianismo el fin y la plenitud se han desplazado del término al centro de la historia, al aquí y ahora de cada hombre, de cada generación. Ya estamos «en la plenitud de los tiempos» (Gal 4,4); ya vivimos «en la última hora» (1 Jn 2,18). Ayer la plenitud de Dios vino a un hombre concreto, Cristo, nuestra cabeza. Él es el hombre tipo, modelo, el Alfa y Omega, el Principio y el Fin (Ap 21,6), «mi Hijo muy amado en el que tengo toda complacencia» (Mt 3,17). Ahora es el tiempo del Cuerpo Místico de Cristo, nosotros, que nos vamos configurando y transformando en él, por medio de la comunión de la palabra y del sacramento.
Cristo, ausente ahora de este mundo en su forma biológica, corporal visible, está misteriosamente presente, de modo real, por medio de la palabra y de los sacramentos. Esta es la verdad fundamental del cristianismo: Cristo vive con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros. Nos está haciendo concorpóreos suyos, solidarios de su persona y de su destino. No es un maestro que nos dejó sólo lecciones y normas. Cristo, que es nuestra cabeza, nos está infundiendo su vida, su filiación, su Espíritu. De tal manera existimos «en Cristo Jesús» que su vida, los misterios de su vida, sus sentimientos, se reproducen y actualizan en los fieles que repiten en sus vidas la misma vida del Señor. Son vivificados en Cristo (Col 2,13), crucificados con él (Gal 2,19), muertos en él (2Cor 4,10), sepultados con él en el bautismo (Col 2,12), resucitados con él (Col 3,1), sentados en los cielos con él (Ef 2,5-6).
Ahora todo hombre ha de encontrar a Cristo. Y no lo hallará en su imagen terrena. El camino del encuentro pasa necesariamente por la fe. Y la fe nos lo ofrece, presente y vivo, en las Escrituras, en los gestos sacramentales, en la comunidad creyente.
Cristo está presente en la Escritura y en el sacramento. Los dos van unidos. Se asimila el pan asimilando la palabra. Cristo, que es siempre el mismo, que es indivisible, que ya no cambia su condición gloriosa, se nos aplica a nosotros en el molde del año litúrgico actuando como fermento de la nueva masa, la nueva humanidad. La vida original de Cristo tiene alcances universales pues está destinada a transformar a todos los hombres. La persona y la vida de Cristo es el molde donde se configuran la comunidad y los creyentes.
b) Los cristianos hacemos visible la perenne Navidad de Dios en el mundo.
Dios se hace Navidad en los cristianos a fin de que nosotros nos hagamos Navidad de Dios para el hombre. Somos su cuerpo, su presencia, su visibilidad histórica. La Iglesia es sacramento del mundo. Ella ha de expresar, en su comportamiento humano y temporal, que ya está con nosotros la salvación de Dios.
La Navidad, que es verdadera venida de Dios a nosotros, coincide con la misión, que es la prolongación de la encarnación, de la Verdad y del Bien, desde la Iglesia y los cristianos, al mundo y a los hombres. Una Iglesia sin misión, sin difundir a Dios en el amor, ya no es Iglesia de Cristo. Quien se siente Iglesia, ha de expresar en su comportamiento una como constante Navidad de Dios para los otros.
3. CRISTO VENDRÁ: LA VENIDA DE CRISTO AL FIN DE LOS TIEMPOS
El motivo central de las lecturas bíblicas del Adviento es, también, la venida final de Cristo al fin del mundo.
Siendo Cristo nuestra vida, la venida de Cristo es el alma, el sentido último de la vida cristiana. El Adviento nos pone en actitud de esperanza. La esperanza no es una virtud, sin más: es el modo concreto de existir del cristiano. El hombre sólo progresa, sólo camina, cuando la esperanza le posee el corazón. Quien espera, ya está poseído por aquello que espera. La espera anticipa la posesión. Lo que en el hombre no es tensión, orientación, nunca llega a ser posesión.
El deseo más definido que el Adviento litúrgico pone en nuestros labios es: «Ven, Señor, Jesús» (Ap 22,20). O también: «A ti alzo mi alma, Dios mío. No quede yo defraudado» (Salmo 24).
Pero, ¿por qué concede la Iglesia tanta importancia a la preparación de un acontecimiento final? ¿No basta que nos preparemos en el momento de la muerte? Aquella venida de Cristo no será una repentización. Será la revelación de su venida ahora, en el tiempo de la Iglesia, de la liturgia, de la fidelidad al Espíritu. Entonces sólo vendrá, glorioso, en la medida en que hoy está viniendo, en la amistad personal, en la comunión sincera de la palabra y del pan. De una venida a la otra, hay continuidad real. Exactamente igual como la semilla se prolonga en el fruto. Quien ahora recibe a Cristo en la fe, anticipa y garantiza la venida de Cristo en la gloria.
II. CRISTO ESTÁ VINIENDO: EL MISTERIO DE LA LITURGIA
1. EL MISTERIO DE LA LITURGIA
No podremos comprender el meollo de la liturgia si todavía no nos hemos percatado de que la Biblia y los sacramentos, hondamente trabados, son los signos por excelencia de la presencia viviente de Cristo entre nosotros. Ya no vive aquí con su corporalidad temporal, la que tenía en Palestina. Así como su cuerpo físico era el signo de su presencia entre los judíos, ahora su corporalización visible está en la Escritura, en el pan, en los signos sacramentales. Quien quiera encontrarse con el Cristo viviente hoy, debe penetrar en el misterio de la liturgia para poder percibir su presencia.
No somos Iglesia hablando a todas horas de ella, sino viviendo el Misterio de Cristo, desde dentro de cada uno de nosotros mismos, como lo vivió y sintió en su propia entraña María después de la encarnación. María miraba a su propia intimidad. Abrazándose ella misma abrazaba a Dios, su Hijo. Hay que adquirir mirada interior. Quien no vive el año litúrgico, atento a la asimilación de la palabra de Dios, viva y actual, y a la celebración de los misterios de Cristo como acontecimientos presentes y reales, no pasa de ser un principiante, un aprendiz de cristiano. Por muchas verdades que conozca, no ha penetrado en el recinto sagrado del misterio. La verdadera iniciación cristiana es un encuentro con Cristo viviente por medio de la Biblia y la liturgia.
Representa una inmadurez grave leer la Biblia pensando que se trata únicamente de un documento, aun el más venerable, del pasado. Y es también una deformación lamentable limitarse a creer que cuando celebramos los misterios de Cristo en el año litúrgico, sólo hacemos recordar sucesos pretéritos que únicamente pueden ser actualizados mediante el recuerdo. La palabra de Dios y las celebraciones de estos misterios son la persona y obra de Jesús, su pascua, como acontecimientos contemporáneos, actuales, vivos, en todas las épocas y lugares, en cada creyente.
2. EL ORIGEN DEL ADVIENTO
La esperanza es tan antigua como el hombre. Los orígenes bíblicos de la humanidad están marcados por el pecado y la esperanza de la salvación. Todo el Antiguo Testamento es un clamor de súplica y espera. Cristo es el cumplimiento de las promesas y la plenitud de los tiempos. La Iglesia sigue tomando el Antiguo Testamento como marco pedagógico y vivencial de la espera a la hora de preparar a los creyentes al encuentro vivo con el Señor.
Nos es desconocido el origen romano del Adviento. El Concilio de Zaragoza del 380 al 381 manda que se vaya a la iglesia diariamente del diecisiete de diciembre al seis de enero. Esta costumbre era común en el norte de España y en el sur de Francia. La preparación consistía en prácticas ascéticas y una oración más asidua, A lo largo del tiempo, se extendió y profundizó, en el Adviento, el sentimiento de espera y el aspecto penitencial.
3. EL ADVIENTO, CERCANÍA Y PRESENCIA
Adviento significa venida. La Navidad es nacimiento. Epifanía significa manifestación. La piedad de los primeros cristianos estaba impregnada de la idea del retorno glorioso del Señor.
Los textos litúrgicos revelan una gradación sublime y significativa:
«Adoremos el Rey que vendrá» (primeros días);
«Cerca está ya el Señor: venid y adoremos» (días próximos);
«Hoy sabréis que va a venir el Señor y mañana contemplaréis su gloria» (Vigilia);
«Cristo nos ha nacido: venid y adoremos» (Navidad).