Lecturas

Isaías 55,1-3 – Salmo 144 – Romanos 8,35. 37-39

Mateo 14,13-21:
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.»
Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.»
Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.»
Les dijo: «Traédmelos.»
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Comentario

COMIERON TODOS HASTA QUEDAR SACIADOS

2020, 18º Domingo Ordinario

            En el evangelio de hoy Mateo habla de Jesús en su primera multiplicación de los panes. Jesús, después de una actividad intensa con la multitud, decide llevar a sus discípulos a un lugar tranquilo para descansar. Pero las multitudes le buscan ávidamente. En el trasfondo dinámico de toda la escena se advierte lo que es el tema dominante: el seguimiento de Jesús. Sentir hambre, seguir a Jesús y saciarse de su mensaje forman un todo conexo y concluyente. Jesús dedica con intensidad horas a hablar a la multitud y a curar enfermos. Los discípulos, después de una  jornada dura, sugieren a Jesús que despida al gentío para que pueda ir a buscar el alimento que necesita. Es una sugerencia lógica, coherente con la situación. Pero la escena está sirviendo para preparar la comprensión del modo de obrar de Dios que es diferente del de los hombres. Alimentarse de la palabra de Dios es prioritario porque es lo que verdaderamente sacia al hombre.

            Los discípulos proponen una sugerencia lógica a Jesús. Tienen delante una  multitud que lleva horas oyendo y necesita comer. Pero Jesús, al responder, les endosa un imperativo imprevisto: “Dadles vosotros de comer”. No se refiere a un comportamiento puntual. No está hablando solo de aquel momento preciso. Jesús se refiere a lo que constituye el corazón de la misión: dar de comer a los hambrientos. La sorpresa de los discípulos debió ser mayúscula. Jesús formuló una exigencia fundamental de la misión y de la misma eucaristía. Dar de comer es imperativo fundamental de la fe y es también componente primordial de la eucaristía. Pablo, refiriéndose a la cena, manda a los corintios compartir. En la escena del evangelio los discípulos permanecen con Jesús. Estarían fatigados como Jesús y hambrientos como la gente. Y Jesús les sorprende con una respuesta de inmenso alcance: “Dales vosotros de comer”. La sugerencia que los discípulos habían hecho a Jesús conllevaba la confesión de su incapacidad. La multitud tiene hambre y ellos son incapaces de dar una respuesta adecuada. Pero Jesús sabe lo que dice y habla no solo a sus discípulos, sino también a la Iglesia del futuro y nos grita a todos: “dadles vosotros de comer”. Mateo especifica el número de los oyentes de Jesús: cinco mil hombres sin contar mujeres y niños. A pesar de lo cual sobraron doce cestos de pan. Aquí vemos una referencia a las tribus de Israel. Jesús sacia a todos los que se le acercan. Todos comen y quedan satisfechos.

            Jesús, en el evangelio, se centra en la actitud de escucha de los oyentes. La receptividad o el rechazo de su palabra le preocupan sobremanera. Para él el mundo se divide en dos grupos, los que oyen y los que no oyen ni quieren oír. Encomia la sencillez receptiva de los niños. Oyen con el corazón abierto y manifiestan una sintonía y credibilidad absoluta. Son totales en lo que dicen y sienten. Hay que hacerse como niños en la acogida del evangelio, resalta Jesús. Pero Jesús insiste con pena en un número crecido de oyentes que, oyendo, no oyen, y viendo, no ven. Cuando se les habla no entienden. Son personas cerradas que a fuerza de no oír se han hecho incapaces de percibir. El hombre posee una gran unidad en sus facultades y sentimientos. Entiende con su cabeza, pero entiende sobre todo con el corazón. Hay razones del corazón que la cabeza no entiende. Muchos dicen que no creen. Pero lo que ocurre en el fondo es que no les interesa creer. Lo que no gusta, lo que incomoda, lo que no se ajusta a nuestros caprichos y necesidades, se entiende con dificultad y hasta no se entiende. Muchos, de creer en serio, tendrían que cambiar seriamentemente de vida y esto no entra en sus gustos y decisiones. Dios respeta nuestra libertad. Quiere que nosotros seamos nosotros mismos. La ilumina, la motiva, la atrae pero no la violenta.

            Nada tan maravilloso en la vida como sentir hambre y necesidad de Dios. El hombre debe abrirse camino hacia Dios. A Dios no vamos por multiplicación de acciones buenas. Muchos llegan a creer que están cerca de Dios porque practican rutinariamente el bien. El amor, la caridad, no crecen en nosotros multiplicando acciones buenas, sino por la mayor radicación del hábito en el corazón, por la elevación de la calidad del amor. El fuego abrasa según su calidad.

            El hombre tiene sed de infinito porque Dios le ha hecho para él. Dios le ha creado como imagen dinámica suya, con capacidad para realizar con él su propia vida conociendo y amando. Le ha creado con capacidad de Infinito. Quien no tiene el Infinito, no es él mismo. Siendo el hombre un ser limitado, Dios le ha dado una destinación infinita. Lo que el hombre es por naturaleza no le basta para ser lo que es por vocación y destino. Estamos modelados cristológicamente, hechos por Cristo y para él. El hombre debe dejarse iniciar, introducir, remodelar, recrear. Esta es la misión del evangelio en nuestra vida. Dejarnos evangelizar significa capacitarnos para convivir con el Infinito. Si las cosas y las personas nos atraen y nos hacen felices ¿cómo no lo va a hacer el que es el Autor de las cosas sin el cual no existirían? Este es el significado de las palabras de Jesús: “Dadles de comer”. El pan es él. Y lo es siendo y haciéndose palabra para nosotros. No hay hombre o persona allí donde no existe la palabra. Somos la palabra que hemos escuchado y acogido. Decir palabras es expresarse, decir el ser y comunicarlo. En la eucaristía Cristo se nos da como palabra proclamada y como pan consagrado. La palabra ilumina el pan y el pan da vida a la palabra. Hay que saber comer haciendo que la palabra entre por los oídos, penetre en el corazón y dé vida y sentido s nuestro comportamiento y valores. Sin el evangelio no existe el cristiano. El evangelio es la intimidad personal de Jesús. Nos identificamos con él leyendo, comulgando, dejándonos tomar y transformar por él. Nuestro deber es oír, escuchar, comulgar, identificarnos con él. Somos salvación en la medida en que somos evangelio conocido y vivido. Pidamos al Señor que él nos conceda hacer una verdadera organización de nuestro corazón y de nuestra vida.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com


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