Lecturas

Job 7, 1-4.6-7  –  Salmo 146  –  1ª Corintios 9, 16-19.22-23

Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

Comentario

CURÓ A MUCHOS ENFERMOS DE DIVERSOS MALES

2018, 5º Domingo ordinario

Tan pronto inaugura Jesús su actividad pública, advertimos claramente a dónde dirige prioritariamente su actividad. Dice Marcos que Jesús “curó a muchos enfermos y expulsó a muchos demonios”. La preocupación fundamental de Jesús es el hombre y su primer desvelo es curarle de todos sus males. Es un hecho tan evidente que si no nos pudieran tanto los prejuicios de nuestra cultura y mentalidad, y tuviéramos que priorizar las tareas de un cristianismo más cercano al evangelio, sin ningún género de dudas nos dedicaríamos con mayor ahínco, en nombre de nuestra fe, a eliminar el mal de los hombres de nuestro entorno. Creer en Dios es salvar al hombre. El hombre es imagen divina. Y salvar al hombre no se reduce a no hacerle daño: consiste en ayudarle todo lo posible y positivamente a que realice plenamente su vocación. En tiempos de Jesús el pueblo yacía postrado en una pobreza extrema. El objetivo explícito de la encarnación de Jesús fue inequívocamente sanar al hombre y curarlo de sus males integrales, materiales y espirituales. Nosotros estamos lejos de eso. El contraste entre nuestra abundancia ritual y la precariedad de nuestra solidaridad social constituye un evidente desequilibrio ante la voluntad y acción evangelizadora de Jesús. Quien quiera ser fiel al evangelio debe mirar con ojos nuevos al hombre, y sobre todo, al hombre sufriente y necesitado.

¿Quién es el hombre?  ¿Cuáles son hoy sus males y problemas? Sin duda, el mal del hombre es el mayor problema de nuestro mundo. El mal es un fenómeno tan grave y tan universal que se resiste a ser precisado y definido. Es un gran misterio que el hombre sufra tantos males, unos muy concretos, y otros más grandes y difusos; unos físicos, otros morales, otros de sentido. El mal es mucho más que la simple privación del bien. Hay males físicos, males psicológicos, males morales, males de sentido. Hay males absolutos y los hay en dependencia de la visión de las diferentes culturas y religiones. Para nosotros, los cristianos, el mal tiene una especial faceta de malignidad. Dios se ha encarnado y se ha dejado matar por el hombre malo. No es que el mal pueda vencer a Dios. Pero históricamente fue el mal lo que crucificó a Jesús. Y precisamente porque el mal alcanza al hombre, también históricamente ha alcanzado a un Dios que fue crucificado y muerto a causa de nuestros males. El mal es verdaderamente desconcertante. Y si es grave padecerlo es también muy grave causarlo, aguantarlo, tolerarlo, disimularlo, o vivir pasivamente ante él. Reflexionamos poco sobre el mal. Nuestras omisiones, el hecho de no integrar en nuestra fe la necesidad de combatir el mal, de no eliminar la ignorancia, originan muchos males en el mundo. Solo no hacer el bien que debemos es ya un mal muy grande. Para que triunfe el mal basta que las personas de bien no hagan nada o hagan menos de lo que deben. La frialdad de las personas buenas, o que se tienen por buenas, acarrea gravísimas consecuencias. Jesús viene al mundo y lo primero y principal que hace es atacar el mal, vencerlo y curarlo.

 

EL MAL ESTÁ INSTALADO EN NUESTRA VIDA

Nosotros no solo obramos el mal. Alimentamos, además, actitudes malas. Incluso llegamos a ser malos. Obramos el mal hasta cuando intentamos obrar el bien, pues reconvertimos nuestras cualidades, nuestra acción social y apostólica en ocasión o motivo de ganancia personal, de orgullo, de vanidad, de amor propio. Causamos tristeza y deprimimos. Nuestro mundo genera verdaderos pecados sociales: violencia física y moral, exclusión, corrupción, prepotencia, desequilibrios económicos. Genera verdaderos males personales. No afirmamos a Dios cuanto deberíamos. Limitamos nuestra comprensión de la Iglesia a su institución humana, y la reducimos a la jerarquía. No podemos decir con lealtad que amamos al prójimo como a nosotros mismos. Nos aprovechamos de los demás. No nos hacemos accesibles a ellos. No amamos la verdad. Callamos, o permanecemos impasibles ante el mal de los otros. Nos encerramos en nuestra individualidad y nos aprovechamos de los otros. Nos despreocupamos del problema social y no nos interesamos por sus causas y consecuencias. Malqueremos y nos enemistamos. Nos domina el afán de poder. Vivimos apegados al dinero como a un dios. Ayudamos no por generosidad, sino por provecho propio. Vivimos estancados en la mediocridad. No vivimos comprometidos. Somos vanidosos. Creemos tener siempre la razón. Aceptamos los prejuicios en curso sobre la sexualidad.

 

DEJARNOS CURAR POR JESÚS

Jesús tiene poder de curar nuestros males. Y nada desea tanto como hacerlo. Nosotros tenemos que saber acercarnos a él como lo hacían tantos enfermos en los relatos del evangelio. “Hágase en la medida de tu fe, “tu fe te ha curado”, solía decir Jesús a los que le pedían la curación. En el evangelio la sanación de Jesús es siempre  proporcional a la fe y a la confianza. Tenemos que aprender a ejercitarnos en una presencia viva y vivificante. Al dirigirnos a Dios deberíamos aprender a ser más veraces y realistas manteniendo una confianza seria y total. Deberíamos decirle muchas veces como las hermanas de Lázaro “Señor, aquél a quien tú amas está enfermo” (Jn 11,3). Atrevernos a presentarle nuestras enfermedades y males es el primer paso de la curación. Hoy en el evangelio nos enseña Jesús el camino de nuestra transformación. Es el recurso a una oración muy sincera. Debemos aprender a orar nuestros males concretos exponiéndolos al Señor para que él los cure. Dice Marcos que Jesús “se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar”.  Jesús aparece permanente y totalmente conectado con el Padre. Es testigo y maestro de oración. Para él el Padre es el-todo-valor. La oración es para él verdadera necesidad. En los momentos difíciles e importantes Jesús siempre oró al Padre. Oró para llegar a conocer y para vencer. La oración de Jesús procede de su condición de hijo. Es la respiración de su alma, el alto en el que él hallaba su descanso, su secreto y su vida más profunda. Lejos de aislarlo, la oración lo hundía más profundamente en el corazón de su misión. Jesús nos enseña a pedir con sinceridad e insistencia. Orar en serio es emprender ya el camino de la realización definitiva. La oración transforma. Nos hace ser otros. Nos conduce a ser y existir del todo. Orar y pedir con confianza e insistencia  es experimentar nuestra capacidad y apertura al sentido, es romper nuestra soledad y aislamiento. Orar es emprender el camino de la libertad y de la curación cuando deseamos de verdad y pedimos de corazón. Orar es ser otro. Es acercarnos a Dios y experimentar su amor y su omnipotencia.

 

SER EVANGELIO VIVO

Proclamamos el evangelio para escribirlo en los corazones. No es suficiente un evangelio escuchado y aprendido. Es necesario un evangelio vivido. Nos detenemos ante los evangelios escritos. Pero si se escribieron fue para que pudieran ser proclamados a todas las generaciones. No persisten congelados. La relectura en todos los tiempos y lugares es verdadera revelación. Dios no solo habló, habla. Es Dios de vivos, no de muertos. El agua de un manantial sigue siendo ella misma cuando discurre por el río, kilómetros abajo. A un sentido literal original pasado, sigue hoy un sentido simbólico espiritual, actual. Dios nos habla siempre en nuestras circunstancias personales y comunitarias. Hay que saber cultivar un corazón que escucha. Tenemos que atrevernos a decirle muchas veces: “Señor, si tú quieres, puedes curarme”.

                                                                        Francisco Martínez

www.centroberit.com

E-mail.berit@centroberit.com

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