Lecturas

Éxodo 34, 4b-6. 8-9  –  Salmo: Daniel3, 52-56  –  2ª Corintios 13, 11-13

Juan 3, 16-18 :

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Comentario:

LA SANTÍSIMA TRINIDAD, 2023

             Concluido el tiempo pascual centrado en la celebración los misterios redentores de Cristo, la Iglesia, como síntesis de todo lo vivido, nos propone una fiesta singular: la Santísima Trinidad. Se trata de un misterio muy profundo debido a la grandeza de la vocación cristiana que es compartir la vida misma de Dios tal como es en sí. Estamos destinados por Dios a participar y correalizar su propia vida. Quien no está abierto y comunicado en su vida con los demás, quien no ha desarrollado en su vida personal hábitos de relación y comunicación, quien está muy centrado en sí mismo, no puede comprender bien este supremo acontecimiento. Solo Dios puede abrir y llenar el corazón del hombre.

Cristo vino ayer a Palestina y vendrá también al mundo al final de los tiempos. Entre una y otra venida está la sucesión de venidas que, como iluminaciones de la mente e impulsos del corazón, él hace a cada uno de nosotros mediante el don cotidiano de la gracia y del Espíritu Santo. Se ordenan a la transformación de que gozaremos en el cielo cuando se revele del todo la presencia dinámica de Dios en nuestras vidas. La Santísima Trinidad es fuente, modelo y meta de nuestra vida cristiana. Solo conociendo a Dios podremos conocernos a nosotros mismos y conocer también nuestro propio destino. La lejanía de Dios es lejanía de nosotros mismos.

Dios es Padre, es Hijo y Espíritu Santo. Como Padre es Ser Infinito, Fuente Absoluta, Hogar Radical. Como Hijo es Verdad Total, Conocimiento Absoluto, Revelación Suprema. Como Espíritu es Amor Infinito, es Unión y Comunión Absolutas, Alegría sin fin. En Dios el Hijo nace y procede del Padre, y el Espíritu procede del Padre y del Hijo. Estos procesos son como infinitos desbordamientos del Ser, del Conocer y del Amor. Son comunicaciones Infinitas. No tenemos un Dios estático o solitario, sino un Dios Comunicación y Comunión infinitas. Y Dios no ha querido vivir solo, sino comunicado en el hombre, compartiéndose con él. Dios nos introduce en el misterio de su vida divina y nos hace correalizar su intimidad. Seremos felices en la experiencia de la comunicación infinita de Dios a nosotros. El Padre es para nosotros Hogar, Fuente, Ser, Acogida, Intimidad compartida. El Hijo es para nosotros Verdad, Conocimiento, Revelación. El Espíritu es para nosotros Amor, Unión y Comunión, Paz, Alegría. Los procesos dinámicos que hay dentro de Dios se desbordarán en nosotros, tal como son en sí, abarcándonos.

Dios quiere ser Presencia viva y vivificante en nosotros y quiere no solo que pensemos nosotros, sino que seamos iluminados directamente por él; no solo que actuemos nosotros, sino que seamos inmediatamente movidos e impulsados por él. Es en él y con él donde nosotros somos, nos movemos y existimos, correalizando, conviviendo, compartiendo. “En él somos, nos movemos y existimos” (Hch 11,28). Su vida es la nuestra. Su conocer es el nuestro. Su amor es también nuestro. Nada quiere tanto Dios como que vivamos en él, nos dejemos amar por él, y gocemos con él y en él. La acción directa e inmediata, personal, del Espíritu Santo en el interior de cada uno de nosotros es el hecho más testificado y sublime de la vida cristiana. Es la gran promesa y el testamento de Jesús.

Dios es Misterio infinito. Cunde la idea generalizada de que lo infinito y misterioso es inabordable e inaccesible. Esto lleva al hombre a perder el sentido de lo eterno, la peor de las pérdidas. No pocos evangelizadores sucumben a la tentación de confesar que solo pretenden decir “palabras sencillas”. Esta actitud conlleva el trágico peligro de que, queriendo hablar, no digamos nada. Sin embargo, hasta los niños hacen hoy alarde de ingeniosidad en informática y en medios modernos de expresión y transmisión. El hombre está hecho a imagen de Dios y viendo y conociendo la imagen entendemos mejor el modelo. En lo tocante a la fe comprendemos más con el corazón que con la cabeza, más con el amor que con la razón. Todo creyente puede y debe situarse con frecuencia ante el misterio. No todo lo que el hombre vive entra en él por vía de la razón, del conocimiento lógico y matemático. El mundo de la necesidad, de los deseos y aspiraciones, de los ideales y sueños es amplísimo y real. Y además, y sobre todo, “el Espíritu se une a nuestro espíritu” (R 8,16) y nos da capacidad de Dios. “El Espíritu sondea las profundidades de Dios” (1 Cor 2,10). “En su Luz veremos a Dios” (Sl 5,10). El hombre por sí solo es incapaz de entender. Pero Jesús afirma que el Espíritu que él enviará “nos lo enseñará todo” (Jn 14,26). Y Pablo comenta que “nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de parte de Dios para reconocer las gracias que Dios nos ha otorgado” (1 Cor 2,11-15). Nada quiere tanto Dios como ser conocido y amado y que este conocimiento y amor sean la delicia y dicha del hombre. Solo la fuerza y el poder del Espíritu pueden hacerlo.

El hombre moderno ha perdido su identidad y camina por sendas perdidas. Jesús habló de un cambio que supone “nacer de nuevo”, y “nacer de lo alto” (Jn 3). Ante los reparos y asombro de Nicodemo, Jesús no suavizó la necesidad, la reafimó. “El que no nazca de lo alto no puede ver el reino de Dios” (Jn 3,3). Morir a lo viejo y nacer a lo nuevo, siempre y a cada momento, expresa bien la tarea del cristiano de hoy que acumula un grave exceso de frialdad e indiferencia. El cristiano de hoy no tiene un pensamiento global. Vive de fragmentos. Se contenta con poco, Y, sin embargo, su vocación es trascendente. Su voluntad no es libre, está encadenada. Es esclavo y no lo sabe. No posee la Verdad, sino pequeñas verdades. No tiene el Bien con mayúscula, sino bienes pequeños y efímeros. No es del todo, juega a serlo.

El misterio de la Trinidad nos afianza en la seguridad de que hay otra forma de ser, de conocer y de amar que tenemos el deber y la dicha de afrontar. Hemos perdido el sentido de lo eterno y el misterio trinitario es invitación de Dios a recuperarle. En ello nos va la vida. Dios es Padre, Hijo, Espíritu. Es Ser, Conocer y Amor. Dios es a la vez Amante, Amado y Amor. Y quiere que le compartamos y participemos. Dios es invitación apremiante a Ser, y debemos superar la máxima herejía moderna, la de sustituir el ser por el tener. El verdadero ser no tiene precio. Todo el oro del mundo no vale ante la posibilidad de ser cuando ello conlleva los valores de la Verdad, la Bondad, la solidaridad, la responsabilidad. Dios nos invita a conocer más y mejor sabiendo que en Dios recibir la luz es recibir la Palabra, recibir la filiación del Hijo. Saber y conocer es amar. “Quien ama conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios” (1 Jn 4,7). En Dios solo conocemos si amamos. El que no ama no sabe, no conoce. Dios nos da el Espíritu para hacernos capaces de Dios. Dios es amor por lo mismo que es Dios. En Dios ser es amar. El amor es su esencia, de forma que es imposible que no ame. Dios no solo tiene manifestaciones de amor, es amor. Y nos da capacidad divina. En Dios amamos con él, en él y como él. Ciertamente, necesitamos creer no solo en Dios, sino en el amor de Dios que es poderoso y sublime. La Santísima Trinidad es nuestro origen, es nuestro modelo, es nuestra meta. Demos gracias a Dios que es maravilloso con nosotros.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

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