Lecturas

Números 11, 25-29  –  Salmo 18  –  Santiago 5, 1-6

Marcos 9, 38-43. 45. 47-48: En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.»
Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»

Comentario::

EL QUE NO ESTÁ CONTRA NOSOTROS

ESTÁ A FAVOR NUESTRO

Domingo 26º Ordinario, 2021

            El evangelio de hoy sigue relatando el camino de Jesús con sus discípulos a Jerusalén. Dice que, durante el mismo, Jesús les hablaba “con toda claridad”. Tres veces predice que el Hijo del Hombre va a ser ejecutado y que resucitará. Pero los discípulos no entienden. Ellos interpretaban el reino que Jesús anuncia de forma política y social. Pero Jesús es terminantemente claro. Y predice los acontecimientos con toda exactitud. En el evangelio de hoy Jesús da normas a propósito de tres situaciones que surgen en el camino. En la primera Juan, con el asentimiento de los discípulos, expresa su indignación a la vista de un extraño que expulsa demonios en nombre de Jesús. Juan quiere monopolizar a Jesús, impidiendo que otros hagan cosas buenas. Pero para Jesús lo importante es hacer el bien, al margen de la pertenencia de cada uno. Jesús enseña a ser personas tolerantes e inclusivas. En la segunda situación Jesús incide en la recompensa que recibirá quien ayude a uno de los suyos, no valorados, necesitados, que creen en él. Deben acogerlos, y no escandalizarlos, no permitiendo que sus necesidades y su pobreza malogren su proyecto de vida. En la tercera situación Jesús afirma que la fidelidad en el seguimiento tiene unas exigencias muy altas y que hay que estar dispuestos a asumir sacrificios renunciando a todo aquello que nos separa de él. La sentencia de Jesús es terminante: o él o la Gehenna, el lugar donde se quemaban las basuras, es decir, el sinsentido y fracaso.

Jesús pide un gran sentido de empatía y generosidad. De nada sirven el individualismo o la simple camaradería. Nos enseña que no es correcta la envidia ante el bien que los otros hacen “aunque no sean de los nuestros”. Somos en exceso egoístas. Nos sentimos dueños de los dones que Dios nos da, de la misión que él nos encomienda. Hay quienes piensan que lo mío, lo nuestro, es siempre lo mejor. Incluso hay quienes afirman que los otros se exponen al peligro de condenarse si no se afilian a los nuestros. En política hay fanáticos que prefieren con descaro el error de los propios a la verdad de los otros. Hay ciertamente una oposición que es positiva. Pero hay otra que es siempre aniquilación de lo diferente, aunque sea mejor. Todos nosotros solemos estar muy apegados a lo nuestro y cerrados a lo que viene de los demás. Y esto no es solo desacierto, sino que nos impide crecer y nos empobrece sobremanera. La vida crece por comunicación de lo distinto y diferente. El orgullo cierra. La humildad abre y hace crecer. Jesús enseña a hacer el bien al margen de nuestras pertenencias. Nos ofrece una gran lección para la vida personal, social y eclesial.

Jesús habla de la recompensa que recibirá  quien asista a alguno de los suyos, es decir, a uno de los humildes que le siguen. El lenguaje de Jesús se vuelve  severo cuando se refiere al seguimiento. Él mismo es modelo de radicalidad en el gran testimonio de su vida y de su muerte. Para él es mejor sufrir una mutilación parcial y temporal que la perdición total y eterna. Jesús no quiere que el hombre se mutile o le mutilen. Invita con la mayor claridad posible a realizar los sacrificios más costosos en favor de la verdadera y dichosa integridad. La Iglesia romana de la persecución de Nerón debió de tener en gran estima esta doctrina de Jesús.

Jesús instruye con insistencia a sus discípulos, pero estos no entienden. Nos sucede también a nosotros. Hemos nacido en una cultura cristiana. Pero, teniendo información sobre Jesús, no tenemos un Jesús vivido.  La crisis mundial de la fe hoy es algo parecido a la situación titubeante de los discípulos de Jesús ayer. La costumbre nos sedimenta en el error y el resultado es un cristianismo pagano.  Hay una gran diferencia entre el cristianismo de las bienaventuranzas y parábolas de Jesús en Palestina y el nuestro contemporáneo. En la raíz de la secularización actual está la fascinación que produce el mundo cultural moderno en contraste con el sacrificio que impone el evangelio. Los discípulos de Jesús ayer y el hombre actual piensan que, en la fe, dejan mucho más que reciben. Experimentan vértigo y abandonan. El problema de una evangelización actual es hoy muy grave porque no vemos en forma alguna que la Iglesia de hoy fascine y asombre con una presentación de una fe renovada. El hombre actual tiene enferma la mirada, los ojos. Y, como dice Jesús, “si la luz que hay en ti es oscuridad ¡qué oscuridad habrá!” (Mt 6,22-23). El hombre o vive como piensa o termina pensando como vive. No hemos personalizado la fe. No tenemos impactado el hondón de nuestra afectividad asombrada. Ocurre en nosotros como cuando introducen una ficha electrónica en el ordenador. Repite lo que le han grabado dentro, pero carece de espontaneidad y no sabe lo que suena. Un ordenador no tiene alma. Es una realidad mecánica, no consciente. Ocurre también en nosotros. Cuando hablamos no hablamos nosotros, otros hablan en nosotros. Somos seres hablados. No hemos personalizado la fe porque no hemos aprendido a oír a Jesús en directo a través de su evangelio.

Se piensa de forma generalizada que nuestro cristianismo está en crisis. Nosotros pensamos también lo mismo. Pero somos no solo expresión de la crisis, sino también causa de la misma. Somos prófugos de Cristo. Estamos huidos. Vivimos una fe a nuestra manera, no a la manera de Cristo y de la Iglesia. La pandemia nos ha hecho todavía más prófugos y nos ha hundido en la madriguera. La estamos viviendo a nuestra manera, no a la de Jesús. Hemos desertado de la comunidad, nuestra familia en la fe, y de los que sufren en primera línea. Nadie percibe nuestro testimonio. No estamos en vanguardia. Somos masa, no elegidos. Pensamos que todo se agita y muere. La historia sagrada del “pequeño “rebaño” se repite. Y Dios se apoya de nuevo en la inutilidad del hombre. Sin embargo hay una verdad terminante: lo mejor de cristianismo no está en el pasado, sino en el futuro. Se está agotando una forma de vivir el catolicismo, pero no el catolicismo. La edad de oro de la Iglesia comunidad está naciendo. Hoy, en el seno del cristianismo, hay motivos para el optimismo. Nuestra crisis no es de muerte, sino de crecimiento. Abandonamos lo viejo y asumimos lo nuevo. Ahora la gran novedad es la espiritualidad del laicado. Nunca, en la historia de la Iglesia existió un Concilio con más de 3000 obispos para reconsiderar y organizar la Iglesia como “pueblo de Dios” y “Cuerpo de Cristo” hoy en el mundo y para el mundo. La espiritualidad de los seglares, alentada durante siglos por monjes, había tenido siempre un talante monacal, de huida del mundo.  Pero el Concilio sentenció: “los seglares tienen como misión propia arreglar y componer según Dios los asuntos temporales”. Y el Papa Francisco nos impulsa a las periferias sociales. Dicen que en nuestro tiempo está apareciendo una Orden nueva cuyo convento es la Iglesia, cuyas reglas son el evangelio, y cuyo hábito es “revestíos de Cristo”: ¡son los seglares, el laicado! Pero no es una nueva orden, sino la Iglesia mundial. Esa misma que en sus distintas confesiones representa hoy, de una manera u otra la máxima dimensión global de la humanidad de todos los tiempos con sus más de 3000.000.000 de personas. Ahora vivir la fe nos encarna en el mundo, comprometidos en el desarrollo humano y la promoción de la justicia social, en la evangelización de la cultura, de la economía, de los sentimientos humanos y de la convivencia social. Y aprendemos a luchar por el sentido cristiano de las realidades temporales.

Los cristianos hoy debemos regresar al cenáculo comunitario para recibir el nuevo pentecostés conciliar que nos abrirá los ojos a una nueva visión de la eucaristía, una nueva escucha del evangelio, y al compromiso por una caridad verdaderamente evangélica.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail: berit@centroberit.com

 

 

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