lecturas

Isaías 35, 4-7  –  Salmo 145  –  Santiago 2, 1-5

Marcos 7, 31-37: En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Comentario

 

HACE OIR A LOS SORDOS Y HABLAR A LOS MUDOS

  1. 23º domingo ordinario

Jesús, en su itinerario misionero, se encuentra en tierra pagana. Él había afirmado que había sido enviado a los hijos de Israel. Pero en diversos momentos afirma claramente la universalidad de su misión. Él se circunscribe inicialmente a Israel porque es en ese pequeño pueblo donde se genera la esperanza  de una historia de salvación. Dios viene discretamente al mundo y para restaurar su soberanía, elige lo pequeño y débil humano como prueba y comprobación de que todo es obra suya, no de los hombres. Jesús, aun hallándose en tierra pagana, no ve obstáculo para dar allí a conocer el reinado universal de Dios. En el contexto de estos relatos Jesús no tiene las cosas fáciles. Herodianos y fariseos andan mal con él. Encuentra también dificultades entre sus familiares y paisanos. Pese a todo Jesús se empeña en hacer presente la soberanía salvadora de Dios. Hoy le toca experimentar esa salvación a un sordo. Estamos ante un típico milagro de curación. Le presentan a Jesús un sordo que, además, tampoco podía hablar. Y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo suspiró y dijo: “Effetá, esto es “ábrete”. Probablemente Jesús se refiere a la persona y no solo a los oídos.

Jesús ya había dicho aquello de “quien tenga oídos para oír que oiga”. Nada quiere tanto como ser escuchado y acogido. Hay un oír espiritual que conlleva la aceptación de Jesús y de su mensaje. Le piden el oír físico y él da el oír integral de la salvación. Jesús, además, impone silencio sobre lo acontecido. Quiere evitar el peligro de que hagan de él un líder a la manera humana, un personaje social extraordinario. En la base del reino de Dios que él anuncia, está el acontecimiento de la cruz que implica dar la vida por los demás. Esto es difícil de entender. Para evitar el error, Jesús bloquea el camino del éxito, del triunfo, y prohíbe divulgar el suceso.  Es lo que constituye el llamado “secreto mesiánico”. Jesús salva a los hombres no añadiendo la omnipotencia de Dios a la impotencia del hombre, en una concepción de la salvación basada en los poderes humanos de este mundo, sino en el amor que reviste de impotencia humana la omnipotencia divina de Dios. La cruz, para Jesús, no es un incidente ocasional, sino ley universal para todos los que le siguen.

Vivimos la cultura del interés y solemos escuchar muy poco a los demás. No somos una generación que escucha. ¿Por qué nos tienen que decir las cosas tantas veces en casa? ¿Por qué el cristiano de siempre es hoy tan impermeable a la voz del evangelio? ¿Por qué un concilio tan singular y universal como el Vaticano II es tan desconocido de los católicos de hoy? ¿Por qué hay hoy grandes sectores de la humanidad tan poco escuchados por los demás? ¿Por qué hay tanta gente que en casa, en la misma familia, dice ¿por qué cuando te hablo no me escuchas? El evangelio de hoy nos presenta a un enfermo que es sordomudo y lo llevan a Jesús para que le cure el oído. Jesús no era un otorrino, pero sí era un sanador de sorderas físicas y espirituales. Hay hoy muchas personas y comunidades cristianas que escuchan poco el evangelio. Y que lo comunican mal. La sordera es la metáfora para  para hablar de la cerrazón  y la resistencia del pueblo de Dios. Somos una generación impermeable a la palabra de Dios. Es evidente de que cuando le presentan a Jesús un sordo, con dificultad de hablar, estamos también ante un hecho simbólico. Somos nosotros los que Jesús sitúa ante él,  ante la oportunidad singular de ser curados de sordera espiritual. Lo más caracterizante de nuestra fe es el hecho de que Dios se revela él mismo a todos y a cada uno. Y lo peculiarmente sorprendente es que él no solo habla, sino que asiste y ayuda al hombre para responder con sintonía y receptividad. El hombre no solo debe responder con la boca, sino con la vida. Porque lo que Dios intenta es la dicha del hombre, una vida en comunión con él. El pueblo vive en cautividad en Egipto, en Babilonia, en sí mismo, en su replegamiento egoísta. Y Dios le convoca a la salud, a la libertad, a la dichosa sintonía permanente con él.

Dios revela sus designios por medio de los profetas. Pero lo asombroso de la fe cristiana es que Dios se revela a sí mismo, primero, por medio de la Sabiduría que es el conocimiento que da el amor. Y después por la encarnación de su propio Hijo, Jesucristo. La Sabiduría viene leyendo mucho el evangelio, comiendo y asimilándolo. Él conoce al Padre y es conocido por él. Es su Verbo o Palabra. Y él comunica no el conocimiento que produce la carne y la sangre, la simple información, sino el mismo que tiene el Padre. El conoce engendrando. Solo el Hijo conoce al Padre y lo conocen también aquellos a quienes el Hijo los revela (Mt 11,17). El conocimiento cima y verdadero lo hace el Espíritu Santo que habita en el interior de cada hombre, según la promesa de Jesús: “Él os dará a conocer todas las cosas”. Este conocimiento es tan poderoso que nos hace no solo conocedores, sino hijos de Dios. Conocer es engendrar, dejarse engendrar. “En su Luz veremos la luz”. Nuestro gran problema es ver lo que no vemos, porque no tenemos los ojos abiertos, y escuchar lo que no escuchamos porque tenemos mucho ruido humano en los oídos y en el corazón. Estamos hechos para grandes cosas y vivimos al margen de ellas porque no las conocemos, y no las conocemos porque no nos dejamos hablar. La gravedad del cristiano actual es que no solo rechaza, sino que además ignora. E ignora porque no ama.  Está sordo y mudo. No habla ni desea. El problema del hombre es cómo se forma el conocer entusiasmado. Jesús ha dicho: “Esta es la vida eterna que te conozcan a ti y a quien enviaste, Jesucristo”. El problema de fondo es ver lo que no vemos, conocerlo y amarlo, desasearlo. No escuchamos porque nos hemos hecho sordos. No vemos porque nos hemos hecho ciegos. Solo Jesús puede curarnos y él se ofrece a ello. Cada persona invierte diariamente horas para ver la televisión. Ver a Dios es poseerlo. Deberíamos dedicar más tiempo para conocer y hacerlo con todo el ser, de todo corazón.

Necesitamos leer el evangelio y no detenernos en un conocimiento meramente informativo. Necesitamos comulgar, hacer propio, salir del todo de nosotros, caminar del todo hacia él y dejarnos transformar por él.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

 

                                                                

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