Lecturas
Apocalipsis 11, 19a.12,1-6a – Salmo 44 –
1ª Corintios 15, 20-27a
Lucas 1, 39-56:
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de Maria, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Comentario
ASUNCIÓN DE MARÍA
EN CUERPO Y ALMA A LOS CIELOS, 2020
En el corazón del verano celebramos la fiesta de la Asunción gloriosa de María en cuerpo y alma a los cielos. Esta solemnidad ha obtenido en el curso de los siglos un gran arraigo y expansión en el pueblo cristiano, de tal modo que ha sido elegida y venerada como titular de numerosos altares y templos de la Iglesia universal, y como patrona de numerosos pueblos y ciudades del mundo.
La Iglesia universal celebra hoy esta solemnidad en el contexto de una intensa renovación teológica y pastoral propiciada por el Vaticano II. Efectivamente, a una exaltación emotiva de María basada en el fervor del pueblo, festejada como una especie de diosa en su condición de mujer en una religión sin grandes referencias femeninas, ha seguido otra muy diferente formulada por el Vaticano II y la Exhortación Apostólica de Pablo VI Marialis cultus dentro de una cristología y eclesiología explícita, en un marco decididamente bíblico, litúrgico, trinitario, cristocéntrico, eclesial y ecuménico. La imagen de María que fluye de este movimiento, da de lado a modelos y esquemas representativos de culturas ya claramente desfasadas y se expresa más en consonancia con la realidad psíquica y sociológica del modelo de mujer de la cultura actual. De esta forma se evitan, según el Concilio las desfiguraciones de “un sentimentalismo estéril y transitorio y de una vana credulidad”.
Pio XII, el día 1 de noviembre de 1950, definió como divinamente revelado el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos al final de su vida terrena. El Papa no apoyó la evidencia de esta verdad en ningún texto específico de la Escritura, sino más bien en una visión global de la misma y en el testimonio de fe común y universal de todos los fieles. Durante siglos el pueblo cristiano pensó que María siempre estuvo plenamente asociada a Jesucristo en su misión de salvador y de redentor de los hombres. Y si Dios la unió singularmente a la lucha contra el pecado y la muerte, la debió asociar también al triunfo de la gloria, a la victoria sobre el pecado y la muerte. Su misión singular de madre de Dios y de asociada generosa del divino Redentor, sus privilegios de inmaculada concepción y de virginidad perpetua, entendidos en su globalidad como principios de unión con Cristo, hacen que María, como coronamiento de la gracia de Dios en ella, no solo fuera inmune de la corrupción del sepulcro, sino que alcanzase también la victoria plena sobre la muerte, es decir, fuera elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo.
La razón de la glorificación de María es Jesús. María vivió siempre en función de Jesús. Fue madre e hizo de madre. Vivió siempre plenamente identificada con su Hijo. Fue perpetua rumiante de su palabra. La carne de María es carne de Jesús. María es Jesús comenzado. La Asunción corporal de María a los cielos es consecuencia de esta abundante gracia de Dios. Y fue también consecuencia del gran aporte de María en la historia de la fe. Nadie estuvo tan unida a Cristo como María. Le engendró y le dio a luz. Fue siempre madre solícita. Le presentó a la humanidad en la cueva de Belén. Formó su humanidad, su piedad, su fe. Lo ambientó en la piedad, en la solidaridad, en la entrega fraterna, en la austeridad y la pobreza. Vivió comprometida con Jesús en máxima identidad e intimidad durante treinta años en Nazaret. Estuvo presente en Caná, en el Calvario, en el nacimiento de la Iglesia. María ha ocupado un puesto importante en la liturgia, en la devoción popular, en la doctrina, en el arte. Ha estado siempre plenamente asociada a la persona del Hijo.
Cuando decimos que María subió a los cielos en cuerpo y alma, no pensamos en un proceso espacial de subida corporal por los aires. El cielo es Alguien, no algo. Es una Persona, no un lugar. La palabra “cielo” hace referencia esencial al modo de vivir propio de Dios. El cielo está donde está Dios. Es Dios. Entrar en el cielo es alcanzar una relación cálida y emocionada con Dios. Es unión y comunión con él. María tuvo siempre enemistad plena con el pecado, y vivió plenamente negada a la frialdad y la indiferencia. Fue siempre “llena de gracia”, llena de relación cálida y emocionada. La gracia es caerse en gracia de forma total.
María, asunta al cielo, no es algo aparte de la Iglesia. No existe como algo distinto y por encima de ella. María, glorificada en cuerpo y alma en el cielo, es imagen y comienzo de la Iglesia del siglo venidero. Con ella ha comenzado ya la futura realidad, la última y definitiva de la misma Iglesia, la imagen perfecta de lo que habrá de ser la Iglesia en el futuro. María es el miembro inicial y perfecto de la Iglesia histórica. No está fuera o por encima de la Iglesia; la Iglesia con ella alcanza ya su perfección. Toda su misión maternal, y su cooperación con Cristo, existen en función de la Iglesia. Es su figura y su modelo. En su realización histórica, la Iglesia tiene que inspirarse en ella en un continuo proceso imitativo y de identificación. En ella ha conseguido ya la cima de la perfección moral y apostólica. La Asunción de María no puede entenderse como algo que separa, aunque sea por elevación, a María del resto de los cristianos. Ella significa, por el contrario, su plena inserción en el misterio de la comunión de los Santos.
Que María, en su Asunción en cuerpo y alma a los cielos, nos ayude a totalizar y unificar nuestra vida en el amor a Dios y en la misión evangelizadora de animar espiritualmente a los hombres, nuestros hermanos.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
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