Bienvenida:

Queridos amig@s: 

Es Pentecostés, que nos recuerda la presencia permanente y dinámica del Espíritu de Jesús en nosotros, iluminándonos, impulsándonos, transformándonos para que seamos testimonio vivo del evangelio. La presencia del Espíritu, que vive y actúa siempre en todos, respetando nuestra libertad personal, constituye lo esencial de la vivencia de nuestra fe. Pentecostés es el acontecimiento originario y esencial de la Iglesia. Es la fiesta de la nueva humanidad. Es la mayor gracia de Dios al hombre. El Espíritu es el poder y la fuerza de Dios en cada uno de nosotros. 

¿Cómo eres tú foco de fuego y frescura de manantial,

quemazón, dulzura que sana nuestras impurezas?

¿Cómo haces del hombre un dios, de la noche una lumbrera,

y del abismo de la muerte sacas la nueva vida?

Como la noche desemboca en el día, ¿puedes tú vencer las tinieblas?

¿Llevas la llama hasta el corazón y cambias el fondo del ser?

¿Cómo es que siendo uno con nosotros nos haces hijos del mismo Dios?

¿Cómo nos quemas de amor y nos hieres sin espada?

¿Cómo puedes soportarnos, permanecer lento a la ira

y, por otra parte, eres capaz de ver hasta nuestros menores gestos?

¿Cómo puede tu mirada seguir nuestras acciones desde tan arriba y tan lejos?

Tu siervo espera la paz, el coraje en las lágrimas.

 (San Simeón)

Proclamamos el evangelio del próximo domingo: 

Véase: www.centroberit.com, apartado Evangelio y Comentario).   En torno a la escucha del evangelio, hacemos una breve meditación y la compartimos con el grupo.

Tema de la reunión: “El Espíritu se une a nuestro Espíritu” (para acceder al texto pulsa aquí).

El hombre verdaderamente maduro, el que está alcanzando su propia identidad, no es el que todavía vive bajo el imperio del instinto, ni el que está dominado por la pura racionalidad. Es el que está dominado y conducido por el espíritu. Aquél que, abierto a Dios, ha experimentado una gran unificación interior y vive en armonía con los otros en gran amor y gratuidad. El que vive en el espíritu vive en armonía con los otros y conoce lo íntimo de Dios (…). 

Muchas cosas las hace Dios en nosotros y con nosotros. Hay otras que Dios hace en nosotros sin nosotros, como expresión de su infinita gratuidad y transcendencia. Cuando el hombre llega a experimentar a Dios, comprueba que esta misma experiencia es más rica y activa que la simple actividad humana. El hombre se enriquece mucho más cuando Dios lo enriquece que cuando él solo actúa. Dios madura y perfecciona mucho más al hombre cuando es él quien actúa, ilumina, mueve e impulsa. Con la acción de Dios el hombre entra en una zona de divina pasividad, de una presencia sentida, de una experiencia inmediata por vía de conocimiento y amor. Dios se hace luz, claridad, impulso, fuerza. El hombre no discurre: le viene la luz. No se mueve: le conducen. 

Reflexionamos sobre el texto que acabamos de leer en torno a las siguientes preguntas: 

¿Vivo una religiosidad hecha a mi manera e iniciativa, o más bien como «respuesta» al protagonismo de Dios en mi vida?

¿Soy receptivo y abierto, me siento en sintonía con el Espíritu?

¿He llegado a experimentar, por la súplica constante y sincera, la fuerza del Espíritu en su capacidad de superar mis obstáculos ambientales externos y los psicológicos internos?

¿Somos transparencia del Espíritu en el mundo?

Despedida: 

El Espíritu es creador de cercanía y de intimidad, de solidaridad y comunión, de convocación y de amistad creciente, de integración y de participación, de convergencia y convivencia. Nos inclina a sentirmos más atraídos por las personas que por las cosas, nos inclina más a darnos que a recibir, más a solidaridad y responsabilidad que al individualismo y al aislamiento, Pidamos a Dios ser transparencia del Espíritu en nuestra vida y en nuestro mundo: 

Ven, Espíritu divino,

manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre;

don, en tus dones espléndido;

luz que penetra las almas;

fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre,

si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado,

cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas,

infunde calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,

según la fe de tus siervos;

por tu bondad y tu gracia,

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno.

 

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