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El pasado día 15 de febrero tuvo lugar una nueva sesión del curso de teología del Instituto Diocesano de Estudios Teológicos para Seglares, esta vez a cargo de D. Pedro Fraile Yécora, profesor de Biblia del Centro Regional de Estudios Teológicos para Seglares.

Pedro Fraile inició su exposición con una introducción al tema, recordando la relevancia del conocimiento del Antiguo Testamento para conocer en su plenitud de la Revelación de Jesucristo. “No hay una contraposición entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; bien al contrario, la Sagrada Escritura debe leerse como una unidad”, señaló. 

Existen, explicaría Fraile, una diversidad de teologías en el Antiguo Testamento, como se conocido: la deuteronomista (Dt), basada en los conceptos de Alianza, tierra, amor y éxodo; la Sacerdotal (Dt, Gn, Ex, LV), sobre el fundamento del monoteísmo, la creación, la santidad, la misericordia y la dicotomía pureza-impureza; y la Jerosolimitana, basada en las tradiciones preexílicas de Jerusalén. 

En términos generales, la ponencia de D. Pedro Fraile se articuló sobre los siguientes punto: Dios, Mesianismo y Mesías y el Espíritu, como anticipación veterotestamentaria de la teología trinitaria propia del cristianismo. 

El primer punto, “Dios”, en el que destacó la fe judía en un Dios monoteísta, bajo el núcleo de la Shemá (Dt 6,4). En este sentido, el fundamento principal de la fe judía reside en un Dios al que hay que escucharle, un Dios que habla, por lo que la actitud principal del ser humano debe ser el de la escucha. Dt e Is profundizan en esta idea: sólo hay un Dios, no hay otro fuera de él, consolidando la configuración del judaísmo como religión monoteísta (una configuración, por lo demás, tardía en la Escritura). 

Pero es un Dios que se revela progresivamente. Se desvela en la creación y en la liberación (éxodo-exilio). La Biblia canta inicialmente las maravillas de la creación pero después igualmente las propias de la liberación. Por ello, “en la conciencia del pueblo de Israel no hay ruptura entre las dos fes, la fe en el Dios que crea y la fe en el Dios que salva” explicó Fraile. “Dios se desvela en la creación y en la liberación pero sobretodo en las promesas (descendencia y tierra). El Dios bíblico es un Dios que promete, pero estas promesas necesitan un tiempo para cumplirse”. En ocasiones, Dios se hace esperar (así en la experiencia del nacimiento de Isaac, en la propia experiencia del Pueblo de Israel en el desierto).

Pero, “¿cómo es el Dios que se revela en la Escritura?”, planteó Fraile. En primer lugar Dios es diferente al ser humano, “Dios es Dios y el ser humano su criatura”. Cuando hablamos de la Biblia, no asistimos a una historia. Los once primeros capítulos del Genesis tienen un carácter sapiencial en los que se reflexiona sobre los orígenes del mundo, del mal, sobre la dispersión humana. El Pueblo de Israel ha tenido la capacidad de buscar en la historia sus orígenes. Y en este prólogo a toda la Escritura que es el Génesis se denota una idea principal: «Dios crea a través de la palabra”. Si Dios crea por medio de la palabra pone una separación entre el creador y la criatura. Y el ser humano forma parte de esa creación.

Pero Dios es igualmente “santo”. La santidad aparece en los estratos antiguos de la teología el templo (Isaías), que insiste en el Dios de Israel como Dios santo. Por ejemplo, el texto de la vocación del profeta Isaías, en el que aparece por tres veces la palabra “santo” (algo muy frecuente en el Biblia para denotar su importancia). Dios es el totalmente santo y ello comporta una reacción del ser humano caracterizada por su conciencia de caído frente a la santidad de Dios. Pero no podemos caer en una mentalidad negativa sino, al revés, ser conscientes de que ese mismo Dios santo nos pide que participamos de nuestra santidad (Lev 11,44). 

Dios es compasivo y misericordioso. Como relata la secuencia del Ex 34, en el que Moisés sube por dos veces al monte Sinaí. En el segundo encuentro Dios habla, tiene entraña y se compadece de los hombres. Misericordia y clemencia se repiten en la Biblia cuando habla de Dios. También recordó el poema de Os 2, en el que Dios ama como madre. 

Dios ama (haba). Así lo dirá Juan en en Nuevo Testamento. Si bien en el Antiguo no aparece esa expresión, sí que identifica a Dios con el amor aun en textos muy precisos (Dt 7 y 11, por ejemplo).

El segundo punto se refiere al Mesías bíblico. El pueblo de Israel es un pueblo mesiánico, si bien el gran texto de la promesa mesiánica parece tardíamente (como es el caso de la promesa a David por medio de Natán (2 Sam 7,16). Esta promesa debe circunscribirse al contexto en la que se formuló. Supera la mera promesa “monárquica”. Si David vivió en torno al año 1000 antes de Cristo, esta promesa supera ampliamente su carácter monárquico. Fraile destacó, en este sentido, tres textos fundamentales: Is 7, 9 y 11. Es muy sintomático que el tercer texto (Is 11: “Brotará un renuvo del tronco de Jesús”) constituya una ruptura respecto a los anteriores, más directamente referidos a la promesa monárquica. En éste el futuro ya no pasa por la descendencia del rey David sino que va a comenzar de nuevo. 

En la promesa mesiánica tiene especial relevancia el “Siervo de Yahvé” al que se refiere Isaías. Pero ¿quién fue ese Siervo de Yahvé? ¿Se refiere a una persona o es un personaje? ¿Realidad o mero símbolo? “Las dificultades que acarrea este texto invita a afrontarlo de la manera más abierta posible”, explicó Fraile. 

Pero resulta interesante pensar que ese “mesianismo judío” resultó desde el inicio desconcertante para el cristianismo y fue objeto de una clara relectura. Entre las múltiples lecturas que pueden desprenderse de la figura del “Siervo de Yahvé” una de ellas es la propiamente cristiana (Mt y 1 Pe). Desde el inicio, la primera comunidad cristiana ya leyó este texto de Isaías en clave mesiánica en Jesús. 

El mesianismo judío está fuertemente vinculado a la “restauración de Israel”, uno de los anhelos más presentes en la historia de Israel. Israel fue desde el s. VIII a.C. un pueblo dividido y el anhelo de la unificación fue común a lo largo de la historia de Israel. Este

deseo existe también en la época de Jesús (Jn 12,13). En múltiples relatos se identifica a Jesús con el Mesías (entrada en Jerusalén, los discípulos de Emaus….), en el que existe una interpretación -errónea- por parte del pueblo de Jesús como mesías político. Pero Jesús no entra nunca en esa aspiración. Él es el “Siervo de Yahvé”, llamado a padecer y morir violentamente en la cruz. 

Y en tercer lugar, el Espíritu. Ya en Gn 1,1-2 aparece el Espíritu. En el Antiguo Testamento, la referencia al Espíritu se encuentra especialmente vinculada a la profecía y la unción. Los profetas son “hombres de Espíritu”. “Ungido” es sobre el que se ha derramado el Espíritu. El Espíritu anuncia un futuro (Is 11), no sólo acompaña desde el inicio, sino que se proyecta hacia el futuro. 

Aquí también entra el tema de la “restauración de Israel”, especialmente, con el profeta Ezequiel, desde el exilio de Babilonia: “Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os dar e un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que so conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas” (Ez 36, 26-28).  

La próxima sesión del curso tendrá lugar mañana lunes, día 1 de marzo, a cargo de D. Ernesto Brotóns Tena, con el tema “La fe en la Trinidad en la Iglesia antigua: la Trinidad celebrada y vivida. Experiencia de los primeros cristianos”. 

Programa e inscripciones en el Curso 2020/2021, pulse aquí.

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