1. EL PROBLEMA
En fecha reciente, la universidad de California realizó una serie de encuestas a través de las cuales llegó a la conclusión de que «las personas mienten doscientas veces al día». Emplean la mentira con frecuencia los vendedores, los políticos, los recepcionistas de consultas médicas, los periodistas, etc. Todos solemos decir «lo siento», «le pido disculpas», «le acompaño en el sentimiento», «me alegra mucho verle», etc., cuando en realidad todo ello nos importa un comino. El psicólogo que dirigió la investigación llegó a la afirmación de que la mentira es crucial para el buen funcionamiento de la sociedad. «La sociedad actual sería terrible si la gente se pusiera de acuerdo y empezara a decir la verdad. Aquellos que lo hicieran serían considerados subversivos». Decir lo que pensamos, lo que creemos que es nuestra verdad, haría imposible la convivencia, incluso en comunidad creyente. Muchos mienten. Otros, aun pensando decir la verdad, pues son subjetivamente sinceros, son objetivamente inexactos. La mayoría de los hombres no están dispuestos a escuchar y acoger la verdad que los otros les dicen. No es de extrañar que se haya dicho que la mayor mentira es la verdad. Pues cuando pretendemos decir la verdad, estamos plagados de interés o de subjetivismo.
Ser verdad, decir verdad, no es algo que sólo se refiere al mundo de los conceptos. Ser verdad coincide con el problema del ser, de la madurez, de la identidad, de la autenticidad, de la plenitud. Se identifica con la realización plena, la alegría, la felicidad, la libertad interior profunda. Nadie es verdad plena sino en la medida en que es total o camina a serlo.
Somos egoístas y somos además limitados y parciales. Cuanto somos, decimos, hacemos, posee un sentido que se relaciona casi siempre con nuestro propio punto de vista, o con el apego a nosotros mismos. Hasta cuando obramos el bien, frecuentemente nos estamos buscando a nosotros mismos. (El gato, cuando acaricia, se está acariciando él). Cuando hablamos, ya tenemosorganizados nuestros conocimientos selectivamente. La comprensión de nuestro mundo está fuertemente condicionada por nuestras necesidades, carencias, aspiraciones, y por nuestros deseos de compensación. Vemos siempre el mundo filtrado por nuestra subjetividad. No vemos las cosas como son, sino como queremos que sean. Juzgamos y pensamos desde nuestro fragmento. Fragmentamos y distorsionamos. Por eso, en muchas ocasiones, no decimos la verdad, sino nuestra verdad. La verdad adquiere el color de quien la dice. Somos un producto de nuestra cultura, de nuestro entorno social, y espiritual, un producto de nuestra época. Nos ha hecho el ambiente. No hablamos nosotros. Somos más bien seres hablados. Hablan en nosotros el ambiente, la cultura, nuestras propias necesidades. Deberíamos reflexionar más sobre esto. Todo error es una desgracia; pero el bloqueo de la verdad, la incapacidad de reconocerla y aceptarla, es un suicidio.
Hay un evidente peligro de vivir como fragmento, o desde el fragmento. O de estar alienados de nuestra propia identidad. O de vivir bloqueados inconscientemente en una identidad epidérmica, superficial, exterior (roles sociales, sueños, necesidades, aspiraciones, ambiciones, frustraciones, resentimientos, amarguras…). «Corres bien, pero fuera del camino» (S. Agustín). Es un hecho evidente que, frecuentemente, estamos dejando de ser lo que somos porque nos estamos identificando con lo que no somos. Padecemos crisis de identidad, de humanidad, de persona, de evangelio.
2. LAS FUENTES DE NUESTROS ENGAÑOS
A veces, ante los medios de comunicación, nos viene la impresión de que en nuestro mundo ha muerto la verdad y domina el interés. La verdad ya no es la realidad, sino los intereses personales o de grupo. Muchos se han hecho una imagen del mundo y de la historia de acuerdo con su mentalidad y necesidades personales. La verdad es sólo su punto de vista. Lo tienen todo filtrado por la pura subjetividad. No hay persona, o situación personal, en el mundo y en nuestras relaciones, que escape a la posibilidad de equivocarse. La mentira está allí mismo donde está el hombre.
a) Esto pasa en la misma comunidad creyente. Creemos tener a Dios, pero más bien tenemos una imagen de Dios, un dios manipulado y domesticado. Nos aprovechamos de Dios en lugar de obedecerle y servirle. Pensamos tener fe, pero ésta tiene poco que ver con nuestra vida real. Nos parece creer en Dios cuando todavía no hemos llegado a creer prácticamente en su amor. Hemos perdido el sentido de lo eterno y estamos instalados en lo efímero y superficial. Nos encanta el poder y la seguridad y nos desentendemos del servicio. Nos limitamos a no hacer el mal, en lugar de hacer todo el bien posible. Celebramos sólo celebraciones, ceremonias, pero no su significado y contenido reales. Celebramos la eucaristía del templo, pero no la de la calle, haciéndonos pan partido y compartido con los necesitados y con los que nos ofenden. Defendemos un orden basado en la simple ausencia de problemas y no estamos abiertos a la novedad de amar y obrar con todas las fuerzas. Nos preocupamos de los que vienen al templo, y nos desentendemos de los alejados. En la piedad buscamos más nuestra tranquilidad y complacencia que la adoración a Dios y su reconocimiento. En nuestra oración oramos fórmulas, pero no nuestra vida real. Se confunde la autoridad con el poder. Se ejerce el ministerio ignorando los carismas. O se afirman los carismas ignorando el ministerio. Cada uno agranda su fragmento y se cree el más importante o el único punto de vista posible. Se seleccionan las acciones y personas en función de preferencias personales, no en función del don de Dios o del provecho común. Confundimos la verdad con la costumbre, o preferimos el orden al crecimiento. Se practica el desentendimiento del mundo más que la presencia responsable en la vida social. Defendemos un orden basado en la ausencia de problemas y no vivimos la divina pesadilla de amar y trabajar siempre y con todas las fuerzas. Nos ponemos en el puesto de Dios creyendo que cuanto pensamos y decidimos es voluntad suya.
b) En la convivencia social, la verdad suele identificarse con los intereses de las personas o grupos. Se idolatra el poder por el poder. Se practica el populismo, la ganancia, el engaño, la corrupción. Se deciden las cosas en función de la popularidad o de los votos, no del bien común, y menos aún en función de los más necesitados. Están silenciados el deber, la responsabilidad, el sacrificio generoso, la solidaridad. Al robo se le llama negocio. Al hedonismo, amor. A la grosería, sinceridad. Al abuso, libertad. A la despreocupación, tolerancia. Al falso orden, paz. Se habla mucho de derechos y poco de obligaciones. Se busca el placer renunciando a la felicidad. Se habla de intereses y poco de valores. Se concentra la atención en los particularismos sectarios: los míos, mi lengua, mi tierra, mis derechos y pretensiones, marginando a los otros y sus problemas. Se defiende la violencia, el terror, la amenaza y el crimen en justificación de ideales fanáticos. La sensibilidad de ciertos responsables se encona ante los rasguños de los propios y se calla ante el asesinato violento de los otros. Se manipula la historia para conseguir la ganancia social. Se defienden los nacionalismos con postulados e ideales racistas. Se ignoran la solidaridad y el cultivo de los valores. Se suplanta al pueblo en lugar de representarle. Se abusa del maximalismo demagógico. Se prodiga el despilfarro, se magnifica la ganancia rápida, se posibilita la corrupción, se mitifica el consumismo y el ocio insultante. Se organiza el trabajo en función de un productivismo salvaje, deshumanizador, o también se destruyen irracionalmente las empresas o las posibilidades de crear puestos de trabajo. Se hacen posibles y aun inevitables, el desencanto, el pasotismo, la desfundamentación de los valores de la existencia.
3. ¿ SOY YO VERDADERAMENTE YO?
Centrémonos en nosotros mismos. Yo tengo un nombre: pero no soy mi nombre. Tengo una profesión, un cargo, una imagen social: pero no soy mi cargo ni mi imagen. Tengo una capacidad económica, o una influencia social o moral, un espacio donde domino: pero no soy mi poder. Tengo una cultura, una mentalidad: pero no soy mi cultura ni mi mentalidad. Tengo un físico, un cuerpo, una imagen exterior: pero no soy mi presentación exterior. Tengo una historia: pero no soy mi historia. Vivo en fuerte tensión vital para satisfacer mi razón, mis tendencias, necesidades, sueños: pero, aun logradas, no soy eso.
Soy el registro de mis experiencias pasadas: el pasado me tiene condicionado, programado mecánicamente. Elijo en la vida filtrando, seleccionando, aquello que me gusta o agrada, y rechazando aquello que me desagrada. Pero no soy eso.
Vivo en mi entorno: pero no me vivo a mí mismo. Cuando hablo, no soy yo. Hablan mi razón, mis sueños, mi cultura, mi ambiente. No mi yo profundo.No habla en mí el diseño de Dios.
Mi vida es relación. Mi estado, mi cargo, son referencia a los demás. Pero es posible que esto me haya empujado a vivir fuera de mí. O a vivir sirviéndome de los demás. O apoyándome en los otros. Sin identidad propia. Es posible que me relacione con todos desde mi imagen externa, mi cargo, mi personaje social, mis necesidades o sueños, mi exterior, mi «fuera» de mí…, no desde mi yo personal, irreducible, desde mi corazón. Es posible que yo sea más personaje que persona… Tengo la posibilidad de decir verdades sin ser verdad… De vivir, actuar y hablar desde la máscara de la imagen, no desde mi yo real.
4. CRISTO, LA VERDAD DEL HOMBRE
Cristo es la Verdad absoluta. Es el Hijo. El Verbo. La Palabra. La sustancia del Padre. La Verdad sustancial. Su verdad total se transparenta en sus acciones y palabras. Es siempre relación plena y sincera. Es purísima gratuidad.
«La Palabra era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9).
«Le vimos lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).
«Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).
«Por eso yo he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37).
Jesús siempre dice hechos, realidades. Es el hombre sincero, total. El gran milagro de Jesús no fue hacer curaciones sólo corporales. Fue siempre verdad y bondad en el núcleo de lo cotidiano, de lo más sencillo, realizado en una gran bondad. Fue la transparencia de Dios en un hombre que todo lo hizo bien. Fue siempre incondicionalmente positivo, misericordioso. Siempre fue curación, salida, solidaridad, proximidad. Su misión fue hacer total al hombre, hacerle verdad integral.
Cristo pide al Padre que consagre en la verdad a los hombres:
«Padre, conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad» (Jn 17,17).
«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,32).
Cristo suprime las zonas falsas, enfermas, del hombre. Elimina su esclavitud:
«Para ser libres, nos libertó Cristo « (Gál 5,1).
«Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna» (1 Jn 5,20).
Crecer en Cristo es progresar en la verdad. «Practicando la verdad en el amor, crezcamos en todo hasta Aquél que es la Cabeza, Cristo» (Ef 4,15).
5. GRANDES INTERROGANTES SOBRE MI VIDA COMO VERDAD
Cada uno de nosotros estamos invitados a salir de nuestro fragmento, de nuestra mentira o pecado, para vivir en la verdad, en la plenitud, para llegar a ser totales y vivir desde el centro de nuestro ser, y no desde fuera. Ello requiere rebasar la etapa primitiva del predominio de los instintos, y la etapa de la mente o razón meramente humana, para establecernos en la edad del espíritu en la que nos dejamos iluminar y conducir por Dios.
1. ¿Soy prisionero de mis instintos, de mi propia razón, o me siento libre en el Espíritu, con libertad interior?
2. ¿Cómo es mi «ojo» o punto de vista para ver las cosas, el instinto, la razón, o el espíritu?
3. ¿Sería capaz de enumerar algunas cosas «instintivas» que Dios no quiere en mí y que me tienen cautivo?
4. ¿Sería capaz de enumerar algunos juicios en los que hago daño a alguien más bien por la manía de imponer mi razón?
5. ¿Sería capaz de discernir qué quiere Dios en mi vida, dejándome hablar y conducir por él más que por mi gusto?
6. ¿Estaría dispuesto a dejarme juzgar por los que me rodean, los pobres, los de menor edad y condición eclesial, social? ¿Lo he hecho alguna vez? ¿Puedo llegar a admitir que eso sería lo normal?
6. PARA LA ORACIÓN PROFUNDA
Toma un texto concreto: es palabra del Señor, el Señor hablándote. Comulga el texto. Sé el texto. Irradia el texto. Deja que el texto, Cristo, vaya pasando a ti toda su energía, su Espíritu. Déjate iluminar, amar, transformar.
«Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve» (Sal 79,4).
«Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad» (Jn 17,17-19).
Realiza el movimiento evangélico:
SALGO DE MÍ. VOY A TI. TODO EN TI. NUEVO POR TI.
Martínez García, F. (2006),Dejarnos hablar por Dios. Ser verdad o la libertad interior (pp. 259 a 265). Barcelona. Herder.
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