Lecturas

2ª Samuel 7, 1-5.8b-12.14a-16 – Salmo 88 –

Romanos 16, 25-27

Lucas 1, 26-38:
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.

Comentario:

CONCEBIRÁS  EN TU VIENTRE

Y DARÁS A LUZ UN HIJO

2020, Domingo 4º de Adviento

            La liturgia celebra hoy el cuarto domingo del Adviento. El evangelio de Lucas convierte este domingo en fiesta de Anunciación. En la primera lectura, el segundo Libro de Samuel habla de David que quiere construir un gran templo al Señor. El Señor manda al profeta Natán decir a David que no será él quien construya una casa al Señor, sino que será el Señor quien suscite una dinastía nueva en la Casa de Israel. Salomón, hijo de David, consolidará el reino  y construirá un templo para Dios.  Dios será para él un padre y él será para Dios un hijo. El Señor suscitará una dinastía poderosa que durará para siempre. Dios mismo habitará siempre en el monte Sión. De la casa de Israel nacerá un descendiente, Jesús, que establecerá para siempre el Reino de Dios. No son los hombres los que construyen una casa a Dios. Es Dios quien establece su presencia con los hombres por caminos desconcertantes. Dios está no donde está el poder, sino la humildad y la fidelidad creyente.

            La segunda lectura que hemos escuchado corresponde al final de la carta de Pablo a los romanos. Proclama la alabanza a Dios por la revelación del misterio de Cristo, escondido durante los siglos y manifestado ahora en el evangelio. Es preciso conocerlo y acogerlo. Concluye con sabor litúrgico, dando gloria a Dios por medio de Jesucristo. El evangelio relata la encarnación del Verbo en María según el evangelio de Lucas. La primera palabra del ángel anunciante es “alégrate”. La razón de esta alegría la refiere al decir “el Señor está contigo”. Solo un Dios infinito es infinitamente alegre. Las apariciones de Dios provocan siempre alegría. En la Revelación, aparece claro que a más fe hay mayor alegría. Lucas es el evangelio de la alegría. Alegría que se manifiesta sorprendentemente ya en el Precursor, en el seno de su madre a causa de la proximidad de Jesús. Alegría que Jesús difunde generosamente en el mundo a través de la proclamación de las bienaventuranzas. La alegría está donde está el Señor y se hace tanto más intensa cuanto mejor le acogemos en fidelidad. La bellísima escena de Nazaret narra cómo Dios se presenta en el mundo a través de lo más simpe y cotidiano. El ángel entra donde María “estaba”, es decir, allí donde hacía lo de todos los días. Dios se hace presente allí donde las gentes viven, trabajan, gozan y sufren. Aparece en lo más cotidiano de cada día. No en centros de poder para apoyarse en medios poderosos. Ni ante los poderosos de este mundo para apoyarse en ellos. Pues padecen incapacidad. El poder de Dios no radica en las estatuas frías de los templos. Aparece en la cotidianidad más simple de la existencia, allí donde el hombre vive y está, cuando sabe hacer una lectura creyente de la realidad cotidiana y vive según ella. María no confía en ella misma, ni busca los poderes de este mundo. Sabe que Dios está en lo más íntimo de su propia intimidad. Y confía en él.  Dios esconde su omnipotencia y se reviste de la impotencia humana para que el hombre ponga su confianza solo en Dios.  La contestación de María es ejemplar: “He aquí la esclava del Señor”. Una vez más se realiza la verdad: quien construye la casa del Señor no es el hombre, sino Dios.

            Ante la inminencia de la fiesta de Navidad debemos disponernos a recibir al Señor  mediante una espera sincera. Cristo que vino ayer al mundo viene hoy con una venida muy real, verdaderamente espiritual, a nosotros. Ayer vino a Palestina y hoy  viene al hombre. Mediante la liturgia y la fe, viene a cada uno de nosotros. Hoy es el tiempo de la formación de Cristo en los hombres. Al Cristo individual y temporal de Palestina sigue el Cuerpo místico de la Comunidad eclesial integral. Ayer Jesús vivió los grandes misterios de su vida, especialmente su muerte y resurrección. Ahora las comunidades cristianas del mundo, viviendo el ciclo cristológico del año litúrgico, conmemora los misterios de la persona del Señor grabándolos  en nuestras vidas. Las fiestas del Señor contienen no el recuerdo vacío, sino la realidad misma que conmemoran. Ahora nos revestimos de Cristo y se hace en nosotros como una encarnación de su persona y de su vida. Lo que en nosotros ahora acontece es Cristo mismo como esperanza de la gloria. Él es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Dios en nosotros ve a Cristo, le ama a él y nos salva en la medida en que nos vamos identificando con él.

            Si esperamos a Cristo hay que acudir donde él se encuentra hoy. Hay que ir dónde él está y se comunica. La Iglesia, en el correr de los tiempos ha tenido una creatividad inmensa y no todo tiene el mismo valor. Ha creado y formulado numerosas expresiones de piedad, pero no todas tienen el mismo valor. Para encontrar a Cristo la liturgia y el evangelio son imperiosamente insustituibles. Eucaristía y evangelio configuran la vida del creyente. Debemos aprender a comulgar leyendo y a leer comulgando. El cristiano deber hacer una organización evangélica de su vida y de sus sentimientos uniendo profundamente en su misma vida el pan y el libro.   

            Ante el Señor que viene, el cristiano debe prepararse no ya haciendo cosas buenas, sino haciendo lo que hay que hacer, siendo fieles a la historia y a las exigencias de la historia, viendo nuestro ambiente personal, familiar, social y eclesial y analizando lo que tiene o no tiene de evangelio, de voluntad de Dios conocida y cumplida. Las prioridades del cristiano obedecen a la urgencia e imperiosidad del ambiente en que vive. Conociendo las necesidades graves del hombre de cara a una vida creyente, y a una vida humanamente digna. El cristiano tiene que aprender a leer la calle, el trabajo, la política, la pobreza, las servidumbres alienantes, las necesidades de ambiente, para hacer no lo que le gusta, sino lo que debe a la luz del mandamiento del amor.  

            Muchos cristianos de hoy tienen sustituido a Dios por el culto a muchas realidades temporales que le tientan, le fascinan y alienan. Son el consumismo, el dinero excesivo, el ocio y los viajes, la moda, el culto al cuerpo, los deportes, la droga, el lujo, la política. Por el contrario, existen realidades sociales que requieren una nueva encarnación, ahora de los creyentes, de los que debemos sentirnos Cristo hoy en el mundo, ante la pobreza, el paro, las emigraciones, etc.

            Nosotros podemos ayudar a los pobres en la tierra. Ellos nos dan el cielo si aprendemos a tener caridad y solidaridad.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

E-mail:berit@centroberit.com

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