Inmersos en el tiempo pascual, nos acercamos hacia la solemnidad de «Pentecostés». Por este motivo, incorporamos una reflexión extraída del libro «Vivir el año litúrgico», de Francisco Martínez, sobre la relevancia del tiempo pascual y la fiesta del Espíritu Santo.

1. LA RESURRECCIÓN DE CRISTO, FUNDAMENTO Y NÚCLEO DE LA VIDA CRISTIANA 

Durante mucho tiempo, la resurrección de Cristo estaba considerada únicamente como un signo de su divinidad. Así lo expresaban incluso los mismos manuales de teología. Los escritos del nuevo testamento hablan de la resurrección de Cristo como el fundamento y contenido de la vida cristiana. Es contemplando la propia experiencia de la comunidad primitiva como descubren que Cristo ha resucitado y que ellos son portadores de la vida nueva de la resurrección. La vida cristiana no es sino la vida pascual. Antes que una síntesis doctrinal, la fe es una experiencia vivida, un testimonio que contagia y se expande. Este es el gran presupuesto del nuevo testamento y de la liturgia.

La resurrección de Cristo ocupa el puesto central en la predicación de los apóstoles y en los escritos paulinos. Todos los discursos de Pedro en los Hechos de los Apóstoles tienen el mismo esquema:

Habéis matado al autor de la vida,

Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros damos testimonio,

Arrepentíos, pues, y convertíos.

Ver el discurso de Pedro a la gente el día de Pentecostés: Hch 2,22-36. El discurso de Pedro al pueblo: 3,12-26. Pedro y Juan en el Sanedrín: Hch 4,9-12. Discurso de Pedro en casa de Cornelio: Hch 10,34-43.

San Pablo subraya el carácter pascual de la vida cristiana: sepultados con Cristo en el bautismo, hemos resucitado también con él (Col 2,12; Rom 6,4ss). La vida cristiana consiste en que, «estando nosotros muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo… y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús» (Ef 2,5-6). La moral no es sino la vida de Cristo en el hombre nuevo: «Resucitados con Cristo buscad las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3,1ss).

San Juan habla poco de la resurrección final del cristiano porque la considera ya anticipada en el tiempo presente. «Llega la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y todos los que la hayan oído vivirán» (Jn 5,25). Esta declaración inequívoca coincide con la experiencia de la vida cristiana tal como la expresa la primera carta de san Juan: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida… (1Jn 3,14).

A medida que la predicación apostólica confronta la resurrección y las Escrituras, elabora una interpretación teológica sobre el alcance de la resurrección de Cristo. Por ella Jesús es constituido «Hijo de Dios en su poder» (Rom 1,4; Hch 13,33), «Señor y Cristo» (Hch 2,36), «Cabeza y Salvador» (Hch 5,31), «Juez y Señor de los vivos y de los muertos» (Hch 10,42). Habiendo vuelto al Padre, puede ahora dar a los hombres el Espíritu prometido (Jn 20,22; Hch 2,33). De este modo Jesús, «Primogénito de entre los muertos» (Hch 26,23; Col 1,18), ha entrado el primero en este mundo nuevo que es el universo rescatado. Siendo él «Señor de la Gloria» (1 Cor 2,8), es para los hombres el autor de la salvación (Hch 3,6ss).

Toda la liturgia es un testimonio del misterio de la salvación por el que la pascua de la Cabeza llega a ser también la pascua del Cuerpo. «Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado» (1 Cor 5,7-8). El tiempo de la Iglesia es la etapa de la realización de la misma como cuerpo de Cristo. «Suplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24). La vida cristiana es el camino de Jesús, la reproducción de su muerte (cuaresma) y de su resurrección (pascua).

2. PENTECOSTÉS: UN GRAN DÍA DE SIETE SEMANAS

Pentecostés es la misma pascua vivida en su fundamento dinámico: el Espíritu Santo. No es algo distinto o yuxtapuesto. La vida nueva pascual es la que procede de la efusión del Espíritu. Es el mismo domingo de resurrección prolongado durante cincuenta días naturales para insertar el misterio de la vida nueva en la vida ordinaria, personal y social. Es un espacio privilegiado, santo, en el que la luz de la resurrección repercute plenamente en la vida y en la convivencia. «Los cincuenta días que van desde el domingo de resurrección hasta el domingo de pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación, como si se tratase de un sólo y único día festivo, más aún, como un gran domingo» (S. Atanasio, Ep. Fest. l:PG 26,1366). Los antiguos llamaban al tiempo pascual hasta Pentecostés: «el gran domingo» (S. Atanasio), «las siete semanas del santo Pentecostés» (S. Basilio), «el amplio o gozoso espacio» (Tertuliano).

Pascua, pues, no es un solo día, sino un gran día de una cincuentena, que a su vez encierra la eternidad, la vida bienaventurada conquistada en la resurrección de Cristo. La característica eclesial de este tiempo es la mistagogia, la iniciación fuerte a la experiencia de la vida nueva. Es necesario saborear, asimilar en profundidad. Es como si ante una oferta tan sorprendente, como lo es la pascua de Cristo, el tiempo se detuviera para dar ocasión a una impregnación o saturación dichosa.

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