Lecturas

Hechos1, 1-11  –  Salmo 46  –  Efesios 1, 17-23

Marcos 16, 15-20: En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Comentario:

SUBIÓ A LOS CIELOS Y ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DE DIOS

2021, Ascensión del Señor

 

La Iglesia universal celebra hoy la Ascensión de Jesús a los cielos. Jesús, resucitando de entre los muertos, sube a los cielos, se sienta a la derecha del Padre, y vive intercediendo permanentemente por nosotros, como Mediador siempre en acto, presente en todos y cada uno de nosotros, y derramando en todos el Espíritu Santo. Hablar así comporta un lenguaje no teológico, sino más bien simbólico. El cielo no está en un lugar, ni arriba ni abajo. El cielo es Dios y, por tanto, está donde está Dios. Dios es paz, amor y felicidad plena. Es el cielo. Este hecho determina la verdadera imagen de la Iglesia universal, la de todos los tiempos, que no es otra que la del Cristo resucitado, situado junto al Padre, de cuyo cuerpo resucitado y glorioso emana una corriente de vida divina que va alcanzando permanentemente a todos los hombres que, en la tierra, se van trasformando ya en él, paso a paso, conforme obra en todos y en cada uno, el Espíritu de Dios. Esta es exactamente la visión impresionante que nos ha ofrecido hoy la segunda lectura tomada de la carta de Pablo a los Efesios, un himno antiquísimo de la Iglesia primitiva, que canta la eterna predestinación en Cristo de todos los creyentes que, desde la eternidad, han sido elegidos en él para alabar y dar gracias a Dios “para que comprendáis  cuál es la esperanza a la que os llama, cuál es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos”.

Los autores sagrados que relatan la Ascensión lo hacen de distinta manera según conviene al mensaje que dirigen a sus destinatarios. Mateo no narra la Ascensión. Marcos solo la menciona. Lucas habla de la Ascensión como suceso acontecido el mismo día de la resurrección. También Juan la sitúa el mismo día de la Pascua. Lucas, en el libro de los Hechos, la sitúa 40 días después de la pascua. Durante los primeros siglos la iconografía pinta a Jesús saliendo no del sepulcro, sino de los infiernos. El significado es más real. La resurrección y ascensión de Jesús no es un suceso físico, sino la victoria contra el mal total, contra la muerte y el pecado. No se trata de un lugar, sino una situación o estado. El pecado y el mal no son solo de orden biológico, moral y humano, sino también infernal y total. Jesús, resucitando y ascendiendo a los cielos, es el vencedor del mal total del hombre.

Jesús asciende a los cielos y en ese mismo instante comienza la misión de la Iglesia. Él sigue estando ahora presente en la Iglesia, pero de otro modo. No hay que mirar arriba, o fuera de nosotros, sino en nosotros, dentro de nosotros para verle y entrar en diálogo y comunión con él. Jesús, después de su vida terrena, asciende a los cielos. Retira de los suyos su visibilidad corporal. Todos los que le siguen deben consentir en su ausencia física creyendo en su presencia misteriosa, según él afirmó: “Dichosos los que sin ver creen”.  Ahora está misteriosamente en la comunidad, en la proclamación del evangelio y en la comunión con el pan, los tres juntos y unidos. Está primero en la comunidad. En el discurso de despedida Jesús pide a sus discípulos apremiantemente “permanecer unidos a él”. Habla de una presencia penetrante, muy real y de una unión y entrañamiento total, como el que existe, según él, en la viña entre el labrador, la cepa y los sarmientos. Se trata de una vida homogénea, divina, que se trasfiere comulgando con su palabra y el pan. Jesús está presente cuando la comunidad se congrega para escuchar las Escrituras santas. La proclamación hace viva y actual su presencia personal. Por esa proclamación “Cristo mismo habla hoy”. Y está también presente en el pan partido y compartido. Los discípulos de Jesús deberían no solo saber leer el libro y comer el pan, como aparece obvio, sino también saber leer el pan, o “discernirlo”, como dice Pablo, y comer el libro, las Escrituras, entrañándolos dentro de sus vidas. Pan y palabra son elementos que en tanto sirven en cuanto entran dentro del hombre y lo hacen crecer. Cuando comemos o escuchamos todo entra dentro y nos fortalece. Si no entran y se quedan fuera no nos aprovechan para nada. Los cristianos católicos debemos hacer un esfuerzo histórico y tenaz para entender el libro a través del pan y entender el pan a través de libro. Jesús mismo se hace presente entre nosotros cuando el libro hace inteligible el pan y cuando el pan hace real su presencia en las Escrituras. Este es el núcleo y meollo de una nueva evangelización o de una nueva educación en la fe.

La celebración de la Ascensión de Cristo a los cielos cuestiona nuestra vida y nos requiere vivir una espiritualidad de ascensión. Ocurre esto cuando vivimos unidos a Cristo y ascendemos con él y hacia él en la vida cotidiana. Lo hemos indicado. El cielo es Dios. Es aproximarnos a él, identificarnos con él. Sería esperpéntico pensar que el cielo está arriba y que Dios vive en el cielo como algo distinto de él, y que le confiere a él felicidad. Esta concepción disminuiría a Dios y lo empequeñecería. Dios no tiene nada superior a él. El cielo es él, y para nosotros es nuestra cercanía a él. Dios nos ha otorgado ya las últimas realidades en la medida de nuestra transformación en él. “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti y al que enviaste, Jesucristo” (Jn 17,3). Conocer es ser. Somos en la medida en que conocemos. Los cristianos de hoy necesitan una nueva evangelización que valore mucho más la centralidad de la palabra de Dios y de la eucaristía en la vida ordinaria. Ascendemos en la medida en que nos apropiamos del evangelio, cuando leyendo y acogiendo sabemos hacer una organización evangélica del corazón y de la vida. Ascendemos cuando comulgamos y en la medida en que comulgamos con el pan eucarístico y nos hacemos pan compartido con los demás. Ascendemos en la medida en que amamos. Dios es amor. El cielo es amar. La carne de Cristo es la caridad. Su evangelio son palabras de amor. Amar, y amar sinceramente, es ascender a los cielos. Ascender a los cielos es estar con Dios, es orar de corazón. Quien ora en serio penetra en Dios, está con Dios y mora en él. Orar en serio es emprender el camino de la realización del sentido último de la vida. Es vencer la mediocridad, el distanciamiento, la ausencia, adquirir nuestro verdadero yo, hacerse definitivo. Orar en serio es emprender el camino de la libertad irreversible. Quien hace oración entra en contacto con lo último y decisivo, cambia y se transforma en lo que ora. Quien ora está con Dios. Y nada hay mejor que él. Ascendemos cuando oramos y amamos. Que el Señor nos ayude.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

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2021 Ascension SUBIÓ A LOS CIELOS Y ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DE DIOS

 

 

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