SÍNTESIS SOBRE LOS SACRAMENTOS

1. SÍNTESIS HISTÓRICA

No es fácil oír hablar hoy de forma precisa y sugestiva de los sacramentos debido a causas históricas. Pero son la médula de la actividad de la Iglesia.

Hasta el siglo XII no se elabora una definición formal de sacramento. Entonces se realiza, pero en un lenguaje filosófico, racional, destinado a las aulas. El concepto clave utilizado es el de la instrumentalidad física: instrumentos para “producir” en el hombre la gracia de Dios. Concepto dificultoso para la inteligencia y nada atractivo para el corazón, pues “la gracia” es bíblicamente relación: filial, amistosa, esponsal. Es Alguien, no algo, en nuestra vida. Su dinamismo hondo es la gratuidad, la querencia, no el interés. 

  • Los sacramentos, en lugar de ser un tratado específico, prolongan la cristología. Los sacramentos son el mismo Cristo comunicado y el proceso de nuestra transformación en él. No basta decir que han sido instituidos por Cristo. Los sacramentos carecen de identidad sin Cristo: no existen en sí, existe Cristo en nosotros.
  • Los sacramentos son acciones del mismo Cristo transformando al hombre, “toques” suyos personales que iluminan y mueven, sanan y liberan al hombre. 
  • Son también procesos vitales de la Iglesia: Cristo, Iglesia y sacramentos son lo mismo aun en los tres niveles. 
  • En nuestro tiempo, y por grave ignorancia, está disminuyendo lamentablemente la praxis y conocimiento sacramental en el pueblo.
  • Hay una fuerte corriente teológica, que retornando a los Padres de la Iglesia, prefiere el pensamiento simbólico al metafísico tradicional para tratar y comprender lo trascendente. Se habla de los sacramentos no como “medios o instrumentos” de salvación para el más allá, sino como salvación actual y de hecho ya en el aquí y ahora de nuestra existencia.
  • Los sacramentos cristianos no son magia, sino exuberante amor de Dios provocando el máximo amor del hombre. 
  • La Biblia no conoce el concepto de sacramento en el sentido de nuestros textos. Todavía menos una definición genérica de sacramento que convenga, por ejemplo, al Bautismo y la Eucaristía y no a otros sacramentos.
  • El camino a seguir: indagar cómo ha hecho Dios abundante y real hasta hoy la salvación entre nosotros.
  • El pensamiento sacramental parte de la convicción de que la historia de Dios con los hombres se realiza en acontecimientos, acciones y encuentros que pueden conocerse históricamente. En ellos se muestra Dios acercándose a los hombres de forma corporal y física, en una experiencia personal que les cambia y transforma. Toda la tradición bíblica está llena de este pensamiento sacramental. Son signos sacramentales el Éxodo, la Pascua, las acciones simbólicas de los profetas. Toda la historia de Israel tiene valor  de signo: el mundo y el hombre, etc.
  • El signo sacramental inequívoco, manifiesto y por excelencia, de Dios en el Nuevo Testamento es Jesucristo.
  • El evangelio muestra las grandes acciones de Jesús, las comidas, las curaciones, el perdón, las bendiciones. Muestra también la vida de la comunidad primitiva y sus hábitos, la fracción del pan, el bautizo, las unciones, las imposiciones de manos. Así como Jesucristo es el misterio de Dios por antonomasia, así también la comunidad se convierte en signo en la medida en que actúa en ella Jesús resucitado.
  • En los comienzos de la Tradición “Misterio” y “Sacramento” se entrecruzan. Misterios  son los contenidos de la fe cristiana. Sacramento es lo sagrado. Este toma también históricamente un significado jurídico y viene a ser el juramento en el proceso civil, o el juramento a la bandera de la milicia, y también el dinero ofrecido como caución en un juicio.
  • Los padres griegos hablan de la eucaristía como símbolo real. Señalan con ello una realidad superior que se hace presente en una realidad inferior. Hablan de “imagen”, “copia”, “semejanza”, “símbolo”, significados que se refieren no solo a una imagen real estática, sino actual dinámica o de imitación, como lo es un hijo en relación con el padre. Los ritos imitan, deben imitar siempre, la pasión, muerte y resurrección de Cristo en un proceso de representación escénica celebrativa que constituye el meollo de la liturgia. Por medio de ella los bautizados participan verdaderamente en  la historia de Cristo.   
  • San Agustín distingue entre signos naturales (el humo es signo del fuego), y signos dados (gestos intencionales). Los sacramentos son signos establecidos o dados. En occidente se impone la cultura de la precisión conceptual y clasificadora, frente a la simbólica de oriente. 
  • En el siglo XII la teología pretende dar una definición más rigurosa de sacramento. En ese tiempo cundía todavía la ambigüedad. Muchos hablaban de dos sacramentos, bautismo y eucaristía. San Bernardo de Claraval (1153) habla de diez. A mediados del siglo XII se introduce el número siete. Entra también el concepto de “causa”: los sacramentos “causan” la gracia. San Buenaventura atribuye la gracia a un pacto de Dios. A santo Tomas de Aquino no le gusta el pacto, pues los sacramento no serían gracia, sino condición de gracia. Por eso prefiere la causalidad instrumental: los sacramentos producen, causan la gracia.
  • Se hace fuerte la distinción entre la eficacia basada en la fe subjetiva de quien administra o recibe (ex opere operantis), o de la acción objetiva de Dios que no falla (ex opere operato).
  • En estrecha conexión con el pensamiento de santo Tomás, el concilio de Florencia (1438-1445) compendia la doctrina sobre los sacramentos en el Decreto sobre los Armenios: siete son los sacramentos de la nueva ley, a saber, bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, extremaunción, orden y matrimonio. Que mucho difieren de los sacramentos de la antigua fe. Estos, en efecto, no “producían” gracia sino que sólo “figuraban” la que había de darse por medio de la pasión de Cristo, pero los nuestros no solo contienen la gracia, sino que la confieren a los que dignamente los reciben… Todos estos sacramentos constan de tres elementos: las cosas, como materia; las palabras como forma: y la persona del ministro quo confiere el sacramento con intención de hacer lo que hace la Iglesia. Si uno de ellos falta, no se realiza el sacramento. Entre estos sacramentos hay tres: bautismo, confirmación y orden, que imprimen carácter en el alma, esto es, cierta señal indeleble que la distingue de las demás. De ahí que no se repiten en la misma persona. Mas los cuatro restantes no imprimen carácter y admiten la reiteración” (Dz 695).

2. EL GIRO A PARTIR DEL SIGLO XX

En el s. XX se produce una reconsideración a fondo sobre los sacramentos con ocasión del movimiento litúrgico que descubre e impulsa el carácter comunitario fundamental y el simbolismo esencial del Sacramento. El Movimiento Bíblico y el Litúrgico avivan la liturgia en el pueblo. Se intenta que textos y ritos expresen con mayor claridad lo que celebran en orden a una participación plena, activa, comunitaria. Los sacramentos aparecen como las celebraciones centrales de la Iglesia. Incluyen símbolo, palabra y acción. El espacio que ayer ocupaba el pensamiento causal de “producir” la gracia, ahora lo ocupa la interpretación simbólica: vivirla más conscientemente.

1º. Odo Casel impulsa “la teología de los misterios” evocando la doctrina de los Padres de la Iglesia. De los sacramentos como ”instrumentos de gracia” se pasa a vivir más intensamente el aspecto simbólico de los sacramentos. Esta visión sacramental encuentra gran conexión con la cristología, la eclesiología y la Teología de la palabra. Los sacramentos son Cristo, son la Iglesia. Semmerlroth presentó la visión conjunta de “Cristo como sacramento originario”, “la Iglesia sacramento básico” y los siete sacramentos como autorrealizaciones o procesos básicos de la Iglesia. La espiritualidad y la pastoral recobran el cristocentrismo de la era paulina y patrística. La identificación con  Cristo: “nacer en Cristo“, “vivir en Cristo“, “morir y resucitar“ en Cristo, “sentarse en los cielos con él“ es ahora el estilo que imponen la liturgia y la espiritualidad.

La liturgia, dice Casel, no celebra solo “los efectos” de la redención, sino la redención misma como acontecimiento. Las fiestas cristianas no contienen solo el recuerdo, sino la realidad misma que conmemoran. La liturgia es contemplada como una representación dramática, no para espectadores externos, sino para partícipes internos que reviven ahora la misma experiencia que vivió el Señor, según el evangelio. La vivencia personal es un elemento esencial del sacramento. 

 

3. LA FUERZA EXPRESIVA DEL SÍMBOLO EN LA COMUNICACIÓN HUMANA Y SACRAMENTAL

En el símbolo lo visible y cercano ilumina y aproxima lo invisible que se halla más allá del sujeto. La intercomunicación humana se expresa con gestos corporales: el beso, el abrazo, la mímica, el regalo de cosas. Un apretón de manos sella un acuerdo económico. Lo material expresa una actitud anímica, la realiza y se experimenta. Los sacramentos son símbolos significadores, efectivos. Son excelentes ritos de iniciación que comportan un lenguaje esencialmente simbólico en su raíz profunda y en su realización concreta. El Logos es símbolo del Padre, símbolo absoluto y diáfano de Dios en el universo. La Iglesia prolonga la función simbólica del Logos en el mundo. Los sacramentos son concreción y actualización de la realidad simbólica de la Iglesia en la vida de cada uno de los hombres. Los sacramentos son entendidos como expresiones y realidades simbólicas que realizan, ahondan y renuevan la vida en Cristo de forma simbólica. La piscina bautismal,  el agua, el lavado, el banquete, la mesa, el pan y el vino, la confesión de fe, la comunidad, el templo: todo ello encuentra en Cristo un fuerte simbolismo.

 

4. EL SACRAMENTO Y LA FUERZA REALIZADORA DE LA PALABRA

Hay signos que sólo transmiten conocimiento, por ejemplo, una señal de carretera. Hay otros que realizan, hacen experimentar y transforman a las personas: el apretón de manos, el beso, el abrazo. Lo hacen de forma eficaz, no mágica. Al desarrollarse la teología de la palabra se ha desarrollado con ella el lenguaje simbólico. La palabra afecta esencialmente al hombre, lo transforma y regenera. Cuando Dios habla, hace lo que dice. La Palabra de Dios es Dios mismo hablando. Símbolo y palabra proclaman presente el misterio. El lenguaje simbólico “habla”, “proclama”, no solo es palabra, es acción, sacramento. “Cristo está presente en su palaba, pues cuando se lee en la Iglesia su palabra él mismo habla” (SC 7). El sacramento es palabra creadora de realidad. No solo dice, hace. En los sacramentos “celebramos” en realidad. “Celebrar” es un concepto básico en la Constitución sobre la liturgia. Los sacramentos son actos de la comunidad. En ellos la Iglesia no se celebra a sí misma. Celebra integralmente a Cristo y su misterio. 

El sacramento es una palabra creadora de la realidad. “Como la lluvia y la nieve, descienden desde los cielos  y no vuelven allá, sino que empapan la tierra y la fecundan y la hacen germinar… así es mi palabra  que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hace lo que yo deseo y consigue aquello para lo que la envío” (Is 55,10). La palabra crea una realidad nueva. Hace de los hombres profetas, testigos. Consigue aquello para lo que Dios la envía. La palabra proclama una realidad, no solo un enunciado. Jesús está presente en su palabra, en sus gestos. Estos son mucho más que lo que aparentan. “Cuando se lee la Escritura en la Iglesia es él quien habla” (SC 7). El sacramento es ciertamente una palabra creadora de la realidad.

El sacramento es una representación transformante. Transforma a los participantes. No hace imitación escénica, sino drama real. Ello es posible porque en el misterio, gracias a la resurrección de Cristo, el pasado se hace presente anticipando el futuro. La comunidad queda implicada en una representación real, no puramente imitativa. No hacen un duplicado o copia del original, sino que actúan como actores del original. Por existir en el Cristo glorioso, en él y con él, hacen presente el pasado anticipando el futuro. Tener a Cristo es vivir ya la anticipación de la vida eterna.

 

5. LOS SACRAMENTOS COMO MEMORIAL: LA ECLESIALIDAD PERENNE DE LA ESCRITURA

La Biblia no es un libro de doctrinas, sino  de historia. Relata el encuentro de Dios con su pueblo: los orígenes, el desarrollo, la consumación. Según el Génesis, Dios forma en los inicios una pareja, Adán y Eva, de la que nace un pueblo, Israel, que, al fin, llega a ser una nueva humanidad, la Iglesia, que culmina en la ciudad celeste del Apocalipsis. 

Dios habla al pueblo por medio de Moisés y los profetas. La Ley y los profetas se releyeron constantemente al pueblo en las asambleas de las sinagogas. Con el paso del tiempo se fueron agregando los libros inspirados históricos, sapienciales y de los salmos destinados al culto y la oración. Hay una opinión corriente que piensa que el autor sagrado, al escribir, fija el sentido del texto para siempre, y que la tarea del lector posterior es saber descifrar “aquel” sentido primitivo del autor sabiéndolo reproducir con fidelidad. Hay otra manera de comprender el modo y forma de la Revelación que subraya el hecho de que la relectura continuada de los libros, ayer y hoy, es esencial al texto, no para cambiarlo, sino para darle continuación en la historia. La recepción por parte de las comunidades sucesivas es parte constitutiva del texto. A un sentido literal pasado sigue otro pleno y espiritual, simbólico, enteramente contemporáneo, que se lee en otro contexto histórico diferente. La fidelidad a la Biblia consiste en repetir, en situaciones siempre cambiantes, el proceso que la hizo posible. La relectura forma siempre parte de la Escritura. La recepción forma parte de la revelación. La verdad bíblica es una realidad siempre viva en su autor y en sus destinatarios. Cada comunidad se escribe ella misma en el libro que ella lee. Libro y comunidad se reconocen como inseparables. El libro no sería nada sin la comunidad y esta encuentra en él su propia identidad. El Libro hace al pueblo y el pueblo hace el Libro. La proclamación litúrgica de la Biblia en la asamblea de los sábados es como la epifanía sacramental oficial de la esencia del texto mismo. La lectura litúrgica y espiritual de la Biblia es esencial para las comunidades creyentes y es también el instrumento valioso para responder a Dios y organizar evangélicamente la vida y la convivencia. El Libro nos ayuda a “responder”. Sin Libro iríamos perdidos. Hace perenne la Revelación de Dios y de su obra. 

 

6. LOS SACRAMENTOS: CELEBRACIONES DE LA IGLESIA

Los sacramentos son celebraciones de la Iglesia, no celebraciones individuales. Con ellos se constituye la comunidad como congregación en nombre de Cristo para actualizar unos mismos recuerdos y avivar una misma esperanza. La Iglesia no se celebra a sí misma. Celebra  la historia a la que ella se debe y la esperanza que le mueve y anima. Los sacramentos son actos de la comunidad. Ningún sacramento está destinado a que lo realice un solo individuo. 

La comunidad es el sujeto de la celebración sacramental. Por ser “celebración” hace referencia a la totalidad de la comunidad. Y por ello el concilio pide una participación plena, consciente y activa de todo el pueblo. No hay administradores singulares ni receptores individuales. En medio están Cristo y el pueblo de Dios.

El sacramento tiene relevancia práctica universal, a la vez que desinteresada. Debe evocar siempre y en cada caso prácticamente el gesto supremo de Cristo muriendo a todo y por todos y puede también expresarse como celebración absolutamente desinteresada de adoración y de acción de gracias. Lo abarca todo y es, también, realidad y ofrenda en sí absoluta. Es celebración y es fiesta. 

 

7. LOS SACRAMENTOS, SU ORIGEN EN JESUCRISTO

El Nuevo Testamento no nos ofrece ni una teoría ni un testimonio preciso sobre el origen de los sacramentos en su conjunto. Las referencias explícitas de Jesús al Bautismo y a la Cena son concluyentes. En cuanto a los demás sacramentos es preciso afirmar que ya en la Iglesia apostólica existen ritos que, aunque no se presentan con el nombre específico de “sacramentos”, la tradición de la Iglesia los ha identificado siempre con lo que en tiempo posterior serían llamados “sacramentos”. Trata de ello como de un hecho que viene del mismo  Cristo, y es después transmitido por la “la Tradición apostólica”. La Iglesia, considerada como el principal sacramento, y que está ciertamente instituida por Cristo, los ha recibido directamente. Su origen es, pues, Dios en Jesucristo por el Espíritu Santo en cuanto que Dios es el origen mismo de la Iglesia. Por tanto, en la misma medida en que la Iglesia se atribuye a Jesucristo, también sus procesos básicos, los sacramentos, se remontan a Jesucristo. Consecuentemente los sacramentos están incluidos en el hecho de la institución de la Iglesia por parte de Jesucristo, aun cuando no aparezcan actos institucionales directos. Así es como desde el primer momento, y sin fisura, aparecen comunidades que bautizan, celebran la cena, etc. Las comunidades lo hacen con la conciencia clara de la acción determinante del Señor glorificado. 

Hay, pues, una institución inmediata de Cristo y otra en la que podría hacerlo él mismo por la mediación de los apóstoles. Y en este sentido Cristo también es el autor de los sacramentos porque él mismo es en persona el gran sacramento universal de salvación. Los sacramentos singulares son su continuación o prolongación. Esto es posible por la triple realidad fundamental de estos gestos sacramentales: rememorativos del pasado, indicativos del presente, y anunciadores del futuro, como ya hemos indicado.

 

8. ¿QUÉ ES, PUES, UN SACRAMENTO?   

Recordamos que durante un milenio no se produjo un estudio sistemático de los sacramentos ni se dio una definición de los mismos. Existió el catecumenado centrado en el bautismo y la cena. El concepto de sacramento es una deducción posterior procedente de hechos muy concretos. Hay que tener en cuenta un hecho general: lo que hoy denominamos sacramento aparece en los padres de la Iglesia y en los teólogos de la Edad Media muy entretejido con el universo de signos de la historia de la salvación. Se apoya fuertemente en la encarnación del Verbo, en el bautismo y la cena y, a través de esto, hasta con numerosas acciones del mundo profano. En los inicios no se apunta a lo que diferencia y específica, sino a lo que constituye su centro esencial. Los sacramentos son celebraciones de la comunidad eclesial orientadas a la proclamación de Jesucristo, en las cuales se representa de forma física la generosidad salvadora y transfigurante de Dios, que se realiza en una representación dramática comunicativa, en palabras y gestos, y de este modo es aceptada con fe. 

Lo específico de los sacramentos, que los diferencia de todo lo demás, es el compromiso fáctico de la Iglesia en unas celebraciones que ella, con la mirada puesta en Jesucristo y en el testimonio del Nuevo Testamento, reconoce como sus procedimientos litúrgicos esenciales con los que se identifica oficialmente al máximo y se compromete de una manera radical. Que sean siete los Sacramentos no puede deducirse ni de la Biblia ni de una noción general previa. Pero si se piensa que han de entenderse como  como  expresiones y realizaciones del sacramento básico y fundamental que es la Iglesia, y si tenemos en cuenta que la Iglesia no deja de ser una realidad histórica, queda patente que está legitimada la importancia que ella misma asigna a esos distintos acentos históricos de su propia vida.

 

9. LOS SACRAMENTOS, GRATUIDAD, NO INTERÉS.

El paso a una comprensión de los sacramentos por medio de una visión simbólica afectiva, mejor que otra conceptual metafísica, puede contribuir a generar un conocimiento entusiasmado de los mismos, atendiendo así a la máxima necesidad pastoral de la Iglesia actual que es sin duda recuperar la esperanza entusiasmada. Efectivamente, nuestra generación ha utilizado en exceso el miedo, el interés comercial, la “ganancia” de gracias y privilegios, y ha ladeado desdichadamente la gratuidad de la Encarnación, de la Cena y de la cruz. Nuestra pastoral en general necesita de una operación quirúrgica que nos lleve a hablar más de amor que de la ley, más de “caerse en gracia” que de “ganar” gracias o privilegios, y que resitúe más a los buscadores en el tálamo esponsal que en el interés lucrativo. Sin gratuidad extrema es imposible entender a Cristo y los sacramentos cristianos. Celebraremos otra cosa. La vida eterna, para Jesús es “conocer a Dios” (Jn 17,3). Para los profetas conocer es el amor entusiasmado (Os 6,6) o el conocimiento del amor que supera todo conocimiento (Ef 3,19). 

 

Francisco Martínez García

marzo 2022

 

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