1. LA HUMANIZACIÓN DE DIOS
La Iglesia concentra su contemplación en la asunción, por parte del Verbo eterno, de una naturaleza humana: «Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). San Pablo habla de la encarnación como del cumplimiento de una larga espera de siglos que colma la medida de lo inimaginable: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal 4,4). Es el inaudito descenso de Dios en el que él se hace esclavo para que los esclavos lleguen a ser libres e hijos de Dios. El Hombre-Dios es la obra cumbre y perfecta, un sueño ideal cumplido, la realidad vértice de la historia del universo. Dos naturalezas, divina y humana, en unidad de persona. Nuestra actitud es la adoración del misterio: un Dios hace humana su presencia, su cercanía, su amor, su revelación e intimidad. Y un Hombre tiene los sentimientos y las actitudes de Dios, hechos visibles y cercanos. La antífona de laudes del día uno de enero, fiesta de Santa María Madre de Dios, expresa todo el contenido de la Encarnación-Navidad: «Hoy se nos ha manifestado un misterio admirable: en Cristo se han unido dos naturalezas: Dios se ha hecho hombre, y sin dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era, sin sufrir mezcla ni división».
Toda la liturgia es la confesión de la gloria del Verbo Encarnado que es la manifestación del Rey Mesías, como lo expresan los salmos 2 y 109, en su doble nacimiento, eterno y temporal:
–nacimiento eterno: en la vida de la Trinidad, la Palabra es eternamente engendrada
por el Padre en un movimiento de amor.
nacimiento temporal: es la generación temporal e histórica del Verbo Encarnado, dado a luz por María, y que, como Verbo Eterno, sigue siendo engendrado por el Padre. El mismo Hombre Jesús sigue siendo ahora también Hijo de Dios. San Agustín comenta: «Cristo ha nacido, como Dios, de su Padre; como hombre, de su madre. Ha nacido de un Padre que desconoce la muerte, de una mujer que ha conservado intacta su virginidad. Nacido de un Padre sin madre, de una madre sin padre; de su Padre, fuera del tiempo; de su madre, fuera de todo concurso humano. Naciendo de su Padre es principio de vida; naciendo de su madre, es el término de la muerte. Engendrado por su Padre, gobierna armoniosamente la disposición de los días; naciendo de su madre, consagra el día actual» (Sermón de la Navidad, PL 38,1015).
2. LA NAVIDAD-EPIFANÍA, COMO MANIFESTACIÓN DE LA LUZ
a) Navidad, el misterio de la luz
La NavidadEpifanía es manifestación, aparición, advenimiento. En el clima de las manifestaciones apoteósicas de los emperadores, en sus entradas triunfales, el nacimiento de Cristo es descrito como la revelación de Dios y de su amor a los hombres. En Cristo nos viene la Palabra de Dios, el conocimiento, la luz.
El tema de la luz es la idea central de la liturgia de la Navidad ya en los primeros momentos. Belén es llamada gruta de la luz. La sustitución de la fiesta pagana del sol invicto por la del nacimiento de Cristo, sol de justicia, contribuye considerablemente a ver la Navidad como misterio de luz. Las comunidades cristianas celebraban en medio de la noche el memorial litúrgico de la Navidad. La idea popular es que la Navidad es el día de la luz que ahuyenta las tinieblas, el día del sol nuevo e invicto. La circunstancia cosmológica del solsticio de invierno, celebrada por los romanos como el triunfo de la luz sobre las tinieblas, evocaba espontáneamente para los cristianos el Sol que nace de lo alto, la presencia entre nosotros de Cristo, luz del mundo. El ambiente de la celebración de medianoche es propicio para evocar este misterio. En el corazón de la noche, la comunidad cristiana se reúne en un espacio de luz que es símbolo de la fe que nace de la palabra, del anuncio. Y la luz es Cristo, palabra y eucaristía. En el ambiente litúrgico resuenan las palabras de Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierras de sombra y una luz les brilló» (Is 9,2). La colecta reza: «¡Oh Dios que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, luz verdadera!, concédenos gozar en el cielo del esplendor de su gloria a los que hemos experimentado la claridad de su presencia en la tierra». En esta luz se manifiesta la gracia (2ª lectura) y la gloria (antífona de la poscomunión). El credo señala «Dios de Dios, Luz de Luz».
El prefacio primero dice: «Porque gracias a la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible». Una de las bendiciones finales afirma: «El Dios de bondad infinita que disipó las tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo y con su nacimiento glorioso iluminó esta noche, aleje de vosotros las tinieblas del pecado y alumbre vuestros corazones con la luz de su gracia». La colecta de la misa de la aurora repite el tema: «Concede, Señor todopoderoso, a los que vivimos inmersos en la luz de tu Palabra hecha carne, que resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu».
Navidad es el misterio de la luz. En el fulgor de esta noche se adivinan ya las luces de la noche pascual. Navidad es el comienzo del misterio pascual. San León Magno recuerda en el oficio de las lecturas de la noche, evocando la iniciación bautismal: «Reconoce, cristiano tu dignidad… No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz del reino de Dios…» (PL 152,153).
En este contexto queda justificada la fuerte conexión entre Navidad y Epifanía, y la inclusión en esta misma fiesta de la manifestación de Jesús en el Jordán y en las bodas de Caná.
b) La manifestación a los Magos
A través de este hecho la liturgia nos anuncia todo el misterio de la humanidad salvada. Hacen referencia a ello los textos de la festividad: Isaías 60 y el salmo 79. En la Epifanía el misterio de la Navidad se manifiesta al universo como en claroscuro; más tarde, en la Pascua, se iluminará el fuego luminoso de Pentecostés.
Epifanía es una fiesta idílica y poética que nos entrega un mensaje importante: nuestra estancia en la tierra es una peregrinación hacia la Belén definitiva del cielo. Los Magos simbolizan el mundo pagano y vienen de lejos. Son la vanguardia del inmenso cortejo de la Iglesia. La estrella es la luz de la fe, visible y escondida. Hay que mirar al cielo para verla. Sólo la ven los que peregrinan. Los instalados en la ciudad humana no la contemplan. Los pueblos paganos afluyen hacia la región del Sol. Es la fiesta de la Luz y de los dones: los tiempos mesiánicos han llegado. El camino es la búsqueda de Dios. Y al volver por otro camino nos convertimos en la señal de la conversión necesaria. Cristo no está en Jerusalén, sino en un pueblo. En realidad, la Jerusalén celestial no es la de la tierra: ahora es la Humanidad de Cristo. Los dones ofrecidos representan la adoración de Dios invisible bajo el aspecto de niño, de «Rey Pacífico», en la pobreza de su cuna. Dentro de tanta poesía, que se presta a fantasías, es necesario fijarse en lo esencial del misterio: a él debe ser conducida también la devoción popular del pueblo cristiano, tan sensibilizada con la fiesta de los magos.
c) La manifestación de Jesús al pueblo en el Jordán
La voz del cielo manifiesta: «Éste es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias» (Mt 3,17). Jesús es exaltado en el momento en que él se humilla con un gesto necesario a todo pecador. Jesús se señala como perteneciente a la raza de Adán y responsable voluntario de los pecadores. Desciende al Jordán: las aguas son para los Padres el reino del Dragón y del Diablo. En la cosmogonía judía el mar equivale al infierno: las aguas del abismo son las potencias del mal, el reino de la muerte, del caos y de las tinieblas. Jesús recibe su consagración mesiánica y anticipa su descendimiento a los infiernos y su victoria redentora. El gesto de su humillación es la condición de su exaltación por parte del Padre. Así es como es revelado al pueblo. Además, se hace patente el simbolismo del bautismo. Cristo desciende y asciende de las aguas. El bautismo es un misterio de purificación. Es el baño nupcial donde la esposa recibe su última preparación antes de recibir al Esposo. Es el misterio de la unión Dios-Hombre, de la Navidad.
d) La manifestación de Jesús a sus discípulos en Caná
A través de un milagro, Jesús realiza un misterio. «Aún no ha llegado mi hora» (Jn 2,4), la de ir de este mundo al Padre. Entonces será la hora de las nupcias eternas. «El vino nuevo» es signo de la sangre de Cristo. «No tienen vino»: vino es el símbolo de la alegría. Según Isaías, la falta de vino es imagen de la desolación de Israel. Yahveh prepara a los pueblos «un festín de vino añejo». La presencia de María provoca el cambio de la Ley antigua por la Ley nueva. San Juan señala la fecha y el lugar de la boda: «el tercer día», que evoca la muerte y resurrección; y en Caná, no en Judea o Jerusalén, sino en Galilea de los gentiles: el Esposo, rechazado por la Sinagoga, será acogido por los gentiles. El verdadero Esposo es Cristo. El último vino será la sangre de Cristo. El signo por excelencia es el cambio, el milagro. Las jarras son las que se utilizaban para las abluciones judías: es el paso de la realidad judía a la cristiana. La transformación la operan las aguas del bautismo: de catecúmeno a hijo de Dios. Y la opera también el vino de la Eucaristía. La conversión del agua en vino anuncia la copa eucarística. Entre vino y sangre hay afinidad natural. El vino es símbolo de la vida como lo es la sangre. En la cena Cristo cambió el vino en su sangre. En Caná aún no había llegado su hora. En el cenáculo, sí.
3. NAVIDAD ¿MEMORIA O MISTERIO?
La comunidad primitiva de los tiempos apostólicos no celebra tanto los hechos históricos de la vida de Cristo como los misterios o realidades sacramentales que tales acontecimientos representan. En los comienzos, la única fiesta es la Pascua. Por ello, al aparecer la fiesta de la Navidad, el misterio del Verbo encarnado es visto a la luz del misterio pascual. Navidad aparece así como el inicio de la redención salvadora, porque el Verbo ha salvado aquello que él mismo ha asumido. Para morir y resucitar era preciso nacer. En la liturgia romana y en los escritos de León Magno la Navidad es parte integrante del «sacramento pascual».
La Pascua tiene un origen claro ya en la primera predicación apostólica. La resurrección que proclaman los apóstoles no es tanto un suceso histórico del pasado como una realidad espiritual de la comunidad creyente. La Pascua es un misterio actual y presente. La Navidad era un suceso del pasado. San Agustín afirma que «el día del nacimiento del Señor no se celebra como un sacramento, sino que se recuerda como una memoria» (Ep 55,1; PL 33,205). En cambio un siglo más tarde San León Magno, fiel a su teología de los misterios cristianos, afirma con claridad que también Navidad es un misterio o sacramento, no independiente de la pascua, sino como su comienzo. Con gran maestría habla de la perennidad del misterio del nacimiento del Señor vinculado a un «hoy» que no sólo recuerda, sino que hace presente el misterio celebrado. En su sermón sexto sobre la Navidad dice: «En cada día y en cada tiempo se presenta a la mente de los fieles… el nacimiento de nuestro Señor… Sin embargo ningún día como el de hoy propone a la adoración en el cielo y en la tierra este nacimiento… Vuelve a la memoria, más aún, se presenta ante nuestra mirada el coloquio del ángel Gabriel con María, llena de estupor; y parece que se hace presente la concepción por obra del Espíritu Santo, admirablemente prometida y creída. Hoy el Hacedor del mundo ha nacido del seno virginal… Hoy el Verbo de Dios se ha manifestado revestido de carne… Hoy los pastores han sabido por las palabras de los ángeles que el Salvador ha sido engendrado en la naturaleza humana con su carne y con su alma. Hoy a los pastores de la grey del Señor ha sido dado el modelo de la evangelización, de manera que también nosotros, unidos a la multitud del celestial ejército, aclamemos diciendo: «¡Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama!» (PL 54,213).
En esta perspectiva, Navidad es el inicio del sacramento pascual que comprende indisolublemente, en las confesiones de fe, la encarnación del Hijo de Dios.
Navidad es ya el comienzo de la redención en la asunción, por parte del Verbo, de la naturaleza humana, en la cual podrá consumar su pasión y se hará eficaz y perpetua su resurrección según la carne.
En el Cristo celeste está siempre presente el misterio salvífico de su nacimiento, la realidad de la carne asumida de la Virgen María, el misterio de la condescendencia divina y el aspecto divino-humano de la salvación.
Por todo ello, el «Hoy ha nacido Cristo» puede resonar en la liturgia, porque ese «hoy» se ha hecho presencia eterna en el Verbo Encarnado. Aquí misterio es el acontecimiento de la unión del Hijo de Dios a una carne, en unicidad de persona, y, como consecuencia, el hecho de la unidad del Hijo de Dios a todos los hombres en un solo Cuerpo Místico: es la divinización del hombre por medio de la humanización de Dios.
4. EL NACIMIENTO DE CRISTO COMO NACIMIENTO DE LA IGLESIA
Una de las ideas geniales de San León Magno es la unidad indisoluble entre el nacimiento de Cristo y el de la Iglesia. Dice: «Mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro propio comienzo. Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano, y el nacimiento de la Cabeza lo es al mismo tiempo del Cuerpo» (PL 54,213).
5. LA NAVIDAD, FUENTE DE PAZ, DE ALEGRÍA, DE GLORIA
Ya en el anuncio a los pastores encontramos estos tres términos que entrarán en las corrientes más hondas de la liturgia, de la teología y de la espiritualidad cristianas: la paz, la alegría y la gloria.
Es anuncio de paz en aquél que es «Príncipe de la paz» según la profecía de Isaías. Es el anuncio a los pastores: «Paz en la tierra a los hombres que Dios ama». «Él es nuestra paz», nos dirá San Pablo. La Jornada de la Paz, el uno de enero, tiene una vinculación profunda con el tema de Navidad.
El nacimiento de Cristo es el evangelio de la alegría. Es una extensión a la tierra del gozo que el Verbo tiene en el seno del Padre y una anticipación del gozo de los cielos.
Navidad es glorificación de Dios y de la humanidad. La gloria de Dios se establece en la tierra. La gloria del Señor es el signo de su presencia definitiva en medio del mundo (Jn 1,14).
(Extracto del Libro «Vivir el año litúrgico» de Francisco Martínez, Herder, 2002).
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