Lecturas
Números 6, 22-27 – Salmo 66 – Gálatas 4, 4-7
Lucas 2, 16-21
Comentario
SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, 2018
Celebramos hoy el comienzo de un nuevo año. En la cultura social del pueblo, y de todos los pueblos, es este un día muy festivo, celebrado con una pingüe cena, vistosos espectáculos, recíprocas felicitaciones y encendidos deseos de prosperidad y felicidad. El calendario cristiano celebra en este día hechos de gran trascendencia: la maternidad divina de María, la imposición del nombre de Jesús, la manifestación de Jesús a los pastores, la Jornada Mundial por la paz. El que da título a esta fiesta es Santa María, Madre de Dios. Está en relación con el suceso más grande de la historia: Dios se hace hombre para hacer al hombre Dios. Dios se ha entrañado en una mujer y en la humanidad y para siempre. Si se ha encarnado, si ha tenido una inmensa penetración en el tejido humano, si ha sido engendrado en las entrañas de una mujer y ha nacido de ella, esto significa que estará para siempre con nosotros, que no se apartará de nosotros jamás, que Dios verá a su Hijo siempre con nosotros y en nosotros y que el don y el amor de Dios a los hombres, además de sublime, se hace irreversible. La penetración de Dios en la humanidad es un hecho impresionante. Ha querido nacer, y para siempre, de una mujer. María le ha dado su carne, su sangre, su vida. María es una misma cosa con él. María es Jesús comenzado. Como consecuencia de la encarnación, la humanidad se hace una misma realidad con él: es su cuerpo. En la encarnación Dios se hace hombre para que los hombres lleguen a ser Dios. Ser engendrado, nacer entre nosotros es la mayor constatación del amor infinito de Dios a los hombres, y la manifestación de la perennidad e irreversibilidad de ese mismo amor. En un mismo decreto determinó Dios la encarnación de su Hijo y la maternidad divina de María. La maternidad divina de María es la consecuencia de una Navidad real en la que Dios se hizo carne para habitar entre nosotros. Jesús no perdió su divinidad y comenzó a ser verdadero hombre. Dos naturalezas conformaron una sola persona. De María no nació una naturaleza humana, sino la única persona existente, verdadero Dios y verdadero hombre.
Llamar a Maria Madre de Dios fue el resultado de un esfuerzo intenso y prolongado de la Iglesia que en los primeros concilios quiso encontrar las expresiones más adecuadas en torno la persona de Cristo. Se decían: este que ha convivido con nosotros ¿es verdadero Dios? ¿Es hombre verdadero? ¿Y cómo se unen su divinidad y su humanidad? ¿Y si es verdadero Dios y hombre cual es la aportación de María a introducirlo en su propio seno el mundo? ¿Es en verdad madre de Dios? El concilio de Nicea celebrado el año 325 afirmó que “el Hijo de Dios… se encarnó, se hizo hombre”. El concilio de Constantinopla del 381 amplió la fórmula diciendo que el Verbo “se encarnó por obra el Espíritu Santo y de María Virgen y se hizo hombre”. El concilio de Éfeso en 431 defendió la maternidad divina de María. Durante muchos siglos la devoción a María quedó concentrada en el hecho físico de su maternidad divina. El Vaticano II ha querido releer el misterio de María en un contexto mucho más amplio de su misión integral en relación con Cristo y con la Iglesia. Ha considerado en un primer plano el aporte de María a la historia íntegra de la salvación. No ha reducido la maternidad divina solo al momento de la concepción y del parto, sino abarcando todo el ámbito de la vida de María con el Hijo. No se ha movido en un concepto estático, sino dinámico. Destaca la actitud psicológica y espiritual con la cual vivió María su maternidad y recalca sus valores espirituales. La dimensión eclesial adquiere una importancia grande pues María aparece como figura y tipo de la Iglesia. No se trata de un hecho pasado, sino de un hecho que acontece todos los días, pues la Iglesia, como María, ejerce todos los días su maternidad virginal.
María es presentada en el evangelio en una estrecha relación con Cristo que va mucho más allá del simple dato físico. Es contemplada conservando todas las palabras de Cristo y rumiándolas en el corazón. Vive la verdadera fe. María se hace más madre creyendo. La suya fue una maternidad profunda porque fue una prestación de total disponibilidad y cooperación si reservas. Concibió en su corazón antes que en su cuerpo. Tuvo una gran participación interior. Participa con el Padre en el don del Hijo a los hombres. Y lo hace porque es verdadera madre del Hijo. María revive en su maternidad las características del Espíritu: es signo de vida interior, de verdadera creatividad y profunda comunión.
LA PAZ, BENDICIÓN DE DIOS
Hoy celebramos la 51 Jornada Mundial de la paz instituida por Pablo VI en 1968. Hoy la paz se ha convertido en un postulado de máxima importancia para los pueblos y para las personas. Vivimos circunstancias agudas que ponen en peligro la convivencia pacífica. Para nosotros, los cristianos, la paz no es solo ausencia de agitación, ni el resultado de una concordia pactada. Es la consecuencia primera de la Navidad. Si Dios está con nosotros, viviremos en paz. Donde Cristo resucita, los creyentes viven en paz. La concordia no es un simple postulado moral. Es asunto de fe y de sensibilidad espiritual. Es estar o no, con Cristo. La paz viene de Dios, solo viene de Dios. No tenerla es no tener a Dios. Es absurdo oír descarada e insistentemente, por ejemplo, que un pueblo tiene derecho a que se respeten sus sueños y sensibilidades de autonomía. Nunca los sueños son fundamento de derecho y menos de moral. Perturbar gravemente la paz social no es conciliable con la fe cristiana. Los sueños dignos de respeto son los de los pobres, los que carecen de lo fundamental, de alimento y de libertad.
Dios nos bendice y nosotros nos dejamos bendecir por Dios cuando vivimos las razones del Espíritu y no las razones de nuestro egoísmo individual o social. Cuando nos decidimos a vivir una Iglesia misterio de la presencia dinámica de Dios en el mundo, que no es mera organización temporal, y seguimos las razones del Espíritu, que unen, no las razones egoístas, que disgregan. Debemos estar con María. Pero no hay María sin Cristo, ni María sin Iglesia, ni sin historia de salvación. María no está donde no hay conmoción de entrañas ante el alejamiento de la fe, ante la pobreza y miseria, ante el desconocimiento de la fe, ni ante la frialdad e indiferencia religiosa de nuestro tiempo. Nos alcanza la bendición de Dios cuando tomamos en serio a los alejados de la fe, a los que viven sin hogar ni identidad espiritual, a los estancados en el mito utópico del puro bienestar temporal, a cuantos han desfundamentado la vida en sus valores espirituales y viven en la indeterminación y ambigüedad, a cuantos pretendiendo vivir en una omnímoda libertad, han perdido el amor, carecen de libertad interior y viven la paradoja de una libertad cautiva.
Francisco Martínez
E-mail: berit@centroberit.com
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