1. ORAR ES EXISTIR EN SU AMOR
Orar no es confiarnos en nuestras ideas, sino en la omnipotencia y amor de Dios. Es estar con él y en él, no con nuestros conceptos. Hay personas que al orar sólo hacen rezos. No tocan al Dios vivo. Su oración no es transformante. Se entienden más bien con una imagen mental de Dios. No se ponen en receptividad ante él. Hay otras personas que cuando oran se ponen en contacto vivo con Dios. Su oración es transformante.
Hay cardos secos a los que el sol, cuando les da, los seca más. Hay plantas vivas que al recibir la caricia del sol son continuamente vivificadas. Quien sólo ora rezos, no cambia nunca. Es siempre igual. Quien pone la vida en contacto con el Dios vivo, se transforma.
Dios crea, y ama, hablando. Su palabra siempre crea lo que dice. Es eficaz. Él siempre tiene la iniciativa porque es Dios. Orar no es reducirse a decir fórmulas. Es dejarnos mirar, amar, engendrar, decir por él. Es descubrir su presencia en nosotros, dentro de nosotros, dejándonos asombrar por ella. Dios es la verdad humana más grande del corazón del hombre. Está más dentro de nosotros que nosotros mismos. Existimos porque nos está mirando y hablando. Nuestra vida no es sino su mirada impresa en nosotros. Somos un amor suyo. Crecemos en la medida en que nos vamos dejando mirar y hablar por él.
Orar es acoger su palabra. Somos respuesta. Acoger su palabra es darle carne en nosotros, ser lo que dice, aceptarnos como realización de lo que expresa. Responder es ser reflejo de su ser, ir haciéndonos del todo. Es hacernos totales. La oración verdadera es el proceso de la maduración del hombre, de la realización de su propia identidad.
2. LA ORACIÓN: UN FUERTE TRANCE DE TRANSFORMACIÓN
Si hacemos oración y la oración no nos hace a nosotros, es porque no oramos bien. No vamos a ella a cambiar. Tenemos que implicarnos del todo en la oración. Debemos orar nuestra propia vida. Orar es entrar de lleno en la zona de influencia de Cristo para dejarnos sustituir por él. En Cristo la oración fue oblación y su oblación fue oración. No dijo palabras ni sentimientos sólo: se implicó él mismo y de lleno. La oración es un momento fuerte en el que asumimos nuestros problemas, situaciones, bloqueos, límites, condicionamientos, debilidades, para implicarlos en el texto sagrado, que es Cristo. Ante el texto, nos confrontamos, discernimos, elegimos, optamos, cambiamos, vivimos un fuerte proceso de cambio saliendo de nosotros, caminando hacia él, afianzándonos del todo en él, en el texto y saliendo nuevos por él. En cada momento de oración debemos pensar cómo podemos pasar de nuestra situación concreta, tal como es, a ser el texto vivo.
3. ORAR CON EL AÑO LITÚRGICO: REPRODUCIR EN NOSOTROS LA IMAGEN DEL SEÑOR
Es preciso saber acoger a Cristo en nosotros en el momento y forma en que él se dice y se da. Las celebraciones del año litúrgico proclaman la vida del Señor, sus misterios. La actualizan y celebran. Es de una importancia suma oír la palabra, acogerla, en el momento sagrado en el que es pronunciada, en el instante privilegiado en el que está realizando lo que dice, cuando proclama presente y actual su persona y su pascua, precisamente para que sean asimiladas. Cristo nos dice su vida, se nos dice él mismo. Entonces, orar es ser él, dejarnos transformar en él, aceptarlo, comulgarlo. Los textos sagrados que proclama cada fiesta, cada uno de los misterios de su vida, desde Navidad hasta Pentecostés, deben repercutir en nosotros, han de grabarse dentro de nosotros, en nuestra identidad. Se escriben en nosotros, en nuestro corazón. Son él mismo viniendo a nosotros, tallando su vida en nuestra persona.
Al salir de la oración, el texto debemos ser nosotros. La oración es el horno de donde sale el pan cocido: Cristo en nuestra vida. Los momentos de oración, o son procesos transformantes, o no son oración, ni amistad, ni intercambio.
4. LA ORACIÓN TORNILLO O LA ORACIÓN PROFUNDA
Hay una oración del corazón. En ella nos implicamos del todo, no limitándonos a contemplar el objeto exterior, sino comprometiendo el afecto, dejándonos afectar, motivar, impactar por él.
Al meditar un rasgo de Cristo, una actitud evangélica, nos concentramos en él, no en lo que tiene de concepto, sino de realidad viva. Y vivimos un trance de comunión, de identificación, de transformación en él.
Como el tornillo no se mueve, pero profundiza cada vez más en el mismo punto, así, en la oración del corazón, el amor se hace dominante, total, para profundizar más y más en el alma de Cristo, en sus sentimientos, en la actitud que meditamos.
Esta oración se dirige a la formación intensa de una nueva conciencia, la que procede de la fe, del amor, cuando la nueva situación es vista con los ojos del corazón. Es un cambio profundo de actitudes. Es el afianzamiento progresivo en un nuevo comportamiento activo.
Es como un dejarnos mirar, tocar, transformar por Cristo, entrando de lleno en la zona de su influencia directa y personal. Jesús ora su vida. En él, orar y hacer es lo mismo. Eso debemos hacer nosotros.
En la oración, tenemos que dejarnos mirar profundamente por Cristo. Y nosotros debemos mirarle a él con una mirada más profunda, abriéndonos a la luz de su palabra, acogiéndola en el corazón, dejando que, como un torrente circulatorio, vaya tomando nuestros sentimientos, nuestras actitudes y comportamientos. Esta oración nos hace vivir un trance de comunión e identificación, optando, eligiendo, suplicando, moviendo y conmoviendo la voluntad.
Vivimos anegados en la rutina, en la costumbre de lo cotidiano. Hemos perdido la capacidad de ser personas abiertas, de tener el corazón disponible, de vivir momentos originales, situaciones natalicias, sorpresas de novedad gozosa. La sociedad, o la misma comunidad donde vivimos, tiene sus niveles, sus techos de comportamiento, termómetros fijos que señalan el límite donde está fijada, clavada, nuestra fidelidad, la sinceridad de nuestro amor, el grado de crecimiento. Lo mismo nos ocurre a nosotros. Estamos en un grado fijo, incambiable, de temperatura de amor, en un nivel concreto de estancamiento de la voluntad.
Se trata, en estos casos, de emprender el movimiento del tornillo dejando a un lado los conceptos, costumbres, hábitos, implicándonos de todo corazón, saliendo de nosotros mismos, caminando hacia él, atornillándonos del todo en él, saliendo nuevos en él, creciendo en el amor.
Cuando un grupo se pone de acuerdo para vivir una oración fuerte, de tornillo, en puntos concretos de la convivencia, dejando que Cristo se haga intensamente presente, dejándose iluminar e impulsar por él, la caridad crece, rompiendo las resistencias personales y ambientales.
Es de desear que en los tiempos fuertes de la liturgia, adviento-navidad, y cuaresma-pascua, nos dejemos congregar por la palabra para responder a ella individual y comunitariamente en puntos concretos de nuestras necesidades espirituales.
Sería también muy positivo que al detectar los bloqueos de la convivencia, en el desarrollo de la fe y del amor, al repasar la lista de nuestras debilidades, de nuestras defecciones y amor propio, fuésemos capaces, en el momento de ponernos a orar, de elegir lo concreto y preciso de nuestra necesidad, para vivir el trance del cambio, de la conversión, de un amor vivido con todas las fuerzas, abandonando nuestros egoísmos, nuestros inconscientes interesados, realizando una verdadera organización evangélica del corazón.
5. ORACIÓN: UNA EXPERIENCIA FUERTE
-Soy mirada de Dios. En la oración voy a permanecer un tiempo dejándome mirar por él… Mi ser es su mirada plasmada en mí… La acepto. La siento y experimento, al sentirme y experimentarme a mí mismo.
-Soy amor de Dios dado y comunicado. El manantial de mi ser es su amor. Existo porque Dios se ama y es amor. Me ama en el amor con que ama al Hijo. Voy a permanecer en la oración acogiendo su amor. Me dejo amar… Siento en mí mismo su propio amor…
-En la oración, conforme me voy dejando mirar, hablar y amar por Dios, se va dilatando en mí el sentido y el horizonte. Voy creciendo, haciéndome total. Comulgo con textos de receptividad:
Todo es gracia: «Sin mí nada podéis hacer» (Jn 15,5). Nuestra existencia es la mirada de Dios plasmada: «¿Quién nos hará ver la dicha? La luz de tu rostro está impresa en nosotros» (Sal 4,7). «En el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu Luz veremos la luz» (Sal 35,10).
Nuestra existencia es el amor de Dios realizado: «Nos ha elegido en él antes de la creación del mundo… en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo…» (Ef 1,4ss). «Te amé con amor eterno… los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará» (Is 54,8-10). «Yo te desposaré conmigo para siempre» (Os 2,21). Modelo de receptividad: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
La contemplación transformante: «Todos nosotros que a cara descubierta contemplamos como en un espejo la imagen del Señor, nos vamos transformando en la misma imagen, de gloria en gloria, conforme obra en nosotros el Espíritu del Señor» (2 Cor 3,18).
Déjate amar, hablar, transformar. Toma una sola palabra y emprende el proceso
SALGO DE MÍ. VOY A TI. TODO EN TI. NUEVO POR TI
Extraído del libro «Dejarnos hablar por Dios», de Francisco Martínez, Editorial Herder.
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