Lecturas

Jeremías 31, 7-9  –  Salmo 125  –  Hebreos 5, 1-6

Marcos 10, 46-52: En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Comentario

MAESTRO, QUE PUEDA VER

2021, Domingo 30º Ordinario

            Con el evangelio de hoy se cierra en el evangelio de Marcos la gran sección del camino de Jesús y sus discípulos, de Galilea a Jerusalén. En el inicio del camino Jesús cura a un ciego anónimo, conducido hasta él por alguien. Recobra la vista poco a poco. Al final del camino Jesús vuelve a curar a otro ciego, Bartimeo, que es persona activa, y busca él mismo a Jesús incluso en contra del gentío que le acompaña y le pone dificultades. La multitud regaña al ciego porque con sus gritos molesta. Pero Jesús le llama y la multitud, ante ese hecho cambia de actitud y ella misma llama al ciego a acudir a Jesús. Cuando el ciego se entera de que Jesús le llama, suelta el manto, o tela donde probablemente recogía las limosnas, y se posiciona ante él. Hace dos semanas leíamos el episodio del rico que quería heredar la vida eterna. Aquella persona fue incapaz de abandonar sus bienes, darlos a los pobres y seguir a Jesús. Bartimeo representa la respuesta positiva de Jesús. Los discípulos, los de entonces, Santiago y Juan, y los de hoy, estaban como este ciego. Admitían a Jesús como Mesías, pero no aceptaban la cruz. Cundo Jesús insistía en el servicio y en la entrega, ellos discutían quién era el mayor y ansiaban los primeros puestos en el reino. Jesús, curando al ciego, le transforma por completo, y se convierte en modelo para los discípulos de todos los tiempos.

En el centro del relato contemplamos a Jesús diciendo al ciego: ¡levántate! Esto convierte la narración en llamada, seguimiento y discipulado, rebasando el simple suceso de curación. Bartimeo es para Marcos prototipo  de la ceguera de los discípulos, aferrados a sus falsas seguridades, protagonista de una vida estática y carente de vitalidad y dinamismo creyentes. Bartimeo era, al principio, mendigo (vive de los demás), es ciego (no ve), estaba sentado (postura de inactividad, falta de movimiento y de iniciativa), estaba junto al camino (fuera de un proyecto personal y comunitario), como tantos hoy entre nosotros.

Al oír hablar de Jesús se enciende su deseo de encontrarse con él. Sus llamadas insistentes expresan la intensidad de su búsqueda. Le anima el encendido deseo de verle, la confianza y fe que deposita en Jesús creyendo que él le puede curar.

El ciego Bartimeo somos nosotros en la medida en que no tenemos fe en Jesús que puede curar nuestras cegueras. Se entera de que Jesús está pasando por su camino y empieza a gritar llamándole. Invocar a Jesús, tener corazón disponible sin excusas para mirar atrás, dejarlo todo, esto es evangelio puro. El manto era lo poco que tenía, pero lo abandona también, como los discípulos dejaron sus redes al sentir la llamada. Bartimeo dio un salto  y se acercó a Jesús. ¡Agilidad espiritual! Pedía limosna, pero a Jesús le pide otra cosa, ver. Sabe ir al fondo de su necesidad. No como nosotros cuando nos preocupan y pedimos tantas superficialidades. Jesús ve su fe sincera y no le dice “yo te  curo”, sino “tu fe te ha curado”. Recuperada la vista, Bartimeo  se va detrás de Jesús. El ciego no vuelve a su casa como se podía esperar,  sino que se incorpora al grupo de los seguidores de Jesús, camino de Jerusalén.

La intencionalidad esencial de esta bella escena se centra en la necesidad y deseo de ver a Dios en la vida, en saber ver a Jesús y seguirle. El deseo de ver a Dios es el sentimiento más profundo ya en el Antiguo Testamento. Dios un ser escondido (Is 45,15) al que nadie ha visto ni puede ver (Tim 6,1). Las visiones proféticas representan la cima de la experiencia de Dios. En el culto, en los lugares en que Dios se hace presente, se hace más vivo el deseo de ver a Dios. Para dejarse notar Dios requiere la fe del pueblo. Dios se deja ver en la historia a través de signos prodigiosos de salvación. En Jesucristo hace Dios ver las maravillas inauditas prometidas a los profetas. Simeón, en Jesús, ve la salvación. En Juan, sobre todo, ver lo que Jesús hace es una invitación a creer. Jesús realiza gestos prodigiosos. A pesar de ellos muchos no creen. Para ellos la luz del mundo se convierte en tinieblas. Dios se hace visible en Jesucristo y los que ven a Jesús son testigos. “Nosotros vimos su Gloria” (Jn 1,14)”Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí… el que me ha visto ve al Padre” (Jn 14,9s). Para Pablo  el objeto del mensaje no es una doctrina sino una persona, Cristo (2 Cor 4,5). La verdad es Jesús (Jn 14,6).

Ahora, en nuestro tiempo, ver a Jesús es muy diferente de la época del ciego Bartimeo. Los Padres de la Iglesia enuncian un principio importante. “Lo que era visible en el Señor se ha transmitido a los misterios de la Iglesia”, dicen. Ahora Jesús ya no vive una presencia histórica, sino más bien misteriosa, en la Iglesia, su cuerpo: en la proclamación de su palabra, en la partición del pan, en la vida y el testimonio de la comunidad. Muchos hoy, incluso cristianos esforzados, cuando oran, solo se dirigen a “aquel”  Jesús histórico que vivió en Palestina en el pasado. Le buscan donde ahora ya no está, donde él ya no puede ser encontrado. Deberían buscarle donde realmente está, en el misterio del evangelio proclamado, del pan compartido o de la caridad fraterna, de la comunidad que testifica, vive y proclama.  El evangelio no es simple libro. Proclamado, es él en persona, su misma intimidad personal. Hemos heredado la verdad cultural de que el evangelio es un libro entre otros. Nosotros lo tenemos en casa en el anaquel, entre otros libros. Pero no es así. El evangelio es una intimidad personal. Siempre que tomamos el evangelio, Cristo mismo nos habla, sobre todo en las celebraciones de la fe. La comunidad es su presencia en nosotros.

Ahora Jesús está también en los que sufren. “Estuve hambriento y me disteis de comer” (Mt 25,34ss). Quien tiene amor sincero, pleno, le tiene a él. “Amad y le experimentaréis a él en vosotros. “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros” (1 Jn 4,12) El que ama está en Dios y Dios en él.

La gran novedad cristiana es que Cristo es la verdad, toda la verdad. Lo es porque siendo la Palabra hecha carne, nos revela al Padre (Jn 1,18), y es verdad porque es camino y vida. La verdad implica  la caridad, la solidaridad, la generosidad. Quien  vive en la verdad, Dios está en él.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit,com

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