La Dra. Dolores Ros de la Iglesia dedicó la segunda sesión del curso “Iglesia del Siglo XXI, Claves e imágenes”, incluido en el marco del curso anual de Teología del Instituto Diocesano de Estudio Teológicos para Seglares, a reflexionar sobre las grandes imágenes de la Iglesia en el marco del Concilio Vaticano II.
Ros recordó que han pasado más de sesenta años desde la celebración del Concilio y recomarcó el riesgo de olvidar el Concilio o de no recibirlo, “afrontando la realidad inmediata sin remitirnos a la imagen de la reflexión conciliar”. Invitó a que la sesión fuera un espacio de reflexión desde el quién soy yo. Como señaló el Concilio Vaticano II, todos “somos Iglesia”. Las imágenes del Concilio Vitacano II nos recuerdan cómo debemos vivir «ser Iglesia».
Al comienzo del Concilio ya surgió la pregunta: “Iglesia católica, ¿quién eres?, ¿qué dices de ti misma?”.
Recordó cómo está estructurada la Constitución dogmática sobre la Iglesia, que comprende ocho capítulos: “El misterio de la Iglesia” (Cap. 1), “El Pueblo de Dios” (Cap. 2), “El episcopado” (Cap. 3), “Los laicos” (Cap. 4), “Vocación universal a la santidad” (Cap. 5), “Los religiosos” (Cap. 6), “Índole escatológica de la Iglesia” (Cap. 7) y “La Virgen María” (Cap. 8). Ros centrará su reflexión en los dos primeros capítulos de esta constitución.
Y presentó algunas claves doctrinales de la eclesiología del Concilio:
- La consideración de la Iglesia como misterio
- La valoración de la Iglesia como Pueblo de Dios
- Descubrir y vivir la Iglesia como comunión
- Contemplar a la Iglesia como signo y sacramento de salvación
- La naturaleza esencialmente misionera de la Iglesia
El Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento
Ros explicó cómo el Antiguo Testamento ilumina la consideración del Pueblo de Dios. La relación de Israel con Dios es de propiedad, el Pueblo de Israel es propiedad de Dios. Pero es también aliado de Dios y santuario de Dios: “el Pueblo de Dios es donde vive Dios, donde realiza su acción, donde Dios se manifiesta”.
La misión de Israel es ser un pueblo elegido entre los pueblos, también es un pueblo mediador y en el que Yahvé hace sus maravillas, en el que Yahvé realiza su acción salvadora, signo de que Yahvé existe, el Dios y es salvador.
Propuso una serie de imágenes bíblicas de la Iglesia, contempladas en la LG 6, que nos ayudan a comprender el misterio de la Iglesia a través de la analogía: imágenes como viña, redil, labranza – labrador, construcción – piedra angular, familia, templo – piedras vivas y esposa. Todas ellas son complementarias pero expresan algo sobre el misterio de la Iglesia.
Recordó también la belleza del canto de la Viña de Isaías:
“Voy a cantar a mi amigo el canto de mi amado por su viña.
MI amigo tenía una vida en fértil collado.
La entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas cepas;
Construyó en medio una torre y cavó un luagr.
Esperaba uvas, pero dio agrazones.
¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho?…” (Is 5,1-7)
En ese canto -explicó Ros- refleja el sentimiento de Yahvé ante el pecado del pueblo: “Dios elige, cuida, está presente, que acompaña al pueblo de Dios permanente, un pueblo que se akeja, peca, cae”. “Es un drama, hoy también”.
La Iglesia es un misterio que refleja el misterio de Dios, que evoca a una realidad escondida. Pero ese misterio se ha ido desvelando, descubriendo en la historia en un plan, un sueño, que Dios tiene para todo hombre.
La Iglesia es un misterio que refleja el misterio de Dios, que evoca a una realidad escondida. Pero ese misterio se ha ido desvelando, descubriendo en la historia en un plan, un sueño, que Dios tiene para todo hombre.
Evoca esta realidad con un prisma en el que se descompone la luz en diversos colores. También con un cubo, que identifica a la Iglesia con distintas caras. Cada cara es una imagen que se nos brinda a través de las imágenes bíblicas como a través de las grandes imágenes que va a recoger la LG, pero evoca una misma realidad, con dimensiones diferentes.
Estas imágenes son la Iglesia como “pueblo de Dios”, “Cuerpo de Cristo”, y “Templo del Espíritu”. “Son distintos aspectos que nos ayudan a comprender y a vivir en la realidad del misterio de la Iglesia”.
El misterio de la Iglesia
La Iglesia es un misterio (LG 1) porque quiere reflejar el misterio de Dios uno y trino.
1. A la luz del misterio de Dios, uno y trino
La salvación es obra de Dios Padre que quiere salvar al hombre, reconciliándolo gratuitamente consigo en Cristo y por Cristo:
- Es obra del Hijo, que nos salva compartiendo nuestra condición humana, hecho en todo semejante a nosotros excepto en el pecado (Flp 2, -78)
- Es obra del Espíritu Santo, que a lo largo del tiempo y hasta el final de la historia, va llevando a su plenitud la obra salvadora decretada por Dios Padre y realizada por Dios Hijo.
- Así todo la Iglesia aparece como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4, San Cipriano)
La Iglesia es la Epifanía (manifestación) del misterio trinitario. La Iglesia se siente urgida a ser epifanía de la vida íntima de Dios en su doble dimensión de comunión de amor y de comunión de vida. La Iglesia está llamada, a la luz del misterio de Dios, a ser entre los hombres comunidad “una” desde la más amplia diversidad de dones, carismas, ministerios y gracias. La Iglesia es “un misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador” (EG 111)
El Papa Francisco ha hablado alguna vez del “Mysterium Lunae”, el misterio de la Luna: la Iglesia es como la Luna, que no tiene luz propia, sino que refleja la luz del Sol.
«La Iglesia es como la Luna, que no tiene luz propia, sino que refleja la luz del Sol».
Por eso, “la Iglesia es enviada por Jesucristo como sacramento de la salvación ofrecida por Dios” (EG 112, LG 1).
2. A la luz del misterio del Verbo encarnado
Pablo VI, en la segunda sesión conciliar (29 de septiembre de 1963), se preguntaba: “¿De dónde arranca nuestro viaje?, ¿qué ruta recorrer?, ¿y qué meta deberá fijarse nuestro itinerario?— ¡Cristo! Cristo nuestro principio; Cristo nuestra vida y nuestro guía; Cristo nuestra esperanza y nuestro término”.
La Iglesia será tanto más Iglesia cuanto más y mejor refleje el misterio del Verbo Encarnado, del que se proyección y continuación en la historia”. “Tenemos que sentirnos protagonistas del Plan de Dios”, señaló.
“Tenemos que sentirnos protagonistas del Plan de Dios”.
Dios, desde siempre, tiene un plan que se ha ido manifestando en la historia, cuyo centro es Jesucristo. En este momento estamos viviendo el tiempo de la Iglesia. Nosotros somos partícipes de esa historia y de ese tiempo. “Debemos descubrirnos como protagonistas de la historia de salvación, de ese plan de Dios”, señaló. “Cada cristiano debe manifestarlo en su propia vida”.
Pueblo de Dios
Por su parte, el capítulo 2 de LG está dedicado al “Pueblo de Dios”. El Pueblo de Dios en la Antigua Alianza es el “pueblo elegido”, el “pueblo de la alianza”.
Como es conocido, el término “Iglesia” procede del griego “ekklesía”, pero también del hebreo, «qahal Yahveh». Es importante este significado hebreo, porque además de la significación griega de Iglesia como asamblea, reunida para compartir, para dialogar, para compartir, pero desde la perspectiva hebrea evoca el momento en que el Pueblo de Israel asume esa pertenecia a Yahvé, al pie del Sinaí, desde la experiencia de la liberación de Egipto. El Pueblo de Dios ha salido de Egipto y es convocado por Yahvé a través de Moisés, para sellar la Alianza al pie del Monte Sinaí».
Explicó que el Pueblo de Dios, en el Antiguo Testamento aparece siempre con esa palabra “laos tou theou”, “el pueblo único de Dios”, frente a otros pueblos que aparecen con otros términos (étnia, raza…”
- Es el Pueblo de Dios: Dios ha adquirido par así un pueblo de aquellos que antes no era un pueblo; “una raza elegido, un sacerdocio real, una nación consagrada” (1P 2,9).
- Se llega a ser miembro de este cuerpo no por nacimiento físico, sino por el “nacimiento de arriba, del agua y del Espíritu” (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
- Este pueblo tiene por cabeza a Jesús el Cristo (=Ungido, mesías): porque la misma unción, el Espíritu Santo fluye desde la Canez al Cuerpo, es “el Pueblo mesiánico”.
- La identidad de este Pueblo des la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.
- Su ley es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (cf Jn 13,34). Esta es la ley “nueva” del Espíritu Santo (Rm 8,2; Gal 5,25).
- Su misión es ser sal de la tierra y luz del mundo (cf Mt 5,13-16). “Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano”.
- Su destino es el Reino de Dios, que Él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que Él mismo lo lleve también a su perfección” (LG 9).
Señaló Ros que es importante descubrir esta imagen de la Iglesia como Pueblo de Dios, que en el Concilio Vaticano II era central. A los veinticinco años del Concilio, en el Sínodo del año 1985, al revisar el Concilio, se puso el acento, no en el término pueblo de Dios, sino en el término “comunión”, y todo el pontificado de Juan Pablo II va a centrarse en la Iglesia como comunión. Sin embargo, en el pontificado de Papa Francisco hay dos aspectos importantes de la Iglesia como son la misión y su condición de Pueblo de Dios y la dignidad de todo el Peublo de Dios es bautismal.
El bautismo-confirmación crea la Iglesia como Pueblo de sacerdotes, profetas y reyes.
La pertenencia a la Iglesia es vida, es participación en la misión de Cristo de implantar el Reino por medio de la gracia del Espíritu
El bautizado y confirmado ha sido escogido por Dios, de una vez par a siempre, para rendirle culto “en Espíritu y en verdad” (Jn 4,24) como miembro de la Iglesia, pueblo sacerdotal.
Si somos pueblo sacerdotal, ¿para qué capacita el sacerdocio común de los fieles?
- El acceso inmediato a Dios
- Anunciar la Palabra de DIos
- Ofrecer sacrificios espirituales
- Participar activa, consciente y responsablemente en la liturgia
- Participar en el sacrificio de Cristo
Pueblo “regio”
Cuando se habla de pueblo “regio”, Ros evocó dos imágenes. Una, la del labatorio de los pies: “Yo no he venido para ser servido, sino para servir” (Mc 10,45). “Pero sabiendo que solo se puede servir, si soy libre”. “Solamente puedo ponerme a lavar los pies si me siento libre, si no soy esclavo de nadie”.
“Señores y no esclavos”, porque “no hemos recibido un espíritu de eslavos para recaer de nuevo en el temor” (Rom 8,15)
“Señores y no esclavos”, porque hemos recibido el espíritu de hijos porque el que somos hijos adoptivos y podemos llamar “Padre” a Dios” cf. Gál 5,18).
«El cristiano es señor porque hemos sido librados del pecado y hechos Hijo de Dios e invitados por Jesús a hacer lo mismo, convertirnos en servidores pero porque somos señores, y hemos sido librados”.
«El cristiano es señor porque hemos sido librados del pecado y hechos Hijo de Dios e invitados por Jesús a hacer lo mismo, convertirnos en servidores pero porque somos señores, y hemos sido librados”
Jesús se hizo obediente hasta la muerte y esclavo en la cruz. La mejor imagen de Cristo Rey es la cruz, la corona de espinas, pero la obediencia de Cristo Jesús al Padre, con la que da la vida, me suena más a complicidad -señaló Ros-: el Padre y yo somos uno”. “Es decir, la voluntad del Padre es la voluntad del Hijo”. Por eso, “para ser verdaderamente pubelo sacerdotal, profético y regio, debemos tener los mismos sentimientos de Cristo”.
Pueblo “profético”
El pueblo está llamado a ser “profeta”, para descubrir y vivir la presencia de Dios, anunciar la Buena Noticia y denunciar el mal, el pecado, la injusticia.
Mencionó la cita de EG 119, que, a su vez, se refiere a LG 12, del que, en opinión de Ros, surge el propio proceso sinodal en el que nos encontramos en estos momentos.
“El Pueblo de Dios es santo por la unción del Espíritu que le hace infalible “in credendo”. Esto significa que cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe” (…)
Dios dota a la totalidad de los fieles de un instituto de la fe -el sensus fidei- que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios” (EG 119) Cf LG 12).
“Precisamente porque somos ungidos por el Espíritu, podemos tener este sentido de fe”, señaló Ros.
Cuerpo de Cristo
Otra gran imagen es la “Cuerpo de Cristo”, que Ros los calificó como “el gran regalo de San Pablo”. “Esta imagen evoca preferentemente al sentido de pertenencia a la Iglesia”
“Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo” (1 Cor 12, 12-31; Rom 12,4-8).
“Él es también la cabeza el cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, así es el primero en todo” (Col 1,18).
“A lo largo de toda la historia de la Igleisa, la imagen del “Cuerpo de Cristo” parten de estos textos de Pablo pero luego se han espiritualizado, identificándolo con la Eucaristía”. El Papa Francisco habla menos de “Cuerpo de Cristo”, aunque sí se refiere a esta imagen en algunas ocasiones, se hace referencia a la Eucaristía en los siguientes términos:
“La eucaristía es la plenitud de la vida sacramental (EG 47), signo de la entrega de Cristo por su Iglesia (EG 104), memoria cotidiana de la Iglesia, introduce en la Pascua (EG 23) y hace posible la comunión con Cristo” (EG 138).
“La eucaristía, memorial de la Pascua, cumbre de la acción salvífica de la Trinidad, es la fuente de la vida misma de la Iglesia”.
“En la eucaristía la creación está orientada hacia la plenitud”.
Templo del Espíritu Santo
Es una imagen central en la eclesiología del Papa Francisco y evoca a Pentecostés:
“Consumada, pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen pudieran acercarse al Padre por Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18). El es el Espíritu de la vida o la fuente del agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4,14; 7, 38-39), por quién vivifica el Padre a todos los muertos por el pecado hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (Cf. Rom 8,10-11).
Mencionó también el texto -“insuperable”, señaló- de LG 4:
«El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fíeles como en un templo (1 Cor 3, 16; 6, 19) y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos (cf. Gal 4, 6; Rom 8, 15-16. 26). Guía a la Iglesia a la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en la comunión y en el ministerio, la instruye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11-12; 1 Cor 12, 4; Gal 5, 22). Hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor: ¡Ven! (LG 4)
Comunión
La Iglesia es comunión porque refleja la comunión trinitaria.
“Es el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, quien transforma nuestros corazones y nos hace capaces de entrar en la comunión perfecta de la Santísima Trinidad, donde todo encuentra su unidad. El construye la armonía y la comunión del Pueblo de Dios” (EG 117)
“Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo…
Espiritualidad de Comunión
¿Qué significa todo esto en concreto? Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como « uno que me pertenece », para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un « don para mi », además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber « dar espacio » al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (NMI 43).
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