Lecturas

1ª Crónicas 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2  –  Salmo 26  –

Lucas 11, 27-28: En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.»
Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.»

Comentario:

NUESTRA SEÑORA DEL PILAR

2022

Hermanos: ¡Felicidades! Si recorremos nuestras calles, o leemos la prensa y los medios, o contemplamos los escaparates, u ojeamos los programas que elaboran los responsables sociales, si escuchamos el mensaje de la fiesta, comprobaremos que todo anuncia felicidad. El origen y la causa de la fiesta lo tenemos aquí los cristianos: es la Virgen del Pilar. Es la fe animando la fiesta. La fe que se hace cultura, que viste a las personas de júbilo, que inunda las calles y casas de un detonante colorido, de música, de alegre algarada, como si de repente las pesadumbres que nos afectan, los problemas económicos, el paro, la enfermedad, las agresiones físicas y morales, hubieran huido como un vapor evanescente, para dar paso al júbilo y al gozo multitudinario. La fe está tan entrañada en la cultura del pueblo que la historia resulta inexplicable sin ella. Pero también es cierto que muchos disfrutan más de la cultura de la fe que de la fe misma. Y esto es una desgracia. Porque es una disminución lamentable. Comen la cáscara, pero no el fruto. Viven de espaldas a la fe. Creen que creen, pero no creen de verdad. Para ellos lo religioso no es sino un componente, entre otros, de la fiesta. Ponen flores a María. Unos por fe. Otros porque es un número hermoso y obligado de la fiesta. Lo que para unos es un obsequio a María, para otros es un espectáculo colorista.

Los cristianos tenemos que acrisolar nuestra devoción a María. Pues de ello depende que tengamos alegrías profundas, que seamos gozo para Dios y testimonio evangelizador para nuestros hermanos los hombres. Yo le pido hoy al Señor, el Hijo de María, por mediación de ella, que nos conceda fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza, constancia en el amor.

Pido para todos, fortaleza en la fe. María, más que una mujer de privilegios, es, ante todo, testimonio y ejemplo para nosotros en la vida ordinaria. Y lo es sobre todo en lo más decisivo e importante, la fe. María fue una mujer creyente. Así la definió Isabel: “Dichosa tú porque has creído”. Ella misma lo expresó modélicamente cuando ante la propuesta del ángel se definió a sí misma diciendo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.  La fe es la dimensión absoluta de lo relativo. Nada tan grande como creer. La fe es una fuerza tan poderosa que crea la realidad. Somos lo que creemos. La fe no es sólo creer verdades, sino decir “sí” a la vida, decir “sí” al amor de Dios en nuestra existencia. Es creyendo a Dios y a los demás como entramos en la vida real. La vida, en su estrato más profundo y real, es un sí a la existencia. Nunca es una realidad merecida o autocreada. Somos pura receptividad. Todo lo tenemos recibido. Diciendo sí, Dios viene a nosotros, nos hacemos hijos de Dios, Cuerpo de Cristo, portadores de la Trinidad. Diciendo sí acontece la amistad, la vocación, el matrimonio. El sí engendra la vida, la cambia y trasforma. Creyendo y aceptando, el Espíritu entra en nosotros y se hace nuestra trascendencia, lo mejor de nosotros, lo más nuestro de lo nuestro, porque llegamos a participar de Dios y Dios mismo entra en nuestra propia identidad. Por la fe Dios nos adentra en su vida. La fe es siempre riqueza, seguridad, dicha, realización. Por la fe el mundo de Dios es nuestro mundo. La fe hizo de María, madre de Dios. Entrañó tanto a Cristo que la carne de María se hizo carne de Jesús. María es Jesús comenzado. Vivir de la fe es hacer de la vida una historia divina.

En esta fiesta pido a Dios por mediación de María, seguridad en la esperanza. La esperanza es la anticipación de lo que esperamos. La esperanza se apoya en Dios. Y Dios es amor que no cambia. “Dios es fiel a sí mismo, aunque nosotros seamos infieles” (2 Tm 2,13). El fundamento de la esperanza nos lo indica san Juan cuando dice: “Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene” (Jn 4,17). La confianza no es una evasión espiritualista pensando que Dios lo arreglará todo. Ni es la pasividad de quien permanece esperando que Dios premiará a los buenos y castigará a los malos. Ni es el optimismo voluntarista de quienes creen que serán los sistemas sociales y las ideologías los que un día aportarán la salvación del hombre. Benedicto XVI nos ha dicho cosas hermosas sobre la esperanza. «Dios es el fundamento de la esperanza, pero no cualquier Dios, sino el Dios que tiene rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto». «La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera: se le ha dado una vida nueva». «El cielo no está vacío. La vida no es el simple producto de las leyes y de la casualidad de la materia, sino que, en todo, y al mismo tiempo por encima de todo, hay una voluntad personal, hay un Espíritu que en Jesús se ha revelado como Amor».

El fundamento de la esperanza está en que Dios nos enriquece con su amor y practica con nosotros las actitudes que nosotros hemos de practicar con él. Tiene fe en nosotros, espera en nosotros, en que nosotros actuemos responsablemente. Y quiere que amemos con su mismo amor, que le hagamos presente como Padre de todos, perdonando, reconciliando, porque el hombre, todo hombre, es superior a su mal. Quiere que amemos incondicionalmente. Las grandes parábolas de Jesús, como la del hijo pródigo, nos enseñan que Dios nos ama incluso antes de que nos arrepintamos, que nos da el amor que no merecemos, que él no viene a castigar, sino a salvar lo que está perdido, que la alegría del cielo es nuestra conversión.

En este día pido a Dios, por mediación de María, constancia en el amor. Creer es amar. No basta creer en Dios. Hay que creer en el amor de Dios. Y no sólo en el amor que Dios nos tiene, sino en el que él deposita en nuestros corazones para que nosotros amemos a todos con y en su mismo amor. El amor no es un deber, es una dicha, una felicidad. Si Dios es amor, estar en el cielo es amar. Dios nos ha creado para que seamos felices. Y ser feliz es amar. Sólo vivimos los días que amamos. Pero el amor es de Dios. Nosotros conocemos lo que es una gota de agua. No conocemos el océano. En la tierra aprendemos y maduramos el amor que viviremos en el cielo.

María creyó en Dios e hizo de él su vida. Su vida fue Cristo. María aparece en el plan de Dios como la respuesta ideal, como aquello que la humanidad entera debió ser, pero que no llegó a alcanzar, como la representante de la humanidad nueva que acoge la palabra de Dios y confía en ella. Como modelo de vida interior. Como fuerza y poder de creatividad. Como ideal de comunión.

Madre santa, Virgen del Pilar: bendice nuestros hogares, protege la fe de tu pueblo, enséñanos a Cristo, danos fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

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