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Lecturas;

Isaías  52, 7-10a  –  Salmo 97  –

Hebreos 1, 1-6  –  Juan 1, 1-18

.Al principio existía la Palabra ,y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él El no era la luz, sino el testigo de la luz.La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella,y el mundo no la conoció.Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.Pero a todos los que la recibieron,a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne,ni de la voluntad del hombre,sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo.»
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre

Y EL VERBO SE HIZO CARNE

Navidad 2016

¡Felicidades, hermanos! Dios se hace hombre para hacernos a nosotros Dios. La Navidad ha resultado siempre una fiesta espectacular, de gran resonancia en la cultura popular. Con el ruido profano puede pasar desapercibido su contenido profundo: nuestra participación de la divina naturaleza. Será bueno que penetremos en su más hondo significado y que nos demos la dichosa posibilidad de impregnarnos vivencialmente de él.

La Iglesia primitiva solo conoció una fiesta, “el Día del Señor”, la Pascua dominical y anual. Fue en el siglo IV cuando apareció la solemnidad de la venida del Señor entre los hombres. Inicialmente no les preocupó tanto conmemorar un aniversario como combatir las fiestas paganas del solsticio de invierno, celebradas en Roma el 25 de diciembre y en Egipto el 6 de enero. Los cristianos de Roma tuvieron la audacia de cristianizar la fiesta pagana aplicando al nacimiento de Jesús el sentido simbólico del nacimiento de la luz que ahuyenta las tinieblas humanas. Cuando el sol comienza a superar las tinieblas del invierno, Jesús viene y vence, haciendo decrecer las tinieblas del hombre y acrecentando la luz de la verdad. Parece que los orígenes de la celebración debieron tener lugar de inmediato en la misma gruta donde nació Jesús en Belén. Aquella gruta, que recibió veneración ya en la primera comunidad cristiana, fue profanada, pero no destruida, por los romanos. El Emperador Adriano, en el año 135, mandó que fuera recubierta por un bosquecillo sagrado e implantó el culto de Adón. Los primeros escritores Justino, Orígenes y otros señalan que la gruta en que nació Jesús era conocida por todos los hombres del país. En el siglo III la gruta de Belén es restituida a los cristianos. Santa Elena construyó sobre la gruta la Basílica de la Natividad en 326 como evocación de la Epifanía o manifestación del Señor. En Roma aparece por primera vez la fiesta de la Navidad el 25 de diciembre entre el año 270 y 275. La fiesta penetró fuertemente en el pueblo. Adquirió un desarrollo espectacular, como verdadera confesión de fe, debido a los concilios de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia que definieron la divinidad, la humanidad y la maternidad divina de María.

LA HUMANIZACIÓN DE DIOS

El evangelio de Juan para esta fiesta es probablemente un solemne himno litúrgico construido de forma poética, con elementos narrativos, que ensalza la preexistencia de Cristo y su encarnación en la tierra. Mediante conceptos y símbolos típicos del helenismo y de la corriente sapiencial del Antiguo Testamento, nos dice que el Logos, o Verbo divino, establece su tienda entre nosotros, se hace carne y nos hace hijos de Dios. Mediante su Logos, Dios dialoga con la humanidad. La Palabra crea, es Vida y Luz para el ser humano. Se revela y da a conocer a los hombres la gloria del Padre. Mediante el prólogo Juan se remonta a la existencia de Jesús junto a Dios antes de la creación del mundo. Por medio del Verbo, todo vino a la existencia. Ahora se manifiesta como Luz y Vida y en él y por él continúa la historia de la salvación. Asume la carne, la limitación y debilidad, se hace débil y último y así manifiesta su gloria, y nos diviniza a nosotros.

La encarnación de Dios es el suceso más grande de la historia del mundo. El hombre-Dios es la obra cumbre y perfecta, un sueño ideal cumplido, la realidad vértice de la historia del universo: ¡dos naturalezas, divina y humana, en unidad de persona! Dios hace humana su presencia, su cercanía, su amor, su revelación e intimidad. Y un Hombre, en sus hechos visibles y cercanos, manifiesta los sentimientos y las actitudes de Dios. Los Padres de la Iglesia cantan a porfía esta gran confesión de fe: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser Dios”. La liturgia proclama: “¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, se ha dignado nacer de una virgen, y hecho hombre, sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad” (Vísperas 1 de enero). Pablo nos dice: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción” (Gal 4,4-5). Así, el nacimiento de la Cabeza, Cristo, es también el nacimiento del cuerpo, nosotros” (San León Magno). La consecuencia inmediata y lógica de la encarnación de Dios en el mundo es la divinización del hombre. Es lo que expresamente intentó Dios mediante la encarnación de su Hijo. Al encarnarse, el Verbo no se detuvo en la persona de Cristo. El hombre, todo hombre, es el objetivo y la intención expresa de Dios, el núcleo de su intención. La Revelación nos ofrece un testimonio insistente y sorprendente del resultado de la encarnación. Dice expresamente: “A los que le recibieron les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn 1,112). “¡Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos! (1 Jn 3,1). El simbolismo de la comida lo dice todo. Comemos y lo que comemos pasa a ser parte integrante de nuestro ser. Cristo se hace verdadera comida y bebida.: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (Jn 6,56). Pedro escribe con inaudita audacia: “Nos han sido dadas preciosas y sublimes promesas para que por ellas os hagáis partícipes de la divina naturaleza” (2 Pdr 1,4). El gran reto de nuestra vida es descubrir la presencia divina en nuestra vida e intentar hacer de ella una experiencia divina. Quien recibe a Cristo en su vida, quien acoge su encarnación y se deja conducir y animar por su Espíritu, adquiere en su comportamiento una modalidad divina, los sentimientos característicos del Padre de los cielos. En esto consisten las bienaventuranzas. Son don de Dios, una corriente divina que crea en nosotros una connaturalidad gozosa, alegre, dichosa con él. La pérdida de fe y de vigor espiritual, la frialdad e indiferencia religiosa de esta época es la consecuencia de una etapa moderna y posmoderna en la que el hombre ha querido hacerse el dios de sí mismo, vaciando el hecho de la encarnación de Dios en el mundo. Pero en un eclipse el sol, aun cuando se esconde, está ahí. Nuestro mundo ha decidido que Dios no existe, pero Dios vive y está. Vivir solo la resonancia cultural y social de la Navidad, pero no vivir su contenido de fe, es desgracia y falsedad. Dios es el gran desconocido en su casa. Es preciso dejarnos encontrar por él. Nuestro ateísmo práctico repercute gravemente en nosotros, en el ambiente familiar y social. Tenemos una responsabilidad histórica. El mundo ha dejado de ser creyente y Dios nos pide que seamos navidad de Jesús para cuantos nos rodean.

LAS ACTITUDES PROFUNDAS DE LA NAVIDAD

La Navidad debe marcar profundamente nuestra vida. El Hijo de Dios, encarnándose, ha dado un salto infinito acercándose, amando hasta el extremo. La frialdad y el acostumbramiento son negación de fe. La rutina y el formalismo corrompen el amor. No basta tener información sobre el hecho, ni conocer como conocemos otros hechos de la historia. Dios nos alcanza si implicamos los sentimientos, si tenemos un corazón afectado, si nos dejamos transformar y estamos comprometidos para transformar a los otros. Estamos en Dios en la medida en que estamos en los otros. Quien tiene a Dios, es más alegre y feliz y necesita compartirlo con los demás. Cristo se encarnó para enseñar el hombre al hombre, para ser como él divinamente humanos. Dios ha hecho su navidad en nosotros y nosotros debemos ser navidad de Dios para los demás dando lo mejor de nosotros mismos. Dar no es perder, sino ganarnos en los otros, existir gozosamente en ellos. Dios nos dé su luz y su amor.

                                                                        Francisco Martínez

www.centroberit.com

E-mail: berit@centroberit.com

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