(Lección inaugural del curso 2015/2016 en el Instituto Diocesano de Teología para Seglares de Zaragoza)
I. LA TEOLOGÍA, LA PÁGINA MÁS LUMINOSA DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD
No os voy a presentar una bella página de teología actual, ni tampoco un punto de candente actualidad teológica. Quiero simplemente plantear una pregunta e intentar responder ante vosotros y con vosotros: ¿quiénes estamos hoy aquí y por qué? Este hecho puntual tiene una pequeña historia más o menos trivial, –ahí tenemos el folleto del cincuenta aniversario del Centro-. Pero la pregunta está en referencia también con la visión grandiosa del último horizonte y del sentido último. La teología para seglares tiene una larga historia, muy dificultosa, que se identifica con el alumbramiento dichoso del mismo pueblo de Dios, del laicado, activo y no pasivo, como protagonista, y no solo como oyente pasivo, escribiendo una bellísima página de la historia de la Iglesia, y situándose responsablemente ante ella.
Hay hoy un conocimiento asombroso que está alcanzando el límite mismo del universo, y también el corazón de la materia. Y hay también un conocimiento de Dios por el que el hombre alcanza la mayor profundidad de sí mismo, pues Dios está más dentro de nosotros que nosotros mismos, es lo mejor de nosotros mismos, lo más nuestro de lo nuestro. Cuando el hombre escucha: “en tu Luz veremos la luz”, o también “Todo lo que he oído al Padre os lo he dado a conocer”, o vive en el estremecimiento o todavía no ha llegado todavía a conocer su propia profundidad.
Se trata de aquel ver que se deriva del hecho de que Dios se ha revelado personalmente en la historia. Y se trata también del conjunto de todos los impresionantes esfuerzos y experiencias del hombre para penetrar este misterio de la Presencia divina. Es un mirar profundo que implica también al corazón que alcanza a contemplar la luz en la misma Luz divina, y que es relación muy cualificada del hombre con Dios. Es un conocer que implica saber a Dios, y que por tanto, crea su misma Presencia. En Dios, Saber y Conocer es Ser. Dios conoce siendo y dando el ser. Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Es Ser, Conocer y Amar. Es Ser Conociendo y Amando. Dios es Amante, Amado y Amor. Cada uno existiendo en lo más profundo del Otro. Y esta es la grandiosa meta a dónde vamos.
La teología es la iluminación de esta Realidad suprema.
II. LOS ORÍGENES DE LA TEOLOGÍA
Estamos hoy y aquí en un último eslabón, por ahora, de la historia más hermosa de la humanidad, en la cresta del porqué mismo de la existencia humana. Este es el objetivo de la teología como ciencia y como vivencia. Es la historia de la Luz y del Conocimiento, de aquello que despega al hombre de su materialidad y temporalidad y lo embala en una existencia divina y eterna. La teología, en su estadio original precristiano, y posteriormente cristiano, afecta hondamente a la existencia humana porque le recuerda que su origen y su destino no pertenecen a este mundo, aunque se realizan en el mundo. Rebasan infinitamente al mismo hombre. La teología, además, ostenta la responsabilidad de la verdad última inspirando todas las demás verdades.
La palabra “teología” nace en la Grecia clásica. Fue utilizado por primera vez en el libro “La República” de Platón para referirse al entendimiento de la naturaleza divina por medio de la razón. Luego, la expresión “Teología” fue usada por Aristóteles, en principio para referirse al pensamiento mitológico y, más adelante como la rama fundamental de la filosofía que luego pasó a ser conocida como “la Metafísica” para distinguirla de “la Filosofía teológica” que estudia a Dios y todos sus rasgos. Aristóteles la llama “teología filosófica”, “prima filosofía o metafísica”. Y la presenta a la sociedad, como aquello que proporciona a la juventud “la idea digna”. ¡Qué maravilla! Quien oiga a ciertos políticos de hoy, diríamos que hemos retrocedido más de los 2.500 años.
La teología, aun siendo siempre hija del tiempo, ha sido siempre una luz divina diseñadora y animadora de futuro. Impulsada por la fe y la esperanza, ha sido siempre origen del más fascinante mensaje dirigido a cada época, y también, cuando ha sido “theología mentis et cordis”, teología de la mente y, además, del corazón, ha sido fuente de la más noble experiencia espiritual del hombre y de su transformación integral, la energía más adecuada para la transformación del mundo.
Clemente de Alejandría sigue llamando “teólogos” a los filósofos griegos. Orígenes da un paso a lo cristiano: teología es doctrina de Dios y doctrina de Cristo Salvador. Es el primero que aplica el término “teología” al conocimiento cristiano de Dios. Eusebio de Cesarea es el primero que retira el término a los paganos y lo reserva a los apóstoles, en especial a Juan. En el contexto antiarriano, teología es la doctrina de la Trinidad y divinidad de las tres Personas. Es el primero que distingue “teología” y “economía” o plan histórico de la salvación. Evagrio el Póntico considera la teología como el grado sumo de la gnosis o conocimiento que es no solo conocer sobre Dios sino saber sabrosamente a Dios. El Pseudodionisio divide la teología en 1) simbólica, que busca las semejanzas y desemejanzas divinas en relación con el mundo sensible; 2) afirmativa o catafática, que aplica a Dios los atributos positivos de los seres creados; 3) negativa o apofática, que renuncia a expresar la plenitud de Dios; 4) mística, o experiencia humana de Dios y éxtasis en el que coinciden ciencia y amor perfecto. Esta doctrina va a influir en gran manera en el monacato y, a través de él, en la Iglesia de los siglos.
III. FE Y CIENCIA EN LA TEOLOGÍA
La fe es, sin duda, la mayor energía de la historia. Confiar, fiarse, apoyarse: ahí radica la verdadera fuerza de hombre. Pero desde los inicios mismos del cristianismo, y sobre todo a partir del nacimiento de las Escuelas, la fe toma dos direcciones precisas según se centra bien en el sujeto que cree o en el objeto o contenidos creídos. Es la fe como vivencia íntima o como conjunto de las verdades. Es decir: creer y comprender. A la primera se orientan la oración, la meditación, la predicación. A la segunda, la enseñanza. Estamos en el límite del pensamiento humano, muy presente a lo largo de la historia, y en el que radica un problema de difícil solución. Y es que siendo la fe subjetiva un acto de obediencia y adhesión segura y firme, la fe como conocimiento objetivo del creyente siempre presentará una oscuridad de fondo que está en la esencia misma de la fe y que nunca podrá ser eliminada. De lo contrario la fe no sería fe, sino certeza intelectual. Lo cual en esta vida no es posible. Y esta es la causa que en el correr de los tiempos ha motivado un auténtico balanceo entre el creer y el saber, entre lo de dentro y lo de fuera, entre la ritualidad externa y la vivencia y sinceridad interior.
Simplificando no poco el tema, y teniendo en cuenta la lógica limitación que impone una lección inaugural, voy a ceñirme a tres facetas que responden a tres términos clave: conocimiento, vivencia y misión. La grandiosidad de una visión trascendente, la gracia suprema de vivirla, la misión de infundirla en los estados y situaciones más candentes de la existencia cotidiana. Es decir, la fe conocida, vivida, difundida. No son tres etapas cronológicas, aunque tienen mucho de ello. Se trata de acentos que siempre ha existido interferidos más o menos, unos en otros. Se trata de concordar mente, corazón y vida real, el interior con el exterior, la ritualidad con la verdad y sinceridad, la vivencia íntima con el devenir de la historia. Cada uno de estos aspectos adquirió su peso mayor más en una época que en otra, Pero de una forma u otra, son complementarios y necesarios.
A) LA TEOLOGÍA COMO CIENCIA O CONOCIMIENTO POR SUS CAUSAS
La Teología se ha expresado como ciencia en una sublime profundidad, explorando los cielos, la entraña misma de Dios Uno y Trino, y produciendo las más brillantes luminosidades intelectuales de la historia de la humanidad.
Para ello, primeramente creó las famosas Escuelas de la Antigüedad que tomaron lo mejor del platonismo y de la metafísica griega: la de Alejandría con la interpretación alegórica de la Biblia; la de Antioquía de Siria, con su interpretación histórico-gramatical de la misma. Creó la corriente apologética que introdujo el cristianismo en el corazón mismo de la increencia, superando todas las resistencias a la fe. Tomó lo más profundo y positivo de la Gnosis para poder penetrar mejor en la cultura gentil. No fue solo la fe la que inculturó el helenismo, sino el helenismo el que acogió con gozo al cristianismo como la apoteosis de su grandiosa concepción conceptual y política. Se crearon las célebres Escuelas Medievales: monásticas y episcopales, de donde brotaron las corrientes del más puro Augustinismo neoplatónico. Lo mejor de la filosofía de todos los tiempos en los que la filosofía se reconoció como “ancilla” de la Teología. La Escolástica unió admirablemente la filosofía grecolatina clásica con la revelación cristiana, y fundió armoniosamente la cultura latina, la árabe y la judaica. Ricos efluvios de Agustinismo neoplátónico con Alejandro de Ales y San Buenaventura, y de Agustinismo cristiano con Alberto Magno y Santo Tomás unieron las profundidades de la razón y de la fe. En la alta Edad Media la teología alcanza su cenit como conocimiento cierto por medio de las causas. Es Santo Tomás de Aquino quien lleva esta visión a alturas inconmensurables. Con él la fe, y buscando la comprensión, o la inteligencia amparándose en la fe, se alcanzan alturas donde la capacidad humana se mueve en el límite, entre la oscuridad y la luz. Las Universidades crearon las famosas Sumas Teológicas con sus “quaestiones, disputationes, lectiones”. Anselmo de Canterbury hizo explícito el lema famoso de “Fides quaerens intelectum” o “Intellectus fidei”. Las corrientes y controversias de Dominicos y Jesuitas, defendiendo la eficacia de la gracia divina o la libertad del hombre supusieron la penetración de la inteligencia humana en las máximas alturas siderales del pensamiento humano jamás conocido.
El siglo XX conoció el impulso de la neoescolástica, eslabón del nacimiento de la teología moderna que tuvo sus antecedentes en
-el estudio histórico crítico de la Biblia, que ocupo las mejores mente de Europa,
-la preocupación filosófica por la interpretación, de Schleiermacher, Dilthey y Gadamer, junto con la estilización existencialista de Bultmann siguiendo a Heidegger,
-el método transcendental de Kant, trascendiendo el objeto en los sujetos, en su aplicación de la metafísica del ser y del espíritu, reformulada por J. Marechal y llevada a cabo por Rahner.
-la decidida orientación a la acción de unos proyectos (teología política, de la liberación, de la economía…), que se reclaman a la función de verdad que Marx reconocía a la praxis y que generan las teologías de la praxis: Dios no solo se ha revelado por la palabra, sino también “gestis verbisque”, por hechos y por la palabra, que dice el Concilio Vaticano II (DV I,2).
Y todos estos fenómenos alumbraron varias corrientes que originaron la teología de la historia y la teología de las realidades terrestres.
Un nombre clave es el dominico Chenu, profesor en Le Saulchoir, que recoge corrientes de la Escuela de Jerusalén, al que se unió el P. Congar, renovador profundo de la Eclesiología y que impulsó las doctrinas del laicado, de la liturgia y del ecumenismo. Representaron el prólogo de la Nueva Teología que promovieron Henry de Lubac, Danielou, Rondet, Teilhard, von Balthasar, recelados al principio y nombrados cardenales varios de ellos en el lecho mismo de la muerte con la intención de recomponer la historia…
Inevitablemente se establecieron dos grandes tendencias modernas: la Trascendencia: dice que el mundo es un barco que se hunde en la orilla del más allá, y acentúa la Escatología; y la Inmanencia, que dice que el barco terreno, los valores temporales, entra dentro del más allá, y que alumbra la teología del mundo y de la historia, de las que nacen las teologías de las realidades terrestres, con un fuerte giro antropológico.
B) LA TEOLOGÍA COMO EXPERIENCIA DE LA FE
La teología como conocimiento ha sido acaso la página más sublime de la historia de la humanidad. Pero siempre hubo una preocupación por escribir una teología no solo conocida, sino vivida, una teología no solo sentada, sino arrodillada. Una Teología mentis et cordis, de la mene y del corazón, preocupada por conocer y vivir. El asentamiento bien en la esencia, bien en la existencia ha sido siempre una constante de la historia, si bien se ha expresado siempre como un problema de acento, de temática inclusiva o exclusiva. Hay escritos de Padres y de autores espirituales que, basándose en el evangelio, escriben páginas sublimes sobre la totalización del hombre en la fe. La inserción progresiva de la mente, del corazón, de la memoria, de los sentidos en la oración ha alcanzado en Santa Teresa la descripción antropológica más gloriosa habida en veintiún siglos de la unión del hombre con Dios.
Pero lo cierto es que hoy, ha irrumpido una impetuosa corriente histórica que va de las esencias a la existencia, de la especulación a la vida real, de las cátedras y monasterios a la cresta del fragor de convivencia social y política. En su fondo último se trata de una fuerte corriente de existencialismo en oposición a lo que podríamos llamar esencialismo.
El existencialismo estricto es un sistema de pensamiento del siglo XIX a mitad del XX. No fue un parto repentino. Es como un río que se ha ido nutriendo de corrientes muy anteriores y que a posteriori se las puede reconocer mejor. Afirma que la cuestión fundamental del ser es la existencia en cuanto existencia humana, y no la esencia y, respecto al conocimiento, que es más importante la vivencia subjetiva que la objetividad. La existencia, dice, precede a la esencia. Valora la condición humana, la libertad y la responsabilidad individual, el mundo de las emociones, el sentido de la vida. Es una reacción contra la filosofía tradicional.
Las preguntas fundamentales: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Para que existe el ser? ¿Existe la libertad total?
Los representantes: Kierkegaard, Heidegger, Sartre. Gabriel Marcel con su filosofía de lo concreto. Y Ortega con aquello de que “Yo soy yo y mi circunstancia”.
En el siglo XIII nació en los Países Bajos la llamada “Devotio moderna”, una corriente moderna porque entonces acababa de nacer. Un movimiento impetuoso, que llegó a inundar Europa y el mundo cristiano. Es la subjetividad sobre la objetividad. El sentimiento, el realismo espiritual, la verdad y autenticidad en la piedad contra el automatismo ritualista. Subraya la necesidad de una piedad muy interiorizada y verídica. Acentúa la subjetividad ladeando el rito y la oración institucional rutinaria. Su mejor exponente es “La imitación de Cristo”. Se ocupa de los métodos de oración mental personal.
Shleiermacher: subrayó sugestivamente el valor de la emoción y del sentimiento. San Ignacio nos hablará de “sentir internamente”. Los estudios modernos de la Biblia hablan del paso del Cristo narrado al Cristo vivido, de la historia, al misterio.
Recordemos que la modernidad es una corriente que otorga a la primacía a la experimentación científica: a no aceptar como verdadero nada que no haya sido comprobado experimental y científicamente.
Mouraux escribe sobre “L´experience chretienne”. Y Urs Von Balthasar pone en circulación la teología como estética vivida y como mística.
En este contexto nace la Teología de la Acción: si antes estaba el primado de la reflexión, ahora es el de la acción. Políticamente Feuerbach afirma que hasta ahora los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo. Ahora nosotros vamos a arreglarlo”.
Nace otra Teología Espiritual. Ahora la Teología Espiritual ya no es un tratado sobre los fenómenos íntimos de la oración y los estados anímicos y espirituales del creyente. La nueva espiritualidad es la transversalidad de toda la teología: trinitaria, cristológica, eclesial, sacramental, moral, laical, profesional.
La Perfección cristiana, cifrada al principio en el seguimiento de Cristo, primero por el martirio, después y sucesivamente por la virginidad, la vida eremítica, la vida cenobítica, las grandes Órdenes religiosas, las Órdenes clericales, y al fin por los Institutos seculares, ahora le toca al laicado: la nueva Orden religiosa cuyo convento es la Iglesia, cuyas Reglas son el evangelio y cuyo hábito es “revestíos de Cristo”.
Papas y Concilios hablan de la vocación universal a la Perfección: Pío XI. Vaticano II. Se hace más explícita la santidad de los Estados de vida: espiritualidad episcopal, sacerdotal, de Institutos seculares, de laicos. Y espiritualidad de las situaciones principales humanas: Explotación social, Trabajo, Profesión, Enfermedad, Sufrimiento. Matrimonio. Y dice osadamente el Concilio: “Los laicos tienen como propia vocación buscar el reino de Dios componiendo y arreglando según Dios los asuntos temporales”. Se da un paso notorio de las experiencias intimistas a la vivencia de la caridad en los problemas humanos y sociales, relacionales, testimoniales.
Ahora ya no se habla tanto de vida “espiritual” en los lugares tradicionales, sino de “la vida en el Espíritu” dentro de las nuevas realidades humanas y sociales.
Se amplia el campo de la experiencia cristiana a la materia: cuerpo, paternidad, maternidad, amor humano, feminidad, alegría, sufrimiento; al compromiso mundano: transformación de las estructuras: política, economía, cultura, arte, derechos humanos; atención a la marginación: el paro, la pobreza, el hambre, la emigración, la enfermedad, la cárcel. Se afirma que es Cristo mismo quien sufre en el hombre. Y nace la espiritualidad de comunión. Ahora la palabra clave es “la misión”, desplazando la idea tradicional de consagración, abriendo nuevas posibilidades de experiencia cristiana, no intimistas, sino sociales y testimoniales. Son caminos que abre el Espíritu suscitando presencias más activas. Es el paso del convento al mundo. De la época monacal y escolar a la Iglesia comunidad de fieles. De lo individual comunitario. Ahora la centralidad es lo eclesial
Se afirma que el cristianismo es historia antes que sistema. Es crecimiento antes que orden inmutable. Es el redescubrimiento del valor y sentido de la encarnación como ley de construcción. Es actuar en la historia y como historia, discerniendo la presencia del Espíritu y sumándonos a ella. Es ser amantes y no solo observantes, y amantes con agapé de Dios.
Cunde la idea de que es falsa una santidad que deja fuera las circunstancias esenciales de la condición humana. Que Cristo las asumió y nosotros no podemos marginarlas. Que el Dios de la redención es el Dios de la creación. Lo malo no es el mundo, sino el mal en el mundo. No hay dos órdenes, el de la naturaleza y la gracia: sino una sola historia. El cristianismo no es un comienzo a cero. Los valores humanos, corporales, terrenos son el contenido lógico de la santidad. Nuestra existencia cristiana no puede realizarse sin un contenido humano, social, histórico. A Dios no vamos desnudos de cuerpo, de tiempo, de historia, sin ambiente. El hombre no camino hacia Dios interrumpiendo la misión de hombre. No es verdadera una religiosidad de retiro o paréntesis, de intervalos, de interrupción del trabajo, o de la condición de hombre.
Aparecen nuevos modelos de vida cristiana y de santidad, incluso heroica. Antes todo eran sotanas, albas y hábitos. Ahora los liturgistas romanos sienten perplejidad de poner faldas y pantalones en la Gloria de Bernini y respiran de alivio cuando descubren que Contardo Ferrini, abogado, al subir al óculo de Bernini, puede aparecer con de la toga de abogado como suplencia de hábito clerical, que todavía es tenido como imprescindible para la canonización.
La teología se hace biografía. Ahora ya no es el alto clero, o el monacato, o la ida religiosa, lo que se expone como modelos absolutos que asombran y fascinan desde lo alto. Son modelos de la calle que asumen todo nuestro ser humano, que ejercen la seducción y mueven a la imitación. Es el retorno de la teología a su dimensión no especulativa, sino biográfica, como el evangelio y Jesús en el evangelio. Son los santos de nuestro tiempo. Francisco de Asís: o el amor a Cristo, el amor universal a las criaturas, la paz y la alegría de vivir.
Teresa de Jesús: la experiencia de la verdad. Ser verdad, vivir la verdad, decir la verdad.
Charles de Foucauld: el hermano universal. Vivir con los últimos, los pobres de los pobres.
Madaleine Delbrel: la santidad en la calle, en la política adversa, creyente misionera dentro de la ciudad marxista Lille. Hoy camino de los altares.
Martin Luther King, el amor como solución a la injusticia y segregación
Teilhard de Chardín: la santidad como amor al mundo y apasionamiento por la materia.
Bonhoeffer: vivir con Cristo asumiendo la impotencia de la cruz como amor solidario anónimo
Monseñor Romero: asumir como propia la opresión del pueblo.
O Ceferino, el gitano. Y oros muchos.
Quedan de esta forma superados un cristianismo enunciativo, una espiritualidad intimista, la neutralidad tradicional, la pura sacralización de la trascendencia, la idea de una salvación intemporal, el conceptualismo puro, la despersonalización espiritual y moral. Quedan canonizados el amor provocativo, la preocupación por la justicia social y el bien común, el afrontamiento de la utopía, la sabiduría de saber hacer lo que hay que hacer, no solo cosas buenas, sino lo urgente y prioritario. Y sobre todo, la disponibilidad permanente y la obediencia al Espíritu, no solo a la ley o a la costumbre.
C) LAS NUEVAS TEOLOGÍAS O LAS TEOLOGÍAS DE LA ACCIÓN
Ahora los nuevos focos de la teología son: El Magisterio del Espíritu y su presencia en la Iglesia y mundo actual, y la necesaria obediencia al Espíritu. Un nuevo Rostro de Dios: un Dios Padre en clave de Misericordia. El Cristocentrismo como forma necesaria de eclesialidad: el retorno a los Hechos. La liturgia como instancia permanente de Cristo, Mediador siempre en acto. Un nuevo enfoque de la fe y de la eclesialidad en la perspectiva de la Historia de la salvación. El misterio trinitario como la fuente obligada de felicidad. Dios en persona habla hoy: la actualidad y contemporaneidad de la Palabra de Dios. Un nuevo cristianismo capaz de una nueva cultura integradora del bienestar humano y de la felicidad eterna. Trascendencia e inmanencia unidas. El laicado: como instancia humanizadora y confesante del hoy de la historia. Las nuevas claves de una moral positiva y humanizadora. María: en las nuevas perspectivas a partir de la Exhortación “Marialis cultus”.
Como tratados sistemáticos con fuerte valor de símbolo, citemos: La Teología de las realidades temporales. Teología de la acción. Teología de la liberación. Teología del trabajo. Teología política. Teología de la economía. Teología y feminismo.
Es imposible mencionar todos los movimientos fuertes y menos explicar su contenido. A modo de testimonio, concluyamos con las líneas fuertes de algunos de ellos. Pero antes hagamos unas precisiones importantes.
1. La Iglesia no puede vivir en Teología con los ojos mirando el pasado. Sería dar la espalda no solo a la historia, sino al Espíritu que la guía. La Iglesia vive hoy una oportunidad trascendental y es preciso saber discernirla e interpretarla. Ha sido en gran medida la fe la que provocó con la caída del muro de Berlín el derrumbamiento de las ideologías de la razón que se presentaron al mundo como solución global a la alienación integral humana. Han sufrido un duro golpe y ya no gozan de credibilidad ni en el mundo del pensamiento ni en el laboral. Más todavía: se abre paso la idea de que quienes suprimen a Dios perjudican seriamente al hombre.
2. El peligro más temible ahora para la fe ya no es el ateísmo, está dentro de la casa. Es la indiferencia y la frialdad. A los hombres de hoy se les ha hecho fascinante el mundo que les rodea y lo que ofrecemos evangelizadores y catequistas de hoy no es estimulante para ellos. Además, seguimos enfadándonos, amenazando, excluyendo, en lugar de fascinar y atraer. La fe que llega a muchos es algo ajeno a sus vidas y les exilia en el extrarradio de su vida ordinaria.
3. Cuando grupos ideológicos y políticos intentan arrinconarnos en las sacristías, y hasta pretenden robarnos las catedrales monumentales, la teología actual se está introduciendo en el corazón mismo de los problemas de injusticia planetaria, de la opresión e injusticia social, de la realidad política, de la emigración y del hambre, del desequilibrio económico, de la extorsión ecológica, de la sexualidad y los afectos humanos, de la cultura y el arte, de los nacionalismos estrechos, descubriendo en todos ellos los aspectos más ricos, profundos y trascendentes.
Digo en el prólogo del programa que muchos historiadores reconocen la mitad del siglo XX como una de las etapas más ricas y fascinante de la Iglesia desde el punto de vista del pensamiento. Aseguran que nada tiene que envidiar a la patrística de los siglos V y VI ni a los tiempos extraordinarios de la universidad medieval del siglo XIII. Y que esos mismos pensadores se extrañan de la increíble incultura teológica de los políticos y de la clase científica seglar actual. La pastoral de Diócesis, parroquias y movimientos debería tener más en cuenta este hecho singular y educar más y mejor a los seglares.
4. Debemos reconocer los indudables avances sociales en la procura de la cultura del bienestar. Pero el hombre actual, muy rico en medios, es muy pobre en fines. Los problemas humanos del sinsentido existencial, de la soledad e incomunicación, la depresión, la insolidaridad, la enfermedad, parecen incluso aumentar con la complejidad de la vida moderna. Quienes suprimen la religión privan al hombre de la posibilidad de solucionar los problemas más vitales y trascendentes del hombre.
5. Los cristianos, a la luz de estos signos del Espíritu, debemos recuperar nuestra autoestima perdida haciéndonos solidariamente presentes a los modernos escenarios donde se juega la paz y solidaridad humana: la política, la economía, la ciencia, los afectos humanos, el arte y los Medios de comunicación. Los cristianos debemos redescubrir y aprovechar estos espacios ajenos a la propia tradición para reformular y profundizar el sentido del mensaje original recibido desde hace siglos. Son sin duda los nuevos lugares teológicos de la misión, de la vivencia espiritual y pastoral.
6. Es un error estructural educar contra los errores del pasado y no educar hoy el sentido trascendente y moderno de la cultura, la ciencia, la política, el trabajo, los afectos humanos, etc., porque también en estos se niega la divinidad y la mediación salvadora de Cristo en favor de tantos hombres que hoy sufren condicionando a ello su aceptación de la fe.
a) TEOLOGÍA DE LA LIBERACION
La historia, y la mentalidad general están gestionadas y escritas por los que dominan la gestión mundial del progreso. Los pobres y expoliados no suelen hacer historia, no cuentan ni hablan, ni se suele hablar de ellos.
De estos ámbitos de exclusión, de dolorosa opresión causada por el primer mundo, surge en la década de los 60 la Teología de la Liberación que tiene como base la pobreza como fenómeno masivo y estructural. Asumen como trasfondo la Historia de la Liberación Bíblica vista ahora desde los fenómenos de los nuevos Egipto y Babilonia que oprimen los pueblos. Describen la espiritualidad del destierro.
Se propaga como fenómeno masivo de América Latina a África, Asia, y los lugares de miseria. No es una teología contrapuesta a la clásica: es diferente. Es un pensar de la fe y desde la fe. Se trata de una nueva forma de hacer teología surgida al amparo de la GS del Vaticano II, que se estructura con un método inductivo: es un pensamiento deducido de la situación humana de sufrimiento que crea la pobreza en el mundo.
Esta pobreza no es un fenómeno humano, sino también bíblico. Jesús fue ejecutado por los poderosos de este mundo. Se trata, pues, del sufrimiento creado por los poderes perversos, económicos, políticos, egoístas de este mundo. Y el fundamento de fondo es la pasión de Cristo en su cuerpo místico, en los más pobres, sus preferidos, con los que él se identifica. Es un compromiso de fe verdadera que consiste en reconocer a Dios para el otro y también para uno mismo en un horizonte de solidaridad universal que no impida a los otros la experiencia de Dios. La teología es tanto más verdadera cuanto más y mejor libera del egoísmo y de los poderes perversos. Desde las experiencias de opresión y sufrimiento no es posible evadirse al más allá. El hombre y su libertad son creación de Dios y todos los mecanismos de alienación y opresión son pecado.
b) TEOLOGÍA FEMINISTA
A partir de los años 70 las mujeres cristianas que participan en movimientos feministas toman conciencia de las diferencias injustas y pecaminosas en torno a la mujer y denuncian las estructuras patriarcales y androcéntricas que mantienen la sociedad y las Iglesias. Piden liberación y reconocimiento de su dignidad. Para ello recurren a métodos de análisis críticos.
Dicen, y es cierto, que la teología patriarcal tiene como base filosófica a Aristóteles, para el cual, esposas, hijos y esclavos y propiedades pertenecían y estaban a disposición del cabeza de familia griego que había nacido libre, era ciudadano de pleno derecho y marcaba el rumbo de la vida pública. Define el matrimonio como unión de un gobernante con un súbito natural, la mujer.
Esta situación no parte ciertamente de Jesús, sino de la adaptación de la Iglesia primitiva a las estructuras de la sociedad imperante.
La TF piensa que la Biblia ha sido utilizada para lo que la Biblia no dice. Que la Biblia misma es expresión de una sociedad y cultura patriarcales y lleva la marca de personas que jamás han visto a Dios ni han hablado con él y sin embargo han establecido una enseñanza eclesiástica propia. El texto bíblico es androcéntrico por cultura, no por inspiración revelada. Las afirmaciones referentes a la subordinación de la mujer son escritos, pero no Escritura.
La dificultad para una TF está en que la inferioridad de la mujer es algo internalizado en la mentalidad histórica. Es preciso atreverse a desautorizar esas lecturas. Hay que acercarse al sentido general liberador de la Biblia, a la libertad paulina aun cuando a veces se vea obligada a alejarse de la letra por fidelidad al evangelio mismo. Hay que sentir la dignidad de mujer como persona, en su contexto bíblico original, y alejarse de la letra por fidelidad al evangelio. Los textos que reflejan la inferioridad de la mujer y su sometimiento al hombre no son normativos como no lo son los textos que legitiman la esclavitud. Este es el camino de salida.
Dios está a favor de los oprimidos. Y esto vale para la liberación femenina. Hay que leer la Biblia con ojos de mujer.
El acercamiento a la Biblia, la recuperación de la clave liberadora a partir de los pobres y la conciencia feminista son tres puntos esenciales para la solución del problema
c) TEOLOGÍA DEL TRABAJO
Asombra lo tardía del nacimiento del sentido último de una actividad tan importante. Son los ideólogos los que nos han robado los aspectos positivos del trabajo que lo humildes conocen. El vacío de comprensión creyente del trabajo ha sido impresionante y luctuoso. Y han sido las circunstancias históricas las que ha intervenido como causa.
Se ha definido al hombre como el animal que trabaja. Es un ser que se desarrolla y progresa en dos direcciones: dominando la naturaleza y organizando la convivencia de sus semejantes.
Por la primera pone la naturaleza al servicio del hombre y obtiene el desarrollo de las ciencias, de la técnica y de industrialización. Por la segunda fomenta la justicia y la libertad. Mediante ello reparte las cargas y los beneficios.
La encíclica Laborem exercens es documento clave para la visión cristiana del trabajo. Tiene un aspecto objetivo: el hombre transforma el mundo y lo pone a su servicio. Utilizando instrumentos inventa la técnica. Tiene su aspecto subjetivo: en él se realiza el hombre, pone en juego su inteligencia y creatividad. Humanizando la naturaleza se humaniza él mismo. Pero esta actividad hace posible también que se aliene y deshumanice. El dominio de la naturaleza humana se puede hacer en detrimento de la convivencia humana. Esto sucede cuando hay injusticia en el reparto de las cargas y frutos del trabajo de todos. Deshumaniza porque con construye la convivencia en libertad y justicia. El desarrollo material y técnico puede hacerse costa de los valores morales y de la profundidad humana. Lo objetivo sofoca lo subjetivo. El peligro es considerar el trabajo solo como una mercancía fruto de una economía productivista ajena a los valores humanos. La industrialización puede robotizar al hombre, secar la mora y deshacer el humanismo. No se puede desarrollar el aspecto objetivo sin considerar el subjetivo porque entones el trabajo deshumaniza.
FUNDAMENTOS BÍBLICOS
La cultura hebrea presenta a Dios trabajando la creación y la historia de la salvación. Dios manda al hombre continuar la obra y las acciones de Dios. El trabajo no es castigo, sino algo propio de la condición humana.
La comprensión griega es diferente. Tiene su ideal en el ocio y considera el trabajo como algo inferior y negativo. El pensamiento griego es la cultura de una clase dominante, heroica, que se instala sobre poblaciones anteriormente existentes en Grecia, y al tener un sistema de esclavitud no tiene necesidad de grandes desarrollos técnicos. En cambio el pueblo hebreo ha sido esclavizado en Egipto y en Babilonia, tiene la experiencia de la cultura de los oprimidos y la sublima en sus grandes experiencias religiosas.
Sin embargo, la Biblia sabe que el sentido de la creación y del trabajo está en la liberación del hombre, en su plena realización. El Éxodo es el hecho salvífico central y la creación está en función de esta liberación. El trabajo en Egipto es un valor a pesar de consistir en las grandiosas construcciones materiales de los Faraones porque es una actividad alienante. Dios quiere salvar al hombre de esa situación. S el servicio al hombre lo que sitúa el trabajo en el plan de Dios.
Los aspectos dolorosos y fatigosos del trabajo son vistos como consecuencia del pecado (Gn 3,17-19). En vez de medio para hacer avanzar el mundo puede convertirse en instrumento para tener cosas, para tener nombre. Arbitrariedad, violencia, injusticia pueden hacer del trabajo objeto de odio y de divisiones.
Israel inventa instituciones con sentido de correctivos. El sábado, el año sabático, liberación de los esclavos cada siete años Dt 15,12-18. El Nuevo testamento no se extiende hablando sobre el trabajo, pero describe a Jesús como trabajador manual lo mismo que su padre. Pablo tenía su oficio para ganarse su vida incluso en el ministerio apostólico. Reprende a los cristianos ociosos y llega a decir que el que no trabaja que no coma (2 Tes 3,11). El trabajo está supeditado al Reino. El Reino veta la deshumanización del trabajo. Toda la creación está invitada a participar de la libertad de los hijos de Dios.
REFLEXIÓN TEOLÓGICA
- Por el trabajo el hombre domina la creación y se humaniza él mismo. Pero puede ser instrumento de alienación y deshumanización. El primer fundamento del trabajo es el hombre mismo. El trabajo está en función del hombre, no el hombre en función del trabajo.
- No es castigo divino. El sentido antropológico, social y teológico del trabajo está en su capacidad para crear justicia y libertad. Una teología del progreso depende antes de esto.
- El trabajo no es solo perfección del trabajador, sino de la obra de la creación, el desarrollo material y la transformación de la naturaleza como perfeccionamiento de la creación. Se precisa tener verdadera capacitación profesional y realizar bien el trabajo.
- Los capitales deben desplazarse donde está el trabajo y no al contrario. La persona del trabajador extranjero está por encima del capital.
- El trabajo es lugar de encuentro con Dios. Es lugar de creatividad material, de desarrollo personal, de solidaridad con los que se trabaja y con los destinatarios del producto del trabajo.
- El trabajo se inscribe en la historia de la salvación, en la construcción del reino. La espera de una nueva tierra no debe decrecer la estima por esta tierra donde crece el cuerpo de la nueva familia. Aunque se distinguen crecimiento del reino y progreso material, este interesa en gran medida al reino de Dios. Teorías de los trascendentalitas e inmanentistas…
- No vale solo el beneficio económico. Ha de importar también una preocupación ecológica que valore en mucho el carácter ético de la estética.
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Sentido liberador y redentor del trabajo y su vinculación al misterio de Cristo por sí mismo y por sus efectos.
Francisco Martínez