LA PASCUA CRISTIANA
I. UN PUNTO ABSOLUTO DE PARTIDA
La Iglesia de los orígenes apostólicos no celebró sino una sola fiesta, la pascua. Para los primeros cristianos la pascua no sólo era la fiesta por excelencia, sino la única fiesta, la fiesta total, al lado de la cual no podía existir ninguna otra. La muerte-resurrección de Cristo era el núcleo de la predicación apostólica y el contenido mismo de los sacramentos. Cuando los evangelistas testifican la resurrección de Jesús «en el primer día de la semana», en esta afirmación se ve ya una intencionalidad teológica y litúrgica. Quieren justificar la costumbre de reunirse los domingos para celebrar el memorial del Señor. En este sentido la celebración de la pascua «en el día del Señor», el domingo, es tan antigua como la misma Iglesia. Se impuso ya desde los orígenes.
La Iglesia no conoció en sus orígenes otra pascua que la de los domingos. Pero en el contexto de la celebración judía anual de la pascua, y en la convicción de fe de la comunidad de que Cristo era el verdadero cordero inmolado, la pascua cristiana anual se fue abriendo camino ya en los mismos tiempos apostólicos. Este núcleo original se fue desarrollando, en el correr de los tiempos, con nuevos elementos. Por ello es necesario que inicialmente hagamos un estudio histórico del desarrollo de la celebración de la pascua desde el principio de la comunidad apostólica hasta nuestros días.
II. HISTORIA DE LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA
La pascua, como la semilla respecto al árbol, es el núcleo original del triduo santo, de la semana santa, de la cuaresma, y, posteriormente, del año litúrgico. Todas las celebraciones nacen de la pascua. Todo el desarrollo de las verdades de la fe y de las reflexiones teológicas, tienen en la pascua su manantial. Esto es así porque nuestra pascua es Cristo. Y Cristo es toda la gracia y toda la verdad. Ya en la primera carta a los corintios, hacia el año 57, San Pablo, apoyándose en una tradición ya consolidada y vivida en la comunidad primitiva, dice: «Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado» (1Cor 5,7). La pascua es Cristo, Persona eternamente viviente. Celebrar la pascua es celebrar en nosotros a Cristo muerto y resucitado.
1. EN LAS RAÍCES BÍBLICAS
En la base de la celebración pascual, antes del Éxodo, podemos encontrar un sacrificio ritual primitivo de la primavera, hecho por los agricultores con la ofrenda de las primicias del pan ázimo y por los pastores con la inmolación de un cordero. Israel asume este hecho para celebrar su pascua al salir de Egipto y dirigirse hacia la tierra prometida.
La pascua original judía, o paso de Yahveh para salvar a su pueblo, consta en el Éxodo 12. Allí se da una celebración de la pascua con panes ázimos y la inmolación de un cordero. Este suceso original encierra un significado que sobrepasa con mucho el suceso original mismo. Está abierto a un futuro que él mismo crea y garantiza y en el que quedan implicados Cristo y la Iglesia.
La pascua o paso de Israel a través del Mar Rojo la tenemos en Éxodo 14. El pueblo pasa, al abrirse paso por medio de las aguas, del cautiverio a la libertad. Él es salvado y los enemigos sepultados.
La Pascua judía es la conmemoración ritual anual, por el pueblo, de la salida de Egipto, y del paso por el Mar Rojo, en una celebración de lecturas, oraciones y banquete, que permite a los judíos de todas las generaciones identificarse con la gracia y la experiencia de liberación del pueblo.
La Pascua de Jesús es su paso de este mundo al Padre, de la condición humana y pecadora, a la condición gloriosa. Comprende tres momentos fundamentales:
-la cena pascual que establece la nueva pascua ritual de los cristianos,
–la muerte en cruz o inmolación de Cristo, verdadero cordero sacrificado por nosotros,
-la gloriosa resurrección o paso de la muerte a la vida, del mundo al Padre.
Estos tres sucesos no forman sino una misma e idéntica realidad, la pascua de Cristo, que sirve de base para la pascua de la Iglesia como comunidad de todos los tiempos y lugares.
La Pascua de la Iglesia-comunidad, la cual, al celebrar ritualmente el memorial del Señor, ella misma se une a Cristo, su cabeza, para que el trance de su paso, o pascua, sea también el mismo paso, o pascua, de la Iglesia que va pasando del egoísmo a la gracia, de este mundo al Padre. La Iglesia es ahora el cuerpo místico de Cristo que actualiza en su vida la vida de Jesús, sus misterios redentores, en unión con él.
2. ¿HAY EN LA IGLESIA APOSTÓLICA UNA CELEBRACIÓN ANUAL DE LA PASCUA?
Tanto en los Hechos de los Apóstoles, como en las cartas de san Pablo, se señala la celebración anual judía de la pascua como el momento preciso en el que la Iglesia realiza su vida y dinamismo (Hch 12,3-4; 20,6). No hay una mención expresa de la pascua anual cristiana. Sin embargo, de los escritos apostólicos se infiere que en la mentalidad de la comunidad de los orígenes la idea de la pascua anual es algo que se presupone. Hay indicios importantes:
En 1Cor 5,7-8 Pablo dice que nuestra pascua es Cristo y requiere de los cristianos pureza de corazón, en verdad y sinceridad, lo cual hace referencia expresa a la costumbre judía de utilizar sólo el pan ázimo precisamente en la celebración de la pascua.
Algunos ven en la primera carta de Pedro como una resonancia de la vigilia pascual anual, con referencia al bautismo y a las persecuciones. Los himnos y exhortaciones son de un matiz expresa y plenamente pascual.
Las narraciones evangélicas de la pasión, muy en concreto la de san Juan, parecen elaboradas como una memoria litúrgica de la comunidad, y así son transmitidas posteriormente en la celebración anual de la pascua a las comunidades primeras de Asia Menor.
3. LA CONTROVERSIA SOBRE LA CELEBRACIÓN ANUAL DE LA PASCUA
Las primeras noticias explícitas sobre la celebración anual de la pascua nos han llegado a través de una disputa sobre la fecha de la celebración, en el pontificado del papa Víctor (188-199). Podemos remontamos a principios del siglo II para poder afirmar que ya en ese tiempo existía una tradición sobre la celebración de la pascua anual en las iglesias de Asia Menor.
El Papa Víctor amenaza con la excomunión a los obispos de Asia Menor que celebran la pascua fija el día 14 del mes de Nisán. Ellos seguían una costumbre que parecía tener sus orígenes en el propio apóstol san Juan. Sin embargo, en Roma se celebraba el domingo siguiente al 14 de Nisán, siguiendo una costumbre que parecía remontar al propio san Pedro. Los obispos de Roma imponían el uso romano por creer que la celebración dominical estaba más conforme con la celebración del «Día del Señor», el domingo, en el que la comunidad más primitiva celebraba la resurrección del Señor.
San Ireneo interviene afirmando que no se trata de una cuestión doctrinal, sino de diferentes costumbres litúrgicas, y pide al papa Víctor que respete la antigua tradición asiática por tener la impresión de que derivaba de los tiempos apostólicos. Sea lo que sea, ya en el siglo III todos celebran la pascua anual el domingo siguiente al 14 de Nisán.
4. LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA ANUAL SEGÚN LAS TRADICIONES MÁS ANTIGUAS
Los más antiguos textos de la tradición nos presentan la pascua no sólo en su contenido más puro, sino también en sus formas concretas de celebración.
En un texto catequético y poético, Melitón, en su homilía sobre la pascua, hacia finales del siglo II, nos ofrece una verdadera teología de la pascua:
«Soy yo, en efecto, vuestra remisión;
soy yo la pascua de la salvación,
yo vuestro rescate,
yo vuestra vida, yo vuestra luz,
yo vuestra salvación,
yo vuestra resurrección, yo vuestro rey…
Es el Alfa y la Omega,
Él el Principio y el Fin.
Es el Cristo. Es el Rey. Él es Jesús,
el Caudillo, el Señor,
aquél que ha resucitado de entre los muertos,
aquél que está sentado a la derecha del Padre…»
Por el mismo tiempo, la homilía del Pseudo Hipólito, dice:
«¡Oh Pascua divina!
¡Oh festividad espiritual!
Del cielo tú desciendes hasta la tierra
y de la tierra nuevamente subes al cielo.
¡Oh consagración común de todas las cosas!
¡Oh solemnidad de todo el cosmos!
¡Oh alegría del universo, su honor, festín y delicia … !
¡Oh Pascua divina!
Por ti la gran sala de bodas está llena;
todos llevan el vestido de bodas,
ninguno es echado fuera
por estar privado del vestido nupcial…»
Los elementos esenciales de la celebración quedan ya patentes, por ejemplo, en la Didascalia Siríaca, en el siglo III, que narra el desarrollo de la vigilia pascual de esta manera: «Ayunad los días de pascua…, la parasceve y el sábado pasadlos en ayuno íntegro sin tomar nada. Durante toda la noche, quedaos reunidos juntos, despiertos y en vela, suplicando y orando, leyendo los profetas, el evangelio y los salmos, con temor y temblor y con asidua súplica, hasta la hora de tercia de la noche pasado el sábado: entonces romped vuestro ayuno… Después ofreced vuestros sacrificios, comed y alegraos, gozad y exultad porque Cristo ha resucitado prenda de nuestra resurrección y esto sea vuestra ley para vosotros perpetuamente hasta el fin del mundo» (V,17-19).
Parece que los elementos rituales más acusados en las celebraciones primitivas son: la preparación-ayuno, la vigilia durante la noche, la lectura bíblica, el bautismo, la eucaristía, el ágape. Todo se desarrolla durante la noche en un lucernario permanente que pronto inspirará el solemne rito de la luz con referencia clara a Cristo luz del mundo. La bendición del cirio y el pregón pascual «Exultet» son posteriores. Hamman reconstruye el ambiente de la noche pascual con estos rasgos: «La noche del sábado toda la ciudad estaba iluminada; las antorchas alumbraban las calles mientras los fieles con sus luces se encaminaban a la asamblea litúrgica. Con actitud solemne, los cristianos escuchaban la lectura de las grandes páginas de la Biblia. Los catecúmenos oían proclamar por última vez las principales etapas de la historia de la salvación, la historia del pueblo de Dios, convertida, en esta noche, en su historia personal. Hacia el final de la vigilia, el obispo, rodeado de sus ministros, pronunciaba la homilía… La gran vigilia de lecturas y de oraciones terminaba con el bautismo. Los candidatos se acercaban a la fuente bautismal y descendían desnudos a la piscina. Cuando salían, vestían túnicas blancas con las cuales volvían a la iglesia en procesión, para participar por primera vez en la cena cristiana. Al alba cada uno volvía a su casa con los ojos resplandecientes de alegría pascual».
Los elementos rituales más constantes son:
* El ayuno. Ya la tradición apostólica, Tertuliano y otros, hablan de un ayuno riguroso de dos días enteros, viernes y sábado. El ayuno es una preparación a la pascua.
* La gran vigilia nocturna. Ya la Didascalia siríaca, siglo III, habla de una noche pasada en vela. San Gregorio de Nisa escribe: «¿Qué hemos visto? El esplendor de las antorchas que eran llevadas en la noche como en una nube de fuego. Toda la noche hemos oído resonar himnos y cánticos espirituales. Era como un río de gozo que descendía de los oídos a nuestras almas, llenándonos de buena esperanza… Esta noche brillante de luz que unía el esplendor de las antorchas a los primeros rayos del sol, ha hecho con ellos un solo día sin dejar intervalos a las tinieblas» (PL 38,1087-1088).
San Juan Crisóstomo señala como elementos celebrativos: «la predicación de la santa palabra, las antiguas oraciones, las bendiciones de los sacerdotes, la participación en los sagrados misterios, la paz y la concordia» (PG 415-432).
El impacto social de la celebración es tan fuerte que el propio san Agustín declara que hasta los judíos y paganos celebraban la fiesta con los cristianos, que las antorchas encendidas eran los símbolos de los deseos de todos; pues la pascua es la vigilia de las vigilias, la madre de todas las vigilias cristianas.
* Las lecturas y los salmos. Entre las lecturas están el relato de la creación, el sacrificio de Abraham, el éxodo del pueblo hebreo Ex 1214, el evangelio de la resurrección. Entre los salmos están el 117 y los salmos bautismales 22 y 41. Las homilías de los Padres hacen mención de la primavera, de los sacramentos pascuales, de la resurrección, de nuestra redención. Citamos un fragmento de Asterio de Amasea, el sofista:
«Oh noche más resplandeciente que el día.
Oh noche más hermosa que el sol.
Oh noche más blanca que la nieve.
Oh noche más brillante que la saeta.
Oh noche más reluciente que las antorchas.
Oh noche más deliciosa que el paraíso.
Oh noche libre de tinieblas,
Oh noche llena de luz.
Oh noche que quitas el sueño.
Oh noche que haces velar con los ángeles.
Oh noche terrible para los demonios.
Oh noche, anhelo de todo un año.
Oh noche, madre de los neófitos» (PG 40,433444).
Basilio de Seleucia dice en una homilía pascual: «Cristo, con su resurrección de entre los muertos, ha hecho de la vida de los hombres una fiesta» (PG 28,1018).
Entre los salmos, el pueblo aclama con el aleluya pascual, reflejo exultante de la pascua.
* Los ritos de la iniciación cristiana. Por los testimonios de Tertuliano, de la Tradición Apostólica, de San Cirilo de Jerusalén, consta que ya en los comienzos del siglo II se celebraba el bautismo, la unción con el crisma, la primera eucaristía con los neófitos. Abundan los símbolos que son objeto del comentario de los Padres en sus catequesis de iniciación. Cada rito es explicado en su significado místico. El beso de paz y reconciliación expresa la superioridad del gozo pascual. Gregorio de Nisa dice: «Día de resurrección ¡feliz inicio! Celebremos con gozo esta fiesta y démonos el beso de la paz. Invitemos ¡oh hermanos! a hacer pascua aun a aquéllos que nos odian… Perdonándonos todo en honor de la resurrección, olvidemos las ofensas recíprocas» (PG 35,396-401).
* La eucaristía. Es el centro de la celebración. Mediante ella, el Señor se hace presente a la comunidad y se entrega a ella. Es la unión nupcial del esposo y la esposa. Los neófitos reciben por primera vez el cuerpo y la sangre del Señor, y después beben leche y miel en un cáliz, signo de su ingreso en la tierra prometida. La comunión interrumpe el ayuno y surge la alegría del encuentro con el Señor resucitado, que se prolonga durante cincuenta días.
* El ágape. La comida fraterna, rompiendo el ayuno, fundía a todos en una alegría común.
* El lucernario. La noche era iluminada por las antorchas. El aula de la celebración, iluminada como el día, expresaba la noche vencida por la luz de Cristo y por la luz de los cristianos que resplandecen en las tinieblas como hijos de la luz. Un autor anónimo dice en una homilía pascual: «He aquí que brillan ya los sagrados rayos de la luz de Cristo… Aquél que es antes que la estrella matutina y que los astros, Cristo el inmortal, el grande, el inmenso, brilla sobre todas las cosas más que el sol» (PG 59,735). El canto al cirio, como alabanza a Cristo luz del mundo, queda ya atestiguado en el siglo IV por San Jerónimo. El texto actual del pregón pascual remonta, por lo menos, al siglo VII.
* La continuación de la fiesta. La fiesta de la vigilia se prolongaba durante todo el día; después, durante toda una semana; y finalmente durante cincuenta días. Desde la mañana los cristianos se intercambiaban augurios y felicitaciones. Todo el domingo era día de gozo. El tema pascual era inagotable.
5. DE LA VIGILIA PASCUAL AL TRIDUO SAGRADO Y A LA SEMANA SANTA
1. Primeros desarrollos
Ya en el siglo IV se pasa de la vigilia pascual al triduo sagrado y a la gran semana.
El primer desarrollo teológico y ritual es la preparación de la vigilia pascual con el ayuno comenzado el viernes. Bajo la idea dominante de la muerte del Señor, y como acompañamiento espiritual de la misma, se establece un ayuno severo acompañado de la lectura evangélica de la pasión del Señor. De ahí surge la ilación de los tres días santos: viernes, sábado y domingo. «Este es el triduo santo durante el cual Cristo ha sufrido, ha reposado y ha resucitado», dice en el siglo IV san Ambrosio. Y san Agustín añade: «Considera atentamente los tres días santos de la crucifixión, de la sepultura y de la resurrección del Señor… Puesto que del evangelio resulta claro en qué días el Señor fue crucificado y permaneció en el sepulcro y resucitó, por los concilios de los Padres fue añadida también la observancia de estos días y todo el mundo cristiano se persuadió de que la pascua debe ser celebrada de este modo» (Ep 55,14-15;PL,33,215).
Del triduo sagrado se pasa a la semana santa que es llamada con diferentes denominaciones: semana santa, pascual, mayor, grande, auténtica, penal, muda (porque estaban prohibidas las causas forenses). Pronto esta semana adquiere un realce extraordinario. Según las Constituciones Apostólicas, era semana de reposo para los trabajadores. En las reflexiones de ciertos Padres se les asocian los seis días de la creación para que mejor resalte la recreación pascual. Se prolonga el ayuno, se estructuran nuevas celebraciones, se intensifica la oración, se da gran importancia a una sincera confesión de los pecados, se fomentan las buenas obras, se estimula la limosna. En Jerusalén, ya a finales del siglo IV, y después en otras iglesias, la celebración de la semana santa ocupa casi todo el tiempo de cada día.
2. Los principales factores del desarrollo
a) La lectura y meditación de las escrituras es el primer factor de desarrollo. En torno a la cena, pasión, sepultura y resurrección, se realiza una progresiva profundización en los contenidos teológicos que van cristalizando en una ritualización cada vez más intensa y precisa.
b) Tiene una influencia decisiva el ejemplo de la Iglesia de Jerusalén. Ya en la segunda mitad del siglo IV, superadas las persecuciones y establecida la paz y libertad religiosa, la memoria pascual se convierte en ocasión privilegiada para recordar los acontecimientos de la redención en el mismo lugar donde acontecieron, a la misma hora, y con las lecturas y oraciones correspondientes. Cada momento de la historia de la pasión es recordado con la construcción de santuarios y capillas, y cada lugar hace del momento recordado una estación litúrgica, una permanente memoria espiritual y ritual. La ciudad santa, y sus alrededores, recobran una fisonomía que refleja vivamente los misterios de la redención.
La peregrina Egeria, en su Itinerario, nos da una descripción sumamente valiosa de cómo ya en Jerusalén se ritualizaba la semana santa, día tras día y hora tras hora. Las celebraciones tienen un carácter fuertemente popular. La gente participa con dedicación y emoción. Muchos peregrinos se suman a las celebraciones y este factor contribuye a que la estructura y ritualización de la semana santa pase con facilidad de Jerusalén a otras muchas iglesias ya en los primeros momentos de la antigüedad cristiana.
c) La ritualización de los misterios de la redención influye notablemente en la profundización y extensión de la vivencia religiosa de la pascua. Al inculturar en los diferentes pueblos la primitiva simplicidad de la liturgia, surgen los ritos, los gestos, las representaciones que desean hacer visibles los misterios celebrados. La memoria se transforma en gesto y suceso. La religiosidad popular estalla en representaciones, procesiones y celebraciones de la pasión del Señor.
6. LA CUARESMA COMPLETA
A final del siglo IV se comenzó la costumbre de prepararse a la pascua con cuarenta días a semejanza de la cuarentena de Jesús, de Moisés y de Elías. Se retrocedió desde el jueves santo y se constituyó el «Inicio cuadragesimal» que comenzaba el primer domingo de cuaresma. Se ayunaba cuarenta días. Pero como en los domingos incluidos no era costumbre hacer penitencia, resultaban treinta y cuatro días hábiles, que con el viernes y sábado santos eran treinta y seis, equivalente a la décima parte del año, o diezmo ofrecido a Dios. Desde el siglo VII se comenzó a extender la costumbre de ayunar cuarenta días íntegros. Y por eso se comenzó la cuaresma el miércoles de ceniza con el objeto de añadir cuatro días a los treinta y seis anteriores.
En el siglo V se compuso la liturgia de los lunes. El primer lunes de cuaresma recibió una liturgia especial porque era el día en que comenzaba el ayuno cuaresmal y el momento en que se separaba de la comunidad a los penitentes. El evangelio habla del juicio final (Mt 25,31-46), y la lectura trata del pastor divino que salva a sus ovejas (Ez 34,11-16). En el mismo tiempo se compone la liturgia de los miércoles y viernes de ceniza. A partir del siglo VII se introduce la liturgia de los martes y sábados. Gregorio VII (715-731) introduce los jueves. En realidad la cuaresma romana había adquirido fisonomía completa a comienzos del siglo VI. En un principio sólo se celebraba eucaristía en los domingos. Los miércoles y viernes se tenía una celebración de la palabra sin eucaristía. A comienzos del siglo V estas celebraciones fueron ya eucarísticas. Y en el siglo VIII toda la cuaresma era litúrgica.
7. EN LA EDAD MEDIA.
La Edad Media constituye un cruce de circunstancias variadas y múltiples que contribuye considerablemente a configurar, felizmente por una parte, y desgraciadamente por otra, la celebración litúrgica de la pascua y del triduo santo.
Por una parte, el nacimiento de las lenguas romances y el desconocimiento progresivo de las lenguas litúrgicas, así como la influencia de la «devoción moderna», individual y sentimental, merman el sentido comunitario y litúrgico de la vida cristiana y de las celebraciones de la fe. Irrumpen las devociones populares, y la liturgia, que había sido la expresión dominante de la confesión de la fe, comienza a entrar en el terreno de lo desconocido. La unidad teológica pasión-resurrección se descompone en favor de la pasión-muerte, sublimada sentimentalmente, mientras que el misterio de la resurrección pierde fuerza y vigor. Por otro lado, comienza la tendencia a expresar la liturgia como drama sagrado en el que el pueblo participa con expresiones folclóricas que acompañan o prolongan la celebración. El hombre de la edad media es romántico y folclórico, necesita ver y participar. Es creativo e inventa hasta donde puede, dentro y fuera de la liturgia. Como el campo de la memoria litúrgica le es cada vez más desconocido, da rienda suelta a las invenciones alegóricas sin tener muy en cuenta el contenido mistérico de la liturgia. De aquí el nacimiento de tendencias, celebraciones, alegorizaciones, etc. que miran más a satisfacer el sentimiento del pueblo que su vinculación precisa con la memoria ritual transmitida en la tradición litúrgica.
El núcleo medular espiritual de la pascua pierde fuerza y gana la espectacularidad de las representaciones populares, de inspiración folclórica y sentimental. De este modo surgen costumbres buenas en sí, pero cada vez más despegadas de la actualización del misterio a través de la celebración litúrgica. La procesión de ramos se hace con el santísimo sacramento o con un libro de los evangelios: se sale de una iglesia fuera de la ciudad y se entabla un diálogo dramatizado en la puerta de las murallas a imitación de la liturgia de Jerusalén. La reserva de la eucaristía en el jueves santo, como reacción a las doctrinas de Berengario, que pone en entredicho la doctrina tradicional de la presencia real de Cristo en la eucaristía, pasa a ser un momento importante de la liturgia que pretende más subrayar esa presencia «real» que representar el misterio pascual. A partir del siglo XI se organiza la adoración y vela ante el Santísimo en el monumento. El sagrario, conteniendo la eucaristía, es contemplado como símbolo del sepulcro. Se ponen alrededor soldados y piadosas mujeres. El Señor espera allí la resurrección sin pensar que por medio está todavía el viernes santo. La pasión es representada con todos los personajes y detalles de la historia evangélica y así nacen representaciones dramáticas populares de mucha viveza e imaginación. El lavatorio de los pies, ya atestiguado por san Agustín, cobra nuevo vigor. El papa lava los pies de sus familiares y los clérigos hacían lo mismo en sus casas.
En la edad media casi termina por desaparecer la misma vigilia pascual. Ya en el siglo XII se la anticipa a la mañana del sábado. San Pío V prohibió celebrar la misa por la tarde y la misa de la Cena pasó a la mañana. A partir de entonces el día entero del jueves pasó a formar parte del triduo sagrado y, como consecuencia, el día de la pascua quedó fuera del mismo contrariamente a la tradición teológica y litúrgica de la iglesia antigua. Este error fue agravado con la devoción popular de los monumentos que restó importancia a la misma cena como memorial del sacrificio de Cristo.
Se introdujo la bendición del fuego nuevo suscitándolo del pedernal o con ayuda de una lupa concentrando en el cristal los rayos del sol. La bendición del cirio pascual, adornado, consagrado, ungido, adquiere una solemnidad considerable, quedando manifiesta la contradicción entre los textos que hablan de la noche dichosa más que el día y la ceremonia matinal. Se establecen, por exigencia simbólica, doce lecturas bíblicas. Se introducen las letanías de los santos. Se bendice con ritos complejos la fuente bautismal. Al quedar descolgada la mañana del domingo, se pone una misa en la aurora del mismo, y en algunos lugares esta misa es acompañada con la procesión del encuentro de Cristo con su madre.
El viernes santo recobra una importancia que hace desvanecer más si cabe la liturgia del sábado, con la misma vigilia. La muerte difumina la resurrección. La lectura de la pasión y la adoración de la cruz, por influencia de la liturgia de Jerusalén, se extiende en gran forma. En Roma se establece la gran «oración universal» de la actual liturgia. Por influencia de la liturgia de Jerusalén se cantan los improperios en griego y en hebreo. En oriente y occidente no se celebra la eucaristía. En unos lugares se recibe la comunión y en otros no. Se dramatiza solemnemente la adoración de la cruz, se despojan los altares. Y finalmente son retiradas la eucaristía y la cruz hasta la vigilia del sábado.
El jueves santo es día de reconciliación de los penitentes. Se ultiman los ritos bautismales. Ya en el siglo V aparecen en Roma tres misas. La primera era para reconciliar a los penitentes. Habían sido «excomulgados», separados de la comunidad al comenzar la cuaresma. Ahora, en forma de cadena, cogidos cada uno de la mano del otro, iban detrás del obispo hasta el altar donde recibían la absolución. La segunda misa era la de la bendición de los óleos. La tercera era el memorial de la cena o institución de la eucaristía. La reserva de la eucaristía adquiere unas dimensiones desproporcionadas, como adoración a la presencia real de Cristo, aunque empañada por la extraña interpretación de la sepultura de tres días, que suscita los piadosos homenajes de flores, perfumes, candeleros, inciensos, semillas de trigo que germinan rápidamente como signo de vida y de resurrección. El lavatorio de los pies se hace fuera de la misa. Se canta el hermoso canto «Ubi caritas et amor». Se predica el sermón del mandamiento nuevo sobre la caridad fraterna.
Después de una larga evolución de la celebración litúrgica del triduo santo, y como consecuencia del movimiento bíblico-litúrgico, Pío XII hizo una primera reforma en 1955. La reforma definitiva, la actual, la hizo Pablo VI en 1970.
III. EL NÚCLEO DE LA PASCUA:
UN IDÉNTICO MISTERIO EN TRES ASPECTOS FUNDAMENTALES
El triduo celebra la pascua del Señor. Celebra a Cristo nuestra pascua. San Agustín, reflejando la costumbre antigua, se refirió al «triduo del crucificado, sepultado y resucitado» (Ep 55,24; PL 33,215). Son los tres aspectos fundamentales de un mismo misterio. Esta descripción pone al descubierto una importante diferencia de la más venerable antigüedad, con la forma actual de celebrar el triduo santo. El triduo comprendía la muerte, la sepultura y la resurrección del Señor, el viernes, el sábado y el domingo. Quedaba excluido el jueves y la referencia a la cena, que es de inspiración más bien tardía. En una reforma que siguiera únicamente los criterios de la antigüedad, quedaría rebajada la importancia del jueves, y con él, la celebración de la cena del Señor. No valdría apelar a la importancia trascendental que tienen los grandes misterios que hoy celebramos en la cena: la institución de la eucaristía, del sacerdocio y del mandamiento del amor fraterno. Sin embargo, la reforma de Pablo VI realza la trascendencia pascual del jueves, con los misterios en él celebrados, y su íntima conexión con los contenidos sagrados del viernes y del sábado. De este modo, la única pascua de Jesús, su paso de este mundo al Padre, permanece infrangible y plenamente evocada y celebrada, en la cena, en la cruz y en la resurrección, es decir, en jueves, viernes y sábado-domingo. Son tres momentos esenciales de una misma e idéntica pascua.
Este misterio de la pascua de Jesús se ilumina a la luz de la pascua del antiguo testamento, que no fue sino un esbozo, una figura o profecía. La pascua antigua tiene tres momentos importantes. El primero es la inmolación del cordero cuya sangre marca las puertas de los israelitas. El segundo es la liberación de Egipto y el paso del Mar Rojo. El tercero es la celebración memorial de la pascua que el pueblo ha de hacer cada año, reviviendo el acontecimiento original en el contexto histórico y espiritual de cada generación.
En un primer momento, Jesús celebra la cena, y en él permanece viva la idea de una pascua antigua que él lleva a su consumación en conexión directa con los acontecimientos de su inmediata muerte y resurrección. La última cena del Señor no es sólo la sustitución de la cena pascual de los judíos, sino que es, además, la anticipación ritual del misterio de su pasión y el anuncio de su resurrección gloriosa.
El segundo momento de esta pascua de Jesús es su inmolación voluntaria en la cruz. En él se cumple el misterio del cordero inmolado en la pascua de los judíos, como apuntan Juan y Pablo y como ampliamente comentan los padres de la Iglesia al confrontar el capítulo 12 del Éxodo y la muerte de Jesús en la cruz, verdadero sacrificio voluntario del cordero sin mancha.
El tercer momento pascual de Jesús es su resurrección, verdadera liberación de la muerte, auténtico paso del Mar Rojo, paso definitivo de este mundo al Padre.
Jesús ha asumido ritualmente la pascua de Israel y la ha transformado en la nueva pascua suya y de la Iglesia.
Con esta perspectiva la Iglesia celebra hoy el triduo pascual, la única pascua de Cristo, en tres momentos consecutivos e indisolublemente enlazados. La resonancia pascual del jueves santo resulta evidente. La cena de Jesús no sólo sustituye la antigua cena pascual judía. Es la institución memorial, ritualizada, de su muerte y resurrección. Cuando Jesús nos manda «hacer esto como memorial mío», él mismo se hace contemporáneo de todos los tiempos y lugares, de todas las asambleas de la historia, actualizando el suceso de su muerte y resurrección, de su cuerpo entregado y de la sangre derramada, para que todos, celebrando la eucaristía, celebren la pascua nueva y eterna, el paso fundamental de la muerte a la vida. La eucaristía es el cordero de Dios salvando el mundo. Es el pasado que perdura en un presente que anticipa el futuro. Es el suceso original, representado o actualizado, y vivido ahora por el Señor y por la comunidad que lo celebra, la cual implica en él las circunstancias de cada tiempo y lugar para ponerlas en trance de reconciliación y salvación. Es verdadera apropiación y participación por parte de la Iglesia en la pascua de Jesús. Es radicalmente alianza y pascua, redención y salvación. Cena, cruz y resurrección, son el verdadero contenido de una eucaristía no manipulada ni reducida por sentimentalismos devocionales. Por ello nos parece muy positiva la última reforma de Pablo VI incrustando en el triduo santo la cena del jueves, la cruz del viernes y la resurrección de la vigilia pascual.
IV. EL CONTENIDO ESPIRITUAL DE LA PASCUA
La vida cristiana es radicalmente vida pascual. Es hacer el camino de Jesús. Reproducir su imagen. Actualizar en la propia vida los misterios de su vida. Él es el nuevo Adán, el hombre nuevo. Éste es el núcleo del mensaje de fe predicado por Pablo: Cristo vive y está presente en la comunidad, en cada uno de los creyentes. En todos ellos Cristo reproduce su vida, los misterios de su vida. De tal manera los refleja, que ellos «son vivificados en Cristo» (Col 2,13), «concrucificados con él» (Gal 2,19), «muertos en él» (2Cor 4,10), «sepultados con él» (Col 2,12), resucitados con él» (Col 3,1), «sentados ya en los cielos con él’ (Ef 2,5-7). En este sentido las fiestas de la vida del Señor no son sólo memoria, sino misterio, como dicen los Padres. Contienen no el recuerdo psicológico, sólo, sino la misma realidad que conmemoran. Lo que ayer fue historia, hoy es realidad sacramental, de gracia y de Espíritu Santo. Lo que ayer sucedió en la geografía de la tierra, hoy acontece en el corazón, dentro, de cada creyente que celebra los misterios de la vida del Señor. Dice el Vaticano II: «Conmemorando así los misterios de la redención… en cierto modo. se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos» (SC 102). «En la liturgia se realiza la obra de la salvación» (SC 2). La liturgia es como un cuño que marca la imagen de Cristo, a lo vivo, en los creyentes.
De acuerdo con esta doctrina de San Pablo, de las catequesis de los Padres, del Vaticano II, la espiritualidad del triduo consiste en que los cristianos nos reconocemos hoy cuerpo de Cristo que reproduce su vida, cada uno de los misterios redentores de su vida. Somos el Cuerpo de Cristo que, en el jueves santo, vive en trance de hacerse, con Cristo y en él, eucaristía de todos los hombres, haciéndoles comensales y concorpóreos de nuestra vida, viviendo el amor fraterno «hasta el extremo». Somos el Cuerpo de Cristo que, en el viernes santo, vive, con él y en él, el gozo de un amor y de una entrega más fuertes que la muerte. Somos el cuerpo de Cristo que vive, en la vigilia pascual, el trance de poner a los hombres y las situaciones humanas en la novedad pascual de Cristo.
La espiritualidad del triduo sagrado es, y no puede dejar de ser, nuestra identificación con Cristo muerto, sepultado y resucitado. El drama de la redención se representa y se actualiza en nuestras vidas. El Cristo que se entrega, muere y resucita somos ahora él y nosotros. Cristo y la Iglesia. La cabeza y el cuerpo. La representación es real, sacramental, no sólo ritual y sentimental. El drama de la iglesia actual está en el desequilibrio entre su pobreza sacramental y su exuberancia folclórica representativa. Ha perdido la memoria pascual tal como brota de las acciones originales de Cristo, del mensaje medular paulino, de las catequesis de los padres apostólicos y posteriores, y se ha acomodado a la imaginación medieval arbitrariamente exuberante e imaginativa. En este punto medular, la pobreza evangélica y apostólica de no pocos pastores corre pareja con la del pueblo. Cualquier forma de evangelización, de formación más esmerada, si quiere ser auténtica, ha de tener la pascua como punto de partida y de llegada. De lo contrario permanecerá siempre decapitada. A la magnífica reforma ritual de Pablo VI ha de seguir la renovación espiritual de la pascua cristiana hoy, con un contenido más evangélico, más paulino, más patrístico, sabiendo inculturar, sin perder pureza original, el memorial pascual en el mundo actual, en sus valores y expresiones, en sus situaciones y contingencias. Una mirada a las celebraciones de la semana santa en la geografía de nuestros pueblos y ciudades, suscita la impresión de que la inspiración medieval crece con ritmos más progresivos que la inspiración litúrgica de la pascua. Y esto, insisto, representa una grave responsabilidad para los evangelizadores.
Nosotros, los cristianos de hoy, somos la visibilidad terrestre del Cristo celeste. Prolongamos su encarnación al servicio del mundo. Somos Cristo para el mundo, amor infinito de Cristo al mundo. Actualizamos y reproducimos su pasión y resurrección en favor de todos los hombres.
No podemos, en estos tiempos, limitarnos a las representaciones folclóricas populares. Tampoco podemos detenemos en consideraciones y ejercicios piadosos guiados del capricho subjetivo. Hemos de dejarnos sustituir por él. Vivir su persona. Sus acciones. Sus actitudes. En algunas representaciones populares de la pasión intervienen personas vivientes para «doblar» la persona del Señor. Ésta es la profunda realidad de la vida cristiana: reproducirle a lo vivo, representarle. Ser hoy su pasión y su resurrección en el contexto de nuestras situaciones y problemas actuales. Si tenemos amor, y no hemos perdido sensibilidad evangélica ni el sentido profético de una verdadera vida cristiana, entenderemos bien el significado y contenido sagrado de estos días.
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