El pasado día 22 de noviembre tuvo lugar una nueva sesión del Curso de Teología del Instituto Diocesano de Estudios Teológicos para Seglares «Los Sacramentos de la Iglesia», esta vez a cargo de D. Emilio Aznar, profesor del Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón, con una ponencia bajo el tema «La creación, como sacramento/encuentro con Dios«.
La creación, como sacramento/encuentro con Dios
El ponente explicó que «con sacramento aludimos a la posibilidad que el hombre tiene que encontrarse con Dios de un modo personal y directo». Algo que solo es posible en virtud de la autotrascendencia divina, que es capaz de alcanzar al hombre en su ser más profundo. No obstante, señaló que «dado que la persona posee una estructura corpórea social e histórica, este encuentro con Dios en la gracia y en la fe adquiere una forma visible y, aunque esta sacramentalidad se condense en las acciones simbólicas que se expresan en los ritos litúrgicos», «queda abierta siempre la posibilidad de otro tipo de encuentro con Dios» que «respete la auto comunicación divina en la forma encarnada de la gracia y la respuesta en forma de adoración que el hombre ha de tributar a Dios en todos los momentos de su vida, en la fe y en el seguimiento de Cristo». Podría hablarse, en este sentido, «en un sentido extenso de la sacramentalidad» como «encuentro con Dios en la creación«.
Respecto a la idea de «creación«, se refirió a ella como «esa experiencia existencial y religiosa por medio de la cual tenemos noción de nuestra propia contingencia y entendemos el milagro de lo que significa que, pudiendo no existir, sin embargo, existimos«. Se trata de «responder a la pregunta metafísica de porque el ser y no más bien la nada«. A esta pregunta fundamental es a la que responde el concepto de «creación»: que «el mundo ha sido creado, que la vida tiene un sentido y que la historia se dirige hacia la plenitud definitiva», son las respuestas teológicas y filosóficas a la cuestión existencial implicada en la contingencia del mundo.
Aznar señaló, en este sentido, que «la idea cristiana de creación no se refiere principalmente a la cuestión del origen cuanto a la del por qué existe el mundo y el hombre, y a la de la razón de la dicha existencia». La explicación última de tal fundamento la encontramos en el libro de la Sabiduría: “Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues si odiaras algo, no lo habrías creado. ¿Cómo subsistiría algo, su tú no lo quisieras?, o ¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado?” (Sab 11,24-25). Fundamento divino de la existencia y radical dependencia del hombre de aquél que lo sostiene en el ser son dos aspectos que se reclaman mutuamente. Ambos dan cuenta, por una parte, de la diferencia absoluta entre Dios y el hombre y, por otra, de la esencial vocación humana de apertura a Dios y del deseo de lo infinito como su más auténtica definición.
«En este sentido -explicó el ponente- es en el que podemos hablar del Creador desde la condición de criatura y, desde esta condición de criatura, intuir lo que significa el encuentro con Dios a través de su creación». En todo caso estamos hablando de condición presente y no solo de condición pretérita. «La creación se convierte así en sacramento/encuentro con Dios«, indicó. «Por lo visible a lo invisible«.
El Dios de la creación y el encanto de lo creado.
El ponente señaló igualmente que «a Dios, en su realidad más personal, lo descubrimos en el encanto de lo creado». Explicó que la Sagrada Escritura, de forma reiterada y unánime y especialmente el Antiguo Testamento expresan con nitidez este lenguaje de lo divino a través de las cosas creadas especialmente de la naturaleza. «Lo creado nos habla de Dios -señaló Aznar- y se convierte así en símbolo de lo divino» entendiendo el símbolo «no como una expresión arbitraria para designar la realidad de Dios sino como desvelamiento en el propio ser de lo creado del ser mismo de Dios», en la línea explicada igualmente por anteriores ponentes del curso. Recordó, en este sentido, que la afirmación gozosa del salmo 24 “Del señor es la tierra y cuanto lo llena, el orbe y todos sus habitantes” (Sal 24), se convierte, más allá de una mera afirmación descriptiva, «en una expresión de alabanza que brota de las mismas criaturas». De forma personalizada las criaturas tienen su voz y expresan su alabanza al creador hasta el punto de ser sujetos de bendición:
“Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos. Cielos, bendecid al Señor. Sol y luna, bendecid al Señor; astros del cielo, bendecid al Señor. Lluvia y rocío, bendecid al Señor; vientos todos, bendecid al Señor. Fuego y calor, bendecid al Señor; fríos y heladas, bendecid al Señor. Rocíos y nevadas, bendecid al Señor; témpanos y hielos, bendecid al Señor. Escarchas y nieves, bendecid al Señor; noche y día, bendecid al Señor. Luz y tinieblas, bendecid al Señor; rayos y nubes, bendecid al Señor. Bendiga la tierra al Señor, ensálcelo con himnos por los siglos”. (Dan 3)
Un lenguaje que habla a las claras y proclama la gloria de Dios: “El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje” (Sal 19).
Y que además hablan de Dios cantando: “Oh Dios, tú mereces un himno en Sión… Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales; así reparas la tierra. Riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes. Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo y las colinas se orlan de alegría; las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses, que aclaman y cantan” (Sal 65).
La creación como palabra y signo
Por otra parte, Emilio Aznar explicó que «la creación, en este sentido, se convierte en signo que interpela y que llama a la fe y al conocimiento de Dios».
«La creación se convierte en signo que interpela y que llama a la fe y al conocimiento de Dios»
Así lo entiende San Pablo en la carta a los romanos en la que considera que lo invisible de Dios y su eterno poder y divinidad son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras de modo que para los gentiles que no conocen la ley el lenguaje de la creación es una invitación al reconocimiento de Dios a través de las cosas creadas: “Porque lo que de Dios puede conocerse les resulta manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas” (Rom 1,19-21).
El hombre y la mujer, imagen y semejanza (¿sacramento?) de Dios.
Recordó igualmente que «el obrar creador de Dios comprende a todas las criaturas, pero alcanza su meta con la aparición del hombre»: “Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.” (Gén 1,31). La Escritura nos enseña que el hombre ha sido creado “a imagen de Dios” (Gén 1,26), con capacidad para conocer y amar a su Creador (cf. GS 12,3) y ejercer en su nombre un cuidadoso dominio sobre el resto de las criaturas (cf. Gén 2,15; Sab 9,2-3).
El salmista ha captado la grandeza del misterio del hombre en cuanto referido al misterio de Dios: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para mirar por él?” (Sal 8,5). Y la pregunta por el hombre y su misterio nos lleva a la contemplación de lo que significa haber sido creado, y por tanto querido, personalmente por Dios, así como a la categórica afirmación de la inalienable y singular dignidad humana fundada en el hecho de reproducir su imagen (cf. Gén 9,6; Si 17,1-4; Sab 2-23-24).
La categoría bíblica del hombre imagen de Dios, sin minusvalorar el elemento de subsistencia, en cuanto que la imagen sólo puede tener su fundamento en Dios, como la imagen en lo imaginado, introduce el elemento de relación, «da cuenta -según lo indicado por Aznar- de la apertura constitutiva del hombre a Dios para una comprensión cabal de su misterio». En esta aproximación de carácter relacional, «no es solo el hombre el que queda referido a Dios; es el propio Dios quien se remite al hombre, estableciéndose de este modo una relación recíproca«. El hombre es alguien para Dios pues Dios mismo ha querido reflejarse en Adán como en un espejo. En última instancia lo que aquí comienza a insinuarse (que el hombre pueda ser el rostro desvelado de la gloria de Dios) es la Encarnación de Dios en el hombre. Es esta antropología de la imagen de Dios la que apunta de forma proléptica a Cristo.
«No es solo el hombre el que queda referido a Dios; es el propio Dios quien se remite al hombre, estableciéndose de este modo una relación recíproca«
«A la relación esencial y constitutiva del ser humano con Dios le sigue de forma consecuente la relación del ser humano con otro tú humano«, explicó Aznar. el capítulo primero del génesis en el versículo 27 nos descubre que el hombre se realiza como tal en la bipolaridad sexual de varón y mujer que el autor en este caso ve ordenada a la procreación, aunque el yahvista en el capítulo segundo había contemplado la misma polaridad en relación con la mutua complementariedad. La bipolaridad sexual de varón y mujer no queda reducida a la sexualidad, sino que se amplía a la índole social del ser humano pues solo la comunidad humana la humanidad en cuanto tal y no el individuo aislado puede ejecutar el encargo divino de llenar la tierra y someterla solo como ser comunitario realiza dan su carácter de imagen de Dios.
Cristo como sacramento/encuentro con Dios
Por otra parte, el profesor Aznar se refirió a la cuestión de «Cristo como sacramento/encuentro con Dios». «El ser humano -recordó- ha sido creado para vivir la vida misma de Dios, para entrar en comunión con él de forma consciente y querida». Lo que la teología tradicional ha denominado la visión de Dios. Solo en esta comunión el hombre se puede encontrar consigo mismo, pues tal vocación no es algo añadido a su ser, sino que constituye su más auténtica naturaleza. Renunciar a Dios es renunciar a lo más profundo de nosotros mismos. Como decía san Agustín, en sus Confesiones: “Nos has hecho para ti, y nuestro corazón no se aquietará mientras no descanse en ti”.
«Sólo el misterio del Verbo encarnado ilumina el misterio del hombre«, señaló el ponente. «Cristo revela el hombre al propio hombre». Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir. Citando a Tertuliano, “Cualquier forma que se le daba al barro, se pensaba en Cristo, el hombre perfecto” (GS 22,2). Así, Jesús se sitúa en el centro de la visión cristiana del hombre. Él es el hombre perfecto, por eso, “quien sigue a Cristo, el hombre perfecto, se hace más hombre” (GS 41). La perfección de nuestra humanidad consistirá entonces en la participación en la perfección de Cristo. Y la razón de la comunicación de su perfección en nosotros reside en el hecho de que el Hijo de Dios se ha unido, con su encarnación a todo hombre (GS 22, 2). Todos los hombres participan de esa plenitud. Todo hombre está por tanto en una misteriosa relación con Cristo.
A la luz de esta teología conciliar, planteó Aznar entender las dimensiones fundamentales del misterio del hombre, tales como su constitución, la dignidad de su inteligencia, verdad y sabiduría, la de su conciencia moral, la grandeza de su libertad, el misterio de la muerte y del pecado, e incluso el de la misma negación de Dios. «Todos esos aspectos encuentran en Cristo su último sentido«, señaló. Pues, de la misma forma que el tema del hombre como imagen de Dios no se desvela totalmente sino en la persona de Cristo, “imagen del Dios invisible” (Col 1,15), el de la creación alcanza también su culmen en la causalidad creadora de Cristo y su consideración como centro del cosmos y de la historia, pues, no en vano “en él fueron creadas todas las cosas…, él es anterior a todo y todo se mantiene en él” (Col 1,16a.17). En este sentido, explicó Aznar que «el mensaje bíblico sobre la creación alcanza su verdadera definición a la luz de la singularidad de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado». Y «la misma invitación de Dios a la comunión con él es una singular llamada a la participación del hombre en la relación que en el mismo seno de la vida intratrinitaria une a Jesús con el Padre», explicó.
De la misma forma que el tema del hombre como imagen de Dios no se desvela totalmente sino en la persona de Cristo, “imagen del Dios invisible” (Col 1,15), el de la creación alcanza también su culmen en la causalidad creadora de Cristo y su consideración como centro del cosmos y de la historia
La creación como icono trinitario
Aznar trajo igualmente la reflexión de María Enriqueta Soriano «vivo el universo como un gran icono que abarca a todo lo creado en su complejidad y riqueza insondable y es imagen de la Trinidad Santa en la que vivimos nos movemos y somos. No hay nada que me plenifique tanto como el saber que la creación es un desbordamiento del ser creador del Padre de quien procede todo don perfecto; el Padre que da la vida y busca la verdad de la vida en cualquier lugar del mundo… el Padre que se inclina hacia el hombre libre y frágil a la vez y se expresa en la misión del hijo por el espíritu. Creo en este amor síntesis de la fe: Dios eternamente amor y la creación obra de sus manos; horizontes que vertebran y ayudan a trascender pequeñeces al saberse inmersos en este océano de vida de vibraciones y de comunión».
El ponente se refirió, en este mismo sentido, a otros autores, igualmente mencionados por Soriano. Recordó al maestro Eckhart: «si la persona pudiera conocer a Dios sin el mundo este no lo hubiera creado la realidad creada no solo como puente sino como un lugar en el que se complace el creador y vio que todo era bueno». También a San Juan de la Cruz, que se refiere a la fe cuando la llama de amor viva canta o fuentes cristalinas y explica que así la denomina porvenir la fe de Cristo su esposo y por tener las propiedades del cristal, ser pura en las verdades y fuerte clara y limpia de errores. Dilata el alma contemplar el universo como obra de las manos del Padre por el Hijo y éste lo ofrece al padre en un movimiento ascendente que abarca a todos los seres gracias al Espíritu. Cristo, el hombre Dios del Evangelio, como punto omega de la naturaleza y el hombre integrado en el cosmos». Recordó igualmente la famosa anécdota atribuida a San Ignacio: cuentan que al final de su vida, cuando ya anciano se paseaba en el jardín del Gesú de Roma señalaba a las florecillas con su bastón diciéndoles con fuerza: «sí, callaos ya os entiendo… sé de quién queréis hablarme».
El eclipse sacramental de la creación: mal, pecado, sufrimiento, muerte
Aznar recordó que la fe cristiana sostiene que en la creación existen el mal físico y el moral que, no obstante, no pueden tener su origen en Dios puesto que Dios es su más firme y decidido enemigo. El poder cósmico del mal es vencido definitivamente en la muerte y resurrección de Cristo ¿Por qué en el mundo creado bueno por Dios hay sin embargo el mal?, ¿Por qué hay mal en el cosmos creado por Dios? «Hay caos, degeneración, enfermedad y muerte porque lo creado no es divino sino distinto de Dios«, explicó enfatizando el papel decisivo que juega en esta cuestión la libertad humana. La fe cristiana sostiene que a través del corazón del hombre irrumpe el pecado en el mundo de tal manera que solo el amor de Dios manifestado en Cristo puede librar a toda la humanidad de la fuerza del pecado. Pero, además, el mal tiene una dimensión cósmica más allá de su dimensión personal, aunque éste esté estrechamente relacionado con el mal que proviene de la libertad del hombre. Este es el lado oscuro del universo: el lugar de lo creado en el que no parece brillar la luz del Creador.
«Frente a esta inevitable realidad -indicó el ponente-, el sentido de la creación se expresa para el cristiano en lo acontecido en Jesucristo«. La vida de Jesús, toda su vida, pero en concreto su pasión muerte y resurrección, «son un testimonio sin igual del combate que el Dios creador ha entablado contra el mal en todas sus manifestaciones». Así por ejemplo las acciones taumatúrgicas de Jesús que han sido leídas por la tradición como victorias del cosmos sobre el caos. Con la resonancia vetero testamentaria de la palabra creadora de Yahvé y, actualizando la tradición de las acciones simbólicas de los profetas, «Jesucristo con sus palabras y obras cura enfermedades, reintegra la identidad individual y la pertenencia social de los que vivían escindidos de sí y separados del pueblo por el quebranto de los demonios, vivifica a quiénes habían sucumbido ante el poder de la muerte y es recordado como aquel que tiene poder sobre el mar embravecido y, en definitiva, sobre todos los elementos de este mundo. Jesucristo es Señor significa que nada ni nadie en todo el orbe puede mostrar un perfil biográfico más adecuado a la suprema majestad del único Dios creador y Salvador de este mundo».
El ponente finalizó su exposición recordado que las palabras de Pablo, en parecidos términos: la creación fue sometida a la vanidad no por su propia voluntad sino en razón de quien la ha sometido en esperanza. Por tanto, también la propia creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para la libertad gloriosa de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8,20-21).
La próxima sesión correrá a cargo de D. José Alegre Aragües, el próximo lunes 29 de noviembre, bajo el título “La historia, como sacramento/encuentro con Dios”.
Para más información sobre el curso 2021-2022 e inscripciones: https://centroberit.net/curso-2021-2022-del-instituto-diocesano-de-estudios-teologicos-para-seglares/
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