Génesis 3, 9-15.20 – Salmo 97 – Efesios 1, 3-6.11-12
Comentario:
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA
8 de diciembre, 2016
La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María conmemora un rasgo importante en la devoción del pueblo cristiano a María. Al caer siempre dentro del tiempo del adviento, nos recuerda, además, el papel sorprendente de María en la venida de Jesús al mundo. Y entonces María aparece no solo como cauce de la venida de Jesús, sino también como perfecto modelo de acogida y de fidelidad.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María fue proclamado por el Papa Pío XI el 8 de diciembre de 1854. Afirma que es doctrina revelada que María estuvo exenta del pecado original porque fue justificada por Dios desde el instante mismo de su concepción. Esto es fácil de afirmar, pero difícil de explicar por muchas razones. Los temas teológicos de “pecado original, “justificación”, “inmaculada”, “gracia”, “elección” encierran una inmensa profundidad teológica. Los textos bíblicos de la liturgia de hoy tienen tres mil y dos mil años y su lenguaje es muy distinto del que utilizamos ahora. El Papa Francisco nos recuerda que la homilía ni es el lugar adecuado para una predicación puramente moralista adoctrinadora, ni puede convertirse en una clase de alta exégesis. Y por otra parte, añade, el predicador necesita poner un oído en el pueblo para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar (EG 154).
EL MENSAJE CENTRAL
El mensaje principal de esta fiesta está contenido en el núcleo conjunto de las tres lecturas que acabamos de escuchar. La primera es del Génesis. Con un lenguaje figurado habla de la noche de la historia, de lo que desconocemos totalmente pero cuyos resultados están ahí, visibles para todos. El mal está en el mundo. El hombre peca desde los orígenes. Todos los hombres pecan. El hombre rompe su relación con Dios no reconociéndole como el Otro del que depende su vida. Al romper esta relación original, hombre y mujer dejan también de reconocerse respetuosa y mutuamente como su verdaderamente otro, con el mismo valor y de la misma condición, fruto del amor creador de Dios que los formó a su imagen. El pecado ha introducido la desarmonía estructural del hombre con Dios y de los hombres entre sí.
En el evangelio de Lucas vemos a Dios que quiere restaurar su proyecto original de amar al hombre y de hacerle compartir su propia vida y amistad. Si el primer hombre dijo que no al diseño providencial de Dios, ahora una joven, María, dice sí al anuncio de redención y restauración que le hace el ángel de parte de Dios. María aparece como modelo de aceptación del nuevo plan de Dios sobre la humanidad. Aparece aceptando, acogiendo la voluntad de Dios en una implicación total de su ser entero, cuerpo y alma. Esta totalidad es una plenitud de respuesta, la integridad de una entrega ilimitada. Dios y María se han caído mutuamente en gracia de forma absoluta e infrangible. No se trata del problema de simples manchas o de ausencia de las mismas. Se trata de una relación total, convergente, en relación con el plan redentor del mundo, siempre candente y siempre mantenida hasta el extremo.
La tercera lectura, segunda en el orden de proclamación, pertenece a la carta a los Efesios. Es una carta atribuida a Pablo, pero posiblemente redactada por alguno de sus discípulos, imbuido de su teología y sus preocupaciones. Quizás el texto ha sido escogido por el uso del término “inmaculados”, o irreprochables, que expresa muy bien el sentido hondo del dogma de la fiesta de María. Cuando en el siglo XIX se definió este dogma mariano, al carecer de textos explícitos sobre el tema, se acudió a algunos textos bíblicos que de manera indirecta apoyan esta definición dogmática. Uno de ellos es este que alaba a Dios porque antes de la creación del mundo nos ha bendecido y santificado abundantemente en Cristo por medio de su gracia. Este texto destaca, primero, que la santidad, o limpieza inmaculada, la realiza el amor de Dios que nos hizo “santos e irreprochables ante él por el amor”. Se trata del amor que Dios nos tiene y del amor con el que nosotros respondemos a Dios. En segundo lugar el texto nos dice que esta santidad o limpieza nos viene enteramente por Cristo: “Nos ha bendecido en la persona de Cristo”, “nos eligió en la persona de Cristo”, “nos ha destinado en la persona de Cristo”. Como dice la Bula de definición de la Inmaculada: María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original no para su propio embellecimiento, sino “en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano”.
LLENA ERES DE GRACIA
María es una totalidad de gracia, desde su concepción al final de su existencia. Estuvo siempre en dependencia de la infinita misericordia de Dios y ella vivió, en cuanto de ella dependió, en fidelidad total. Dios la amo siempre, desde el inicio, y la gracia de María fue, ante todo, el ilimitado amor de Dios. En consecuencia, María nunca vivió para sí sino para Dios y su plan. No se sintió de ella y para ella, sino para Dios y los hombres. Fue siempre una relación gratificante y plena. Dios la amó del todo y Dios fue para ella su todo. María es una integridad y plenitud de respuesta al amor de Dios. María es verdaderamente un caso aparte. Para sus padres y para cuantos le trataron, singularmente para Juan cuando la recibió como madre, María fue como si la herencia de los hombres, el mal, no hubiera rozado jamás su corazón. Fue la mujer siempre fiel. Siempre obediente. Siempre dependiente. La que hoy es aplaudida, enjoyada y coronada, y venerada en los altares, es la sierva del Señor, la mujer pequeña del pueblo humilde, la que encarna en sí las preferencias de Dios por los más humildes, pequeños y oprimidos. Y, por tanto, madre de los humildes. La grandeza de alma, la emoción de tener a Jesús, le inclinó, como él y con él, a los humildes sin búsqueda de otras compensaciones. Dios “ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava”. Y es que ella es fiel a pesar de las tentaciones e impulsos del yo egoísta, a pesar de los embates del ambiente asfixiante, a pesar de las actitudes escapistas de los débiles y de fe ambigua. María fue llena de gracia, llena de respuesta fiel, mujer segura, de relación siembre plena segura. El Señor estuvo siempre con ella y ella estuvo siempre con el Señor. Vivió siempre por el Señor y para el Señor. Y, por tanto, por nosotros y para nosotros. Sin reservas ni retractaciones. Le dio su tiempo. Le dio su misma carne. Maria es Jesús comenzado. Fueron dos personas, pero una misma dedicación e historia. Y esta dedicación total de Dios a ella y de ella a Dios es el fundamento de su ser inmaculada. El amor abundante de Dios le llevó a no reservarse nada.
María no es alguien tan extraordinario que esté lejos de nosotros. Todo lo contrario. Si el amor de Dios fue tan grande que nos entregó al Hijo, también María nos ha entregado a su Hijo. Dios le dio ciertamente su gracia extraordinaria. La misma que Dios nos reserva a todos. Maria “llena de gracia” es icono y profecía de aquello a lo que todos estamos llamados, pues en realidad, como dice la carta a los Efesios, “Dios nos ha bendecido a todos en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”. Estos bienes llevaron a Maria a darse. Y nos remiten también a nosotros a ser misericordiosos con los demás. Nuestro compromiso por la misión y el evangelio, nuestra entrega a los necesitados, a los que carecen y sufren, a los débiles y sin esperanza, es el mejor comprobante de que la gracia de Cristo está en nosotros y de que, como María, respondemos con fidelidad e integridad. Amar de verdad es señal inequívoca de que hemos recibido abundantemente. Tenemos y somos en la medida en que damos y nos damos. Quien ama está en Dios y Dios en él.
Francisco Martínez
e-mail: berit@centroberit.com
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