A continuación os presentamos la «Guía para las reuniones del Grupo» dentro del método del catecumenado «REBIVE» (extracto del libro «Vivir el año litúrgico», de Francisco Martínez).
GUÍA PARA LAS REUNIONES DEL GRUPO
1. Primeramente, es preciso que vayamos a la reunión tomando conciencia de que nos reunimos en el nombre del Señor. No le elegiríamos a él si antes él no nos hubiera elegido. Él es quien nos reúne y él tiene siempre la iniciativa aun cuando se sirva de nosotros. «Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Es preciso ver al Señor, y su gracia, en los hermanos, en sus intervenciones. Dios viene por medio de su palabra comunicada por mediaciones. Su comunicación es banquete y manjar para el hombre. Cada hombre es el resultado de las comunicaciones dadas y recibidas en la vida. La vida es comunicación. La incomunicación es soledad y muerte. La presencia de Dios entre nosotros ha de estimular la experiencia de una familiaridad o connaturalidad grande que debe facilitar más y más la comunicación de la fe personal, la confianza, la oración y la madurez.
2. Es necesario tener un concepto claro de qué es y en qué consiste la reunión del grupo. Para ello hay que tener en cuenta lo siguiente:
a) Antes de la reunión
Haber leído y estudiado tema que se va a tratar, elegido bien del tiempo litúrgico, bien de los temas fundamentales de la vida cristiana, con las preguntas respectivas para la animación del diálogo, bien de alguno de los exámenes.
Tener bien precisado el objetivo que se intenta mediante la asimilación del tema.
El orden detallado de los otros puntos que van a ser tratados.
Tener presentes los materiales, leerlos, meditarlos, orar con ellos.
Conocer perfectamente el día, hora, lugar de la reunión.
Certeza de que todos están convocados y de que todos van a participar activamente.
b) Durante la reunión
Para comenzar la reunión será bueno haber intuido y determinado previamente lo que va mejor al grupo. Puede ser un miembro del grupo, distinto cada día, quien prepare la ambientación mediante un salmo, una oración, un texto, una invocación, un silencio…
Uno, por turno, presenta el tema, precisando de qué se trata y cuál es su objetivo.
Cada uno va exponiendo cómo es su experiencia personal en relación con el tema. Describe cómo lo entiende, por qué es así, en qué sentido le afecta, cómo vive esa realidad y por qué la vive así, en qué aspectos el estudio del tema ha hecho progresar sus conocimientos y vivencias anteriores y también, qué es lo que no comprende o le tiene bloqueado y por qué. Naturalmente, todos deben orientar su comunicación a esbozar una nueva conciencia y las nuevas vivencias a las que debe conducir la nueva luz.
Es preciso que se llegue a tomar decisiones: qué, por qué y para qué, dónde, cómo y cuándo.
Al tener claras las decisiones, o ante la experiencia de gozo compartido por la comunicación de experiencias profundas, o también de posibles oscuridades y bloqueos, es preciso tener unos minutos de oración comunitaria. En ella cada uno da gracias, pide, o se expresa según el Espíritu le indica. Si el clima es de fe, la oración nacerá con naturalidad.
Otros temas de la reunión.
Lectura del evangelio del próximo domingo o día festivo, haciendo al final de la misma un brevísimo y respetuoso silencio. Si el grupo lo prefiere, puede hacer la oración después de la lectura del evangelio, en lugar de hacerla después de haber tratado el tema.
Es preciso que todos asimilen pronto y en profundidad un gran objetivo del método que pretende no sólo ayudar a saber, sino impulsar a ser y hacer; poner al descubierto nuestra experiencia cristiana, tal como la estamos viviendo, para situarla tal como la debemos vivir.
Todo esto requiere una autodisciplina seria para saber escuchar, saber expresamos con confianza, intentar comunicarnos con sencillez.
c) Después de la reunión
Al finalizar es muy útil hacer una evaluación de la reunión: si fue bien, o mal, por qué.
-Qué habrá que tener en cuenta para las próximas reuniones.
3. Resultará muy provechoso para todos que sepamos describir nuestra forma de hacer oración, analizarla con sinceridad en su desarrollo y en sus consecuencias, ver hasta qué punto la oración nos puede y nos transforma. Es muy recomendable tener muy en cuenta los métodos de oración evangélica que se describen en el tema de este volumen, «¿Por qué y cómo orar con la palabra de Dios, al ritmo del año litúrgico?», para familiarizarnos con ellos, especialmente los que enseñan, como se dice en cada uno de ellos, a
acoger el texto, comulgar con él, irradiarlo,
o, salir de mí, ir a ti, todo en ti, nuevo por ti.
Es muy recomendable poner el acento no sólo en lo que cada uno hace, sino en lo que Dios hace en cada uno cuando nos abrimos a su luz y su fuerza.
4 . La experiencia dice que la rutina en la oración es frecuente y horrible. Muchos hacen oración pero la oración no les hace a ellos. Utilizan la palabra, pero no se dejan tomar por la palabra. Por eso, será muy provechoso, en ocasiones especiales, bien del año litúrgico, bien de la situación concreta de] grupo, utilizar los métodos 11 y 12 del mencionado tema «sobre la oración con los textos bíblicos del año litúrgico, de este mismo volumen, haciendo de la oración del grupo un espacio fuerte de oración profunda, orando la vida real, comulgando con el evangelio directo, sin glosa, haciendo reconciliación, comunicación, solución, progreso, crecimiento, en el momento en que la palabra de Dios se hace luminosa y clara. Se trata de dejarnos interpelar por la palabra de Dios, bien cuando ella es proclamada, en las fiestas litúrgicas, bien mediante un texto elegido en función de los problemas, necesidades o situaciones del grupo. Estos espacios fuertes de oración profunda requieren una gran disponibilidad de ánimo, un estar abiertos en lo más hondo a la llamada de Dios, una actitud de sintonía y de connaturalidad espiritual capaz de superar estancamientos, bloqueos, indisposiciones, rechazos, rutinas e inconsciencias cómodas y hasta culpables. Esto supone no sólo gran esfuerzo, sino sobre todo, abundante gracia de Dios quien suele hacerse presente él mismo, directa e inmediatamente, iluminando e impulsando.
5. Hay que tener un gran respeto a los otros. Es necesario que todos participen por igual
Nadie debe imponer nada a nadie. Las correcciones o aclaraciones hay que ofrecerlas al contrastar la aportación de cada uno, con sencillez y alegría, o cuando uno pide expresamente la aclaración.
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