LECTURAS: 1ª Crónicas 15, 3-4,15-16; 16, 1-2 SALMO 26
COMENTARIO
Nos hemos reunido, una vez más, para celebrar juntos la eucaristía con ocasión de la fiesta de nuestra Patrona la Virgen del Pilar. Es una gracia y un privilegio para nosotros, zaragozanos y aragoneses, que María sea nuestra fiesta. La fiesta es aquel paréntesis privilegiado en el que suspendemos lo rutinario y penoso de la vida y, ensanchando la mirada hacia el horizonte de lo infinito y eterno, nos gozamos haciendo juntos más intenso el sentido de nuestra convivencia social, de nuestra historia común, de nuestra identidad compartida con entusiasmo. La fiesta es la vida misma puesta en estado de alegría y de esperanza. Es la superación de las negatividades y carencias, de las tristezas y contradicciones de la vida en una vivencia común que estalla en júbilo compartido y abre brechas de esperanza futura.
Una visión serena del evangelio nos hace comprender que María no es ella sola. Es una mujer esencialmente referida a Dios y a su plan de amor y salvación en el mundo. Vive en dependencia gozosa de Dios y de su plan de salvación. Vive su vocación no dejándose enclaustrar en la idea de su propia realización personal temporal. Ella supo decir con verdad: “Ha hecho cosas grandes en mí el Todopoderoso y su nombre es santo”. Los grandes de este mundo, los líderes y deportistas, cuando son aclamados, vinculan la alabanza de las multitudes a sus gestas personales. Sienten emoción y entusiasmo por ellos mismos, por sus propios éxitos. María se siente profundamente bienaventurada, pero piensa con claridad que su valor personal no es ella, es Dios que la elige para una misión transcendental: gestar y dar a luz a su Hijo en sus propias entrañas. En su seno se realiza la obra cumbre de la creación. En ella Dios y el hombre se funden en una única y singular persona. En María, Dios se hace hombre en verdad, y en ella, el hombre llega a ser Dios. Y al nacer Dios como hombre, todo hombre participa del ser mismo del Hijo de Dios. En María queda divinizada toda la raza humana. Es una unión y comunión profunda, increíble, divinizadora y humanizadora, singular y de valor universal. María, sus entrañas de madre, constituye la comprobación de la verdad profunda de la humanización de Dios. En María, Dios se humaniza, se apropia la raza humana, diviniza lo humano y humaniza lo divino. La penetración de Dios en María nos habla de la sorprendente comunión de Dios con la humanidad entera que queda afectada de manera profunda, transformante, divinizadora. En ella Dios se da del todo, y para siempre, y ya no se retractará jamás. La encarnación de Dios en María cambia el destino de la humanidad que da un salto cualitativo en su vinculación a Dios como meta y destino.
MARÍA, MUJER CREYENTE
Haríamos mal si redujésemos la fiesta de María a divertirnos y a pasarlo bien. Es impresionante ver la cantidad de actos festivos que enumeran los programas oficiales de fiestas. Todos también disfrutamos viendo la masiva y entusiasta participación en el homenaje de fe a María inundándola de flores. Pero es evidente que no podemos reducir la fiesta ni a nuestra alegría ni a una veneración puntual a la Virgen, sin más. María representa unos valores de extraordinaria importancia para la fe, para la solidaridad humana, para avivar nuestra responsabilidad ante la historia de la salvación de todos los hombres.
María es mujer creyente que vive su fe no como realización personal individual y privada, como estímulo de sentimientos placenteros al margen de los demás. La fe de María es un “sí” rotundo e incondicional al plan de Dios sobre el mundo. Dios pide consentimiento a María no simplemente para vincularla en una gesta exterior y social al estilo de los personajes importantes de la historia de Israel. Dios le pide su ser íntimo, su ser de persona y de mujer, para entrañar en su seno a su propio Hijo. No le pide la prestación de un vientre de alquiler, al uso actual. Le pide no solo ser madre, sino hacer de madre del mismo Hijo de Dios. Y lo hace admirablemente en una donación maternal, radical y total, que perdura durante toda la vida humana de Jesús y que se extiende después a toda la humanidad desde el momento en que en la cruz la presenta a Juan como su madre. Cuando María responde al ángel: “He aquí la esclava del Señor”, no solo concibe a Cristo, sino que hace activamente posible el hecho cumbre de la divinización de todos los hombres. La fe de María no es una actitud individual y privada. Hace realidad histórica el amor de Dios a todos los hombres y abre para la humanidad la posibilidad de romper el techo de su finitud para insertarla en una participación trascendente y real de la naturaleza divina. En el seno de María Dios se hace hombre y, por lo mismo, todo hombre se hace divino por dignación de Dios.
MARÍA, MUJER SOLIDARIA Y MADRE UNIVERSAL
María es verdadera madre de Dios. Lo nacido en ella no es pura humanidad. El Hijo de Dios se encarna en ella de tal forma que la fe y la tradición la confiesan como verdadera madre de Dios. La fe de los siglos ha estudiado con extraordinaria profundidad este hecho sorprendente y admirable. El mismo Hijo de Dios pasó por el seno maternal de María de forma que lo nacido en ella no fue simplemente una naturaleza humana, sino una persona de condición divina y a la vez humana. Y esta gestación humana de Dios es la posibilidad y modelo para la formación de Cristo en cada hombre, en cada uno de nosotros. Todos nosotros estamos diseñados, pensados por Dios en Cristo. Cristo es origen, modelo y meta de nuestra vida cristiana. Estamos elegidos para ser él, para identificarnos con él. El cristianismo es la persona de Cristo. Nuestra vocación es ser no sólo cristianos, sino ser él mismo. “Para mí el vivir es Cristo. Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”, nos dirá Pablo. Y lo mismo podemos decir todos nosotros. El evangelio, la eucaristía y la caridad tienen este sentido transformante, ponernos en verdadera comunión de vida con Cristo. Cristo se entrañó en María y ella es modelo y tipo de lo que Dios quiere en nosotros y para nosotros.
Pero quien tiene a Cristo, quien se deja tener por Cristo, es solidario con los demás. Como María. Quien tiene en su entraña a Cristo y le deja actuar, ama a los demás con el amor mismo de Cristo. María concibe a Jesús e inmediatamente va a visitar a su prima Isabel para compartir la noticia. No se queda en su casa degustando el hecho sorprendente de su vocación maternal. María se deja tener por Jesús y ella misma se siente amor de Jesús a los hombres. Hay un momento singular en la vida de María que posee gran importancia. En la boda de Caná advierte por iniciativa propia que los nuevos esposos “no tienen vino”. Toda la reflexión de los Padres y de los escritores bíblicos y teológicos de todos los tiempos, han visto en esta expresión el papel de María señalando las carencias materiales y espirituales de los hombres de todos los tiempos en el proceso de su unión esponsal con Dios. María, ante el hecho de la universal vocación de los hombres a participar de Dios, nos enseña a todos a ser solidarios, a hacernos responsables de las carencias y necesidades de cuantos sufren, a preocuparnos de todos aquellos que no tiene fe, carecen de trabajo, no tienen hogar, no pueden disfrutar de una educación coherente con la dignidad humana. María nos enseña a madurar el sentido social de la fe, a saber discernir el amor preferente de Dios por los pobres, a vivir nuestra vocación en el compromiso por mejorar las condiciones de vida de todos los que sufren.
Francisco Martínez