REVIBE, octubre 2017
Queridos amigos, bienvenidos a una nueva sesión de Re-Vi-Be.
Oremos juntos: “Que tu Espíritu, Señor, nos penetre con su fuerza, para que nuestro pensar te sea grato y nuestro obrar concuerde con tu voluntad. P.N.S.J”.
Leamos el Evangelio del domingo (categoría “Evangelio y su comentario”), asumiendo que “Dios no sólo habla a la cabeza, sino a la persona entera, al corazón (…). La persona, la comunidad, han de llegar a ser no sólo acogida y comunión, sino la biografía encarnada de la palabra, su expresividad personal y social. Para ello, nada mejor que aplicarnos toda la palabra y aplicarnos del todo a la palabra, saliendo de nosotros, caminando hacia ella, estando del todo en ella, y saliendo nuevos con ella” (Francisco Martínez, “Vivir el año litúrgico”, Herder, Barcelona, 2002, p. 79).
“Importancia de la presencia sentida. De un Dios “vivido” que penetra dentro de la persona, en el tálamo de la afectividad. Conseguir una relación esponsal, filial, de amistad… Los místicos describen la invasión del ser entero, la toma de la mente, da la afectividad, de la memoria y de los sentidos, de la imaginación… Esto supone la seriedad de una iniciación, de la conquista de hábitos, un hábito, una forma de ser.
El peligro del intelectualismo: los conceptos son radicalmente incapaces por sí mismos de conectar con Dios. El peligro de diluirse en las ideas es un hecho.
El peligro de no orar: es hacer imposible la presencia. Orar es el proceso de ser más, de ser del todo, por la comunión con la palabra.
Lo más dichoso de la vida: cuando el evangelio ha llegado a fascinarnos y necesitamos sumergirnos en él.
Uno de nuestros más graves problemas es que intentamos hacer por nosotros mismos lo que sólo Dios puede hacer en nosotros. Que en la oración consideramos lo que nosotros hacemos, no lo que Dios hace en nosotros. Que en la oración vamos a él pero no salimos de nosotros mismos. Y sin él nada podemos hacer (Jn 15,5). Nuestro encuentro con él en la oración suele ser casi siempre sólo “cosa” nuestra, iniciativa y esfuerzo nuestro: somos más activos que receptivos. No tenemos contacto vivo y directo: nos dirigimos más a una imagen subjetiva de Dios que al Dios viviente. No pedimos con insistencia. Todavía no hemos aprendido a vivir en receptividad reconociendo que es mucho más lo que hemos recibido y lo que tenemos que recibir lo que somos capaces de crear por nuestra cuenta”.
Reflexionemos sobre este texto:
Primera semana: Reflexionemos sobre nuestra oración, como encuentro personal con el Dios que nos ama. ¿Cómo es nuestra oración? ¿En nuestra oración, realmente sentimos la presencia efectiva de Dios? ¿Nos ponemos en situación para sentir esa presencia?
Segunda semana: ¿Consideramos a la oración como un esfuerzo personal, un hábito personal o como la oportunidad de entrar en comunión con Dios, con el Dios personal que nos ama y nos ha creado? ¿Nos ponemos en actitud abierta, receptiva a la presencia de Dios?
Tercera semana: ¿Vivimos realmente en receptividad? ¿Queremos aspirar a un encuentro directo y personal con Dios en nuestra vida o reducimos nuestra vida -cristiana- a rutina y subjetivismo?
Cuarta semana: ¿Cómo podemos mejorar nuestra oración?
Oración final
Cristo, Principio y Fin,/ mi Principio y mi Fin. Mi Eternidad. Manantial. Origen Meta. Sentido de mi existencia. Consistencia de mi ser. He sido diseñado y elegido en ti. Soy tu imagen. El Padre me ama en el amor con que te ama a ti. Tú eres mi Plenitud. Estás más dentro de mí que yo. Eres para mí más que lo soy yo en mí. Mi Futuro. Mi Gloria. Mi Buenaventuranza. Mi dicha. Mi gozo. Entrega. Testigo fiel. Don. Gracia. Sabiduría. Justificación. Santificación. En ti el amor del Padre es irrevocable. Torrente de delicias. En tu Luz veremos la Lu. En Ti vivo, me muevo y existo. Me sumerjo en ti. Me desvanezco en ti. Sustitúyeme. Prolonga en mí tu encarnación. Revísteme de ti. Ya no vivo yo; eres tú quien vive en mí.
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