Lecturas:

Isaías 60, 1-6  –    Salmo 71  –  Efesios3, 2-3a.5-6

Mateo 2, 1-12

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de Judá,no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá,pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
«ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

 

Comentario

EPIFANÍA DEL SEÑOR, 2017

El relato de la Epifanía del evangelio de Mateo posee una finalidad claramente catequética, la manifestación del Señor, pero no tiene nada en su redacción que se aparte de lo históricamente verosímil. La historia de los Magos es un modelo del estilo con el que Dios llama por los caminos del espíritu a unos elegidos y nos ofrece también un estilo de fidelidad plena a esa misma llamada. En el fondo subyace el misterio maravilloso de la luz de Dios que se hace llamada y vocación. Y es, además, una iluminación del Espíritu que recae sobre unas esperanzas mesiánicas y unas especulaciones astrológicas que predispusieron el ánimo de los Magos. Se trata de una intuición profunda, como la de Simeón en el templo al tener al niño en sus brazos, y todo ello enfocado al gran tema de la vocación a la fe. El núcleo doctrinal y literario del texto es la postración de los magos ante Jesús para adorarlo. Belén es el preludio de una constante epifanía de la realeza trascendente de Cristo que se prolongará en diversos momentos claves de su misión. Ya en el primer instante se subraya de forma manifiesta la dimensión universal de la salvación. Jesús se manifiesta a todas las naciones, también a las gentiles.

Ante pocas páginas del evangelio se habrá consentido tanto, como en esta, la tentación de reconstruir: quiénes eran los magos, cuántos, su dignidad, nombre, país, la estrella… El arte, el folklore, las tradiciones han saturado las sobrias palabras del texto con tal exuberancia de imágenes que resulta difícil no estar influenciado por ellas al leer, meditar o explicar esta página evangélica.

La persuasión de que en Israel tenía que nacer un rey extraordinario se sentía vagamente difusa por occidente, y sobre todo por oriente, a partir del doble fenómeno de la diáspora o dispersión de judíos y del proselitismo practicado durante siglos. El impacto desconcertante de los magos en Jerusalén debió responder a la inconcebible pregunta de unos extranjeros acerca del nacimiento de “un nuevo rey de los judíos” a quien deseaban rendir homenaje.

JESÚS, LA GRAN REVELACIÓN DE DIOS

Jesús va a realizar su ministerio en el contexto del pueblo judío, pero ya desde los inicios su manifestación aparece destinada a todos los pueblos de la tierra. La escena evangélica de los magos del lejano oriente, va precedida de dos lecturas. La primera pertenece a Isaías. El profeta invita al pueblo a una alegría desbordante porque la gloria del Señor que habita en Jerusalén va a alcanzar los confines de la tierra. Al exilio sigue la reconstrucción y consolidación del templo y del pueblo. Al andar errático por el desierto, vagando en tinieblas, ahora responde el “¡levántate!” que invita a caminar en una luz esplendorosa. Los términos iluminar, brillo, resplandor, amanecer, aurora, dejando atrás la oscuridad, afectan ahora no solo al pueblo, sino a las mismas naciones paganas que caminarán también hacia Jerusalén. Los príncipes vendrán cargados de dones valiosos y abundantes reconociendo al único Dios. La segunda lectura, de la carta a los Efesios, se refiere a la universalidad de la salvación en Cristo frente a la concepción tradicional del judaísmo que excluía a los paganos. Afirma que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de las promesas de Jesucristo. Esta destinación de Cristo a todas las naciones de la tierra se cumple en el evangelio en el que unos magos del lejano oriente vienen guiados por Dios para conocer a Jesús.

Jesús es efectivamente el destino del hombre. Los Magos son el paradigma de la búsqueda de un Dios que ha tomado la iniciativa para darse a conocer. Se ha dejado ver y palpar en Palestina a través de una corporalidad perfectamente humana. Mientras que todos los ídolos de las religiones son mudos, Dios ha dicho su propia palabra por medio de los profetas, primero, y finalmente por Jesús. Él manifiesta los secretos del Reino (Mt 11,25-27). Pablo afirma que el misterio de Cristo, oculto durante siglos, se ha dado ahora a conocer a las naciones en Jesús (R 16,25). Jesús viene a revelar al Padre y esta es toda su misión esencial. En Jesús Dios revela toda su intimidad. Este es el suceso cumbre de la historia. Los verbos “conocer”, “oír”, “ver”, “creer”, y los sustantivos “palabra”, “verdad”, “vida”, “luz”, “gloria” impregnan todas las páginas de Juan. Hasta el punto de poder afirmar: “quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,9). Multitud de milagros, parábolas y enseñanzas desvelan en Jesús su gran afirmación personal “Yo soy” que se revela a todo hombre que busca con buena voluntad (Jn 4,26; 6,35; 8,28; 10,9-11; 11,25). Lo asombroso para nosotros es que Cristo no solo habló ayer, sino que sigue hablando hoy porque no es Dios de muertos, sino de vivos. El concilio Vaticano II, resumiendo la tradición de la Iglesia y la enseñanza oficial, dice que en la proclamación litúrgica del evangelio, y su autorizado comentario, “Cristo mismo habla” (SC 7). Por ello la liturgia “es el órgano más importante de Magisterio ordinario de la Iglesia” (Pío XI). Esta proclamación de la vida, hechos y dichos de Jesús, en los domingos del año, es la misma palabra de Jesús dicha en el contexto de la historia y de la cultura de nuestro tiempo, y tiene un valor incalculable para generar y afianzar la fe. Ningún cristiano debería dejar la escucha meditada, profundizada, de los evangelios dominicales. En ellos Jesús se hace revelador y revelación, maestro y testigo en directo, personalmente. La belleza del evangelio, de sus discursos, parábolas, dichos y hechos de Jesús, no tiene parangón. Es luz de Dios que ilumina y vivifica. Es la misma intimidad personal de Jesús hecha palabra inteligible y contemporánea para todos, para que escuchemos y nos salvemos.

Un cristiano que desee poner al día su fe, debe tener un conocimiento de la misma, explicada en conformidad con la cultura propia del tiempo en el que se vive. La cultura de la fe no es la fe misma. Pero sin inculturación de la fe, no se da la fe. Es un daño irreparable reducir la fe a una eventual cultura. Es algo tan lamentable como confundir la persona con un vestido viejo y en desuso. Cuando la fe reviste formas arcaicas, no es de extrañar que no pocos abandonen la misma fe. Es un fenómeno deplorable que junto al progreso espectacular en el conocimiento de materias científicas, técnicas, culturales, deportivas, políticas, informativas, se dé, sin embargo, y como contraste, una gran ignorancia en temas trascendentes y de fe. La profundización en los estudios bíblicos, teológicos, espirituales, es hoy mundialmente espectacular, capaz de asombrar y fascinar sobremanera. Pero la crisis contemporánea de la fe aboca a muchos antiguos creyentes a cotas altas de frialdad, de indiferencia y de abandono y esto constituye uno de los grandes males de nuestra humanidad. Los cristianos de hoy deben dejarse hablar por las nuevas formas cultivadas de fe en Centros de Estudios Teológicos para seglares, o en el seguimiento de cursos, o de lecturas apropiados para ello. Son numerosos y los resultados espléndidos. Nada tan interesante como dotar la vida de sentido trascendente y eterno.

Un cristiano que quiera regularizar su formación debe vivirla en el contexto de una comunidad de fe: en la parroquia, en movimientos apostólicos, en grupos de evangelio que se reúnen amistosamente para confrontarse con el evangelio semanal. Cuando Dios quiere a alguien le regala el don inestimable de una comunidad de fe. A una persona sin formación espiritual le falta el Infinito, lo esencial de la vida. Lo trascendente es lo verdaderamente importante para la vida. Tener ocasión de discernir la propia existencia en contacto con un sacerdote, un seglar comprometido y auténtico, una persona experta, es una gracia inestimable. Los Magos percibieron la luz de la estrella. La siguieron y encontraron a Jesús. Una vez conocido, cambiaron de vida y asumieron nuevos caminos. Cuando se conoce bien a Jesús, se siguen indefectiblemente nuevos caminos de luz y de alegría.

                                                                                   Francisco Martínez

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