Lecturas
Sabiduría , 7-13 – Salmo 86 – Hebreos 4, 12-13
Marcos 10, 17-30
Comentario
VENDE LO QUE TIENES Y SÍGUEME
2018, 28º domingo ordinario
Nos acaba de contar el evangelio que un hombre honrado, cumplidor, piadoso y de miras elevadas se acercó corriendo a Jesús, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le responde haciendo mención de los mandamientos que se refieren a las relaciones con el prójimo. El hombre insiste que todo eso lo ha cumplido desde joven. Dice el evangelio que Jesús se le queda mirando con cariño y le abre una alternativa: le invita a seguirle. Dicho de otro modo: le propone salir de él mismo, de la exclusiva preocupación sobre su propia vida, para preocuparse del Reino y de los más pequeños. Le invita a pasar del hombre cumplidor, centrado en sí y en sus preocupaciones materiales, al hombre amante entusiasmado por los demás. Jesús le invita a seguirle a él en persona. Digámoslo claramente: la pobreza a la que Jesús le invita no es una condición previa al seguimiento, sino consecuencia del mismo. Darse y compartirse con Jesús y como Jesús requiere mucho amor, un corazón muy generoso y feliz. Pero el hombre del evangelio no está dispuesto a eso. Era muy rico y siente tristeza y miedo a abandonar sus reservas. Y aquí viene la lección de Jesús. “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Su mentalidad ayer era como hoy la nuestra. Y se quedaron extrañados. Por eso Jesús insiste: “Hijos ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios!”. Jesús fue contundente. Tanto que dice el evangelio que los discípulos se quedaron espantados pensando si alguien podría salvarse. Jesús respondió: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.
En el trasfondo de la escena está el pensamiento de Jesús. Dios nos ha creado y ha creado la tierra para nuestro sustento. El hombre debe dominarla, hacerla fértil, pródigamente productiva para que alimente al hombre, a todos los hombres. Pero Dios no solo nos ha creado, nos ha recreado en su gracia y amor destinándonos a participar de su propia vida. Dios se ha dado al hombre, él mismo, para hacerle infinitamente feliz. El hombre histórico es capaz de Dios. Está hecho para correalizar la vida de un Dios que es amor. Lo que Dios es por naturaleza el hombre lo es por vocación. Está hecho para lo infinito. El hombre ama y amará. Dios le dará su Espíritu Santo para que el amor con el que Dios ama, sea también el amor con el que el hombre amará. La riqueza del hombre es el amor. Es su identidad y su destino. Dios quiere que el hombre se alimente, se vista, disfrute con los bienes de la tierra. Pero no que agote en ellos su capacidad. No que ame solo la tierra y sus dones, sino que ame a Dios y a los hombres. Que tenga un gran corazón. Que tenga capacidad divina de amor. Que no sea rico en tierra y pobre en amor. El amor es el vértice de la felicidad en Dios y también en el hombre. Muchos hombres darían grandes fortunas para comprar amor, si el amor fuera comprable. En este diseño, amar menos es un suicidio. No cultivar el amor es empobrecimiento y autodestrucción. Jesús no es necio como nosotros. La propuesta de Jesús es sabia y prudente. Es humana y divina.
Ahondemos más en el pensamiento de Jesús. Dios se da él mismo al hombre para que pueda compartir su misma felicidad. Las riquezas materiales, los dones de la tierra, sin Dios no existirían. Dios los ha creado para que sirvan al hombre, no para que le dominen. No es lo mismo servirse de esos dones que servirles a ellos, invertir una vida matando el gusto de ser persona y de ser creyente. Ni Dios podría hacer que el hombre dejara de ser feliz con él en persona y encontrase, en cambio, la felicidad en las riquezas. “No podéis servir a Dios y a la riqueza” (Mt 6,24). Dios es amor. Solo él es el amor, todo el amor. Solo Dios puede saciar al hombre. Al hombre que no ama le falta el Infinito y no puede ser feliz del todo. Jesús dice al joven del evangelio: “vende todo… y da el dinero a los pobres”. Es decir, despréndete de lo frágil y limitado y adquiere lo grande y eterno. Le quiere ganador, no perdedor. Feliz, no entristecido. Diviniza tu corazón, no lo metalices. Sé rico en Dios y no rico en basura. Sé rico en lo que cuenta y sirve, no en lo que se pudre y no aprovecha. Satisfechas las necesidades elementales, la acumulación de comida, vestidos y otros bienes, ya no aprovecha. Sirve de estorbo. La cultura materialista del ambiente nos engaña. Jesús tiene razón. Es mejor ser que tener. Hay que tener en el tiempo. Hay que poseer para la eternidad. Es preciso alcanzar la verdad y disponernos a ella.
Jesús desnuda el afán por las riquezas. Materializa al hombre y lo desdiviniza. La avaricia es un vicio demoledor que corrompe el corazón. Los discípulos entienden bien el rigorismo de Jesús y comentan ¿quién puede salvarse? Para Jesús no solo es difícil sino imposible. Jesús da un paso más en la pedagogía del comportamiento y ve la dificultad como verdadera imposibilidad. Y por eso sentencia: salvarse es imposible para los hombres, pero no para Dios. Dios lo puede todo. Convertir un corazón, de metal en carne, o de carne en espíritu, solo Dios lo puede hacer.
Lo malo del rico es que empobrece su corazón. En que además de ser verdadero pobre es avaro y miserable. Las riquezas generan ansias continuas y hacen perder la paz. Pervierten el corazón y rebajan los pensamientos y palabras para hablar siempre el lenguaje de la avaricia. Hacerse rico es en verdad hacerse pobre y miserable. La avaricia empobrece el alma de quien la posee. El rico tiene siempre sed insaciable. El exceso de la riqueza es más insoportable que la misma pobreza. Nada es tan fastidioso y nauseabundo como la abundancia que absorbe y cautiva. El rico de verdad es el que está contento con lo suficiente. La verdadera riqueza es el justo uso de la misma. Hay ricos tan pobres que solo tienen mucho dinero, pero carecen de amor y de paz. Una gran riqueza es una gran esclavitud. Las cosas buenas dan grandeza de ánimo, y las riquezas dan insolencia. El reino del dinero es la mayor conspiración que el mundo ha conocido contra la libertad de los hijos de Dios. Es un mundo sin entrañas, negación del espíritu libre, del trabajo creador y dichoso, de la vida desinteresada. El peor mal de un mundo materialista no es el de hacer morir de hambre a los hombres, sino el de ahogar en la mayoría de ellos la posibilidad y el deseo de ser personas. Y de ser verdaderos creyentes. Vivimos en una injusticia planetaria. Hay diez ciudadanos en nuestro planeta cuyo patrimonio es superior a la suma de las rentas nacionales de los cincuenta y cinco países más pobres del mundo. En este mundo, asesina más el hambre que las armas.
Debemos hoy reflexionar en las palabras de Jesús. Nos afectan a todos. Todos tenemos el corazón endurecido. Cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne, trascender el egoísmo y la generosidad es un problema grave y urgente. Y es tan difícil que solo Dios puede hacerlo. Hay que convencerse y pedirlo. Lo obtendremos no por vía del esfuerzo, sino de la petición y oración. Solo Dios puede hacerlo. Pero él lo quiere. Nada quiere tanto Dios como que amemos la verdad. Debemos cambiar nuestra relación con el dinero y con el consumo. Nos obligan a consumir más, cada vez más. Pero como dice Benedicto XIII “comprar es un acto moral, y no solo económico”. Es peligroso perder el gusto por Dios. Nuestro mundo ha emprendido un camino peligroso y desacertado. ¿De qué nos sirve ganar el mundo entero si perdemos el Infinito?
Francisco Martínez
E-mail:berit@centroberit.com
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