Lecturas
Isaías 55, 6-9 – Salmo 144 – Filipenses 1, 20c-24.27a
Mateo 20, 1-16
Comentario
¿VAS A TENER TÚ ENVIDIA PORQUE YO SOY BUENO?
2017, 25º Domingo ordinario
Acabamos de escuchar la parábola de Jesús sobre los obreros invitados a trabajar en diferentes horas del día en la viña de un propietario. A algunos les parece oscura y desconcertante esta parábola, leída sin más, porque parece refrendar la idea de una retribución igual a trabajos desproporcionadamente desiguales. Representa una aparente quiebra de la justicia. Pero el pensamiento de Jesús va por otros caminos. Él solo pretende destacar la inmensa gratuidad de Dios. Para ello parte de una arraigada experiencia cotidiana que todos los pueblos de Palestina solían revivir cada amanecer en la plaza pública al concurrir los obreros que buscaban trabajo con los dueños de viñedos que necesitaban contratar operarios para sus propiedades. Jesús habla en la parábola de un viñador que contrató escalonadamente grupos de obreros a primera hora, a media mañana, al medio día y a media tarde. Convino con los primeros, los de la madrugada, el precio de un denario por jornada. Al concluir el día llamó a todos los obreros para pagarles el denario convenido y comenzó, estando todos los obreros presentes, por los últimos contratados. Al ver que los de la última hora recibían un denario, los primeros, los contratados de madrugada, pensaron que ellos recibirían más por haber soportado el peso y el calor del día entero. Al comprobar que recibían lo mismo, protestaron ante el amo diciendo: “estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del bochorno”. El dueño replicó: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero dar a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.
Es preciso que sepamos contextualizar la parábola. La imagen de la viña es una referencia a Israel como pueblo de Dios. En el reino de Dios sucede, como en la parábola, que a última hora, la de Cristo o la Iglesia, Dios ha querido asociar gratuitamente y en plan de igualdad a quienes ni tenían ni pensaban tener derecho a ello. Dios es bueno y no es injusto al llamar a paganos, a última hora, equiparándolos con los de primera hora, que eran los judíos. Jesús convocó también a muchos que habían sido tenidos como extraños y pecadores, prefiriéndolos a otros que se tenían por justos. El propietario de la parábola tiene derecho a sobreponer su generosidad al plano de la justicia contractual. Muchos que son tenidos por últimos serán los primeros. Y muchos primeros serán los últimos. En la parábola el interés del amo no se centra en el rendimiento del trabajo, ni en la fatiga y esfuerzo de los trabajadores, solo en su personal voluntariedad desinteresada. Resalta sobremanera el interés del amo para que no haya obreros sin trabajo, para superar el paro. Pero el punto álgido de la parábola está en la sorpresa y asombro porque los que debían ser primeros y privilegiados, han sido igualados, superados y aun sustituidos por otros que vinieron a última hora. En el reino de Dios, hasta el último tiene que estar muy agradecido porque ha recibido lo infinito.
LA INMENSA GRATUIDAD DE DIOS
Dios es radicalmente gracia para el hombre. Nada en el hombre es debido. Ya en el Antiguo Testamento Dios se revela no como un Dios de cólera, sino teniendo abundante misericordia. Pese a su eminencia y soberanía, Yahvé se manifiesta como un Dios que ama, enamorado de Israel, y hasta un tanto insensato, porque mantiene su gran amor en la misma infidelidad del pueblo. Dios se revela permanentemente dedicado al pacto con su pueblo, manteniendo siempre una gran fidelidad y lealtad. Y este es precisamente el motivo del gozo de Israel que canta: “Alabad al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 136,1). Para que no prevalezca la idea de un Dios alternativo, juez que premia o castiga, revela progresivamente una situación permanente de gracia y de perdón que, en el correr del tiempo, queda polarizada en un nombre definitivo, Jesucristo. Con él Dios ejerce un reinado que sorprende a “los piadosos”, porque Dios actúa unilateralmente, por sí mismo, pues su amor y misericordia adquieren un carácter incondicionado, absoluto y definitivo. Cristo con nosotros y en nosotros significa que Dios va en serio amando, que jamás se retractará, que revela un amor seguro y eterno. Es y será siempre gracia y misericordia. El carácter más determinante de la gracia de Dios a su pueblo es su incondicionalidad. La gracia de Dios justifica a todos los pecadores de la historia. Pablo da fe de ello: “En efecto, todos pecaron y están privados de la gloria de Dios. Y son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención en Cristo Jesús” (R 3,23). Todo es gracia. Pero esto no convierte a los hombres en receptores pasivos, sino que los provoca a ser, consigo mismo y con sus semejantes, “misericordiosos” como el Padre del cielo (Lc 6,36). Esto no invalida el hecho de que todo lo tenemos recibido en Cristo, pues “de su plenitud hemos recibido todos, gracia sobre gracia” (Jn 1,14). “Todo fue creado por él y para él” (Col 1,16). Pablo podrá decir: “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4,7). En Cristo, Dios mismo se da del todo al hombre. Y no se retractará jamás. Su amor es eterno.
LA CULTURA DE LA GRATUIDAD
En nuestro mundo se ha perdido la gratuidad y domina el interés. Todo está cuantificado, programado para un precio de coste o para un premio a la acción. Se pone precio a todo. Todo se vende y se compra. A los animales se les educa mediante el premio. Después de la acción deseada viene la golosina. Los hombres y los pueblos viven bajo la ley del talión: a cada cual lo suyo. Dar o darse gratis resulta extraño. Se premia el talento, el esfuerzo, el éxito y el triunfo. La vida, las relaciones están muy mercantilizadas. Esto crea una cultura de equilibrio, de competencia, de justicia, de deberes cumplidos. La gratuidad, caerse en gracia, enamorarse y amar, darse en gratuidad, ya resulta extraño incluso a los que se creen espirituales. En todo caso, darse es una posibilidad individual que practican pocos. El concepto popular religioso más extendido ha quedado cristalizado en la imagen de un Dios que premia o castiga. Y como en el mundo abunda el mal, Dios ya está comprometido en un largo futuro para juzgar y castigar. El Dios que perdona no tiene hoy tanto predicamento como el del Dios que castiga. Y esto representa un mal para la fe. El abandono de la fe en muchos obedece a una imagen falsa de Dios. Imagen falsa promocionada por los mentores del miedo, que obligan, violentan y coaccionan en lugar de persuadir, convencer, fascinar y atraer.
Educar en gratuidad, vivir en gratuidad y generosidad, elevar el nivel y calidad de las relaciones humanas y comunitarias, introducir la espiritualidad de la participación, de la integración, fomentar el sentido de pertenencia, unir y no dividir, comulgar y no excomulgar, acercar y no alejar, integrarse y no separarse, presencia y no ausencia, perdonar y no condenar, aprobar y no rechazar, todo esto entra de forma esencial en el núcleo mismo de la fe. Caerse en gracia mutuamente, vivir en gracia y gratuidad, solo será posible organizando evangélicamente el corazón, las relaciones, la misión pastoral. Es importante que seamos justos. Pero, según el evangelio, seremos justos siendo misericordiosos, viviendo y realizando siempre una presencia amable, responsable, generosa, audaz, incondicional, no buscando nuestro interés, sino el de los demás.
Francisco Martínez
E-mail: berit@centroberit.com
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