Lecturas

Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b  –  Salmo 33  –  Efesios 5, 21-32

Juan 6, 60-69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Comentario

¿A QUIÉN VAMOS A ACUDIR?

TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA

2018 21º domingo ordinario

            Durante los últimos cinco domingos hemos escuchado el discurso de Jesús en el que él mismo se designa “pan de vida”. Este discurso, capital en su mensaje, produce un doble efecto en los oyentes. Unos acogen y otros rechazan. Las razones de la discrepancia se fundamentan en las mismas palabras y comportamiento de Jesús. Su contenido choca frontalmente con los dirigentes de Israel, fariseos, escribas, autoridades. Jesús rechaza el poder que  oprime y canoniza a los pobres; ejerce un enorme  atractivo ante el pueblo que atribuye a su palabra absoluta autoridad moral; defrauda a muchos que esperaban de él un mesianismo triunfalista contra los opresores políticos del pueblo; su enseñanza capital sobre el amor fraterno, el perdón de los enemigos y la vida entregada hasta la cruz, fermentaban una fuerte tensión de aceptación en unos y de desengaño y hostilidad en otros. La exacerbación llega al paroxismo cuando Jesús afirma que él en persona es el “pan bajado del cielo”, y que es preciso “comer su carne” y “beber su sangre”.

La violencia de esta reacción nos hace reflexionar sobre la variabilidad del corazón humano aceptando o rechazando propuestas según las predisposiciones internas de las personas. Constituyen una dependencia determinante. Las personas se deciden según su necesidad. Todo es verdad o mentira en ellas según lo que les conviene. Nuestra capacidad subjetiva de obcecación es enorme. Los sentimientos, las necesidades, los prejuicios configuran las opiniones y decisiones, tanto más cuanto mayor es el resentimiento, la animosidad, la cerrazón.

Jesús busca la aceptación, la acogida, pero encuentra el rechazo. Él reacciona con firmeza absoluta y no admite componendas. Está dispuesto a quedarse sin discípulos antes que traicionar su misión. Se trata del proyecto eterno de Dios, de la voluntad del Padre, de enseñar a caminar a los hombres según las nuevas sendas del Espíritu y no las viejas de la carne. Para Jesús, contradecir su misión supondría no solo una traición a Dios, sino también una traición al hombre al que abandonaría a sus propios instintos. Entonces Jesús nada tendría que ofrecer. Esto es un testimonio valioso ante la apatía y pereza de muchos cristianos, incluso responsables, que parecen vivir en el mejor de los mundos, y que mantienen siempre la opinión de que nada hay que cambiar en sus vidas y en la de la Iglesia.

Jesús constata el rechazo y frialdad de algunos de sus discípulos y hace una aseveración de gran importancia para todos, también para nosotros: “Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Ordinariamente pensamos que la vida cristiana es cosa nuestra, que somos nosotros los que solemos tomar las decisiones que juzgamos oportunas. En una valoración precipitada solemos también clasificar a nuestro arbitrio a los hombres en creyentes y no creyentes, en buenos y no tan buenos. Pero en realidad es solo Dios quien ve y juzga los corazones. La opción afectiva por la fe, la calidad e intensidad de la credibilidad interior, la persistencia de nuestra opción personal entra de lleno en la afirmación de Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada” (  ). Solo Dios puede conducirnos en su propia vida. Esto es algo que supera infinitamente al hombre. El hombre debería actuar con amor, y también “con temor y temblor”, siendo fiel, generoso, dispuesto en todo lo que afecta a la calidad y veracidad de su oración y decisiones. El hombre es en la vida la calidad de su fidelidad y de su conciencia.

Para Jesús resulta dramático que el hombre le rechace. Pero el estilo de Dios es respetar la alteridad del hombre, la libertad de sus decisiones, la autenticidad de su amor  personal. Por eso Jesús, retirando sus ojos de quienes le rechazan y fijándolos en los discípulos que le siguen, hace una pregunta crucial de importancia vital también para nosotros: ”¿También vosotros queréis marcharos?”. Efectivamente, nos hemos distanciado de él en la medida en que somos fríos e indiferentes. El desdoblamiento de la persona es un hecho real. Puede hallarse presente, manteniendo ausente el corazón, sus gustos y referencias, sus sentimientos más íntimos. Muchos no tienen a Dios, sino solo un concepto intelectual de Dios, una imagen mental de él. Cuando dicen que van a Dios, no salen de ellos mismos. En consecuencia no tocan, no se abrasan, no cambian.

La pregunta sobre nuestra opción por Dios afecta a la identidad e integridad de nuestra existencia. Somos y existimos en la medida de nuestra relación con Dios, pues él ha decidido no existir él sin nosotros ni nosotros sin él, y se ha constituido en lo mejor de nosotros, en lo más nuestro de nuestra existencia. A quien le falta Dios le falta el Infinito para el que estamos hechos. Es signo de buena salud espiritual hacernos por nuestra cuenta la pregunta de Jesús, o estar preocupados por el nivel de nuestra fidelidad.

Estamos programados para convivir con Dios y debemos saber decidirnos por él. La decisión es vida y la indecisión es muerte. Dios se nos da y debemos aceptarle. Aceptarle no se concreta en un acto, sino en un estado permanente y totalizante.  Sin aceptación no hay don ni autorrealización. El hombre es su voluntad, la única facultad aprehensora. Dios respeta la libertad del hombre y cuenta con ella. Quiere que el hombre sea verdaderamente otro, sea él mismo. La libertad es condicionante para ser él mismo. Querer o no querer, querer a medias o a enteras es una actitud crucial para el hombre. Querer en serio, del todo, de forma permanente y creciente, es una opción insoslayable. Dios quiere que el hombre le acepte, le acoja, le abrace, le ame con todas las fuerzas. Esto afecta a la veracidad de Dios, porque nuestro reconocimiento le permite a Dios ser Dios y hacer de Dios. Y permite al hombre ser hombre y obrar como hombre. Porque Dios es la mejor identidad del hombre. Sin Dios el hombre no alcanzaría ser él mismo. El alejamiento de Dios es alejamiento de  sí mismo.

            Busquemos a Dios. Eso depende de él. Pero nada quiere tanto Dios como que le encontremos y amemos. Leamos a diario del evangelio. Nos formemos mejor. Ningún empleo del tiempo más útil. El cielo es conocer y amar. Comencemos ahora.

                                                     Francisco Martínez

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