Lecturas

Amón 7, 12-15  –  Salmo84  –  Efesios 1, 3-10

Marcos 6, 7-13 : En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Comentario:

LOS FUE ENVIANDO…

2021, 15º Domingo Ordinario

            Después del duro rechazo de la sinagoga de Nazaret, Jesús no solo no se amilana, envía también a sus discípulos a predicar el reino de Dios. Jesús, el enviado del Padre, envía también él a sus discípulos a prologar la misma misión. Este envío por parte de Jesús es uno de los hechos más atestiguados del evangelio. Jesús, al encontrar dificultad para predicar en las sinagogas, se dirigió a las ciudades vecinas. Y asoció a la predicación a sus discípulos. Los envió de dos en dos. Quizás ello se deba a la costumbre judía que requería dos testimonios para la veracidad legal del juicio. Jesús les encargó que no tomaran nada para el camino. Puede esto indicar que la misión era muy apresurada. Los envía a hacer lo que hacía él mismo: anunciar la conversión, expulsar los espíritus malignos y curar a los enfermos. Exige una austeridad extrema. Marcos no indica el tema de la predicación de los discípulos, pero no podía ser otro que la inminencia del reino. Es un claro mensaje de liberación y salvación que, desde luego, no se detiene en un contenido intelectual: hablar de Jesús significa vivir como él haciendo todo el bien posible.

Junto al evangelio del envío, hoy leemos también la introducción de la carta de Pablo a los efesios. Está redactada hacia el año 60, muchos años antes de que Marcos escribiera su evangelio. Nos dice taxativamente cómo Pablo formulaba el objeto de la predicación en aquel momento: que Dios nos ha elegido en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante él por el amor”. Jesús es mensajero y es, además, mensaje. Dios Padre nos regala a su Hijo y nos llama a identificarnos con él.

El punto central del evangelio de Marcos de este domingo es la misión. Jesús se siente fuertemente enviado por Dios como Padre suyo, y envía a sus discípulos a prolongar su misma misión. Jesús da unos exigentes consejos sobre los medios a la hora de evangelizar. Llama la atención la exigencia de la más radical austeridad en los medios materiales en fuerte contraste con su equipamiento espiritual. Jesús capacita a los suyos para hacer frente “a los espíritus inmundos”, es decir, a todo aquello que impide la gran armonía, la relación con un Dios que es la realidad más dichosa y salvadora del hombre. El contraste con la realidad ambiente es enorme. Los discípulos van a anunciar el evangelio, no revestidos de poder humano, sino de absoluta pobreza terrena, para que se vea que la fuerza es de Dios y que la realidad del reino anunciado por Jesús no se apoya en las capacidades humanas. Esta recomendación contrasta fuertemente con el modo de actuar de los sacerdotes del templo e incluso con las formas de hacer de los ministros de todas las religiones conocidas. Ellos anuncian y actúan apoyados en la grandeza del templo, pero los discípulos de Jesús reciben un poder absoluto frente a los males del hombre. La autoridad que reciben se dirige a derrotar el mal en su misma fuente, los “espíritus inmundos”. La austeridad de medios humanos es esencial al mensaje para que aparezca como evidente que todo se deriva del poder de Dios. Resulta más fácil derrotar a un numeroso ejército que refrenar el egoísmo de un solo hombre.

Jesús se ha ido presentando a sí mismo como enviado de Dios. La conciencia de una misión divina deja entrever las relaciones misteriosas del Padre y del Hijo. “Viene a buscar y salvar lo que se ha perdido”. El envío del Padre al Hijo se convierte en un estribillo en el evangelio de Juan. Se repite en todos los discursos de Jesús más de 40 veces. Dios envía a su Hijo al mundo en la plenitud de los tiempos para rescatarnos y conferirnos la adopción filial (Gal 4,4). Jesús envía a los suyos como ovejas entre lobos (Jn 19,16). La misión es extraordinaria pues continúa la misma relación del Padre al Hijo: “Como mi Padre me ha enviado, también os envío yo” (Jn 20,21). “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza, y el que me desecha a mí, desecha al que me envió” (Jn 11,20). La tradición de la Iglesia, tanto en sus documentos oficiales como en la literatura espiritual de los Padres ha identificado admirablemente a los evangelizadores con la persona misma de Cristo. El sacerdote, dicen, “personaliza a Cristo”.

El evangelio de este domingo nos presenta hoy la misión de Jesús a sus discípulos en un tiempo de crisis profunda de la fe en nuestro pueblo. Jesús sintió el rechazo  de sus paisanos en Nazaret y hoy son muchos en España los que se están alejando de la fe. Las estadísticas que se publican sobre el particular son verdaderamente alarmantes. El alejamiento de los cristianos de los sacramentos es un hecho innegable y aterrador. Y es un signo especialmente negativo la pobreza de remedios  sanadores por parte de los responsables de la evangelización. El descenso de la recepción de los sacramentos, de los bautizos y, en especial de los matrimonios en la Iglesia, es masivo. Una primera pregunta clave en este momento grave es si los evangelizadores de hoy ofrecemos una visión atractiva, fascinante y convincente, del mensaje encomendado por Cristo. ¿Será posible, como evocó Jesús, que, en este tiempo, la sal ya no sale y que la luz haya perdido su capacidad de iluminar? ¿Dónde está la “Buena Nueva”, la máxima noticia, la del reino de Dios anunciado por Cristo, ofrecida con capacidad de fascinar y atraer? ¿Ha perdido el cristianismo su probada capacidad de conmover, fascinar y asombrar? ¿Qué fe merecen aquellos evangelizadores que con el pretexto de ser sencillos no dicen nada? ¿Podríamos asumir la impensable creencia de que Cristo no tiene hoy nada que decir a los habitantes de nuestro planeta? ¿Y qué pensar de los evangelizadores que cultivan mucho más su imagen ceremonial y social que la imagen evangélica de Cristo? La falta de humildad, la superficialidad, el escándalo, el vedetismo y frialdad celebrante, nos hablan de la necesidad de una conversión profunda de personas e instituciones si queremos que la evangelización progrese. El fuego de la autenticidad clama hoy en nuestra Iglesia. El cristianismo bimilenario que ha sido históricamente capaz de recrear la cultura más fascinante de todos los siglos, que ha inspirado las corrientes de solidaridad más cálidas de la historia universal, que ha plasmado el arte más sublime de la cultura de todos los tiempos, que ha producido los santos, ¿ha agotado ya su verdadera capacidad creativa? Cristo prometió a los hombres ser Dios por participación. Para ello nos exige creerle. Y para ello nos propone las bienaventuranzas, el máximo código imaginable de comportamiento personal y social humano. Y como motivo de credulidad universal, siendo él de condición divina, se encarnó en nuestro mundo y murió por nuestros pecados para estar eternamente reinando con él.

Jesús es el horizonte y la meta del hombre. “Quien no está conmigo está contra mí” (Mt 12,39).

Francisco Martínez

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