Lecturas

Isaías 55, 10-11   –  Salmo 64  –  Romanos 8, 18-23

Mateo 13, 1-23

.Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»

Comentario

SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR

2017, 15º Domingo ordinario

            Con la parábola del sembrador comienza la tercera compilación de dichos de Jesús o el sermón llamado del lago. Se trata de un conjunto de parábolas. Jesús ya no enseña en la sinagoga de la que se ha retirado o ha sido excluido, como lo son todos los que se adhieren a él. Tiene a la vista dos situaciones muy diversas, de acogida una y de rechazo otra a su persona y mensaje. El Maestro difunde un aire optimista porque habla de crecimiento, de  frutos abundantes. Pero también pesimista porque en torno a él cunden la incredulidad y el rechazo. Jesús describe su acción evangelizadora con las metáforas de sembrar y cosechar, algo que anida hondamente en la cultura del pueblo. Sembrador y pueblo seguían atentamente el proceso vital de la semilla, o de su fracaso, porque todos dependían económicamente de la siembra. La pieza clave del conjunto de las parábolas es la del sembrador porque expresa en síntesis el proceso de la obra de Jesús como enviado de Dios a los hombres, y contiene una verificación seria y grave.

Jesús alude a la diferente receptividad o acogida de su palabra en los oyentes y lo hace introduciéndose admirablemente en el corazón humano de todos los tiempos. Habla de un ver sin ver, de un oír sin escuchar. El ambiente es tan poderoso y condicionante que origina diversas intensidades de receptividad, de permeabilidad o rechazo ante su palabra. Hay ojos que, abiertos, no ven, y oídos que, atentos, no escuchan. No entienden. No se sintonizan. Esta impermeabilidad o dureza de alma cualifica muy negativamente a las personas, pues la comunicación noble y fluida es el condicionante esencial de la vida. Somos seres comunicados, seres que se comunican. Jesús alude, en un punto tan importante, a diversas clases de incomunicación o de rechazo. Y lo hace partiendo del conocimiento generalizado en sus oyentes del terreno orográfico de Palestina. Jesús habla de cuatro situaciones negativas de infructuosidad. El sembrador esparce a boleo la semilla y una parte cae a la vera del camino, es decir, en las sendas marcadas por el ir y volver en una determinada línea apisonando y endureciendo la tierra a través del rastrojal. En esta senda endurecida los pájaros se comen la semilla. Parte de siembra cae en terreno pedregoso, sin mucha tierra. Los alrededores de Cafarnaúm, aun hoy, son basálticos, tienen muchas rocas de superficie. La semilla brota, pero se seca enseguida por falta de raíz. Otras semillas caen entre espinos y abrojos y quedan sofocadas. El resto de semilla cae en tierra buena y produce fruto abundante.

Jesús explica privadamente a sus discípulos el sentido de la parábola. Habla de tal forma que los sencillos, los que no tienen prejuicios, le entienden. Están dispuestos y abiertos. Los que tienen intereses afanosos no entienden con facilidad. Están muy ocupados. El espíritu posesivo es tan fuerte que anula la receptividad e imposibilita la capacidad de  asombro. Ya tienen suficiente. Están demasiado entretenidos.  No necesitan más ni esperan otras cosas. Jesús explica con detalle la falta de receptividad. La semilla que cae en el camino no penetra en tierra y el Maligno se la come. Lo sembrado en terreno pedregoso representa a aquellos que reciben bien la palabra, pero ante la dificultad o persecución, la olvidan y sucumben. Lo sembrado entre zarzas corresponde a los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y permanece estéril. Lo sembrado en tierra buena representa al que escucha la palabra, la entiende y la cumple; ese dará fruto y producirá ciento, o sesenta o treinta por uno.

Jesús, en la parábola del sembrador, experimenta una sensación contradictoria en su misión. La aceptación o rechazo de su palabra y persona repercute en él como algo muy gozoso y, a la vez, turbador. Él sabe perfectamente lo que representa para el hombre aceptar o rechazar. Determina una diferencia como vida o muerte, como salvación o perdición. Oír es vivir y rechazar es morir. Hay quienes en su vida han entrado en vía muerta, porque carecen de permeabilidad. Son demasiado suyos. Viven su vida. Les domina un ego gigante. La gracia de entender y conocer no depende solo de la fascinación de la palabra, sino de su disposición subjetiva. La disponibilidad crea la inteligibilidad. Muchos no entienden porque no les interesa entender. Han perdido la capacidad de asombrarse. Y esto es máxima enfermedad. Lo que este mundo representa tiene paralizada su capacidad de necesitar y de desear. No llegan a comprobar que lo que Dios ofrece es el infinito. No hay nada peor que una persona que no tiene capacidad de asombro, que no ha llegado a comprender que la mayor gracia es caerse en gracia entre personas, vivir una relación cálida y sentida. Enquistarse en la individualidad, desconocer la comunicación, la amistad, la relación afectuosa, es haber renunciado a existir como persona. El hombre es su comunicación, su capacidad de apertura. No hay nada en aquel que no tiene palabras, que apenas tiene algo que decir, que se ha detenido en el formalismo o vulgaridad. La palabra confiere el ser. Es en el lenguaje donde damos y recibimos lo que somos.  Hablar es expresarse, expresar el ser.  Pone en común diferentes mundos. Expresarse es hacerse presente. Hay personas que son pura exterioridad, simple cargo o función. Sin el cargo no serían nada. Solo tienen formas. Son personajes, pero no personas. No tienen tiempo para la intimidad compartida. Nuestra generación tiene una enfermedad peligrosa: oye solo lo que le gusta y halaga, no lo que le hace y madura. Y todavía es más grave el hecho de que abundan evangelizadores que les encanta decir solo “cosas sencillas”, o les gusta agradar, hundiendo a la gente en el pozo de la vulgaridad. En  no pocos se suele entender todo porque apenas dicen nada. No hablan de Dios, de Cristo como misterio. El rechazo de la fe, o la frialdad e indiferencia ante la fe, es máximo mal del hombre. Muchos rechazan aquello mismo que ignoran. Son muchos los que no tienen ocasión de oír lo que deberían oír. Abunda el ruido y apenas decimos palabras de Dios. La gente oye hablar, pero no precisamente “palabra de Dios”. La incredulidad es la peor enfermedad y solemos referirnos poco a ella. Al que no cree le falta el infinito y esto es máxima pérdida y enfermedad. Y hay que saber tratarla. Toda la pastoral es insuficiente cuando solo predicamos pero no convertimos.

Jesús nos convoca a todos con su palabra en el evangelio de cada domingo. ¿Gira nuestra vida en torno a él? La vida cristiana no es gusto personal, sino respuesta precisa y concreta al ofrecimiento preciso de Dios. En el evangelio “Cristo mismo habla”. Una vida cristiana centrada solo en el más allá, vivida con ambigüedad aquí, no es cristiana. Es hoy cuando tenemos que batallar nuestra fe y esperanza, en el contexto eclesial y social que nos toca vivir. Debemos hacer no lo que nos gusta, sino lo que sirve. No podemos solo hacer cosas buenas, sino hacer lo que debemos hacer, a la luz de las necesidades de la familia, la profesión, la comunidad cristiana y la comunidad social. Debemos modificar nuestra propia mentalidad porque quien no vive como piensa termina pensando como vive. Dios siembra cosas asombrosas en nosotros. Colaboremos para hacerlas fructificar.

 

                                                                 Francisco Martínez

 

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