LOS FUE ENVIANDO DE DOS EN DOS

2018 15º Domingo ordinario

Las lecturas de este domingo ponen ante nuestros ojos una realidad fundamental y dichosa: somos seres “llamados” por Dios para compartir su vida y anunciarla. Esta elección responde a una predestinación eterna. Para que esta elección maravillosa se lleve a cabo, Dios envía a algunos a anunciarla y hacerla posible. El evangelio habla de la misión de los discípulos a anunciar el reino de Dios. Antes dos lecturas nos recuerdan que Dios ha envido siempre mediadores o profetas. Una habla de Amós, pastor y cultivador de higos, que es enviado por el Señor a profetizar en su pueblo y encuentra resistencia  entre los sacerdotes del templo. A pesar de todo, Amós cumple su misión. Pablo, en su carta a los romanos, canta bellamente la llamada de Dios a todos los hombres a integrarse en el misterio de su Hijo y dice: “A los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a esos también los llamó; y a los que llamó a esos también los justificó; a los que justificó, a esos también los glorificó” (R 8,29).

Este envío tiene como fundamento la insondable riqueza del amor de Dios. Dios nos ama y se nos da él mismo, y nos da todos los dones con él. Sentir su riqueza nos lleva necesariamente a compartirla. En el fondo, somos lo que comunicamos. Dar es signo de ser y tener. Pero en el caso del evangelio de hoy, el mismo Jesús envía a sus discípulos a anunciar el reino de Dios y a expulsar demonios. Hacía poco tiempo que los apóstoles andaban con Jesús y, sin embargo, los envía ya a predicar. Acababan de experimentar el rechazo de los fariseos a Jesús en la sinagoga de Nazaret. Y, sin embargo, Jesús, confiadamente, los envía de dos en dos a las aldeas vecinas. Dice que los envía “de dos en dos” porque en Israel se requerían dos testigos para validar un testimonio. Jesús presupone que el anuncio del reino suscitará adeptos y simpatizantes que proveerán suficientemente a sus discípulos. Nada debe distraer la atención de lo que deben anunciar y tampoco nada debe apoyarlo porque el reino de Dios tiene valor para imponerse por sí mismo. Es muy grande lo que anuncian y esto basta. Por tanto, nada deben llevar por el camino, ni pan, ni alforja, ni calderilla. El motivo y núcleo del reino es Jesús. Jesús irrumpe en la vida pública y anuncia la llegada del reino de Dios. Este reino es él en persona, como Hijo de Dios. Jesús llama a estar con él y a ser como él. Asegura que Dios nos ama con el amor de un buen Padre que llega a darnos al Hijo y la filiación del Hijo. Los discípulos, como expresión del reino que llega, deben curar a los hombres y arrojar de ellos a los demonios. No es que en tiempos de Jesús había más demonios que hoy. Demonios eran las contradicciones, enfermedades, rarezas, indisposiciones, males físicos y anímicos que impiden la vida, la convivencia y la felicidad. Hoy nuestro mundo está plagado de tensiones, de orgullo, de egoísmos, de violencia y de fanatismos, de exclusiones. Todo ello expresa la malignidad de la vida.  La mentalidad popular en tiempos de Jesús atribuía estas cosas al maligno. El mensaje del reino es la paz profunda e integral.

Jesús llamó a algunos para representarle. Y representarle no es sustituirle o desplazarle. Es afirmarle siempre a él, personalizarle siempre. El apóstol debería estar siempre repitiendo la expresión del Precursor, el Bautista: “conviene que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). No solo no es propietario de nadie, sino que debe él estar disponible a todos, principalmente a los más alejados y necesitados. El apóstol personaliza a Cristo y lo hace despersonalizándose a sí mismo. El apóstol que excluye o condena a alguien, niega su propia misión. El apóstol no cumple realizando normas y tareas predefinidas. Personaliza a Cristo. Hace de Cristo. Le actualiza y visibiliza. Enseña a los demás a ser y vivir. No es garante y conservador de un orden moral o social, solo. No hace observantes, sino amantes. No puede instalarse en una organización clerical: debe animar y activar a todo el pueblo de Dios instruyéndole para que todas las realidades divinas y humanas contribuyan a la evangelización, siendo orientadas al bien material y espiritual de todos. Debe impulsar el desarrollo y la promoción de todos, principalmente de los menos capaces. Ha de convertir una Iglesia de cristiandad en una Iglesia misionera. Ha de saber hacer de una Iglesia proveedora de servicios religiosos, una comunidad responsable. De una Iglesia garantía del orden social, una Iglesia comprometida por los pobres. De una Iglesia adaptada al mundo, una Iglesia muy comprometida en el cambio del mundo. De una Iglesia uniforme, una Iglesia plural como la vida misma. De una Iglesia de normas, una Iglesia rica en la experiencia del Espíritu. De una Iglesia de ritos, una Iglesia de la palabra.

Jesús nos envía a todos. Existen razones sobradas para que la comunidad eclesial asuma hoy una especial responsabilidad. Uno de los mayores males de la Iglesia actual es la pasividad e indiferencia de la comunidad, de los seglares. La gran crisis cultural y religiosa de Europa ha generado un gravísimo distanciamiento. Cuando se desentiende uno de la fe, es fácil olvidar la responsabilidad. Sin embargo, creer conlleva confesar la fe. La luz es siempre resplandor e iluminación. El cristiano o es apóstol o es apóstata. Los cristianos de nuestro tiempo están hoy llamados a superar un  maligno sentimiento de derrota y de liquidación que satura nuestros ambientes. Se cierran monasterios y conventos. Disminuyen los sacramentos, los matrimonios, los bautizos y disminuye sensiblemente la práctica dominical. Cunde hoy un cierto complejo de fracaso, de liquidación, de final, que es no solo un error, sino un insulto a la gracia de Dios, una ofensa  a Cristo presente y mediador, un ultraje a Dios que siempre ha conducido la historia y se ha hecho presente en la vida de Israel y de la Iglesia. En la Iglesia la esperanza no quiebra nunca. Los que así piensan y hablan, ellos mismos son fracaso y frustración. Y pretenden trasladar su miseria a los demás.

Lo que en verdad evangeliza en la Iglesia es la vida misma de los creyentes. Jesús nos dijo que debíamos ser luz. Y añadió: “brille vuestra luz ante los hombres que den gloria a Dios por vuestras obras” (Mt 5,16). Hay algo lamentablemente evidente en la Iglesia actual: con la precaria formación de los cristianos de hoy es imposible ser luz de evangelio para el hombre común de la calle. Debemos preguntarnos los hijos de la luz ¿qué hemos hecho y qué estamos haciendo de la luz? Si la fe de los cristianos de hoy no es capaz de recrear una nueva cultura creyente en la calle, será la cultura increyente de la calle la que hará paganos a los cristianos. Que el Señor nos ilumine para que seamos luz de Cristo para los demás.

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