Lecturas

Jeremías 20,10-13 – Salmo 68 – Romanos 5,12-15

Mateo 10, 26-33:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»

Comentario:

NO TENGAIS MIEDO A LOS QUE MATAN EL CUERPO

2020, 12º Domingo ordinario

            Jesús, iniciada su vida pública, anuncia de inmediato el Reino de Dios, la nueva relación de los hombres con un Dios que el mismo Jesús presenta como Padre amoroso de todos. El argumento determinante ofrecido es la persona misma de Jesús, que vive lo que dice de forma testimonial fascinante y lo revela hablando seductoramente. Todos quedan asombrados ante él. Pero, ante la predicación de Jesús, un sector de hombres principales se siente amenazado en su rol social, debido a su orgullo y prepotencia ante el pueblo, y mira con recelo la nueva doctrina. El mensaje de Jesús resulta sumamente atractivo a las multitudes, de forma que todos confiesan que hasta entonces nunca nadie había hablado así. Pero en los responsables suscita una incomprensión que lleva a la persecución social. Jesús no se extraña de esta situación peligrosa e invita a sus seguidores a superar el miedo en medio de la persecución.  Advirtiéndoles de la persecución les transmite unas consignas sobre la actitud psicológica que deben tener cuando creen y son enviados, y encomiándoles la intrepidez ante las dificultades, animándoles a un compromiso de fidelidad en la confesión valiente y decidida del mensaje que él les ofrece.  

            Jesús, seguro de la inmensa validez de su mensaje, invita a los suyos a no tener miedo. La gente sencilla lo asume, y él ni oculta nada ni teme a nadie. Al contrario. El mensaje se impone  por sí mismo. Quienes rechazan, por lo mismo manifiestan sus prejuicios. Jesús no ama la oscuridad, prefiere la luz pública. El mensaje, escuchado, posee una fuerza arrolladora. Por eso concluye que no hay que tener miedo. Todo está en la luz. Su discurso abre un horizonte de novedad suprema y fascinante. Decidirse por él es salvar la vida y la persona. Jesús ofrece una salvación universal. En sus palabras y gestos todo es salvación. Por ello insiste en que no hay que darse por vencidos ante el mal. 

            Jesús no solo llama a la responsabilidad, razona su discurso. Dice que no hay que temer a los que matan el cuerpo, pero no pueden dañar la vida. Solo debemos temer a Dios. Aunque el motivo central del seguimiento a Jesús es el amor a Dios, no excluye el temor al castigo. Un sano temor es doctrinalmente firme, pedagógicamente apto y evangélicamente digno. Pero no es ni lo único ni lo principal. Todo lo que acontece en el mundo está previsto por el Padre. ¿Y cómo Dios no va a valorar el testimonio martirial si se preocupa de todo, hasta de los pajarillos que se venden por nada o de los pelos de la cabeza que no pueden caer sin su permiso? La vida del creyente está siempre ante los ojos de Dios. No hay que temer nada. Dios vela por todos. Es preciso confesar siempre a Dios. Confesar no es sino la epifanía o manifestación del creer. Quien ahora conoce y reconoce decididamente a Cristo será conocido y reconocido con seguridad por él al final.

            El evangelio de este domingo tiene hoy un gran significado real para nosotros. La persecución de los creyentes es un hecho muy presente en nuestra historia. Quizás más que nunca. En cincuenta naciones de nuestro mundo, doscientos sesenta millones de cristianos se sienten hoy perseguidos a muerte. Solo en un año, el número de cristianos asesinados ha sido de 2.983; de Iglesias atacadas 9.488; de creyentes detenidos 3.711. Adultos y niños han ofrecido su vida con una entrega expresa y decidida.

            Como contraste, han crecido escandalosamente la frialdad e diferencia de grandes sectores antiguamente creyentes en Europa y América. Y lo que con ello entra en juego es la misma identidad cristiana. Una recuperación y madurez de la fe entre nosotros comporta nuevas actitudes y compromisos, entre los cuales mencionamos los siguientes:

  1. Necesidad de seguimiento de un proyecto que lleve a conocer el núcleo de la fe como Buena Nueva evangélica en sus aspectos más positivos de don y de gracia de Dios. Hay que conocer a fondo qué es lo que Dios es y nos ofrece. Digámoslo decididamente: no vale hoy permanecer en la pasiva herencia de los catecismos del pasado. Es preciso conocer el mensaje del Concilio Vaticano II y hacer el seguimiento de los evangelios dominicales y de su justa interpretación.
  2. Hay que madurar la fe personal en una opción fundamental clara y decidida que conozca y asuma en serio la realidad honda del bautismo y de la eucaristía según la fe de la Iglesia.
  3. Hay que conocer más a fondo el sentido cristiano de las realidades temporales fundamentales de la vida social: la familia, la sociedad, el trabajo, la economía, el bien común, vinculando el esfuerzo a la salvación personal y social.
  4. Es preciso vivir la fe en comunidad, sabiendo discernir los hechos de la historia según el evangelio apostando siempre por la verdad, la justicia y el bien común. El Señor nos dé su luz y su fuerza.  

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

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