Lecturas:
Jeremías 1, 4-5. 17-19 – Salmo 70 – 1ª Corintios 12, 31 – 13, 13
Lucas 4, 21-30: En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Comentario
JESÚS, EL ENVIADO DE DIOS A LOS HOMBRES
2022 Domingo 4º Ordinario
En el evangelio del domingo anterior comenzamos a leer la escena de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Hoy Lucas concluye este relato. Este gesto le identificaba con la piedad judía. A los cristianos nos identifica la participación en la eucaristía dominical. Acudimos y escuchamos. Es posible que, en Nazaret, según costumbre, el presidente invitara a Jesús en aquella reunión a leer y a comentar lo proclamado. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y escogió aquel texto que habla del enviado por el Espíritu de Dios a predicar la buena noticia, a evangelizar a los pobres, a curar enfermos y a liberar cautivos. Todos tenían sus ojos clavados en Jesús cuando, concluida la lectura, se sentaron dispuestos a escuchar su comentario. Jesús inició su intervención con una afirmación sorprendente: “hoy se cumple este pasaje de la Escritura mientras estabais escuchando”. Lucas constata que muchos se admiraban, mientras otros expresaban su extrañeza diciendo: “¿No es este el hijo de José?”. Jesús encendió el estupor general cuando, mirando el rostro extrañado de sus pisanos, hizo la afirmación de que ningún profeta era bien mirado en su tierra. Reafirmando su juicio, citó dos ejemplos de paganos extranjeros que recibieron el favor de Dios, mientras que los de casa quedaban fuera de la benevolencia divina. Los oyentes, furiosos, lo empujaron fuera del pueblo con ánimo de despeñarlo por el barranco de un monte. Pero Jesús escapó de sus manos.
Todo el pueblo vivía, en tiempos de Jesús, en ansias de espera. Israel fue un pequeño pueblo zarandeado durante siglos por los grandes imperios. Algunos, Egipto y Babilonia, lo arrastraron al exilio. Esta situación de deprimente cautividad sirvió a los profetas de referencia y símbolo para denunciar otra esclavitud más deplorable: la infidelidad a Dios. Y este es también hoy el fenómeno espiritual y social en que está cautiva nuestra generación como consecuencia del abandono de la fe y de la absolutización de la razón. Muchos, arrastrados por el ambiente, han perdido el sentido de lo eterno quedándose únicamente con fragmentos de sí mismos. Han caído en la tentación de absolutizar lo relativo y de vivir el fragmento como si fuera el todo. En lugar de buscar el Absoluto, se buscan a sí mismos en la complejidad y superficialidad de la vida moderna, renunciado a su identidad personal por su identificación con las cosas. Esto es verdadero suicidio, pues lleva a la desazón y a la soledad.
Lo sucedido en la sinagoga de Nazaret representa hoy un mensaje trascendental para nosotros. Los contemporáneos de Jesús pensaban que Dios solo estaba en las instituciones religiosas de Israel, en sus esplendorosas celebraciones, y que solo hablaba por la boca de sus altos representantes. Cuando Jesús asombra al hablar, la pregunta de todos es “¿no es este el hijo de José?”. Creían que no podía surgir nada importante de Nazaret.
El fenómeno más lamentable del hombe actual es, sin duda, su alejamiento de la fe. Perder la fe es perderse a sí mismo. La fe es apoyo, confianza, fiarse del otro. Sin fe el hombre vaga por sendas perdidas. La fe afecta a la identidad, al crecimiento, al sentido de la vida. Perderla fe es vivir desfundamentado. Dios es Padre y creer en él es vivir en confianza filial. Dios es Conocimiento, Palabra, y apoyarse en él es vivir en la Luz y amistad. Dios es Amor y vivir en él es vivir en comunicación y comunión.
Muchos creyentes han abandonado la práctica religiosa. Pero más que alejarse del Dios real y vivo se han distanciado de lo religioso como fenómeno cultural social. El hecho más grandioso de la fe es la presencia de Dios en la intimidad personal de todo hombre, iluminando la mente e impulsado el corazón. Hay situaciones en las que muchos piensan que les sucede “algo”, pero no es “algo” sino “Alguien” que está dentro, llama e interpela. Los modos y maneras de presencia y de la acción de Dios son imprevisibles. Dios está en nosotros y nos habla. Está dentro de nosotros y lo ignoramos. Lo buscamos fuera y lo tenemos dentro. Nos habla y no escuchamos. Muchos no reconocieron su presencia ayer en Nazaret, y hoy muy pocos le buscan donde él ha decidido estar y quiere estar, en la intimidad de cada hombre y en la lectura-comunión del evangelio.
Familiarizarnos con ello supone que hemos sabido penetrar en la clave interpretativa de la palabra de Dios cuando nos habla hoy a cada uno de nosotros. Es una gracia inestimable entender esto. Hay quienes creen que el escritor sagrado, cuando escribió ayer, fijó todo el sentido del texto que quedó desde entonces inalterable, congelado para siempre. Ahora se trataría de descifrar “aquel” sentido, lo más literalmente posible. Esto es una opinión desacertada. Los sujetos y el contexto social y cultural de cada tiempo son diferentes. Y los libros sagrados nacieron para ser releídos, los mismos, siempre. La relectura posterior, perenne, en todas las comunidades del mundo, es esencial al texto no para cambiarlo, sino para que pueda hacer cada día historia santa. Los evangelios no nacieron como crónica muerta o como simples recuerdos de un difunto. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Habla hoy como habló ayer. Aquellos oyentes de ayer no fueron más privilegiados que nosotros. No vivieron ellos solos la realidad, mientras que nosotros disponemos solo de una crónica del pasado. La relectura en todos los tiempos y lugares es parte constitutiva del texto. Y su acogida es siempre revelación. En los evangelios una pequeña historia original, la protohistoria, se convierte en historia originaria y perenne, es decir, siempre contemporánea. La encarnación, muerte y resurrección históricas de Cristo se prolongan en la encarnación, cruz, resurrección y Pentecostés de las comunidades de todos los siglos. Leyendo aquella historia original se sigue haciendo historia espiritual perenne. Leer, entonces, no es trasladarse al pasado, sino dejarse afectar por la palabra y el amor de Dios en cada momento, en todas las circunstancias de la vida. Dios habla hoy a cada uno en sus situaciones personales diferentes. El significado profundo no queda recluido en los autores, ni siquiera en el texto en sí mismo, sino que se actualiza en el presente cuando el lector lee. Una sinfonía solo cumple su sentido no cuando todavía está en el compositor, sino cuando llega al público. Una palabra sin oyentes es voz, pero no es palabra. Hay que saber pasar de lo que hay detrás del texto a lo que el texto pone por delante cuando es proclamado, acogido y vivido. En la proclamación de la palabra el pasado se hace presente anticipando el futuro. Al sentido literal, pasado, sigue el sentido espiritual, pleno, siempre actual y vivo. El agua del manantial es la misma no solo cuando brota y nace, sino también cuando discurre por el cauce largo y ancho de la historia. Educar en la actualidad de la palabra siempre viva de Dios, es la mejor dedicación de sacerdotes y catequistas. No entender la actualidad viva de la palabra de Dios es una insuficiencia letal.
La palabra es bien acogida cuando lleva al amor. Dios es amor y amar es fin absoluto y decisivo para el cristiano. Nos ha dicho Pablo en la segunda lectura que lo más grande es el amor. Con amor todo vale. Sin amor nada sirve. Si Dios es amor, estar con él es amar. Amar es la mayor seguridad del cristiano. Amemos y Dios estará siempre con nosotros.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centroberit.com
2022-4oOrd-Aceptacion-y-rechazo-de-Jesus-en-la-sinagora-de-Nazaret.pdf
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