Lecturas:
Eclesiástico 24, 1-2. 8-12 – Salmo 147 –
Efesios 1, 3-6. 15-18
Juan 1,1-5. 9-18
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: «Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.» Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.
Comentario
Y EL VERBO SE HIZO CARNE
Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS
2021, Domingo 2º después de Navidad
En este segundo domingo de la Navidad la liturgia nos invita a ahondar en el misterio de la encarnación proponiéndonos releer y meditar el mismo evangelio del día de la Navidad, el conocido prólogo del evangelio de san Juan. El libro del Eclesiástico, señalando la importancia al hecho de conocer, nos ha dicho misteriosamente que la Sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido. Al venir el Verbo, o Palabra de Dios, al mundo introduce en él el mismo conocimiento de Dios. Este conocimiento tiene lugar en Cristo que, al ser la misma Palabra de Dios, es la misma Luz de Dios. Cristo dice que el Padre revela el conocimiento de Dios a los sencillos, a los que viven en disponibilidad y apertura. Los hombres de todos los tiempos han buscado siempre, y en todo, un saber superior. Los sabios lo han difundido en la tierra. Pero el saber humano no es nada comparado con el saber de Dios que tienen no los sabios de este mundo, sino los que se abren a la acción luminosa de Dios. El hombre de todos los tiempos ha buscado con diligencia un conocimiento más profundizado de las cosas. Hay un saber, una sabiduría que aparece desde el principio como dominio sobre las cosas, como el arte de conducir y de organizar la vida humana fundada sobre la experiencia acumulada por las generaciones anteriores, decantada por una reflexión que, a su vez, se alimenta de esta tradición. Pero el sabio por excelencia no es aquel que conoce los misterios de la existencia, sino el que conoce a Dios y las cosas de Dios. Salomón es considerado sabio por excelencia por haber hecho de la sabiduría el objeto de su petición a Dios. La verdadera sabiduría es aquella que tiene una relación especial con la voluntad de Dios y su plan de salvación. San Pablo opone la sabiduría de este mundo a la sabiduría de la cruz o de la caridad cristiana. Saber de Cristo, y este crucificado: en ello consiste la santidad cristiana. Constituye no solo un conocimiento sobre Dios, sino el disfrute de un conocimiento que procede de Dios. Efectivamente, según nos dice la Revelación y comprueba la experiencia de los grandes testigos de la experiencia de Dios, en la vida del creyente, hay momentos y situaciones que trascienden todo lo que el hombre hace o puede hacer por su cuenta, con sus solas fuerzas. Dios actúa directamente en él iluminando, moviendo, impulsando. Es algo que acontece en el creyente, pero no por el creyente. Dios interviene en la pura receptividad del hombre actuando por inspiraciones, iluminaciones, impulsos que proceden de él. Son ultrarreceptividades obradas por Dios en la inteligencia y el corazón del hombre. El creyente no piensa, es iluminado. No se mueve él, es movido por Dios que aparece en todo como autor. Hay cristianos muy receptivos a la palabra de Dios que llegan a experimentar una fidelidad límite, una disponibilidad gozosa, una gran receptividad espiritual. “Los que son movidos por Dios son hijos de Dios” (R 8,14), dice Pablo.
Realidad bíblica fundamental revelada por Dios es el don de la sabiduría. Es una capacidad espiritual, una connaturalidad cognoscitiva que el Espíritu Santo da y que capacita para saber y saborear con connaturalidad y simpatía la fe y las verdades de la fe. Nuestro mundo no tiene capacidad ni siquiera de barruntar esta situación porque desde los inicios de la modernidad ha invadido a la comunidad cristiana un viento de frialdad e indiferencia colosal. En el corazón de la Revelación constatamos la verdad maravillosa no solo de que Dios nos ama, sino también que él nos ayuda a responder y acoger. Él es nuestro Don y es también nuestra receptividad y respuesta. Dios da un conocimiento sabroso y experimental muy superior al conocimiento meramente conceptual e informativo del hombre. Dios no nos hace solo observantes, sino amantes. El hombre con Dios no solo conoce, sino que experimenta en sí mismo el mundo de Dios. El don de sabiduría ayuda a ver y solucionar las cosas a la manera de Dios, no del hombre. No se detiene en las causas segundas, sino que juzga según Dios, no según la carne. Un insulto, un desprecio ayuda a remontar hasta Dios y ayuda a juzgar y actuar según Dios, no según el amor propio. Los que están cerca de Dios son más serenos, más pacíficos. Son como si estuvieran ya en la eternidad. La sabiduría da muerte al yo egoísta y ayuda a actuar siempre según la luz de Dios, o conforme al ejemplo de Cristo.
El problema fundamental del hombre contemporáneo es el de conocer más y mejor a Dios con un conocimiento más alegre, más experimental y vivencial. Este conocimiento de Dios solo Dios lo tiene y lo imparte a los que le aman. “Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí” (Jn 10,14). Un profundo conocimiento recíproco supone igualdad de naturaleza. El creyente, conociendo a Dios, se hace semejante a él. Pero para creer debe ser atraído por el Padre (Jn 6,44). “Ahora somos hijos de Dios, y todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejante a él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3,2).
Solo Dios puede introducirnos en su misma vida. Nosotros debemos disponernos a ello. Para lo cual debemos familiarizarnos con el evangelio. El evangelio es Cristo. Y es leyendo, estudiando, comulgando cómo nos identificamos con él. El evangelio de la misa durante el ciclo litúrgico anual está pensado y proclamado para que lo comamos y asimilemos lenta y progresivamente. Debemos proyectar una organización evangélica del corazón. En ello consiste nuestra vida en Cristo, nuestra identificación con él. Evangelio y pan se identifican y complementan. Lo que en el pan es vida, el evangelio lo hace luz. Comulgamos con el pan identificándonos con el evangelio. Esto solo es posible integrados en una comunidad de fe. Sin comunidad no hay identidad cristiana. Creer es amar y sin el otro no hay amor.
El cristiano, inserto en la comunidad civil, debe animar con su fe y caridad las realidades fundamentales temporales que vivimos en el mundo, la familia, la política, el trabajo, la economía, la cultura, el ocio, infiltrándoles solidaridad, buen amor, eficacia y perfección interna, al servicio de todos, en especial de los más necesitados. Lleno del sentido de la verdad y de la justicia, debe hacer de su presencia en el mundo un espacio luminoso de fe, de verdad y de sentido de lo eterno. Debe ser testigo de la fe, evangelizando con su vida práctica, su forma de ser y de vivir. Es así como, gracias a nuestra colaboración, se irá completando en el mundo la encarnación de Jesús.
Francisco Martínez
e-mail:berit@centrobberit.com
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