Lecturas

Isaías 40, 1-5.9-11  –  Salmo 84  –  2ª Pedro 3, 8-14

Marcos 1,1-8

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»»
Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

Comentario

ALLANAD LOS SENDEROS DEL SEÑOR

2017, 2º de Adviento

          En este segundo domingo de Adviento escuchamos el evangelio de Marcos que nos invita a la conversión. Adviento no tiene un cariz tan penitencial como la Cuaresma. Pero hoy el Bautista nos invita a volvernos hacia el que viene porque, de lo contrario, no será posible el encuentro con él. Cristo viene en serio a nuestras vidas para configurarlas por medio de la eucaristía y el evangelio, comidos y asimilados. El nivel de transformación será nuestra salvación. Cristo vivido es la solución, la única solución de nuestra vida. Todos los textos bíblicos nos impelen a confiar y esperar la venida de Cristo. Esto es esencial porque la esperanza cristiana contiene ya la realidad que esperamos. Esperamos el Reino de Dios ofrecido por Cristo en su evangelio. Es asimilando las bienaventuranzas, identificándonos con ellas, como participamos de la vida y persona del Hijo que hará posible en nosotros la resurrección y la consecución de las promesas de Dios. Esta transformación es ya en su fondo el comienzo y participación de la vida eterna que esperamos. Tiene, pues, gran importancia confiar, esperar y trabajar.

Los cristianos nos hemos dejado contagiar de la frialdad e indiferencia de nuestro tiempo y ello ha enturbiado nuestra propia identidad. Al distanciarnos de Dios hemos perdido lo mejor de nosotros mismos. Hemos perdido identidad y seguridad. Son muchos los que han sustituido el Dios de los profetas, el Dios del evangelio, por el dios de los filósofos y pensadores de la modernidad y postmodernidad. El dinero y el confort se han convertido en muchos en la meca de un  mundo vacío de espiritualidad. El orden cristiano ha sido sustituido por una política sin derecho divino, una moral sin Dios, una religión sin dogmas ni misterios. Un movimiento implacable de secularización ha tomado nuestra convivencia y nos dominan el amor al lujo, la sed de ganancias, la lucha de los egoísmos, la reivindicación de exageradas autonomías  independencias del hombre y de los pueblos. Se ha debilitado la fe y la práctica de la vida cristiana. Ha descendido considerablemente la estima de los sacramentos. La vida del más allá ha sido sustituida por el afán de establecernos aquí y ahora en la suficiencia de una vida material y placentera.

El gran problema de los cristianos es hoy mantenernos en la verdadera esperanza, no confiar en los nuevos ídolos del progreso humano, saber armonizar este progreso dentro del ejercicio de la caridad y solidaridad universal para lograr un mundo más humano y fraterno en el que todos sean fieles al cielo siendo fieles a la tierra. Esto no es fácil, pues nuestra generación ha desplazado la fe antigua hacia nuevas formas modernas de culto que cultivan no una religiosidad en estado puro, sino una nueva trascendencia, una nueva realidad divina, pero sin necesidad de salir de este mundo creado, de una creación autonomizada que tiene su consistencia propia solo en la finitud. Esta nueva fe es más evasión que presencia. En realidad la necesidad religiosa fundamental no ha cambiado desde los tiempos del paleolítico hasta hoy. Pero ha cambiado profundamente de formas. Ha intentado recrear nuevos horizontes de sentido y nuevas formas de experiencia sensible y emocional para intentar seguir viviendo a gusto y sobrepasarse. Ha cambiado la gran trascendencia, la verdadera, por minitrascendencias o trascendencias intermedias que poseen sus muy poderosos centros de atención. Estos son el dinero con su inmenso poder adquisitivo, pero también con su tiránica capacidad alienante y de corrupción, y su enorme peligrosidad de mutar el ser por el  tener;  el consumismo con su poder de degradación de los más altos valores personales en aras de los meramente materiales, haciendo de las personas seres poseídos, más que poseedores, insensibilizando a muchos ante los sufrimientos y carencias de la mayoría; los partidos y la política partidista con sus ambiciones de poder y crispaciones egoístas, y su práctica corrupta; los nacionalismos violentos con su estrecho patriotismo, su maligna capacidad de exclusión y crispación, sus rituales de exaltación y triunfalismo; el sexo y la comercialización del placer, como fuente inagotable de goce y de salvación, como señuelo e incentivo de explotación y degradación humana y social; el deporte con sus imponentes concentraciones que vitorean, aclaman, rugen en una catarsis colectiva y alienante que culmina en masivo entusiasmo cuando el equipo local consigue el triunfo, con sus rituales de propaganda, sus enseñas blandeadas e himnos cantados, y el paroxismo de sus hooligans siempre enfurecidos; la música con sus masivas muchedumbres en trance de rito y su enorme capacidad de provocar el éxtasis de masas;  el trabajo y los movimientos sociales, sus paraísos económicos y sus focos infernales de explotación; el cultivo del cuerpo con su literatura publicitaria, las prácticas de relajación, el cultivo de cosméticos y tratamientos específicos, el maquillaje y la belleza, la dietética, los gimnasios y ejercicios de relajación, el culto a la naturaleza; los viajes y la evasión hacia lo superficial. Ha habido filósofos que han pretendido crear una religión positiva de la humanidad laica, con sus fiestas, sus fines y textos fundamentales, sus nuevas manifestaciones públicas y sus rituales laicos. Que definen dogmas y organizan cruzadas. Al hombre actual le es difícil mantener el sentido de lo eterno y fundamental.

El Adviento es una llamada a la sensatez, a la verdad, a la identidad. Y es una llamada a la gran esperanza que nunca falla. Marcos comienza hoy su “evangelio de Jesucristo Hijo de Dios” y lo culminará con la confesión del centurión al pie de la cruz confesando que “verdaderamente este hombre es Hijo de Dios”. Isaías, en la primera lectura anima en el exilio la esperanza del pueblo anunciando el retorno a la tierra. El profeta habla de un camino que el pueblo tendrá que preparar y recorrer como un nuevo éxodo, no el camino geográfico que va de Babilonia a Jerusalén. Es el camino “hacia un nuevo cielo y una nueva tierra” que Pedro nos ha señalado en la segunda lectura de su segunda carta.

María es la mejor preparación, el mejor adviento ante la venida de Dios a nuestras vidas. Ella nos sugiere los valores fundamentales que constituyen el camino hacia Dios. La encarnación de Jesús representa la gran solidaridad, la de redimirnos a todos asumiendo todos nuestros males. Ella representa una presencia activa que la pone en la vanguardia de la respuesta responsable ante Dios. Es modelo orante. Es ejemplo de desprendimiento y de generosidad. No se esconde en la privacidad. No se recluye en un pietismo individual. Secunda la iniciativa de Dios y colabora activamente para que se haga presente en la historia conduciéndola a su término. Vive la primacía y seguridad del amor de Dios. Es una mujer entusiasmada. Su alegría se apoya en Dios su Salvador. Su vida es la voluntad de Dios. Se hace rumiante de la palabra divina en una oración continuada y sincera. Vive del lado de los pobres, los que necesitan, que buscan y confían en Dios, y se aparta de los soberbios y autosuficientes que solo viven su vida, no la de los demás. María vive llena de relación y gracia, respondiendo al amor con el amor, con un amor responsable y solidario. María engendra vida de su propia vida. No se da en superficialidad, sino en lo profundo y del todo. Es nuestro mejor modelo de Adviento. Nos dejemos enseñar por ella.

                                                                    Francisco Martínez García

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