Lecturas
Isaías 50,4-7 – Salmo 21 – Filipenses 2, 6-11
Marcos 15, 1-39
Comentario
DOMINGO DE RAMOS, 2018
El Domingo de Ramos nos introduce de lleno en la Semana Santa. Obedece a una tradición que arranca de aquel cristianismo primitivo que ya en sus orígenes celebró con emoción la pasión y muerte del Señor. La tradición de la iglesia de Jerusalén destacó ya desde los inicios la procesión de ramos, mientras que la Iglesia romana otorgó gran importancia a la lectura de la pasión del Señor.
Acabamos de proclamar el relato de la pasión de Jesús, de Marcos. Es, sin duda, lo primero que escribió. El resto del relato evangélico fue entendido como una especie de prólogo. El colofón lo formuló el centurión cuando al final del evangelio, ante la muerte de Jesús en la cruz, confiesa que es verdaderamente el Hijo de Dios.
La muerte de Jesús no es un momento eventual de su vida. Es el punto final de un conflicto que atraviesa todo el evangelio. Jesús muere porque se opone a la injusticia en el mundo. Se opone a una ideología dominante que oprime al pueblo sometiéndolo a dura esclavitud. Los jefes políticos y religiosos, sumisos a Roma, vivían instalados en el poder y la ambición, no en el servicio. Jesús acaba de arrojar a los vendedores del templo, aquellos que habían convertido el culto en un negocio ventajoso. El mensaje limpio y admirable de Jesús, de un culto basado en el amor generoso y desprendido, y de unas relaciones fraternas basadas en la igualdad y fraternidad, hiere la situación prepotente y privilegiada de los poderosos. Jesús se opone a sus planes y ellos deciden eliminarlo. Jesús es víctima de ese mundo falso que siempre oprime a los humildes y fomenta una religión de formas alejada de la verdad.
Hoy la historia del mal continúa entre nosotros. Hay poderosos que oprimen a muchos, en terrenos políticos, económicos, segregacionistas y nacionalistas, y también nuestros ritos no siempre expresan la verdad que celebran. Una gran parte de nuestra humanidad sufre la opresión, la explotación, la exclusión, el sufrimiento, la privación del verdadero conocimiento de Dios. La pasión de Cristo es un acontecimiento planetario que continúa a lo vivo en millones de personas que hoy sufren víctimas de los egoístas de la época. La misma crisis religiosa se ceba en mayorías que o no celebran la fe o celebran sucedáneos de fe que nada o poco tienen que ver con ella. Los cristianos no podemos vivir en estos días como si Cristo no se hubiera encarnado en la historia y como si no hubiera muerto y resucitado por nosotros. No debemos vivir sin saber discernir lo que constituye la verdadera celebración original de nuestra fe o lo que solo son representaciones culturales de la misma. Hoy, como ayer en tiempos de Jesús, hay cristianos comprometidos, los hay indiferentes y ausentes del drama de la pasión de Jesús en el mundo.
El Triduo santo no celebra solo el recuerdo de la muerte y resurrección del Señor. Celebra la realidad misma, el mismo acontecimiento que perdura y se hace contemporáneo, pero ahora en nosotros, los creyentes, que somos Cuerpo Místico de Cristo. La vida cristiana es hacer el camino de Jesús. Es reproducir su vida y los misterios de su vida. El Cristo viviente en los cielos vive en medio de la comunidad cristiana y la está vivificando en su vida gloriosa. Los misterios redentores de la vida del Señor no son conmemorados solo como recuerdo; son actualizados ahora como sucesos de gracia y de salvación. Dice el Concilio Vaticano II: “Conmemorando así los misterios de la redención, en cierto modo se hacen presentes para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos” (SC 102). La vida cristiana es Cristo mismo en nosotros renovando su vida. La vivencia del Triduo santo no puede dejar de ser nuestra identificación con Cristo muerto, sepultado y resucitado. El drama de la redención se representa y actualiza en nuestras vidas. El Cristo que se entrega, muere de amor y resucita, somos ahora él y nosotros. Cristo es la Cabeza y nosotros somos su cuerpo. La representación es real, sacramental, espiritual. Somos concrucificados con él (Gal 2,19), muertos en él ((2 Cor 4,10), sepultados con él (Col, 2,12), resucitados con él (Col 3,1), sentados ya en los cielos con él (Ef 2,5-6). El drama de ambigüedad de los cristianos españoles está en la desproporción entre su pobreza sacramental evangélica y la exuberancia folclórica cultural. Es preciso vivir el Triduo en verdad y autenticidad, dejándonos sustituir por él, viviendo su persona, sus acciones, sus actitudes.
Un cristiano que quiera ser auténtico, ha de vivir una honda preocupación ante la grave ignorancia religiosa de los cristianos de hoy y poner remedio eficaz. Muchos ni siquiera han sido catequizados. Otros han sido catequizados, pero no evangelizados. Grandes mayorías antiguas viven hoy en grave frialdad e indiferencia. Desconocen la fe como “Buena Nueva”. Han perdido la emoción de la fe. Los catecismos no pueden sustituir los evangelios, ni el conocimiento de los dogmas es capaz de entusiasmar y emocionar como el conocimiento directo del evangelio. La carencia de un testimonio dichoso de vida nos incapacita para anunciar de forma convincente la fe.
El mapa de la injusticia, de la mentira social y política, de la exclusión de la riqueza o de la cultura, o de la pacífica convivencia social y de la libertad, es enorme. Son muchos los que hoy sufren y la vida de un cristiano no puede ser verdad al margen del dolor de los hombres de nuestro tiempo. O somos apóstoles o seremos apóstatas. No basta una fe de prácticas devocionales. Dios no quiere observantes, sino amantes. Ojalá seamos capaces de entrar en estos días en el corazón de Cristo flagelado, coronado de espinas, escupido, despreciado, ejecutado en la cruz y sepamos preguntarle ¿qué quieres de mí? Al verdadero amor no deberíamos negar nada. Solo existimos en el amor.
Francisco Martínez
E-mail: berit@centroberit.com
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