Lecturas
Sofonías 2, 3; 3, 12-13 – Salmo 145 – 1ª Corintios 1,26-31
Mateo 5, 1-12a
Comentario
DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPIRITU
2017, 4º Domingo Ordinario . San Valero
Hoy la Iglesia universal celebra el cuarto domingo de los llamados ordinarios. Y Zaragoza conmemora particularmente la fiesta de su santo patrón, san Valero. Se da la coincidencia de que la lectura del evangelio es la misma para las dos celebraciones: las bienaventuranzas. Lo más señalado de lo que sabemos de la vida de san Valero es que fue en su vida singular testigo del espíritu de las bienaventuranzas. Fue obispo de la comunidad cristiana de Zaragoza. En el concilio de Elvira, Granada, en el año 330, se menciona entre los 32 representantes de distintas comunidades cristianas de la península al obispo Valero, de Cesar Augusta, en la provincia romana de la Tarraconense. Su misión episcopal coincidió con la persecución de Diocleciano el año 303. En Hispania se hizo tristemente célebre el prefecto Daciano. En su tiempo muchos padecieron el martirio. En Zaragoza apresó al obispo Valero y a su diácono Vicente y los llevó a Valencia. Vicente sufrió un martirio horroroso y Valero fue desterrado.
San Valero fue maestro y testigo de las bienaventuranzas. La comunidad cristiana de Zaragoza era todavía en aquel tiempo una minoría en medio de una sociedad pagana. Vivían mal vistos y perseguidos. La figura del obispo no tenía entonces la consideración social que suele tener su figura ahora entre nosotros. Ser cristiano era un peligro y una osadía. La identidad de la fe tenía su expresión más adecuada en el espíritu de las bienaventuranzas.
Solemos identificar las bienaventuranzas con el sermón de la montaña. La montaña es el lugar que está lejos del ruido cotidiano y más abierto a la revelación. En el monte Sinaí Moisés recibió la ley. Ahora Jesús, de nuevo en la montaña, promulga el programa de vida para el nuevo pueblo de Dios. El Domingo pasado Jesús anunciaba en el evangelio la llegada del Reino de Dios. Las bienaventuranzas son su más genuina expresión. Jesús resume su mensaje en cinco grandes sermones. El de las bienaventuranzas es el más importante y como el núcleo de todos ellos. Seguiremos leyéndolo en los próximos domingos.
EL PROGRAMA DE LAS BIENAVENTURANZAS
Las bienaventuranzas constituyen uno de los textos más sublimes del evangelio y de la literatura espiritual de todos los tiempos. Solo Dios puede decirnos cosas tan sublimes. Representa una verdadera buena nueva para el hombre. La mejor oportunidad de un cristiano es haber hecho una profundización serena de las mismas. Jesús tiene ante sí a un inmenso gentío y llama a todos a seguirle. Habla de lo que le ocurre al hombre por dentro cuando decide seguir a Jesús y ha llegado a comprender la verdadera naturaleza de su seguimiento. Lo primero que sorprende es el inmenso contraste entre la mentalidad de Jesús y la de la gente en general. La dicha y felicidad está, según Jesús, en aquellos a quienes la vida aparentemente les va mal. La inversión de valores y criterios no puede ser mayor. Jesús canoniza lo que el mundo detesta. Los pobres de hoy serán los bienaventurados en el reino de los cielos. Los hambrientos de hoy serán mañana saciados. Los que hoy sufren, serán los que mañana alcanzarán misericordia. Los que son limpios de corazón, verán a Dios. Los que hoy trabajan por la paz serán llamados hijos de Dios. Los que hoy son perseguidos a causa de la justicia, gozarán de paz en el reino de Dios. El mensaje de Jesús es una nueva manera de entender la vida y la convivencia radicalmente opuesta a la forma de pensar y vivir en su tiempo, en nuestra sociedad y en todas las épocas.
En la nueva ley Jesús lleva a la perfección los mandamientos de la ley antigua. Los mandamientos antiguos estaban formulados en forma negativa: no matarás, no robarás… La ley nueva no se limita a la observancia exterior. Consiste en la plenitud del amor. En ella ya no es suficiente la simple abstención del acto externo. La ley nueva consiste en un amor interior y exterior vivido en radicalidad, totalidad y sinceridad. Es el mismo amor con el que Dios ama y que él derrama ahora en nuestros corazones. No es nada ficticio y costoso. Jesús enuncia la ley nueva en forma de felicitación y de parabién. Es lo menos legislativo que podríamos imaginar. Las bienaventuranzas consisten en un amor exuberante. Son la riqueza del alma de Cristo, su conciencia y sentimientos, entrando en el corazón del hombre y tomándolo por entero. Son la mirada de Jesús en nosotros para que veamos y amemos con él y en él. Son una mirada que va más allá de la ley externa, del mero comportamiento exterior, de los simples comportamientos sociales, de los equívocos del subconsciente, de los engaños de la costumbre cuando desconsidera la verdad. Las bienaventuranzas se basan en la primacía del don de Dios, en su gratuidad desconcertante. Jesús presenta las bienaventuranzas como una felicitación efusiva como revelando que Dios ya ha intervenido en el corazón de los creyentes, de forma que ya ellos ahora pertenecen al reino de los cielos. Las bienaventuranzas no son fruto del esfuerzo del hombre. El privilegio de los pobres no son ellos, ni su pobreza, ni su esfuerzo. El privilegio de los pobres es Dios y su intervención. La felicidad de los pobres es una señal de que Dios ya ha intervenido en este mundo y ha cambiado el corazón del pobre, de forma que ahora no hay en él ni frialdad ni resentimiento, sino gozo y alegría debido a un amor verdaderamente superior. De ellos es ya el reino. Ellos ven ya a Dios. Ellos poseen la nueva tierra. Jesús habla del hombre abierto a la gracia y que se está dejando transformar.
Jesús no es un maestro de las bienaventuranzas, sino un modélico testigo de las mismas. Son su propia experiencia personal. Ellas revelan su intimidad personal, hablan de cómo es él por dentro y por fuera. Son su forma de ser y de actuar, su biografía psicológica y espiritual.
LA VERDADERA FELICIDAD
Todos deseamos ser felices en la vida y rehuimos el dolor, la angustia y el sufrimiento. Todos buscamos la felicidad, pero frecuentemente los que decimos o creemos creer en Dios solemos portarnos como los que no creen en Dios. Somos seres finitos, pero Dios ha puesto en nuestro corazón una tendencia infinita. Quien no cultiva el espíritu experimenta que le falta el Infinito. Las mejores alegrías son las de dentro, las del corazón, y a cada hombre le corresponde extraerlas. Nos dejamos engañar por cosas precarias que sin Dios ni siquiera existirían. Solo Él es la Verdad, la Bondad, la Hermosura Infinita y jamás ha engañado. Jesús nos avisa de que podemos ser dichosos en la penuria material, en la merma de reputación y de bienestar social o material, en la misma incomprensión y persecución, si le tenemos a él y somos conscientes de ello. Cuando lo efímero nos hace felices, o vivimos tristes o resentidos, es porque todavía no hemos llegado a comprender que Dios es lo mejor de nosotros mismos. Lo malo de nuestra pobreza no es la carencia de bienes, sino el error y equivocación en que hemos incurrido al discernirlos y elegirlos. Para Jesús la felicidad del hombre no está fuera, sino dentro de él. No es lo que él hace sino lo que los otros y Dios han hecho en él. Es imposible ser feliz a solas. Es imposible ser feliz uno mismo viendo la desgracia de los otros. No es posible ser feliz teniendo llenos los bolsillos y vacía el alma. Es imposible ser feliz ajenos a la paz y solidaridad, emborrachando los sentidos y teniendo asténica el alma. Pensamos que solo son felices los ricos. Pero la mayor desventura es tener solo mucho dinero y poder, y estar vacío por dentro. Dios nos haga dichosos y bienaventurados en él y con él.
Francisco Martínez
Email:berit@centrobeiit.com
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