Lecturas:
Malaquías 3, 19-20a – Salmo 97 –
2ª Tesalonicenses 3, 7-12 – Lucas 21, 5-19
Comentario
CON VUESTRA PERSEVERANCIA, SALVARÉIS VUESTRAS ALMAS
2016, 33º Domingo Ordinario
Estamos llegando al final del año litúrgico. Su objetivo fundamental ha sido la formación de Cristo a lo vivo en nosotros. Celebramos los misterios de su vida no ya para recordarlos, sino para que se graben de hecho en nuestras vidas no solo moralmente, sino espiritual y realmente. El año litúrgico obra en nosotros nuestra salvación. En este domingo, la palabra de Dios, recordándonos las últimas realidades, cobra un tinte de juicio y de discernimiento sobre nuestra vida, y nos hace una fuerte apelación a la autenticidad.
Jesús habla de la destrucción de Jerusalén y enlaza este tema con el fin del mundo. La Iglesia ha acostumbrado a leer estos evangelios intencionadamente como colofón del año litúrgico. Nos invitan a reflexionar. Para los exegetas son textos de difícil interpretación. El texto de Lucas sugiere a algunos que existía la memoria de un discurso de Jesús sobre el destino de Jerusalén y de su templo pasando de ello a lo que va a suceder en el fin del mundo. Otros autores, en cambio, afirman que este evangelio está compuesto de dichos aislados que Jesús debió pronunciar en diversas ocasiones. Perece evidente que estos materiales están muy elaborados y reflejan de forma viva las preocupaciones de la comunidad, después de la resurrección de Jesús, sobre la llegada del Reino y del día del Hijo del Hombre. Cuando se escribe el evangelio de Lucas ya ha acontecido la toma violenta de Jerusalén en el año 70 por parte de los romanos. Se reflejan las preocupaciones de la comunidad a partir de la profanación del templo.
A la vista de lo acontecido en Jerusalén, la comunidad reflexiona sobre las graves dificultades que ella misma experimenta en su misión, y lo hace en la perspectiva de la venida última del Hijo del Hombre. Las comunidades de Lucas viven en trance de dificultad y de tribulación y el evangelio presenta una viva exhortación a activar la fe y la vigilancia. El mismo evangelio denuncia la presencia de falsos mesías que anuncian cosas distintas del mensaje recibido. Los poderosos imponen, también, su dominio violento y, es en este contexto donde hay que vivir con radicalidad el testimonio de Jesús y mantener los valores del reino. El verdadero testimonio en un contexto de conflicto no suprime las dificultades, sino que anima a superarlas. Requiere vigilancia, paciencia y fortaleza.
VIGILANCIA Y PACIENCIA
Nosotros vivimos hoy en un contexto social de frialdad e indiferencia. Y debemos revisar nuestra actitud. Dios actúa en nuestra historia y se nos ha dado él mismo, en persona. Debemos creer en él y confiar en él. Sin una fe profunda la esperanza carecería de fundamento. La fe en Cristo convierte la esperanza en certeza y la esperanza, a su vez, hace viva la fe. La fe cristiana está en referencia esencial a la resurrección de Cristo como acontecimiento creador que nos abre al futuro. No podemos perdernos ni quedar alienados en nuestro ambiente increyente y materialista. Nosotros solos no somos capaces de salir de nosotros mismos y de vivir en objetividad. Moriremos ciertamente. Pero gracias a Cristo no solo vivimos en el tiempo, sino por encima del tiempo y recibimos la esperanza como un don real. En las manos de Dios somos una posibilidad infinita. La vida y resurrección de Cristo son un camino abierto para todos nosotros. Quien tiene a Dios posee el Infinito. Cristo nos ha abierto un futuro absoluto. Recluidos en nuestra finitud no podríamos ni entendernos a nosotros mismos. El hombre, todo hombre, sobrepasa infinitamente al hombre. Nunca podría realizarse recluido en un destino meramente individual. Todo ser humano, por el mero hecho de ser hombre, existe en el mundo y sobre el mundo, en el tiempo y sobre el tiempo, en la historia y sobre la historia. Y solo podrá ser él mismo si tiene en cuenta su propia trascendencia. Nunca será él sin el otro, sin la historia, sin todo aquello que le transciende.
VIGILAR CON DISCERNIMIENTO Y PACIENCIA
El evangelio nos invita a discernir y trabajar con paciencia. Para la asamblea tiene una importancia vital la escucha de la palabra de Dios en los evangelios dominicales. Deberíamos esforzarnos en eliminar el sopor histórico, más o menos consciente, que rodea nuestras celebraciones de la fe. La costumbre y la rutina pueden convertir la verdad en mentira cuando permanecemos insensibles al cambio que nos requiere la palabra de Dios. Emaús se ha convertido en un lugar paradigmático para todo buen creyente en Jesús resucitado. Desfondados por la muerte de Cristo, los discípulos huyeron de Jerusalén. Pero Jesús les salió al paso en el camino. Y le reconocieron en el comentario a las Escrituras y en el reparto del pan. A partir de aquel momento, la visibilidad corporal del Jesús de Palestina ascendido a los cielos, pasó a la lectura y al pan. Cada domingo nos encontramos con el Cristo hoy viviente y glorioso de los cielos que vive inspirando su Espíritu en el cuerpo de la asamblea reunida. Pan y libro van siempre unidos. El pan contiene lo que la Escritura proclama. La Escritura revela lo que el pan oculta. Pero Jesús está allí, hablando y dándose a nosotros. No hay manducación sacramental donde no hay manducación espiritual de la palabra evangélica. Nosotros ahora tenemos que saber discernir el sentido pleno de la Escritura. A través de él, Cristo nos habla hoy a nosotros. Debemos ahondar no en el sentido literal en que fue escrita entonces, sino lo que nos está diciendo ahora, cuando es proclamada, en el contexto de nuestra vida eclesial y social. Así lo enseña el Concilio Vaticano: “Cuando es proclamada la palabra, Cristo mismo habla”. Es inconcebible la fe cristiana sin profunda y permanente referencia a este hecho capital.
Cristo está viniendo y hoy está presente allí donde cualquier hombre sufre. La vieja idea de que cristiano es aquel que cumple unos deberes piadosos, no es suficiente. El cristiano recibe de Jesús su misma y personal misión. Es esencialmente un misionero, un enviado. O es apóstol o es apóstata. El seguidor de Jesús vive preguntándose qué tienen nuestra historia, nuestro momento, nuestra Iglesia y sociedad, nuestro ambiente, de plan de Dios cumplido u omitido. Y la diferencia entre lo que las cosas son y deberían ser, es una apremiante invitación del Señor a humanizar la vida y las condiciones de convivencia. “A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales”, dice el Concilio Vaticano II. “El conjunto de esfuerzos para mejorar las condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios”, nos dice. Uno de los más graves obstáculos para la evangelización del mundo actual es la deserción de los laicos del cumplimiento de sus deberes temporales en favor de los hombres. El trabajo, la economía, el compromiso ante el paro, el desarrollo, la calidad técnica, la productividad equilibrada responden a la voluntad de Dios y constituyen un deber de fe. Somos fieles al cielo siendo fieles a la tierra, viviendo el compromiso de solidaridad, creatividad, caridad. El hombre no camina hacia Dios interrumpiendo su misión de hombre, de trabajador, de ciudadano. No tenemos dos historias, divina una y otra humana. No hay sino una misma historia. Nuestra responsabilidad por la historia, por el hombre y el mundo, cuentan para nuestra salvación eterna. Dios nos ayude a ser más solidarios, más responsables y comprometidos en la humanización de la vida y en la dignificación del hombre como verdadera imagen de Dios.
Francisco Martínez
E-email: berit@centroberit.com