Lecturas
Isaías 2, 1-5 – Salmo 121 – Romanos 13, 11-14
Mateo 24, 37-44
Ésta es En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.una notificación de algún tipo
ESTAD EN VELA PARA ESTAR PREPARADOS
2016-17 Domingo 1º de Adviento (A
De nuevo un nuevo año litúrgico. Es la venida del Señor a salvarnos. La fortaleza de un tronco está hecha de los anillos concéntricos que cada primavera forma en torno a la médula. Cada año litúrgico debe dejar en nosotros la imagen de Cristo, de su vida y de los misterios de su vida, tal como la liturgia lo propone en torno a la Navidad y a la Pascua. Cristo, que vino ayer a Palestina con una venida temporal y visible, sigue viniendo ahora misteriosa y espiritualmente a cada cristiano, anticipando la identificación con él que tendremos después de su última venida al final de los tiempos. Las lecturas nos preparan a ello recordándonos esta última venida de Cristo. Nos piden que estemos en vela para estar bien preparados.
LA SEPARACIÓN FINAL
Nada ni nadie nos avisará de la llegada del final del mundo cuando el Señor venga a juzgar. El diluvio ayer, como hoy un catastrófico tsunamis, acontecen ante la tranquila inconsciencia de la gente. Vienen por sorpresa, en una situación de serena normalidad y de aparente igualdad entre diversas personas ocupadas en las mismas tareas. A unas se las llevarán entre los elegidos, y a otras las dejarán entre los reprobados. Una igualdad aparente al criterio de los hombres no podrán disimular una infinita diferencia de valor ante los ojos de Dios. En consecuencia, hay que prevenir sorpresas. Hay que estar vigilantes. Velar requiere estar dispuestos y preparados. Evitar la sorpresa del ladrón exige estar en vigilancia continua. Creer que el mal quedará impune, que el bien no se impondrá al mal, que el juicio de Dios puede fracasar, es una grave temeridad.
En el mundo actual, y aun en nosotros mismos, el mal está mezclado con el bien. Pero bien y mal son incompatibles e inconciliables. El mal no tiene consistencia eterna. Solo la bondad y el amor son eternos. El mal será siempre un error, una equivocación, y está siempre sentenciado a su eliminación. La última palabra de Dios es el amor, y en todo caso, el perdón y la misericordia. Nadie puede perpetuar el error y el mal. Somos una generación que ha fusionado el bien con el mal, la verdad con la ambigüedad, el entusiasmo con la frialdad e indiferencia. El mal de nuestra generación es profundo, es eminentemente espiritual: ha organizado la vida a su medida y se ha hecho dios de sí misma. Piensa que cree, pero no cree en serio. Experimenta una aspiración a lo infinito, pero se entretiene con fragmentos de verdad y de amor. Ha absolutizado lo relativo y se ha desplazado ella misma del centro a la periferia. Lo peor de su crisis espiritual es que ha llegado a relegarla al subconsciente; que cree no tenerla porque no piensa en ella. El hombre actual, incluso el mismo cristiano, se mueve torpemente en el terreno del espíritu. Vive evadido. Ha perdido el valor de lo personal y de lo espiritual. Cree que vale por lo que tiene, no por lo que es. Carece de libertad interior. Todo esto afecta a la autenticidad de la vida del hombre. Y a ello se refiere Jesús. Al fin quedarán bien señalados y separados el bien y el mal. El mal es simpe como una basura insoportable que carece de sentido. Solo el bien sirve y es eterno.
Pero los males del cristiano actual no acaban ahí. La evocación del juicio final y la necesidad de discernir le comprometen en serio. Se ha hecho ciego y no es capaz de ver por sí mismo cosas muy decisivas para él. Ha perdido el sentido de lo eterno y en lugar de tener a Dios, al Dios verdadero, solo tiene una imagen mental de él. Tiene un dios irreal, sin referencia a la historia de salvación, a la historia del mundo y de los hombres. Vive un grave desvanecimiento del misterio pascual, con lo cual le es difícil, si no imposible, saber situarse en una fe auténticamente cristiana. Practica un cristianismo sin Cristo, sin liturgia, sin evangelio. Conoce palabras sobre Dios, pero ignora la palabra de Dios, aquella misma con la que Dios habla hoy. Tiene oscurecida la Iglesia como misterio y la ha reducido a simple institución temporal. Ve los sacramentos solo como medios de gracia, no como a Cristo y su obra redentora. La organización ha sustituido la vivencia de la mística. Ha absolutizado los medios y ha reducido los fines. Carece del sentido laical de la comunidad cristiana.
DESPERTAR DEL SUEÑO: VIGILANCIA E IDENTIDAD
Jesús, en el evangelio de hoy, nos invita a salir de la ambigüedad y de la inconsciencia. La costumbre y la rutina han cristalizado en nosotros procesos mecánicos de repetición, hábitos ciegos de perduración que inhiben la reflexión y dañan la espontaneidad y la libertad. Y esto nos lleva a vivir fuera de Dios y fuera de nosotros mismos. Efectivamente hay un vivir en el “afuera” de Dios que consiste en tenerle no a él, sino una imagen conceptual, una mera representación mental, o como excusa o pretexto, como motivo disminuido y aun falso. Frecuentemente en lugar de ir a él, nos dirigimos a una imagen subjetiva de él, que nos impide tener una experiencia real del Dios vivo. La idolatría de los creyentes es una grotesca posibilidad. Acontece cuando hacemos rezos, pero no oramos; cuando Dios es solo algo, pero no Alguien; cuando lo utilizamos para aprovecharnos de lo divino, pidiendo solo lo que nos gusta, pero no lo que él quiere; cuando rezamos, pero no amamos; cuando oramos y no cambiamos. Y hay también un “afuera” del hombre cuando vivimos derramados en el exterior y carecemos de interioridad; cuando vivimos expresiones culturales de la fe, pero no la fe misma; cuando nos puede más la costumbre que la fe; cuando practicamos devociones a la carta, pero no nos confrontamos con la palabra de Dios respondiendo, cambiando, emendando, siendo otros. Dios es una existencia real que se hace presencia intensa para provocar nuestra experiencia.
La costumbre y la rutina, y el amor propio, nos llevan también a debilitar y diluir nuestras relaciones con los demás haciéndolas pobres, vulgares, mecánicas, superficiales. No sabemos lo que es la transmisión de una amistad profunda, de la verdad sincera y del amor fraterno auténtico. Nunca podríamos creer que debemos transmitir Espíritu Santo. No transmitimos el fluido del amor fraterno porque no lo tenemos. Vivimos egocentrados. No hemos descubierto todavía que cada uno somos lo que es nuestra relación con los demás. Somos lo que transmitimos y somos capaces de transmitir. Todavía no hemos comprendido en verdad el misterio de la Santa Trinidad divina en el que las Personas viven dándose y existiendo en el Otro. Ni hemos comprendido el verdadero sentido de la encarnación de Cristo, de su muerte y de su eucaristía como don de sí mismo. Ni tampoco el verdadero significado de Pentecostés como don de sí. Vivimos encerrados en nosotros. La máxima degradación de la vida es haber caído en la pura exterioridad dando cosas, pero no dándonos a nosotros. Una madre no llora cuando el hijo, al nacer de sus entrañas, se hace capaz de libertad y de autonomía. Es tanto más feliz cuando el otro es más otro. No hay gozo mayor como el de vernos en los demás. Toda persona es ella misma sobre todo cuando está en relación. Sin el otro no podríamos decir “yo”. La gracia verdadera es siempre el otro como experiencia compartida en libertad y amor. Nunca el hombre es tanto como cuando vive relacionado. Esta es la razón de vivir. Nos han dado un nombre para que podamos llamarnos mutuamente. Navidad es Dios con nosotros. Él hizo su Navidad en nosotros para que nosotros, con él, seamos navidad de Dios en los demás, dando y dándonos, siempre y en todo.
Francisco Martínez
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