Lecturas

Genesis 18, 20-32  –  Salmo 137  –  Colosenses 2, 12-14

Lucas 11, 1-13: Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Y les dijo:
«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».

Comentario:

PEDID Y SE OS DARÁ

2022, Domingo 17º ordinario

            Jesús, camino de Galilea a Jerusalén, origina un nuevo episodio en sus discípulos, esta vez sobre la oración. Al observar cómo ora, sus discípulos le piden que les enseñe a orar. Él formula el Padrenuestro y añade unos consejos en torno a la oración personal. Jesús, más que entregarnos una fórmula, se refiere a la actitud característica del discípulo con respecto a Dios y los sentimientos que deben brotar de esa actitud.

La Antigüedad cristiana nos ha legado tres fórmulas distintas del Padrenuestro. Corresponden a Mateo, Lucas y a la Didaje o Doctrina de los Apóstoles. Mateo dirige la suya a cristianos judíos que desde la infancia han aprendido a orar. Recalca que no deben orar como los fariseos, en público para ser vistos, sino en lo secreto donde solo ve el Padre. Inserta la oración en el discurso de la montaña. Mateo propende a añadir explicaciones. Existe también la posibilidad de que él mismo pudiera haber utilizado una forma más extensa y ampliada con elementos de origen litúrgico. La fórmula de Lucas es más breve. Es seguramente la más próxima a las palabras de Jesús. La oración es más que nada una experiencia acentuada de intimidad filial en relación con el Padre. Al orar se debe evitar la vana palabrería. El Padre se fija ante todo en el afecto del corazón. El ambiente de Lucas es la aproximación de Jesús a Jerusalén donde va a vivir el acontecimiento del máximo amor, dar su vida por los hombres revelando así el infinito amor del Padre que entrega también por amor a su propio Hijo. Lucas se dirige preferentemente  a la gentilidad.

Posiblemente Jesús recitó el Padrenuestro en arameo, no en hebreo. La versión de Lucas que hemos leído hoy contiene muchas correspondencias con diversos pasajes de su evangelio. El Padrenuestro aparece como el evangelio del evangelio, una síntesis muy apretada del pensamiento y vivencia de Jesús. Está profundamente trabado con el contexto. El contexto es como el anillo, y  el Padrenuestro es la joya preciosa, síntesis admirable del evangelio. Para una óptima oración, él solo basta. Nada hay que no esté en él. Tertuliano lo llamaba “el breviario de todo el evangelio”. Santa Teresa escribió: “Espantábame yo hoy, hallando aquí en tan pocas palabras toda la contemplación y perfección metida, que parece no hemos menester otro libro, sino estudiar en este”.  Jesús tenía polarizados en el Padre su vida y acción. Solía utilizar la palabra Padre, “Abba”, siempre que se dirigía a Dios. En Jesús, “Padre” es sinónimo de Dios. Al referirse a él quedaba manifiesta una absoluta reciprocidad de conocimiento: “Nadie conoce el Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). El Padrenuestro, el grito de júbilo por la revelación del Padre a los sencillos (Mt 11,25-26), y la oración de Getsemaní (Mc 14,36) son los textos que pertenece a las capas más antiguas de la Tradición. Jesús fue un innovador cuando llamaba a Dios de este modo. Son sus mismísimas palabras.  La palabra “Padre” es la palabra más densa de todo el Nuevo Testamento. El término Abba usado por Jesús es un vocablo lleno de ternura y cercanía, el mismo que usaban los niños pequeñitos para dirigirse a su “papá”. Con esta palabra Jesús abre una brecha en el misterio de Dios y sitúa al Padre en el contexto de una ternura infinita.

La designación de Dios como Padre queda atestiguada en el judaísmo de Palestina ya en el siglo I, por los años 50. Constamos su uso y su generalización. Empalma perfectamente con el uso del mismo Jesús. Las primeras generaciones mantuvieron el original “Abba” respetándolo incluso en las versiones a otras lenguas, por amor a las mismas palabras de Jesús.

Los Sinópticos nos dieron las primeras luces sobre la paternidad de Dios. Pablo en sus cartas nos describe con profundidad los fundamentos de esta paternidad. La raíz y causa de esta paternidad es nuestra incorporación a Cristo como cuerpo suyo y la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Jesús nos hace hijos de Dios en su misma filiación divina. En consecuencia el Padre en nosotros ve a su propio Hijo y nos ama en mismo amor con que ama a su Hijo. “Les has amado a ellos como me has amado a mí” (Jn 17,23). Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar ¡Abba, Padre”! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados” (R 8,14-17).

En la versión de Lucas el Padrenuestro consta de una invocación (“Padre”), dos aspiraciones (la santificación del nombre de Dios y la venida del Reino) y tres peticiones (pide el pan, el perdón de los pecados y la superación de la tentación).

El pan que se pide es desde luego el alimento para conservar la vida. Es también en sentido alegórico toda acción de Dios en  favor de los suyos, “el pan vivo bajado del cielo”. Es lo que cada día recibimos de Dios, el pan esencial de su obra y acción amorosa con nosotros. Al dirigirse a paganos cristianos traduce deudas por pecados, que parece más inteligible. La superación de la tentación se refiere a todo aquello que nos pone en prueba y nos puede apartar del camino.

Jesús concluye el evangelio de este domingo con una fuerte apelación a la  confianza. Dios es Padre y está más dispuesto a dar que nosotros a pedir. Pero pedir es desear. Y esto no debemos omitirlo. Para Jesús el Padre es el-todo-valor y ante él Jesús se hace total. La oración brota de él de su condición filial. Es la respiración de su alma, su estímulo y descanso, su secreto y su vida más profunda. Lejos de aislarlo de los hombres, lo hunde más profundamente en el corazón de la misión.

Debemos orar insistentemente. La oración afecta a nuestra identidad. Coincide con la dinámica de nuestro acercamiento a Dios, de nuestra propia salvación. Quien ora en serio emprende el camino de la realización del sentido último. La oración es siempre un proceso transformante. Es ser del todo, vivir del todo. Ser más. Es acercarse al Infinito y dejarse influenciar por él. La oración es ser otro, ser mejor. Es ser el que Dios espera de nosotros. Es experimentar la capacidad y apertura al sentido, vencer la no receptividad, la impermeabilidad, ante la penetración de la luz y del buen amor en el hondón mismo de nuestras tinieblas y de nuestra enfermedad. Hay energías, capacidades, valores, actitudes que solo se trasforman cuando se hace un decisión fuerte y las hacemos explícitas. El máximo suicidio es vivir alienados y no orar nunca, u orar con ligereza  y superficialidad. La identidad se realiza en la fidelidad. Seamos seguros en la oración y pidamos al Señor que nos enseñe a orar.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

 

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