Lecturas:
Hechos 13, 14. 43-52 – Salmo 99 – Apocalipsis 7, 9. 14b-17
Juan 10, 27-30:
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Comentario:
YO DOY VIDA ETERNA A MIS OVEJAS
Acabamos de escuchar a Jesús que en el evangelio de Juan de este cuarto domingo del tiempo pascual se designa a sí mismo “Buen Pastor”. Conociendo el contexto histórico en el que Jesús habla de sí mismo como Pastor, y conociendo también el contexto global bíblico de esta expresión, la reflexión puede adentrarnos en un conocimiento muy vivo de la persona y de la misión de Jesús.
Contrariamente a lo que se pudiera pensar, en el Antiguo Testamento Yahvé lleva pocas veces la denominación de pastor. Este título parece reservado a “aquel que debe venir”. La imagen de pastor era común en la antigüedad semítica para describir la función de los jefes del pueblo. La insuficiente realización de los responsables de Israel arrastra a los profetas a reservarlo al Señor. Él es quien será el verdadero pastor de su pueblo, conduciéndole, defendiéndole, procurándole alimento y cuidando las ovejas heridas por culpa de los malos pastores.
Jesús enseña en el pórtico del templo. Ha curado a un ciego de nacimiento. El prodigio asombra y atrae a muchos, pero encoleriza a los fariseos, a los responsables del templo y a las mismas autoridades. Jesús se entrega a la gente, y ellos, en cambio, viven de la gente. Los fariseos, viendo la acción admirable de Jesús curando tullidos, paralíticos, ciegos, deberían rectificar, pero no aman. No les importa el hombre, sino solo ellos, su alta posición y dominio personal sobre todos, sus ganancias y su precedencia ante los demás. Jesús, ante este comportamiento, hace una declaración muy dura. Les llama “ladrones” porque quitan al pueblo lo que es suyo. Los que se arrogan ser dirigentes del pueblo son explotadores que usan de la violencia manteniéndolo en estado de miseria. El pueblo está sometido por miedo, no por amor. Jesús, en cambio, se denomina él mismo “puerta del redil”. Él entra y sale para conducir y pastorear. Los fariseos son ladrones porque entran en el redil asaltando la valla con la intención de robar y matar. El ladrón no viene más que para robar, sacrificar y destruir. Jesús viene para dar una vida rebosante. El pastor asalariado ve venir al lobo y abandona las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Jesús reúne y congrega. Él se confiesa modelo de pastor porque conoce a sus ovejas, igual que el Padre le conoce a él y él conoce al Padre.
La verdad de Jesús como Buen Pastor implica verle a él de manera diferente de cómo le vemos habitualmente, no en su realidad histórica pasada, en Palestina, sino en su realidad misteriosa y presente, en nosotros, en su cuerpo místico que formamos la Iglesia. La primera verdad evangélica, en lo que afecta a la comunidad creyente, es que Dios nos ama a todos y permanece dentro de nosotros. Con la encarnación de Cristo y mediante los sacramentos, vive en nosotros en un entrañamiento admirable. En consecuencia, el fin culminante de la historia ya no está en el final de los tiempos, sino en el medio, en el aquí y ahora de cada tiempo o época. “Él es el principio y el fin, el alfa y omega” (Ap 21,6) de la nueva humanidad. “Todo tiene en él su consistencia” (Col 1,17). Cristo conduce y alimenta siempre él mismo a la nueva humanidad. Él mismo se presenta bajo esta imagen. En el arte paleocristiano de las catacumbas ya aparece refrendando esta imagen entrañable y esencial de la piedad de la Iglesia de los comienzos. Jesús guía y alimenta a los suyos siempre y a cada momento, principalmente mediante el evangelio y la eucaristía. Pero no de cualquier forma. Él en persona se nos da en el Evangelio y en la eucaristía para que podamos entrar en comunión de vida con él. El hombre nace absolutamente pobre, pero tiene dos puertas abiertas por las que interioriza lo que necesita para ser y crecer: por los oídos escucha y entiende, y por la boca come y crece. Jesús se hizo para todos “palabra” y “pan de vida” o eucaristía. Comemos leyendo. La eucaristía alimenta y también guía o ilumina. El pan da vida a la palabra y la palabra da luz y conocimiento al pan. El creyente, oyendo y comiendo, crece en Cristo, repite en su vida el proceso de la vida de Cristo, nace en él, es en él una nueva creación, es con él crucificado, muere en él, es sepultado y resucitado con él, reina con él en los cielos, y está ya con él sentado en los cielos. Para entendernos mejor lo explico con una imagen actual. Hoy las cofradías de la Semana Santa son fuertes. Es fantástico reproducir o simplemente contemplar los “pasos procesionales”. Pero lo que aquí indicamos como fundamentado en la verdad del evangelio, no es solo una imitación escénica, con perdón de las procesiones de la Semana Santa, sino una participación real. Somos el mismo Cuerpo de Cristo y participamos de la realidad original de su muerte y resurrección. ¡La misma! Cristo vive siempre en nosotros muriendo y resucitando.
La imagen de Jesús Buen Pastor pone hoy ante nuestros ojos la misión pastoral del Papa, Obispos y sacerdotes. Jesús encomendó a sus discípulos y a sus sucesores su idéntica misión personal. Sobre ellos recae la identidad sacramental con Cristo, Sacerdote y pastor eterno. De ellos depende en gran forma la verdad, la paz, la justicia y solidaridad en el mundo. El vaciamiento de los seminarios hoy no es solo fracaso de vocaciones; es crisis de mundo y de humanidad. Y por supuesto, y ante todo, crisis de Iglesia y de ministerio. Los ministerios, o mejor, los servicios eclesiales, no son colocaciones funcionales, sino actuaciones del mismo Cristo, el Señor. Ellos son pastores del pueblo de Dios. Y esto no se realiza cumpliendo el Código legislativo de la Iglesia, ni tampoco ejerciendo el ministerio en consonancia con una cultura caducada y ancestral, sino, como dice una admirable tradición de la Iglesia “Personalizando a Cristo”. Esta es la verdad de fondo del ministerio: el sacerdocio es Cristo. La pastoral, la espiritualidad de cada momento es lo que es no en la costumbre de cada época, no el derecho de cada momento, sino lo que es en la mente de Cristo. Nuestra fe es un problema fuerte de identidad. Nuestra identidad es Cristo. Obedeciendo al evangelio y al Concilio tenemos que esforzarnos en saber pasar de una Iglesia de cristiandad a una Iglesia misionera. De una Iglesia clerical a una Iglesia pueblo de Dios. De una Iglesia de ritos a una Iglesia de la Palabra. De una Iglesia de normas a una Iglesia de la experiencia humana. De una Iglesia de adaptación al mundo a una Iglesia del cambio del mundo. De una Iglesia garantía del orden social a una Iglesia de los pobres. De una Iglesia proveedora de servicios religiosos a una Iglesia comunidad corresponsable.
Los sacerdotes, como buenos pastores, debemos observar, una descarada preferencia, una inmensa cercanía al hombre actual tanto más cuanto mayor es su lejanía de la fe. Jesús mostró su preferencia por el hijo pródigo. Nosotros debemos dedicarle tiempos y remedios preferenciales. Debemos conocer las diferentes modalidades de esta su inmensa desafección de la fe, las causas y consecuencias de su ya crónico alejamiento de la praxis creyente, su vacío interior, hacerle comprender sus engañosas sustituciones de la felicidad humana y trascendente. El daño es inmenso y complicado, pues no solo anda desviado, ha llegado a olvidar su mal y se ha sedimentado en un inconsciente histórico difícil de discernir y tratar. Sobre todo, hay que orar por ellos, pues solo Dios mueve lo corazones.
Francisco Martínez García
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