Lecturas

Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a  –  Salmo 147  –  1ª Corintios 10, 16-17

Juan 6, 51-58 :

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre»

Comentario

2023, SANTÍSIMO CUERPO DE CRISTO

             Con la fiesta de Pentecostés hemos finalizado el ciclo pascual del año litúrgico. El calendario litúrgico anual añade ahora unas festividades debidas históricamente, primero, a su importancia para piedad del pueblo cristiano y, después, a instancias particulares ante la autoridad de Roma. Son la Santísima Trinidad y el Corpus Christi, que movieron a la Iglesia a acentuar repetitivamente un aspecto importante del misterio ya celebrado. En realidad, estas fiestas, en su significado profundo, tienen actualidad y vigencia perenne en el decurso de todo el año litúrgico. Trinidad y Cuerpo de Cristo son propiamente todos los días. Pero está bien volver a considerar el misterio celebrado siempre que lo celebremos en consonancia con la fe troncal de la Iglesia, sin dejarnos llevar por corrientes arbitrarias, sentimentales y populares, no siempre centradas y universales.

La fiesta del Corpus ha venerado preferentemente el hecho de la presencia sacramental, de Cristo en el pan y vino consagrados. Ha conocido un culto extraordinario, sobre todo en España, y ha conseguido frutos abundantes. No obstante, este aspecto de presencia real de Jesús en la eucaristía, siendo algo extraordinario, no es todo lo que celebra la liturgia en la institución eucarística. La eucaristía es, también y ante todo, el memorial de la muerte y resurrección del Señor, actualizado y revivido ahora, y en todos los tiempos y lugares, por las comunidades de todos los siglos. Cristo, al instituir la eucaristía, habla expresamente de su “cuerpo entregado” y de “su sangre derramada”. Insistimos en este aspecto porque representa una verdad olvidada. Se trata de morir con Cristo y de resucitar con él, como enseña Pablo. Cristo no repite, re-presenta, y no solo “está” en la eucaristía, sino que está “entregándose”, siendo fiel y obediente en todo y hasta la muerte. Esto obedece a una voluntad expresa de Cristo que mandó “hacer lo mismo que él hizo”. La verdadera eucaristía implica, primero y necesariamente, un pasado constituyente que es lo realizado personalmente por Jesús en el cenáculo; y segundo, un presente siempre actual vivido por las comunidades de todos los tiempos y lugares; y, tercero, un futuro que es la anticipación de la resurrección y la gloria en las comunidades celebrantes. La eucaristía es, pues, la realidad misma del suceso original de la muerte y resurrección del Señor, actualizado y representado, ¡el mismo!, ayer cruento y hoy incruento y sacramental, y celebrado por las comunidades que ahora y siempre implican en él su propio sacrificio, las tensiones, problemas y dificultades del momento personal, social y eclesial que viven, uniéndolos a Cristo y a su sacrificio. La eucaristía es, pues, la misma cruz hecha posible gracias a la institución de la Cena. La Cena hace presente y actual la cruz en la eucaristía.

La realidad más profunda y auténtica de la Iglesia Apostólica y de los Padres, en las asambleas eucarísticas, es, pues, el pueblo sacerdotal y el sacrificio espiritual de la vida, unidos al sacrificio de Cristo redentor. Insistimos porque es el aspecto más olvidado por nosotros siendo verdaderamente esencial: la esencia verdadera de la Misa es hacer hoy entre nosotros en la vida real lo que Jesús vivió en la cruz por los hombres, dar la vida cueste lo que cueste. No es, pues solo, “oír Misa” como decían los antiguos. Es cierto que el presidente, obispo o presbítero, consagra el cuerpo de Cristo. Pero su función es ministerial. Es un servicio. Lo esencial de la eucaristía es el mismo Cuerpo de Cristo, en el que están ahora él personalmente y la comunidad entera ofreciéndose. El “cuerpo entregado” y “la sangre derramada por vosotros” señalados por Jesús hacen referencia a la radicalidad de una entrega por amor. Debemos amar del todo y hasta que nos duela. Como Jesús en la cruz. Con él, por él y en él. Él nos da toda su vida, todo su amor, y se nos da él mismo, creando, en la comunión de todos en su sangre, una nueva fraternidad de profundidad divina, puesto que nos hace a todos concorpóreos suyos. Quien comulga con Cristo se hace él, se transforma en “cuerpo entregado” y “sangre derramada” por los hombres, y hace verdad la afirmación de Jesús de que la entrega radical al hombre es la única forma real posible de amar a Dios. La cruz, lejos de ser instrumento de tortura, es, para el cristiano, la forma y medida de amar a los hombres. Es la máxima afirmación del otro en la máxima desafirmación de sí mismo. La cruz es el amor enamorado de Dios que debe hacerse también amor enamorado de los seguidores de Jesús. No existe un sacrificio sin víctima. En el altar está el Cristo total, él y nosotros, Cabeza y cuerpo. Una Iglesia que deja de hacer lo que Cristo hizo, deja de ser ella misma. La verdad profunda del cuerpo eucarístico es el cuerpo místico. El protagonismo de la asamblea como cuerpo del Señor, y la prioridad del espíritu sacrificial, filial y fraterno, de la celebración, era la tónica dominante de las asambleas de la Iglesia Apostólica y la de los Padres. Cuando en la Edad Media se negó la presencia real de Cristo en la eucaristía, la Iglesia entera se lanzó a una defensa radical de esta misma presencia estática, y el aspecto dinámico de sacrificio, conmorir con Cristo, quedó postergado y aun omitido. Todavía no nos hemos repuesto espiritualmente de este vacío poniendo en primer plano el aspecto sacrificial. El Papa Francisco, en la celebración especial del Triduo Sagrado en el Vaticano ha sido un verídico testimonio de simplicidad significativa, de austeridad sacrificada, celebrando los oficios sagrados en una silla a pie de suelo, suprimiendo baldaquinos y tronos, recalcando la humildad y amor fraterno, porque para ser humildes, y para hacer lo que Jesús hizo, celebrando la eucaristía, no hay que pedir permiso a nadie ni que esperar a nada. Es un mandato del Señor.

La eucaristía es el abrazo de Dios a la humanidad que alcanza a todos, y a todas las situaciones de desorden, a través de las comunidades particulares extendidas por el mundo. Donde hay un sufrimiento, una necesidad, allí está el amor de Cristo a través de la eucaristía de su Iglesia, su Cuerpo místico. ¡Cuántas rúbricas y prescripciones observamos y exigimos, que nada tienen que ver con la eucaristía, y qué exigencias omitimos que constituyen lo más nuclear de la eucaristía! Muchos, en lugar de ajustarse a la verdad del evangelio, se refugian en la costumbre y en la rutina, prefiriendo una falsa observancia a la mismísima vivencia y mandato personal de Jesús que nos mandó “hacer esto en memoria mía”. Amemos la eucaristía, sabiendo estar del todo con Cristo, haciendo lo mismo que él hizo, y viviéndolo como él lo vivió, no privando a la humanidad de lo que realmente es: “el abrazo de Dios a los verdugos de su Ungido” (Himno del Viernes santo), y obedezcámosle a él en verdad, al evangelio vivo, no a la costumbre, ni a la evasión o a la cobardía disfrazada de norma y de falsa piedad.

Francisco Martínez

www.centroberit.com

e-mail:berit@centroberit.com

 

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